SINGAPUR. Del 23 al 25 de noviembre de 2015.
Habíamos decidido visitar Singapur dejando el Piropo en "Nongsa Point Marina", en Batam, isla situada al norte de Indonesia en pleno estrecho de Singapur. El motivo de hacerlo así y no ir directamente con el Piropo a Singapur es que las marinas en esa ciudad-estado eran muy caras y además, que la distancia en ferri se cubría en sólo treinta minutos. Era tan poca la distancia que desde la propia marina, se podían admirar los altos edificios de Singapur.
Así pues, a las ocho de la mañana del día 23 de noviembre de 2015, nos subimos a una pequeña furgoneta que desplazaba a los clientes de la marina y de los hoteles cercanos hasta la estación de ferri que estaba justo al lado de la marina. Había otras compañías de ferris y otros puertos que comunicaban Batam con Singapur pero, ante la ausencia de transporte público, la comodidad de que te recogieran en la propia marina y no tener que alquilar un vehículo decantó esta opción que no era la más barata. El ferri costaba 40 euros por persona ida y vuelta.
Antes de subirnos al ferri tuvimos que pasar los trámites migratorios de salida de Indonesia que fueron fáciles y rápidos. Ya en el ferri, mientras navegábamos a toda velocidad sobre el agua, pudimos observar el muchísimo tráfico mercante que circulaba por el estrecho de Singapur. Era impresionante tal volumen de tráfico marítimo pero es que en ese punto del planeta se juntaba el tráfico marítimo de Singapur con el tráfico de las gigantescas zonas industriales que rodeaban la ciudad tanto en Indonesia como en Malasia. Además, había que añadirle todo el tráfico marítimo que unía China y Japón con Europa. Ese denso tráfico no era un problema para el barco en el que íbamos montados porque iba a una velocidad altísima, muy superior a la de los mercantes, pero en unos días, cuando tuviéramos que hacer lo mismo con el Piropo, ya veríamos si esquivar tanto tráfico iba a ser una cosa fácil. Cerca ya de la costa de Singapur vimos, además, centenares y centenares de barcos fondeados.
Llegamos a Singapur y en la propia estación de ferris, pasamos rápidamente los trámites de inmigración de entrada al país. Únicamente nos preguntaron por una cosa, si llevábamos chicles. Nos extrañó la pregunta aunque luego descubrimos el motivo: estaba prohibido los chicles en esa ciudad al objeto de mantener limpio el espacio público. Además de esta prohibición, había también otras muchas en la ciudad como que estaba prohibido comer y beber en la calle o la circulación de coches de más de diez años. Esta última prohibición era bastante curiosa ya que cuando se compraba un coche en Singapur debía pagarse un permiso que costaba 60000 dólares y pensamos que, si era sólo para 10 años, los habitantes debían pensarse mucho el no ir en transporte público.
En la estación de ferris conseguimos moneda local en un cajero y nos subimos en un autobús para llegar a la boca del metro más cercana. El metro en Singapur era limpio y moderno y lo más curioso, estaba repleto de centros comerciales. Decían que el deporte nacional en esta ciudad era pasear por los centros comerciales y no sabemos si eso era cierto pero la abundancia de ellos, era algo que no habíamos visto nunca. Estaban por todos lados y en muchas ocasiones, unos al lado de los otros.
Nuestra primera visita en la ciudad fue al lugar más emblemático, el distrito financiero con sus altísimos edificios. El más icónico de estos edificios era el Marina Bay Sands, formado por tres edificios diferentes que se unían por arriba con una gigantesca estructura. Esta estructura tenía un voladizo que era el más grande del mundo. Subimos al mirador que había allí aunque la entrada costase la friolera de 20 euros cada uno. Las vistas desde las alturas eran espectaculares y se podía ver buena parte de la ciudad, el resto del distrito financiero, el “Gardens by the bay” y parte del estrecho de Singapur. El edificio Marina Bay Sands era una mezcla de hoteles, centros comerciales, casinos, oficinas… y omnipresente por todos lados aparecía la figura que había creado todo ello: Sheldon Adelson. No hubiésemos conocido a ese señor si no fuera porque se había hecho conocido en España por querer crear un gigantesco complejo de ocio cerca de Madrid. Nos imaginamos que hubiera sido algo parecido a aquello. Por lo que podía observarse, ese tipo de ocio atraía a muchos turistas pero la idea finalmente no cuajó en España por muchos motivos.
En uno de los centros comerciales que había en una de las bocas del metro, encontramos decenas de sitios para comer diferentes y nos sentamos en uno. Comimos un menú con sopa de bolas de pasta rellenas de gamba y un plato de fideos con costillas de cerdo y espinacas. Para beber, una jarra de té con limón frío. Nos gustó mucho y costó 7 euros por persona. Comimos con palillos y, aunque los manejamos relativamente bien, fue sorprendente ver cómo los utilizaban los locales: los palillos eran como extensiones de sus dedos.
Luego paseamos por Chinatown, el barrio chino, donde, en su día, vivía agolpada la población china. Más tarde paseamos por el Boat Quay, que era un paseo al borde del río con muchos restaurantes y bares. Por la ciudad observamos mucho restaurante español que ofrecían tapas, paellas y horchata aunque, lógicamente, no nos tentó la oferta. Pasamos luego por debajo de un rascacielos que era uno de los más grandes bancos de Singapur y allí, en el patio, había una escultura de Dalí y una de Botero que representaba una paloma gorda muy graciosa. Más allá, llegamos a la escultura más famosa de Singapur, el Merlión, un león con cola de sirena que es el símbolo de Singapur. Esta escultura da a un gran lago en el que al otro lado, está el edificio que habíamos visitado por la mañana, el Marina Bay Sands. Más tarde, cenamos en unos chiringuitos que hay cerca del teatro. Allí, muchas mesas eran rodeadas de diferentes establecimientos donde podías ir pidiendo según te apeteciera. Lo más típico era el cangrejo al chili aunque no lo comimos porque valía 40 euros.
Más tarde, seguimos paseando por la ciudad. Cruzamos un puente que representaba, de forma bastante conseguida, la cadena del ADN. Desde allí había unas buenas vistas del Museo de Ciencias que tiene una característica forma de flor de loto. En el lago, a las 20 horas, frente al Marina Bay Sands, vimos un espectáculo que hacían cada noche de luces, agua, fuego, música e imágenes que estuvo bastante bien. Ya de noche, vimos entonces a mucha gente que terminaba sus jornadas de trabajo y se distraían como podían. Unos corrían, otros iban en bici y, los más raros, hacían ejercicio en grupo y de forma militar, chillando cada dos por tres.
Singapur era una ciudad muy segura, cosmopolita y, en general, muy limpia. Se veía una ciudad mucho más moderna y cuidada que las ciudades europeas lo que era la primera vez que nos pasaba. Allí, estaba todo perfectamente colocado aunque claro, no te dejaban comer ni chicle. No sé si valía la pena.
Llegamos al hostal que habíamos reservado esa misma mañana a través de internet. Como todos los alojamientos en Singapur eran bastante caros, optamos finalmente por ese que sólo costaba 15 euros por persona y noche. Lo malo era que se dormía en literas en dormitorios compartidos. Las literas tenían cortinillas y luces individuales en los que te aislabas un poco del entorno. No era la habitación de ensueño pero no estuvimos mal. Los vecinos de literas eran todos mochileros, generalmente occidentales, que estaban de turismo.
Al día siguiente, Dani desayunó una mezcla explosiva, cacao para beber y arroz con cerdo para comer. Al parecer, los desayunos consistentes eran algo local. Sandra tiró por las occidentales tostadas con mantequilla. No probamos el tradicional café singapurense llamado “Kopi” pero es que Dani no era muy cafetero y no era recomendable que lo tomara Sandra porque estaba embarazada.
Ese día empezamos la visita por Little India, el barrio indio. Allí vimos templos hindúes, tiendas de todo tipo donde abundaban las de flores para las ofrendas. También había muchas joyerías. Allí nos cayó un diluvio que duró muchísimo, con fortísimos rayos. No era cosa rara y es que Singapur es una de las ciudades con más pluviosidad del mundo con 2413 mm al año cuando en Londres llueve 593 mm y en Paris 619 mm.
Esperamos a que parara la lluvia pero como no lo hacía, nos metimos en un centro comercial de nuevas tecnologías. Luego comimos y, todavía bajo la lluvia, fuimos a la Mezquita Abdul Gaffoor. Luego fuimos a la calle de los mercadillos que era algo típico pero allí, sobretodo, sólo vendían ropa mala y fea, calzado igual de feo, maletas, fundas de móvil, cosméticos baratos y cosas de ese estilo.
Cogimos el metro para Orchard Road, la calle de los centros comerciales. No es que no interesara comprar nada pero al parecer, era algo para ver. Y sí, nos sorprendió. En esa calle, había, uno al lado de otro, decenas de centros comerciales. Cada edificio era uno y así varias manzanas seguidas. A un lado de la calle y al otro. No entendíamos como había negocio para todos. Unos eran más lujosos con marcas tipo Cartier, Loewe, Hermés y otros más humildes con tiendas locales. Otros eran un término medio con tiendas españolas como Zara, Mango y tiendas así. Por cierto, para los coches esa calle era de peaje.
Después, regresamos a Chinatown para pasear por allí. En ese barrio había, sobretodo, tiendas de recuerdos y restaurantes. Las tiendas vendían especialmente productos típicamente chinos como lámparas chinas, palillos, vestidos chinos de mujer y hombre y cosas así. Ese barrio vimos una tienda de Tintín en la que se vendían figuritas sacadas de los libros con precios que alcanzaban los 3000 dólares. Para cenar, como no, cenamos en un chino del propio barrio. Por 5 euros al cambio, te daban una sopa de pescado y tofu, un plato con fideos y pollo y otro con espinacas algo picantes.
El miércoles 25 fuimos a visitar el Templo de la Reliquia del diente de Buda que estaba situado en también en Chinatown. Era un templo de reciente construcción y muy lujoso. El edificio era inmenso, de varios pisos, y todo al estilo chino. Dentro, en la planta baja, tenía la zona de ceremonias con unas grandes esculturas de Buda y el museo, otra planta era para rezar frente a un altar de oro con el diente de buda. Este era el motivo por el que se había creado el tempo y nos sorprendió las desproporcionadas dimensiones del diente. Buda debía ser un gigante. En la última planta existía una campana giratoria de enormes dimensiones también para rezos. Esta campana tenía bonitos colores y sonaba si le hacías dar una vuelta completa. En esta planta había también miles de buditas en la pared en compartimentos de cristal. En concreto había diez mil. Cada uno costaba mantenerlo 70 dólares al año y cada familia mantenía uno. Habían ya muy pocos disponibles. Con razón tenía tanto oro el templo. En la primera planta estaban haciendo ceremonias y se veía a los distintos monjes, vestidos de naranja, con la cabeza rapada, tocando varios instrumentos. Había también muchos fieles rezando aunque se solían vestir con batas negra. Cerca del altar había fruta fresca y joyas.
De allí cogimos el metro para visitar el barrio árabe. Visitamos la Mezquita Sultán, que decían que era la más bonita de la ciudad. Suponemos que era cierto pero sólo pudimos verla por fuera porque por reformas, no pudimos entrar. En el barrio abundaban mayoritariamente las tiendas de telas de colores y de babuchas.
Luego fuimos al Gardens By the Bay. Es uno de los lugares típicos que visitar en Singapur y consiste en unos grandes jardines que tienen unos gigantescos y psicodélicos invernaderos acristalados. Uno para las plantas de zonas templadas del mundo y contenía espacios llamados Mediterráneo, California, Chile y otras zonas de estas latitudes. El otro invernadero era tropical, con una una gran pared cubierta de vegetación donde caía una cascada y donde tenías que subir primero en ascensor para luego ir descendiendo circularmente por unas pasarelas suspendidas en el aire que te permitían ver la flora que estaba fijada en la pared. Cuando estábamos allí dentro volvió a diluviar y ya no paró. La entrada costó 24 euros por persona y habiéndolo visto, no creemos que valiera la pena visitarlo. Mal acostumbrado como estábamos a visitar zonas solitarias con el barco, lugares tan abarrotados de gente como aquel lugar no los disfrutábamos demasiado.
En el metro, conocimos a una señora belga que llevaba 8 semanas viajando sola. Había visitado Australia, Nueva Zelanda, Nueva Caledonia y Singapur. Tenía 73 años. La conocimos porque andaba un poco perdida y angustiada y la orientamos para llegar a su destino. Nos impresionó porque pese a las carencias de la edad, en la que todo comienza a hacerse un poco más dificultoso, ella mantenía la ilusión por hacer cosas. En este caso viajar. Está claro que mientras haya ilusión, la que sea, hay vida. Por eso hay que tratar de encontrarla.
El metro nos llevó de vuelta a la estación de ferri. Nuestra estancia en Singapur finalizaba. Pasamos el control de inmigración singapurense al límite de su cierre y es que cerraban mucho antes de que partiera el último ferri. A las 20:30 de la noche llegamos a Batam, en Indonesia, donde nos tocó hacer, esta vez, los papeleos de entrada.
Volvíamos a estar en Indonesia pero no por mucho, tiempo. En breve, teníamos pensado cruzar el Estrecho de Singapur y comenzar a navegar el Estrecho de Malaca rumbo norte. Malasia nos esperaba.
¡Hasta la próxima!
Juan Ramos dice:
MUY BUEN RELATO Y FOTOS, UN PLACER SEGUIR NAVEGANDO CON USTEDES, PASO MUCHO TIEMPO DESDE EL ULTIMO CAPITULO, ESPERO ANDEN BIEN EN TODO SENTIDO , ABRAZO DESDE URUGUAY.