Sigue el viaje del velero Piropo, con sus tripulantes Dani y Sandra, en su pretendido deseo de dar la vuelta al mundo por los trópicos.

VANUATU III (Isla de Espíritu Santo). Del 1 al 6 de septiembre de 2015.

 

La travesía de 30 millas desde la isla de Wala a la isla más grande de Vanuatu, la Isla de Espíritu Santo -llamada simplemente Santo por los vanuateses-, transcurrió en un precioso día de sol sin nubes ni lluvia. Eso sí, tampoco hubo nada de viento, por lo que tuvimos que hacerla íntegramente a motor sobre un mar casi como un plato. 

 

Echamos el ancla en el fondeo conocido como Beach Front (waypoint aproximado 015 31.36 S 167 09.95 E) en 9 metros sobre arena. Este fondeo estaba un poco a las afueras del centro de la pequeña ciudad de Luganville, la capital de la isla que era la segunda ciudad más grande de Vanuatu. Eso no quería decir mucha cosa porque la población en Vanuatu es muy pequeña y no llega al millón de habitantes en todo el país, aunque al ritmo que llevan de hijos la cosa cambiará en poco tiempo. Desde el fondeo a la ciudad había un paseo bastante largo. Era posible hacerlo a pie pero cansaba si lo hacías a menudo. Lo mejor era coger una furgoneta que costaba 100 vatus por persona, o un taxi, que tenía el mismo precio tras el preceptivo regateo.

 

En el fondeo conocimos a un joven navegante alemán que llevaba ya varios meses en Vanuatu ya que se había sacado una novia local. Cuando caímos que el ciclón Pam había visitado las islas estando él allí le preguntamos y nos comentó que sí, que lo pasó fondeado con varias anclas en una playa muy refugiada atendiendo a la dirección del viento. Nos contó que en cubierta no se podía estar de la velocidad a la que venía la lluvia. También nos contó entre risas que su novia se quedó en el barco con él pero se pasó toda la noche durmiendo y sin preocuparse de nada. Sin duda, hay gente que es muy valiente.

 

Los días en Santo los dedicamos a hacer turismo, a hacer los papeleos de salida del país y a preparar un poco la larguísima travesía que tendríamos a partir de Vanuatu.

 

Lo primero que hicimos fue hacer los papeleos de salida. Llevábamos ya un mes en el país y nos tocaba hacer una extensión del permiso de estancia si queríamos quedarnos más. Como sólo íbamos a estar unos días más, la tasa por la extensión era alta y no había ningún control, decidimos hacer ya la salida, quedarnos unos pocos días de ilegales y ahorrarnos la tasa de extensión. Aún así, la salida costó el equivalente a 67 euros que, junto a lo que nos cobraron a la entrada, hacía de Vanuatu un país especialmente caro de visitar en ese aspecto.

 

Esos días también hicimos algo de turismo. Vitamos la famosa Millennium Cave, una de las principales atracciones de la isla. La excursión era cara, 7000 vatus, el equivalente a 60 euros, pero nos alegró saber que todo estaba organizado por la gente local, que los trabajadores eran todos del pueblo en el que pertenecía el lugar y que el dinero iba en definitiva para ellos. Una furgoneta nos recogió con otros 8 turistas en Luganville y nos llevó al pueblo tradicional de Vunaspef. Hasta allí fuimos durante un rato por una carretera anchísima de tierra que tenía rastros en algún lugar de que en algún momento de su existencia pudo haber estado asfaltada. El conductor nos explicó que había sido construida por los norteamericanos durante la Segunda Guerra Mundial y desde entonces ahí seguía. El pueblo de Vunaspef era de chozas y estaba muy cuidado. Desde allí emprendimos una corta caminata de 3,3 kilómetros hasta una gran cueva a la que había que descender a través de un sendero muy empinado. La cueva era atravesada por un río y era grande, de unos veinte metros de ancho y cincuenta metros de alto. Tenía estalactitas y un agujero en el techo por donde pasaba algo de luz solar y que dejaba ver la vegetación que había arriba. Bajamos entonces una gran escalera al lado de una cascada hasta una piscina subterránea que había allí. Entonces, ya con linternas, proseguimos por la cueva sin luz solar de ningún tipo y caminamos por allí durante 30 minutos. Las paredes eran onduladas por el efecto del agua y solían haber estalactitas. El techo era muy alto y el lugar lo habitaban muchos pájaros pequeños y murciélagos. Era impresionante pero también es verdad que el agua no corría demasiado y con tanto animal era más excrementos que otra cosa. La poca agua que había olía fatal y no estaba nada limpia. No había que meterse en ella demasiado pero sí lo tuvimos que hacer en alguna ocasión hasta la cintura y no fue algo placentero.

 

Pasada la cueva llegamos al Río Sarakata que venía caudaloso de otro lugar y a donde iban a parar las espesas aguas de la cueva. Era un lugar realmente bonito. Metidos en un profundo cañón, con la enorme entrada de la cueva al lado y rodeados de mucha vegetación. El día, medio nuboso medio soleado, daba unos claroscuros que daban un aspecto aún más bonito al lugar. Allí comimos un tentempié y nos adentramos en las aguas para dejarnos llevar por ellas. A partir de allí vino lo más hermoso de la excursión en nuestra opinión. Flotando con nuestros chalecos salvavidas nos fuimos dejando llevar por la corriente embutidos en un cañón muy profundo con vegetación por todos lados. A veces había que salir del agua y pasar por rocas enormes que estaban preparadas como una vía ferrata. Finalizado este tramo que duró unos 45 minutos, llegó una fuerte subida por un sendero que contaba en ocasiones con escaleras o cuerdas. Finalmente, llegamos de nuevo al pueblo de Vunapef. Fue en definitiva una excursión muy agradable.

 

Otro día alquilamos un ciclomotor y con él paseamos por la costa este. Fuimos en primer lugar al pueblo de Fanafo, donde nos habían dicho que los locales aún vestían con ropas tradicionales hechas de vegetales. Cuando llegamos allí nos llevamos una pequeña decepción porque la gente ya no vestía de esa forma, sino con ropas normales. Por lo que parecía, donde llegaban los caminos, la gente se adaptaba rápido a la vestimenta local. Preguntando más nos dijeron que el único pueblo donde aún vestían tradicionalmente a diario –en las fiestas tradicionales es habitual vestirse de esa forma- era Tanmet. Estaba muy adentrado en la selva y no se podía llegar en vehículo hasta él; solamente se podía visitar haciendo una caminata de varios días. Nos apeteció mucho ir hasta él, pero septiembre avanzaba y debíamos partir ya de Vanuatu hacia otros destinos. No obstante, el pueblo de Fanafo no nos decepcionó, y un local nos hizo de anfitrión y nos enseñó un poco el lugar. El hombre, de la edad de Dani, tenía “sólo” ocho hijos y la mayor, de 18 años, ya se había casado. Vestía normalmente con ropa normal, pero a veces, por comodidad, llevaba sólo una tela larga que le colgaba cubriéndole la parte delantera y trasera por debajo de la cintura. Nos enseñó especialmente su pequeño pueblo familiar que estaba apartado del pueblo y donde vivían su familia y todos sus hermanos con sus respectivas familias. Los niños corrían por allí en pelotillas y el ambiente era muy agradable y tranquilo.

 

Después de Fanafo, recorrimos la costa este de la isla y visitamos el Matevulu Blue Hole, un lugar donde en un remanso de un río, podía uno bañarse. El lugar era muy bonito porque el entorno era muy virgen y el fondo del agua, quizá por ser arenoso, daba un tono turquesa al agua muy agradable. Habían instalado una larga cuerda para tirarse desde un árbol y allí estuvimos lanzándonos unas cuantas veces. Nos divertimos mucho porque la cuerda era larga, el péndulo también y, en consecuencia, la velocidad que se cogía era relativamente alta.

 

De allí regresamos al sur y nos acercamos al Million Dólar Point. Este era un buen sitio para hacer buceo tanto con botella como sin botella. En el lugar los norteamericanos, al finalizar la segunda Guerra Mundial, tiraron al mar todos los vehículos. Nos les interesó ni devolverlo a su país ni regalárselo a los locales que no pudieron pagar lo que pidieron por ellos. Así pues lo tiraron todo al agua. Cuando llegamos allí, las nubes cubrían el cielo, estaba a punto de llover, las aguas estaban muy agitadas porque el lugar estaba totalmente abierto a las olas, así que no nos animamos a tirarnos al agua.

 

La estancia en Luganville también la dedicamos a hacer preparativos para la siguiente travesía. Compramos gasoil, recargamos gas y compramos frutas y verduras. Por delante teníamos más de 2700 millas hasta la isla de Timor, en Indonesia. Habíamos decidido ir hasta allí directamente sin parar en Papua Nueva Guinea ya que nos daba pena parar sólo para ver un poco de este inmenso país y no teníamos tiempo para más porque la temporada de ciclones ya se acercaba. Quizá visitaríamos Papua Nueva Guinea en el futuro con  más calma.

 

Por delante tendríamos la segunda travesía más larga de nuestro viaje; más larga incluso que la del Atlántico. En la siguiente entrada os contaremos como nos fue y como vivimos nuestra estancia en Indonesia, el país de las 15.000 islas.

 

¡Hasta la próxima!

 

2 comentarios a “VANUATU III (Isla de Espíritu Santo). Del 1 al 6 de septiembre de 2015.”

  • Enhorabuena por vuestro viaje!
    estoy recogiendo toda vuestra información en el opencpn. Un derrotero de lujo! para los que pretendemos hacer el viaje con poco dinero. 
    Un abrazo y buena proa!

  • Hola pareja, es fácil adivinar que vuestro periplo está siendo la envidia de muchos, incluyendo la mía…
    Nos estáis acercando lugares del mundo que posiblemente la mayoría de nosotros no veremos, seguir asi.
    Tengo un amigo que además de gran navegante y mejor persona, es un aficionado a escribir poemas. Últimanente ha escrito uno que me gustaría mandaros, creo que os encaja perfectamente. Lo ha titulado, "Yo no tengo la oreja perforada"
    Un saludo.
     
    Ya lo veis, yo no tengo la oreja perforada
    ni encima de mi hombro derecho llevo un loro,
    ni un parche en el ojo, tampoco un diente de oro
    ni una pata de palo… un garfio… no luzco nada.

       A pesar de eso no me asusta la marejada
    ni el viento frescachón, ese de fuerza siete
    frío como el cristal, que siempre se te mete
    por el cuello en invierno corriendo de empopada.

       De la misma manera sin ser sepulturero
    ni tener el pico o la pala de instrumento,
    navego tranquilo en la vida a favor del viento
    mirando de frente a mi último fondeadero.

       Todo el secreto está en cargar bien los petates,
    antes de que nos llegue el tránsito enfermizo,
    de amores, amistades, anécdotas, combates,
    de millones de recuerdos de oro macizo.

       Ellos nos sostendrán las últimas flaquezas
    cuando el viaje cabrón que no tiene retorno
    nos robe de la vista todas estas bellezas
    y nos deje unos huesos como único adorno.

       Y aún así nos reiremos de La Ropavejera,
    al menos yo pensando en mi chica pinturera.

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