BORA-BORA (Archipiélago de Las Sociedad). Del 18 al 26 de abril de 2015.
A Bora-Bora la publicitan como “La Perla del Pacífico” o “La isla más bonita del mundo”. Es sin duda la isla más conocida de todas las de Sotavento de Las Sociedad. Por todo ello, teníamos ganas de visitarla, para ver si todo lo que se contaba de ella era real.
A medida que nos acercábamos a Bora-Bora la expectativa parecía confirmarse, ya que el relieve peculiar de la isla, con sus montes Pahia (661 m.) y Otemanu (727 m.), era ya de una belleza especial. La travesía desde Tahaa, de casi unas 25 millas, había sido lenta, a motor por falta de viento, pero durante las últimas millas el viento había subido y estábamos navegando a vela y a muy buen ritmo, como a unos seis nudos de media.
El pase de acceso al interior de la laguna de Bora Bora, amplio, bien señalizado y en teoría muy fácil, ese día estaba expuesto a una corriente en contra más fuerte de lo que esperábamos y no sabíamos si aquello era normal. Aún así, no tuvimos ningún problema para entrar y nos dirigimos al fondeo de Motu Toopua, en la posición aproximada 16 30.72 S 151 46.25 W. El fondeo era muy bonito, con aguas claras sobre un fondo de arena con alguna piedra coralina, sobre 5-6 metros de agua. Parecía una piscina natural. Sólo llegar, acalorados, no nos lo pensamos y nos tiramos al agua para refrescarnos un buen rato. Por la tarde, nos quedamos en la bañera, leyendo y disfrutando de las vistas que teníamos.
Al día siguiente, el día apareció muy nublado. Levantamos el ancla con la intención de bordear Motu Toopua por el sur y fondear en el arrecife en un lugar intermedio entre Toopua y la Isla de Bora Bora. Durante la corta travesía se puso a llover con bastante fuerza y el viento a soplar con cierta intensidad. Bien mojados, poco disfrutamos del entorno y no pudimos admirar mucho Motu Toopua ni curiosear demasiado las cabañitas del Hotel Hilton. Enseguida llegamos a las cercanías del nuevo fondeo justo cuando la tromba empezaba a amainar. Echamos el ancla finalmente en la posición 16 31.98 S 151 45.13 W, sobre una gran extensión de arena de cuatro o cinco metros de profundidad. Cuando entramos en la cabina descubrimos con bastante horror que la sentina de debajo del motor estaba llena de agua. Estábamos bastante inundados. Vimos rápidamente que era por la bomba de agua del motor por donde estaba entrando el agua. Mala cosa parecía pero al menos, con el motor apagado, el problema no iba a más. Era una avería que no conocíamos por lo que pensamos que sería mejor que lo revisara un mecánico. Así pues, decidimos no quedarnos allí e ir a las boyas de pago de Maikai Marina, que estaban sólo a dos millas y que a su vez, no estaban lejos del pueblo de Vaitape, el principal asentamiento de Bora Bora, donde intentaríamos averiguar si había algún mecánico. Secamos todo, comimos y nos desplazamos hasta las boyas de Maikai Marina que estaban situadas, aproximadamente en la posición 16 29.99 S 151 45.38 W. Pese a lo poco que duró este último trayecto y pese a que habíamos secado todo a la salida, cuando llegamos, la sentina volvía a tener bastante agua. La entrada de agua era importante y no se podían hacer muchas millas así. Afortunadamente, no parecía que el motor se recalentase y el circuito de refrigeración funcionaba suficientemente bien ya que expulsaba bastante agua por el escape. Ese día era domingo por lo que las averiguaciones sobre el mecánico las tendríamos que dejar para el día siguiente.
Por la mañana del lunes desembarcamos bien temprano. La oficina de Maikai Marina no estaba abierta, así que nos dirigimos caminando directamente hacía el pueblo para preguntar por allí. La carretera, en un pésimo estado de mantenimiento, estaba llena de socavones, polvo y charcos. Además, estaba atestada de coches para lo pequeña que era la isla y para colmo, mientras andábamos por ella, empezó de nuevo a llover y se convirtió en un barrizal. Sin duda, para nosotros, Bora-Bora estaba resultando poco acogedora. Descubrimos una pequeña tienda de material náutico y preguntamos. De allí nos remitieron a Bora-Bora Marine, un taller náutico. Una vez en él, le enseñamos al responsable las fotos que habíamos hecho de la avería y él, tras hacer las correspondientes consultas telefónicas con Tahití, nos tranquilizó. La cosa no era ni muy grave, ni muy cara, ni llevaría mucho tiempo arreglarla porque en Tahití tenían recambios. ¡Qué alivio! Ya nos habíamos imaginado teniendo que navegar de regreso a Raiatea y una vez allí, tener que esperar semanas a que llegara el material adecuado. Nada de eso iba a pasar. El problema era una pequeña pieza de goma de la bomba de agua que al parecer, después de mucho tiempo, siempre fallaba y había que sustituirla. El mecánico sabía arreglarlo. Al día siguiente, llevaríamos al taller la bomba de agua y el mecánico, tras desmontarla, mediría la pieza que fallaba y pediría el recambio exacto a Tahití. En dos días podríamos pasar a recogerlo todo ya arreglado. En total, con portes y todo, el arreglo nos saldría por 85 euros con el envío y todo, ya que sólo requería de una hora de mano de obra. ¡Qué alegría!
Totalmente aliviados, seguimos nuestros planes de visita pero ahora algo cambiados. Sin motor, dejaríamos el barco en Maikai Marina durante todo el tiempo que estuviésemos en Bora-Bora. El coste de la boya eran 2000 francos polinesios (16,76€) la primera noche y 1000 francos (8,38€) las siguientes, pero si te quedabas una semana sólo pagabas 5000 francos (41,90 €). Esa iba a ser nuestra opción. La marina, que más bien era sólo un restaurante, no tenía baños ni ducha pero sí internet gratis que a veces iba bastante bien desde el barco. El agua costaba 3 francos (0,03€) el litro por lo que cargaríamos también allí el agua.
Después de un día fuertemente lluvioso en el que no nos apeteció ni salir del barco, el cielo, algo más despejado, nos animó al día siguiente para desembarcar las bicis plegables con la intención de dar con ellas una vuelta a la isla, de unos treinta kilómetros de perímetro.
Vaitape, el pueblo, era sin duda lo peor de Bora-Bora. Con mucho tráfico, mucho polvo, con obras en la carretera -que le hacían falta-, formaba un conjunto que ocultaba el paraíso que dicen que es Bora-Bora. Sin embargo, a medida que te alejabas un poco del propio Vaitape, empezamos a reconocer lo que ya habíamos visto en las otras islas polinesias: las flores, la tranquilidad, la verde vegetación, la gente saludando siempre con su sonrisa, etc. El tráfico casi desapareció y el tránsito con las bicicletas fue muy agradable, observando toda la barrera arrecifal que envolvía a la isla y que en su mayor parte estaba formado por grandes motus donde se situaban los famosos resorts de Bora Bora, con sus cabañitas de madera como “Le Meridien” o el “Intercontinental”.
Seguimos con la bici y llegamos, tras una subidita –la única del paseo-, a Pointe Haamaire, un punto donde había un antiguo cañón norteamericano de la Segunda Guerra Mundial. Vimos que para acceder a él cobraban 5 euros por persona y como no nos interesaba tanto el artefacto, proseguimos con el paseo en bici. La presencia de ese cañón se justifica porque durante la Segunda Guerra Mundial los norteamericanos instalaron en la isla una gran base militar. Unos 4000 soldados vigilaban entonces que los japoneses no ocuparan la Polinesia y llegaran a EEUU. Ahora, pasados los años, sólo quedan algunos vestigios de aquella presencia como los varios cañones abandonados que están desperdigados por la isla o como –nosotros no lo notamos-, los rasgos bastante occidentalizados de muchos de los polinesios de Bora-Bora resultado del trabajo muy exigente de vigilar noche y día a los japoneses. Era curioso pensar la diferente suerte de las personas. Mientras unos soldados se morían en algunas de las horribles batallas de aquella guerra, otros estaban en Bora-Bora, lejos de cualquier conflicto, dedicándose a otros menesteres.
Muchas de las casas que veíamos por la isla cumplían con la tradición local de enterrar a sus muertos en el jardín de casa, justo al lado de la carretera, por lo que lo primero que veíamos de una vivienda eran sus tumbas. Cerca de Punta Matira, al sur de la isla, había muchos hoteles y las playas se veían muy bonitas. Sin duda, aunque poco vírgenes, esas playas eran una de las mejores que habíamos visto en la Polinesia. En ellas pudimos ver incluso alguna raya.
De regreso a Vaitape pasamos por delante del Restaurante-bar Bloody Mary’s, que no sabemos porque era conocido pero al parecer, a él acudía toda la gente famosa que llegaba a la isla. En su entrada había grandes paneles donde ponían los nombres de sus más ilustres visitantes.
Unos kilómetros más allá ya estábamos en Vaitape. Habíamos dado el periplo a la isla sin esfuerzo. Nuestra sensación de Bora-Bora tras rodearla enteramente era que, si bien la isla era bonita, difícilmente se podía calificar como la más bonita de las Sociedad y ni mucho menos, como la más bonita del mundo como algunos decían algo emocionados de más. Ya en el pueblo, pasamos a recoger la bomba de agua que estaba puntualmente lista y en cuanto llegamos al barco, la instalamos y la probamos viendo con alivio que funcionaba perfectamente.
El 23 de abril, quisimos subir a las alturas de Bora Bora. La famosa orografía de Bora-Bora la culminan tres montes. Dos, el Ohue (619 m) y el Pahia (661 m.), están uno al lado del otro y el tercero, el Otemanu (727 m.), está un poco más allá. Este último monte, por lo que sabíamos y veíamos, no se podía ascender andando, había que escalarlo, así que nos contentamos con intentar subir sólo a los dos primeros. El problema era que en todos los sitios donde buscábamos información de cómo subirlo decían que era imprescindible contratar un guía, pero como en un blog de unos franceses decían que lo habían subido sin guía, intentamos imitarles. Primero porque no nos gusta mucho ir con uno por la falta de libertad que te deja y segundo, porque era bastante caro (100 euros por persona). El camino empezaba en el propio pueblo de Vaitape, al lado de una empresa de alquiler de coches. Allí, un letrero advertía en varios idiomas que no era recomendable hacer la excursión sin guía. El camino, al principio, transcurrió en línea recta entre las casas pero justo antes de llegar a la última, hubo que doblar a la izquierda. Más adelante, se tomaba un camino que subía entre la vegetación que estaba poco pisado y que llegaba hasta el bosque más tupido de la falda del monte. Allí, el camino se difuminaba en varias alternativas que no parecían que llevaran a ningún sitio, así que nos perdimos. Por suerte, preguntamos a un agricultor que vimos por allí y muy amable se vino con nosotros un tramo del camino para orientarnos. Según él, desde que habían hecho nuevos caminos a las fincas, se habían llevado los trazos del antiguo sendero y ahora no había quien lo encontrase. Enseguida llegamos a un punto al pie de la ladera donde había grandes piedras con musgo y desde allí se seguía recto de cara a la fuerte pendiente. Durante ese primer tramo el camino estaba muy difuminado por lo que nunca hubiéramos dado con él si no hubiera sido por el amable lugareño, pero a partir de allí el camino se fue concretando y se tornó muy evidente. Ascendió directísimamente por la ladera bajo la vegetación hasta que a cierta altura, llegamos a una zona de roca. Allí, el camino serpenteaba entre las mismas, primero a la derecha y luego a la izquierda, con apoyo en ocasiones de diversas cuerdas que no eran muy de fiar por su antigüedad. El camino, ya bajo las rocas principales, dio la vuelta a la montaña y en su espalda, ascendimos los últimos metros hasta el punto más alto del Ohue. Desde esa altura, las vistas eran espectaculares y allí nos quedamos un buen rato disfrutando y haciendo fotos. Pero queríamos intentar subir también el Monte Pahia, que parecía que estaba muy cercano yendo por la misma arista. Habíamos leído que unas cuerdas te ayudaban a destrepar y luego, tras avanzar justo por la arista, otras cuerdas te permitían subir al Pahia, pero allí no había ni cuerdas ni rastro de sendero. Seguramente, la mayoría de la gente se limitaba a subir a esa primera montaña porque las vistas eran ya muy buenas. A nosotros sin embargo, nos hacía ilusión llegar al segundo pico. El destrepe inicial fue fácil, la arista también, pero la ascensión última era muy expuesta con precipicio casi a los dos lados y, sin camino ni cuerdas, podías meterte fácilmente en un berenjenal. En cuanto llegamos a unos grandes bloques de piedras que dificultaban la cosa, Dani subió por allí -aunque era algo arriesgado- para ver si ese era el camino. Sandra prefirió ir por otro lugar que más adelante llevaba al mismo sitio y era bastante menos expuesto. El último tramo, era de una pendiente bastante grande –unos 70 grados-, con los precipicios a los dos lados y con una hierba sobre la roca que era tan densa, que no tenías acceso a cogerte a la roca por ningún lado. Sólo podías cogerte a los tallos por lo que la cosa no era muy segura. Dani se adelantó y desde arriba observó unas vistas que eran bastante mejores que desde el primer pico y es que la visión era todavía más amplia. No obstante, recomendó a Sandra que no subiera porque él mismo no sabía muy bien cómo iba a bajar de allí ahora que estaba arriba. Finalmente, el descenso no fue tan difícil como se había imaginado una vez la vegetación estaba pisado. Aún así, Sandra descartó finalmente subir. A partir de entonces, desandamos el camino y descendimos bastante rápidamente. Sobre las tres de la tarde, estábamos ya en la ciudad, arañados por las hierbas y muy cansados, pero contentos por haber podido observar Bora-Bora desde las alturas.
El último día en Bora-Bora nos dedicamos a comprar comida, a hacer los papeleos de salida de la Polinesia Francesa y a cambiar los francos polinesios que nos quedaban por dólares. El gendarme, que era el encargado de hacernos los papeles de salida, resultó extraordinariamente simpático y animado. Tanto, que el pobre parecía que se había tomado alguna sustancia ilegal. Mientras intentaba hablar un poco español haciendo bromas, empezó a buscar muy ágilmente en el pasaporte el sello de entrada de la Polinesia. Entonces le recordamos que nosotros, por ser españoles y de la Unión Europea, no nos lo sellaron a la entrada y que en teoría no había que sellarlo a la salida, pero aún así, él se ofreció a sellárnoslo igualmente como souvenir (en francés significa recuerdo), a lo que aceptamos encantados. Así, teníamos un sellito más en nuestro pasaporte.
La salida de la Polinesia Francesa la hacíamos ya aunque aún teníamos una última isla que visitar de esta región francesa, Maupiti. Pero como esta isla era muy pequeña y no tenía ni gendarmería, ni bancos, ni cajeros, tenía que hacerse todo en Bora-Bora antes de partir. Esto era algo aceptado sin ningún problema por las autoridades y era práctica común entre los navegantes.
La Polinesia Francesa se nos acababa pero aún quedaba una isla de la que decían que, esta sí que sí, era la más bonita de La Sociedad. Decían en concreto que era como Bora-Bora pero en pequeño y sin turismo. ¿Sería verdad? En la próxima entrada os contaremos sobre ella.
¡Hasta pronto!
Fernando - Andua dice:
¡¡ Ah, asi que es verdad, Bora Bora existe !!
Gracias por enseñarnos esos rincones que no aparecen en las guías, seguir disfrutando como hasta ahora y que nosotros lo veamos.
Un saludo.
Armensis dice:
Muchísimas gracias por compartir esta aventura con tanto detalle, sois una buena guía de la que tomo nota para futuros sueños, a ver si llega mi momento, mientras seguiré viajando con vosotros, así despacito, deslizándome con vosotros por este planeta en vuestro Piropo , buen viento pareja!!