TAHAA y RAIATEA (Archipiélago de Las Sociedad). Del 8 al 18 de abril de 2015.
Una travesía tranquila nos llevó frente al Pase de Toahotu, en la Isla de Tahaa. La entrada a la laguna de la isla fue muy sencilla navegando entre dos motus repletos de palmeras. Cerca del motu de la derecha, a refugio del arrecife y del propio motu, había la posibilidad de echar el ancla pero decidimos continuar navegando un poco más para fondear al final de la profunda y próxima Bahía de Haamene.
La isla se veía muy virgen y poco poblada. Sólo la parte cercana al mar estaba ocupada por casas unifamiliares y bajas construidas de la forma habitual en las que se construían en la Polinesia Francesa. Descubrimos con sorpresa que al final de la bahía, al igual que en Fare (Huahine), la administración local había instalado unas boyas amarillas gratuitas para facilitar la presencia de los barcos. Las islas de La Sociedad y en concreto, las Islas de Sotavento, están consideradas como uno de los lugares más adecuados para navegar del mundo porque además de estar todas las islas muy próximas entre sí, están rodeadas de una barrera de arrecifes que hacen que la navegación por el interior de la laguna sea muy placentera, sin olas y casi siempre con viento. Hay una gran flota de barcos de alquiler disponibles en Raiatea y casi todos los barcos que veíamos navegando por la zona eran catamaranes de algunas de las compañías de chárter. El único inconveniente para navegar es que la laguna de las islas suele ser muy profunda (entre 20 y 40 metros) y en consecuencia, los lugares para fondear no son numerosos, en especial, cerca de las poblaciones. Este inconveniente lo evitaban instalando boyas amarillas como las que veíamos cerca de las poblaciones más importantes. Además de haberlas visto en Fare (Huahine), también las vimos en Haamene, Patio y Tapuamu (Tahaa) y en la Bahía de Faaroa en Raiatea.
Bien enganchados a la boya en la Bahía de Haamene, nos decepcionó un poco el lugar. Si bien la bahía, profunda y muy verde, llamaba la atención, el agua estaba bastante turbia y la pequeña ciudad no tenía buen aspecto con obras de construcción de un dique nuevo y unos largos edificios con aspecto de naves industriales que después descubriríamos que eran colegios.
El día nueve desembarcamos preparados para caminar. El pueblo de Haamene era muy pequeñito con su oficina postal, la Mairie (ayuntamiento), una biblioteca, un supermercado, un pequeño bar con bocadillos y el colegio horrible comentado. Queríamos hacer ese día un paseo que llevaba a través de la montaña hasta el pueblo de Patio, al norte de la isla. Preguntamos a varias personas dónde se tomaba el camino y, aunque algunos nos dieron informaciones incorrectas, al final dimos con él. Había que abrir varias puertas de cercados pero aparte de eso, el sendero fue muy claro durante todo el recorrido. El entorno de vegetación era tan denso y alto que las vistas fueron nulas durante casi todo el trayecto. En el collado, en el punto más alto del recorrido, las vistas se despejaron y pudimos observar tanto la Bahía de Haamene, la Bahía de Hurepiti, la zona sur de Tahaa e incluso la isla de Raiatea. Desde allí, el sendero ya descendió hasta llegar a Patio. Dimos entonces una vuelta por el pueblo y divisamos un restaurante con buena pinta y baratito y decidimos probar algo a la vez que descansábamos. Comimos muy bien un poisson cru (atún crudo, zanahorias y pepino preparados con leche de coco y limón) y un chao men (fideos chinos con trozos de pollo, pota –acelga polinesia-, col y salsa). La señora que nos atendió, muy amable y poco acostumbrada a tener turistas según nos pareció, nos obsequió con varias papayas y un pamplemousse (toronja). A la hora de pagar le dimos una pequeña propina y la señora se quedó muy extrañada. No debía ser costumbre aquí.
De regreso a Haamene, pasamos de nuevo por un pequeño río que habíamos visto a la ida y que estaba a unos treinta minutos desde el embarcadero. Decidimos que, como el agua de la bahía no se veía muy limpia debido especialmente al movimiento de tierras de la construcción del dique, en cuanto llegáramos al barco cogeríamos los jabones y volveríamos para lavarnos allí. Así lo hicimos y allí nos bañamos durante un buen rato. Además de limpiarnos nos refrescamos, lo que era de agradecer ya que las caminatas por los trópicos eran muy calurosas aunque transcurrieran, como ese día, casi todo el rato a la sombra de los árboles.
Al día siguiente, salimos de la Bahía de Haamene y disfrutamos mucho navegando a vela por el norte de Tahaa. Sin olas, por la protección del arrecife de coral, contemplamos la costa de la poco poblada isla y los motus que sobresalían en la propia cadena de arrecifes. Llegamos después al fondeo situado frente al conocido como Jardín de Coral (posición aproximada 016 36.31 S 151 33.49 W).
El Jardín de Coral era un lugar situado entre los motus Tau Tau y Tuari donde podía hacerse un agradable buceo sin botella. Lo normal era caminar por el motu Tuari hasta llegar al punto más próximo al arrecife exterior y luego echarte al agua para, arrastrado por la corriente, disfrutar observando los corales y su fauna casi sin moverte. Nosotros, dejamos La Poderosa en la playa del motu Tuari y nos echamos a nadar directamente porque casi no había corriente en ese momento. A medida que avanzó el buceo la corriente fue aumentando y al final casi no podíamos avanzar. Aún así, conseguimos llegar a lo que tenía que ser el principio del recorrido. Entonces, nos dejamos llevar. Así, hicimos un recorrido de ida lentamente y un segundo recorrido de vuelta a bastante velocidad. Había en el lugar corales de varios tipos y colores y muchos peces coralinos: ballestas, salmonetes, peces mariposa, peces globo, algún payaso, algún Picasso, fedrís, loros, julias, lábridos hocicudos, meros… No era tan espectacular como las Tuamotú pero era muy bonito. Lo peculiar aquí era que los animales estaban más acostumbrados a las personas y a la costumbre local de los guías turísticos de darles de comer, y por ello los peces, especialmente los mariposa, se acercaban confiados y te picoteaban las manos creyendo que tenías comida.
Nos fuimos al día siguiente hasta Uturoa, ya en la isla de Raiatea. En Tahaa poco quedaba por ver excepto las plantaciones de vainilla que era lo que más caracteriza a Tahaa, que se anunciaba como “La isla de la vainilla”. Sin embargo, no nos apeteció visitar ninguna plantación porque ya las habíamos visto por fuera, porque habíamos visto por el bosque mucha vainilla salvaje, por lo que conocíamos la planta, y porque ya habíamos leído algo sobre la peculiaridad de su polinización, que se hacía a mano porque no había insectos que lo hicieran naturalmente. Así pues, para no tener que comprar vainilla que era cara y no sabíamos qué hacer con ella después, desechamos la visita a ninguna plantación.
Raiatea era nuestro siguiente destino y para llegar a ella la travesía iba a ser muy agradable ya que el arrecife coralino que envolvía a Tahaa envolvía también a Raiatea. Así pues, no había que salir a mar abierto.
Navegando hacia Raiatea, un remero local se nos pegó en la popa. Suponíamos que lo hacía para mantener un ritmo pero no sería la única vez que nos pasaría ya que en otras jornadas también se nos acercaron otros remeros con los que nos saludábamos e incluso charlábamos mientras ellos estaban en pleno ejercicio.
Llegamos a Uturoa, la capital de la isla y nos amarramos al muelle donde habíamos leído que podías quedarte unos pocos días (posición aproximada 016 43.74 S 151 26.60 W). Un francés solitario que nos saludó muy amable y con el que tomamos algo en su barco un par de días, llevaba una semana allí y nos confirmó que podíamos quedarnos mucho tiempo sin problema. Ese día, domingo, la ciudad nos pareció horrible. Sin nadie, sin personas ni coches, las calles se veían especialmente sucias.
Al día siguiente, ya más animado el pueblo, nuestra impresión sobre él mejoró. Queríamos hacer ese día un paseo muy popular que llevaba al Monte Tapioi. Este monte, de escasos 294 metros de altura, estaba enfrente del pueblo y lo coronaban unas antenas de comunicaciones. En un principio, el paseo no parecía muy atractivo pero la excursión finalmente nos encantó. Durante el camino vimos muchas vacas, toros, gallos y gallinas. También vimos varias mujeres locales que lo subían para mantenerse en forma. Todo estaba verde e incluso el suelo era de hierba recién cortada. En una hora llegamos a lo mejor, la cima, y a las vistas que desde allí se contemplaban. Se podía observar perfectamente la laguna que unía Tahaa y Raiatea y el arrecife de coral que envolvía a ambas islas, e incluso la silueta de Bora Bora muy cercana. Era una maravilla. El día, soleado, mejoraba aún más la visión.
El 14 de abril alquilamos un coche para dar la vuelta a la isla. Costó 5.800 francos polinesios (48,60 euros). Como el resto de las islas de las Sociedad, en Raiatea las edificaciones se limitaban a la zona costera siendo el interior de la isla totalmente virgen. La isla estaba algo más poblada que Huahine y Tahaa pero nada en comparación a lo que nos imaginábamos cuando nos decían que eran unas islas turísticas. Aquí el turismo era casi inapreciable y es que viajar hasta aquí en avión era muy caro y si no te gustaba navegar, bucear, contemplar el paisaje o relajarse con los tranquilos y amables polinesios, poco más había para hacer. Pero a nosotros nos encantaban estas islas.
La primera parada fue en el Marae Taputapuatea, el más importante de la Polinesia Francesa y, al parecer, el centro espiritual del poder cuando llegaron los primeros europeos a las islas. Los jefes maoríes de las Australes, las Cook y Nueva Zelanda, venían aquí para importantes ceremonias. Por lo visto, usaban el Pacífico como la calle de enfrente. El complejo tenía varios maraes, algunos pequeños y deteriorados y otros más grandes y mejor conservados como el Marae Tauraa o el Marae Hauvivi.
Aproximadamente en el kilómetro 42 de la carretera, vimos un bonito Pain de sucre al lado de la carretera que nos recordaba a los pitones de Fatu Hiva. Poco después, había una carretera que atravesaba la isla y donde podía observarse un poco mejor la vegetación interior. Comimos unos bocadillos en una playita bajo un árbol y frente al Motu Haaio y el Nao nao y, más adelante, paramos para comprar a una señora una ristra de rambután o lichis. Un fruto que aunque casi no tiene para comer, tiene un sabor dulce que parece un caramelo. Por último visitamos el Marae Tainuu formado por grandes bloques de coral. La isla no dio para más y con el tiempo que nos sobró aprovechamos el coche para cargar los bidones de gasoil en la gasolinera y llenar los bidones de agua en unas duchas que había próxima al puerto. El agua era potable, como nos confirmó un señor, pero su sabor a plástico era tan horrible que a los pocos días tuvimos que aprovecharla rápidamente para lavar lo que pudiéramos y el resto la tiramos. Por la noche, salimos a cenar una rica pizza al restaurante Le Napoli.
Al día siguiente nos íbamos a ir pero otro navegante que conocíamos nos dijo que esa noche proyectaban en la ciudad tres documentales ganadores del FIFO (el Festival Internacional de películas documentales de Oceanía) que se había celebrado en Tahití. Así pues, esa noche iríamos al cine. Llegamos de los primeros y el organizador, un señor mayor de pueblo que pertenecía a una asociación cultural que organizaba aquello, nos dio la bienvenida. Nos encantó la experiencia porque además de disfrutar de las proyecciones vimos un poco la vida cultural de la isla y la gente que acudía a esos eventos.
Dejamos Uturoa y nos fuimos para la Bahía de Faaroa. En esa bahía nos enganchamos a una boya gratuita en la posición 016 49.06 S 151 24.96 W y en cuanto lo hicimos, se puso a llover. Sólo un velero medio abandonado había en la bahía aparte de nosotros. No paró de llover en toda la tarde, así que cuando amainó un poco nos subimos al auxiliar y nos adentramos por el Faaroa, el único río navegable de la Polinesia francesa. La lluvia caía de tanto en tanto, pero no nos impidió observar la frondosa vegetación de mangos, mapes, palmeras y flores a ras de agua. Alguna casita de agricultores con su respectivo desembarcadero y plantaciones de bananas aparecían de vez en cuando. Finalmente, el río se estrechó tanto que un árbol caído impidió nuestro avance, por lo que nos dimos la vuelta y regresamos al Piropo.
Con esta visita, dimos por concluida nuestra estancia en Raiatea. Nuestro siguiente destino sería Bora Bora. Para acortar un poco la travesía hasta esta isla, al día siguiente navegaríamos hasta las proximidades del Pase Paipai, en aproximadamente la posición: 016 38.31S 151 33.25W donde pasamos un agradable día fondeados en la barrera de arrecife. Desde allí, navegaríamos al día siguiente hasta Bora Bora.
¡Hasta la próxima!
Blanca dice:
Hola pareja!
Se os ve radiantes, y no me extraña con toda esa belleza alrededor. Seguid disfrutando y cuidaos muchísimo !
un beso enorme!
Blanca
Jorge Mora dice:
Gracias por compartir vuestras experiencias! Mi mujer y yo os seguimos y esperamos vuestras actualizaciones… Nos gusta la forma de redactar que utilizais… y sobre todo las fotografias! Por cierto, quien de los dos escribe?
Mucha suerte!