ISLAS GALÁPAGOS II (ISLA DE SANTA CRUZ). Del 6 al 12 de mayo de 2014.
La travesía de San Cristóbal a Santa Cruz fue una travesía tranquila, agradable, muy soleada y acompañada de una ligera brisa casi todo el tiempo. Al principio, tuvimos que navegar a motor por la total escasez de viento, pero sobre las diez de la mañana, se levantó un vientecito de 10 a 15 nudos que sólo disminuyó puntualmente a sotavento de la pequeña isla de Santa Fe, que pasamos de camino.
Santa Fe era una isla desierta en la que no estábamos autorizados los veleros a recalar. Sin embargo, allí habían fondeados dos de los múltiples pequeños cruceros que pasean a turistas por el archipiélago. Su bahía, era uno de los puntos visitables autorizados para dichos cruceros por el Parque Nacional Galápagos mientras que a los veleros, si tenían un autógrafo, sólo nos autorizaban a visitar Puerto Baquerizo Moreno (San Cristobal), Puerto Ayora (Santa Cruz) y Puerto Villamil (Isabela). Las Galápagos son un 97% Parque Natural y la zona protegida no es visitable salvo que tengas una autorización especial. Sin embargo, existían ciertos puntos dentro del parque que sí podían ser visitados. Los cercanos a los asentamientos poblados de las tres principales islas se podían visitar, dependiendo de los casos, sólo u obligadamente acompañado por un guía naturalista. Los que estaban alejados de los asentamientos poblados, sólo podían visitarse mediante un crucero y por ello, los cruceros eran la forma más común de visitar las Galápagos pese a su elevado precio y la sensación que podías tener de poca libertad –ahora aquí, ahora allí-.
Sobre las quince horas, tras haber recorrido las 44 millas que separaban San Cristóbal de Santa Cruz, llegamos a Puerto Ayora. La bahía se veía tranquila y bastante vacía y echamos la cadena en siete metros de profundidad a mucha distancia de cualquier otro barco. Había tres veleros fondeados con doble ancla, una por proa y otra por popa, pero todos los demás, barcos y veleros, fondeaban con un ancla por lo que no quisimos complicarnos la vida y fondeamos también con un ancla. Esta sería una decisión de la que nos arrepentiríamos un poco posteriormente.
Puerto Ayora era un fondeo muy peculiar ya que tenía la costa a sotavento y el oleaje entraba libremente aunque muy menguado por una cadena natural de arrecifes submarinos. Cuando había viento, este oleaje se toleraba muy bien porque el barco se aproaba totalmente al viento. Sin embargo, cuando el viento bajaba y la corriente colocaba al barco de lado a las olas, el meneo era entonces bastante considerable e incómodo. El echar una segunda ancla evitaba esta situación ya que el ancla de popa aproaba el barco a las olas y ya no tocaba sufrir ningún vaivén lateral. Sin embargo, nuestra incomodidad en ese fondeo no sería por las olas, que también, sino por los simpáticos cruceros de turistas que se dedicaban a fondear muy cerca de nosotros creándonos situaciones incómodas y todo ello sin ningún motivo porque había espacio de sobra en la bahía para fondear. Pero eso sería más adelante. Ese día estuvimos muy tranquilos.
Poco después de echar el ancla, nos bañamos para refrescarnos antes de que nuestra agente local, Irene, viniera a bordo de un taxi acuático acompañada de un oficial de capitanía que debía cumplimentar el arribo oficial a la isla. El funcionario nos hizo muchas preguntas, muchas personales y algunas oficiales que consideramos bastante absurdas en la mayoría de los casos: cuántos litros de combustible tenía el depósito fijo –sin importarles cuánto llevábamos en bidones portátiles que era casi 10 veces más-, cuánto consumía el barco a la hora, cuántos aros salvavidas llevábamos a bordo, etc. Lo más absurdo fue cuando nos hicieron cerrar el grifo de fondo creyendo que por ahí podía crear una fuga residual al mar. ¡Pero si sólo servía para meter agua al motor! En cuanto se fueron lo volvimos a abrir. Coste del arribo: 15 dólares.
Al día siguiente, después de desayunar y con una lluvia medio intensa, descubrimos que el fondeo estaba lleno de tiburones puntas negras de muy pequeño tamaño, unos 50 a 60 centímetros. En muchas ocasiones nadaban muy cerca de la superficie asomando su aleta dorsal con su característica punta negra. Estaban cerca del barco porque debajo de nosotros se había colocado un gran banco de peces de pequeño tamaño que se refugiaban de los pelícanos. Los tiburones parecía que no eran lo suficientemente rápidos para comerse a esos pequeños peces pero cuando los pelícanos se lanzaban a por los pececillos, en ocasiones chocándose y todo con el costado del barco, los tiburones acudían rápidamente para ver si podían capturar algo que se les pudiera escapar del pico a las aves. Nos pasamos mucho más de una hora observando a esos pequeños escualos, gravándolos y haciéndoles fotos. cuando sumergíamos la cámara enganchada al extremo de un palo, se acercaban a mirar rápidamente e incluso la tocaban con el morro. Por lo que habíamos leído, esos tiburones no eran peligrosos para los humanos salvo en contadas ocasiones que por error, habían podido morder un pie de alguien que fuera caminando por la playa. Su tamaño máximo puede alcanzar los 1,80 metros. También se acercaban cuando oían un chapoteo -por eso dicen que no conviene hacer con ellos movimientos bruscos si no quieres llamarles la atención-.
Tras el espectáculo faunístico, desembarcamos en tierra mediante un taxi acuático al que previamente habíamos llamado por el canal 14 del VHF. El trayecto era aquí más barato que en San Cristóbal ya que sólo costaba, 0,60 dólares por trayecto. En cuanto desembarcamos vimos que el pueblo de Santa Cruz no iba a ser tan bonito como Baquerizo Moreno. Casi no había lobos marinos y en cambio, había mucho más turismo. En consecuencia, había muchas tiendas de souvenirs, hoteles y tiendas turísticas donde se ofrecían buceos y tours. Nos encaminamos hacía la oficina de información y turismo donde nos explicaron muy bien qué hacer en la isla. La verdad era que en Galápagos, la fauna era impresionante pero no había mucho más que hacer si no te gustaba ver animalitos.
Tras la información obtenida, paseamos por el paseo marítimo y vimos un diminuto mercado de pescado donde los pescateros estaban totalmente rodeados de un montón de pelícanos y de dos lobos marinos que como unos perritos, estaban tranquilamente aposentados esperando que les tiraran los restos de la limpieza del pescado. De allí, nos encaminamos a un centro de crianza de tortugas llamado Fausto Llerena y que antes se conocía como Research Darwin Station. Este centro pretendía recuperar la enorme población de tortugas gigantes que en su día existía en las islas. Actualmente, se estaba consiguiendo recuperar a la población pero estuvo al límite de la extinción por la explotación de las tortugas para carne y para fabricar aceite para la iluminación de las calles. También se resintió y mucho la población por la introducción de animales en las islas como los perros, los gatos y las ratas. En el centro se podían observar a muchísimas tortugas desde las recién nacidas hasta las gigantescas de más de 100 kilos. Había muchísimas especies de tortugas dentro de las Galápagos. Incluso cada isla tenía sus varias especies endémicas. Sin duda, los galápagos gigantes, eran unos animales espectaculares. Por sus grandes cabezas y patas, por su aspecto prehistórico y por sus andares pesados y lentos pero firmes. Cuando caminaban, impresionaba mucho ver como aplastaban las rocas contra el suelo debido a su enorme peso. También nos gustó mucho los ejemplares de iguanas terrestres que tenían en el mismo centro y que también son endémicas de Galápagos. Tenían un curiosísimo color dorado intenso. Sin duda, nos encantó la visita.
Del centro regresamos al pueblo donde encontramos que aquí, también daban el típico almuerzo que ya comíamos en San Cristóbal con un precio que variaba de los 3 dólares en adelante. Tras la comida, fuimos a visitar la Laguna de Las Ninfas. Esta era una entrada de agua marina que se mezclaba con el agua dulce que de las partes altas de la isla, se iba filtrando hasta el mar. Toda la laguna estaba rodeada por dos especies de manglares, rojo y blanco y unos paneles informativos, enseñaban a diferenciarlos. Allí pudimos ver varias especies de pájaros, papamoscas, pinzones negros, y el característico canario maría. Era en definitiva un entorno muy bonito y tranquilo donde las parejitas de enamorados paseaban.
El jueves 8 de mayo nos fuimos a Las Grietas. Este atractivo turístico estaba en una zona del pueblo aislada al que sólo podía llegarse con taxi acuático. Tras veinte minutos paseando, llegamos a una enorme grieta llena de un agua salobre mezcla de agua de mar y agua dulce. No estaba mal pero había demasiada gente para nuestro gusto. Un hombre de unos 30 años intentó demostrar a su familia lo alto que era capaz de saltar y subió y subió por la pared de rocas hasta lo más alto posible de la grieta. Debía estar, sin exagerar, a casi unos 20 metros. Muy alto. Entonces se lanzó con demasiado impulso y por muy poco no se estampó con las rocas que tenía enfrente. El pobre salió con bastante cara de susto. Creo que todos los que lo vimos saltar hicimos un suspiro de alivio cuando vimos que no se había hecho nada. Pero bueno, el hombre ya era mayor y era capaz de asumir sus propios riesgos. En España en cambio, le dan por prohibir todo y ya no dejan ni tirarse de las rocas, ni bañarse cuando hay olas, ni ir en bici ni en moto sin casco… dentro de poco también controlarán lo que comemos quizá. La gente mayor parece que ya no es capaz de decidir por ellos mismos. Quizá en un futuro no muy lejano, ya no dejarán navegar por el mundo a una pareja por si acaso, no fuese a pasarles algo.
Regresamos al pueblo a comer un “almuerzo” de tres dólares y a la salida, desde la costa, vimos que un pequeño crucero nos había fondeado muy cerca. Regresamos entonces al barco y vimos que el trauma “Angelina” –el mercante que casi nos choca en San Cristobal- estaba presente todavía en nosotros porque el crucero estaba suficientemente alejado. Vimos entonces en el barco la película Master and Comander, porque recordábamos que salía Galápagos y queríamos ver esas imágenes. Cuando la película acabó nos asomamos y vimos que el crucero que nos preocupaba se había ido pero se había puesto otro en su lugar pero mucho más cerca. Por la noche, el viento roló un poco y en uno de nuestros despertares forzados para ver cómo estaba de cerca ese barco nos asustamos muchísimo. Estaba realmente pegado. Más que ninguno otro hasta la fecha. Estaba a tres metros con su considerable tamaño. Gritamos en mitad de la noche y salió un tipo con cara de dormido que era el que seguramente debería estar haciendo guardia y vigilando que no pasara nada. El tipo se fue corriendo y empezó a recoger el ancla. Mientras, nosotros, tiramos al Piropo marcha atrás para estirar al máximo la cadena y al menos evitar el golpe que podía ser inminente. Al recoger la cadena, el crucero aún se acercó más a nosotros por lo que no convenía que recogiera más cadena. Pero los barcos no se podían quedar así. El tipo nos dijo que no podía hacer más, que el capitán no estaba pero que le iba a llamar para que viniera. Nosotros, muy enfadados, le dijimos que empujaran su barco lateralmente con su auxiliar y que nosotros ya quitaríamos el ancla y cambiaríamos de fondeo. El hombre se sorprendió de que estuviéramos dispuestos a esos cuando la culpa era suya pero nosotros le contestamos que lo que no queríamos era recibir un golpe. Estábamos enfadadísimos. La situación se repetía una y otra vez pero nunca hasta el extremo de esa noche. A las dos de la noche pues, nos tocó buscar un sitio apartado en la bahía.
Por la mañana nos despertamos y vimos que otro crucero había fondeado cerca. Era como una pesadilla que se repetía. Afortunadamente, esta vez, no estaba demasiado cerca. Entre el vaivén de las olas y los cruceros, teníamos muchas ganas de irnos de Santa Cruz. Desembarcamos y contratamos un taxi para que nos llevara a la zona alta de la isla y pudiéramos conocer Los Gemelos, el Chato y los túneles de lava. El precio de los taxis por ese trayecto de unas tres horas siempre solía ser el mismo, unos 30-35 dólares.
Los gemelos eran dos enormes huecos circulares parecidos a cráteres que tenían una densa y verde vegetación en su interior. Su origen fue el hundimiento del terreno por la gran cantidad de huecos que deja la lava en una erupción. Estaban rodeados los dos gigantescos huecos por un denso y húmedo bosque de escalesia, una planta endémica de esa isla. Después, visitamos El Chato que era una finca enorme en la que se podían ver galápagos gigantes en estado de libertad. Vimos unos ejemplares realmente gigantes y lo que más os gustó, fue que podías acercarte bastante a ellos y verlos con muchísimo detalle. En esa misma finca, pudimos visitar los túneles de lava que como su nombre indica eran túneles que se habían formado en su día a consecuencia del endurecimiento exterior de los ríos de lava al enfriarse por el contacto con el ambiente. Esa parte exterior pues, queda endurecida y el interior del río de lava en cambio, se ahueca porque la lava sigue fluyendo y se vacía. Estos túneles no nos parecieron tan interesantes porque ya conocíamos los de Lanzarote y allí eran muchísimo más grandes. No pudimos disfrutar del todo la visita, ya que había muchas hormigas que se subían por los pies y mordían fuertemente.
De regreso a Puerto Ayora fuimos a un supermercado relativamente grande si los comparábamos con los colmados que eran habituales en las Galápagos. Algunos precios eran: tretabrik de leche (1,75 $), 12 huevos (2,40 $), 2 Kg de harina de trigo (4,45 $), 1 kg. de azúcar (1,20 $), 2 kg. de arroz (3,10 $), pasta (1,20 $) y 400 gr. de café (5,40 $). El agua en cambio era muy barata y 5 litros sólo valía 1,5 $. En Santa Cruz e Isabela, y no sabemos si en San Cristobal, no existía agua potable y el agua de los grifos era salobre. La gente entonces bebía toda el agua embotellada proveniente de una desalinizadora local.
Volvimos al barco y nos bañamos a cubos porque la presencia de tiburones era constante y aunque nos decíamos que no hacían nada, no estábamos todavía acostumbrados a su presencia.
El barco que estaba próximo por la mañana se había acercado algo con la falta de viento y aunque estaba lejos, preferimos estar totalmente tranquilos esa noche y cambiamos de nuevo el fondeo. Cualquiera que nos viera pensaría que estábamos locos. Esta vez decidimos largarnos muy lejos, al lado de otro velero que estaba fondeado muy apartado desde el primer día. Nos acordamos entonces que ese primer día, nos preguntábamos porque había fondeado tan lejos. Ahora sin duda, sabíamos la razón.
El 10 de mayo nos fuimos a visitar Bahía Tortuga. Desde la ciudad se cogía un sendero rodeado de una vegetación de cactus que te llevaba en unos cuarenta minutos hasta una larga playa llamada, muy originalmente, Playa Larga. Era un día al nublado pero cuando llegamos, había bastante gente allí aunque nada comparado a lo que habría en un playa española en verano. Al final en Galápagos, como habían tan pocas cosas que te permitían ver, todos acabábamos yendo a los mismos sitios y solías coincidir con las mismas personas en distintos lugares en diferentes días. Playa Larga estaba rodeada de algunas pequeñas dunas que tenían señalados con banderines los nidos de tortuga marina para que la gente no los pisara. Al final de la playa, había una zona de manglares donde varias iguanas marinas tomaban el sol unas encimas de otras. Más allá de la zona de manglares estaba Playa Mansa donde comimos los bocadillos que llevábamos preparados. Nos rodearon entonces muchos piqueros que picoteaban las migas, e incluso, se nos subían a las piernas.
Volviendo por Playa Larga vimos pequeños tiburones puntas negras que intentaban pescar en la orilla. Se acercaban tanto que uno incluso estuvo a punto de quedar varado cuando una de las olas se retiró. Ya en el pueblo, se puso a llover muchísimo y bajo un banco cubierto cerca del muelle, esperamos la cita que teníamos con Irene, nuestra agente. En el propio muelle vimos nadando una enorme raya águila moteada que nadaba tranquilamente y más tarde, un tiburón puntas negras de considerable tamaño. Este sí que debía ser adulto.
Acudió entonces puntual a la cita Irene y nos dio el zarpe para poder irnos a Isabela. Con ella también fuimos a migración donde nos sellaron el pasaporte de salida de Ecuador ya que en Isabela no había dicho organismo. Nos cobraron allí 15 dólares. Un suma y sigue.
Nos despedimos de la ciudad yendo a un pequeño supermercado. Normalmente las tiendas de comestibles no ponían ningún precio pero ese supermercado aún fue peor, los ponía pero todos estaban equivocados y por supuesto, no a nuestro favor.
El 11 de mayo fue nuestro último día en Santa Cruz y sin duda, fue el más agradable. La mañana estuvo muy soleada y las olas fueron casi inexistentes. Ya habíamos visto todo lo visitable de la isla por lo que nos quedamos a hacer faenas varias en el barco. Por la tarde el día cambió y se puso a llover y el oleaje volvió a aparecer. Pronto, muy pronto, nos fuimos a dormir porque al día siguiente, nos levantaríamos a las 00:30 de la madrugada para iniciar la travesía a Isabela. Habíamos decidido hacer la travesía de noche ya que así, aseguraríamos la llegada con buena luz a la que sería nuestra última escala en Galápagos. Una isla que teníamos muchas ganas de conocer ya que en general, nos habían hablado muy bien de ella.
¡Hasta la próxima!
Ana dice:
Hola pareja! Me alegra saber que seguís estupendamente, las fotos son preciosas, me han encantado las fotos de las tortugas, que grandes!! y las iguanas son una pasada.
Os mando un fuerte abrazo!!