PANAMÁ CONTINENTAL (1ª Parte): Travesía desde el archipiélago de San Blas hasta Colón pasando por Isla Linton y Portobelo y estancia en la ciudad de Colón. Del día 2 al 13 de febrero de 2013.
El día se presentaba igual que el anterior o incluso peor ya que el cielo estaba un poco encapotado y el viento soplaba con bastante intensidad. En ocasiones, lo hacía con puntas de 27 nudos. Sin embargo, pensamos que no nos íbamos a quedar indefinidamente en San Blas. Además, el día 11 teníamos que ir por tierra a Ciudad de Panamá a recoger en el aeropuerto a los padres de Dani y antes, debíamos llevar el barco a Colón y tener organizado el Cruce del Canal de Panamá para, en cuanto estuviésemos todos juntos, poder cruzarlo. Así pues, teniendo la agenda tan apretada como la teníamos, levantamos el fondeo y partimos de las maravillosas islas de San Blas.
Justo partiendo, nos despedimos en la distancia de Marc, del velero Ju, que se asomó para decirnos adiós. La verdad es que lo habíamos conocido muy poco pero aún así, nos había parecido muy simpático.
Salimos a motor del conjunto de islas y arrecifes de Cichimé y en el exterior, subimos la vela mayor con tres rizos ya que nos apetecía una travesía bien tranquila. También abrimos la génova bastante enrollada y pese a la poca vela que llevábamos, avanzamos a buen ritmo contra las olas. Las primeras 20 millas eran navegando a un descuartelar que se hicieron algo pesaditas porque las olas, que no eran pequeñas, chocaban contra el Piropo y pasaban sobre nosotros en forma de espuma. No obstante, fuimos avanzando y a medida que dejábamos atrás San Blas y doblábamos la punta de Porvenir, el rumbo pudo ser más cómodo, el viento se relajó bastante y casualmente, el sol brilló con fuerza. La travesía que inicialmente se nos presentaba como algo incómoda se convirtió al final en una travesía muy agradable.
A mitad travesía, Dani vio un tronco bastante grande flotando, pero a medida que se acercaba, el tronco le pareció más y más extraño. De repente y justo cuando le pasábamos por al lado, el tronco se hundió dejando ver dos patas. Era una tortuga laud. Nunca habíamos visto una tortuga de ese tipo y ¡era enorme! Tenía el caparazón de un color bastante oscuro y con bastantes algas creciendo en ella. Que ilusión nos hacía ver un animal tan curioso.
Con toda la génova abierta, avanzamos a casi unos seis nudos de media. De esta forma, nos acercamos rápidamente a la pequeña Isla Tambor que debíamos doblar antes de alcanzar la Isla Linton. Tras doblar Isla Tambor el viento nos vino de popa total por lo que recogimos génova y abrimos totalmente la mayor. La costa se veía con muchísima vegetación pero ya se podía observar alguna casa. Nada que ver con la selva totalmente virgen que existía en la zona continental frente a las Islas de San Blas. Finalmente, bordeamos Isla Linton y tras esquivar un par de nuevas piscifactorías que habían construido justo en la boca de entrada de la bahía y que las cartas nos preveían, fondeamos al socaire de Isla Linton. El lugar estaba bastante lleno de barcos y fondeamos un poco cerca de las piscifactorías con lo que el refugio respecto a las olas no era demasiado bueno. Podríamos haber buscado otro lugar pero al final, ahí nos quedamos ya que no pensábamos quedarnos mucho tiempo en el lugar.
El día 3 de febrero se levantó algo lluvioso pero después de desayunar, el sol ya se había dejado entrever entre la espesura de la selva. El entorno de Isla Linton si bien no era extremadamente bonito, sí que era curioso, sobre todo ese día ya que las verdes montañas de alrededor estaban cubiertas de bruma y los rayos de sol se filtraban a través de ella. El agua sin embargo, no estaba tan cristalina como estábamos acostumbrados porque por la zona desembocaban varios ríos y las tierras en suspensión llegaban hasta bastante lejos.
Decidimos esa mañana ir con la Poderosa hasta Puerto Lindo, un pequeño pueblo que había en el fondo de la bahía. No estaba lejos, apenas a media milla, pero temíamos que La Poderosa, con sus últimos problemas, nos podría dejar tirados en cualquier momento. Aún así decidimos arriesgarnos ya que no queríamos dejar de ver un lugar con un nombre tan sugerente como Puerto Lindo.
Nos subimos a la Poderosa y avanzamos correctamente hasta que a poco distancia de nuestro destino, el motor se paró. Dani empezó a remar con nuestro único remo y lógicamente, el avance fue bastante patético ya que la corriente no empujaba a favor, sino lateralmente. Remó y remó intentando emular al remero pontevedrés David Cal pero, con un auxiliar inflable con un fondo totalmente plano, el avance fue lentísimo. Tan lento fue el avance que incluso en algún momento se nos pasó por la cabeza que no podríamos llegar al embarcadero y que tendríamos que hacer un numerito desembarcando en medio de las rocas enfrente de cualquier casa del pueblo. Afortunadamente, poco a poco y al final, conseguimos llegar al muelle donde se dejaban las pequeñas barcas de madera a motor locales.
Puerto Lindo quizá era un puerto, pero ni mucho menos era lindo. Nos llevamos una verdadera decepción. Era un pequeño pueblo de casas de madera en un estado bastante lamentable de suciedad, abandono e incluso destrucción. La población, en su mayoría negra, se les veía vagando sin mucha actividad por las calles bastante feas también transitadas por perros sucios e incluso inválidos y niños pequeños en pelotas. La gente nos miraba serios, sin ninguna sonrisa ni ningún amago de saludo pese a que nosotros sonreíamos y saludábamos. Dimos una vuelta pero una vez visto el poblado, en unos pocos minutos, ya no teníamos nada que hacer allí. Aprovechamos entonces para preguntar, sin mucho convencimiento, si se podían comprar bujías adecuadas para La Poderosa y lógicamente, la contestación fue negativa. También nos comentaron que tampoco había un lugar para arrojar la basura ya que allí, cada uno incineraba su propia basura. Así pues, tendríamos que guardar la basura que teníamos todavía un poco más. Menos mal que era poca, que nuestro bidón donde la guardábamos era bastante hermético y que no almacenábamos basura orgánica que era la que peor olor tiene al cabo de los días.
Regresamos entonces para el Piropo tras la decepcionante visita a Puerto Lindo. La Poderosa se comportó entonces especialmente mal ya que tras bordear el pequeño arrecife que rodeaba el diminuto puerto, se paró cuando estábamos todavía a muchísimos metros del Piropo. Intuíamos que nos iba a dejar tirados de igual forma que en el camino de ida pero lo que no nos imaginábamos es que lo hiciera tan pronto. Dani se puso a remar de nuevo con la diferencia que ahora la corriente y el poco viento que soplaba lo hacía de cara y lo máximo que conseguía hacer era mantenerse en el mismo sitio. La situación no era preocupante ni mucho menos porque, aunque la costa no era adecuada para desembarcar en cualquier lado, no había olas y si al final acabábamos arrastrados, no acabaríamos en una situación demasiado embarazosa. Afortunadamente, una lancha pasó cerca, y al vernos remando de forma bastante inútil con un solo remo contra la corriente, se ofreció a remolcarnos.
Empujados por nuestro rescatador, llegamos al Piropo. Tras la comida, nos embarcamos de nuevo en La Poderosa para desembarcar en Isla Linton. Estaba muy cerca y hasta allí no había corriente por lo que con el remo, no tendríamos demasiados problemas en llegar si el motor se nos paraba por el camino. La isla no estaba habitada por humanos pero conocíamos que sí habían muchos monos que al parecer, eran simpáticos cuando te los encontrabas y antipáticos, e incluso agresivos, cuando te alejabas. Nos preparamos pues para el encuentro con galletitas, y si la cosa se torcía, con la porra telescópica. No obstante, no nos hacía ninguna gracia imaginarnos acabar en una pelea con monos ya que con total seguridad, seríamos nosotros los malparados.
La Poderosa se portó bien y en perfecto funcionamiento, nos llevó hasta la playa. La dejamos atada en un árbol y en ese mismo árbol, Dani se enganchó con un hilo de araña que más parecía un hilo de nylon que otra cosa del grosor que tenía. Menudo asco. La araña también estaba allí, gorda, negra y peluda. Estaba colgando de otro hilo suyo encima de propia Poderosa. La apartamos con el remo para asegurarnos que no se metiera en la barca y comenzamos a pasear por la orilla. Enseguida apareció un mono. Caminaba totalmente erguido, a dos patas y debía medir un metro de altura. Se nos acercó y se subió a un árbol que teníamos muy cerca. Parecía simpático y nada agresivo por lo que Sandra fue acercándose poco a poco y le ofreció su mano para que el mono se la tocara. El mono estiró entonces la suya y se tocaron los dedos. Al poco, ya cogida confianza, se cogieron la mano. Cogimos entonces una galletita de las que habíamos llevado y se la ofrecimos al mono. El animal cogió la galletita muy educadamente directamente de la mano de Dani, luego se la llevó a la nariz para olerla –no había confianza todavía para comer comida de extraños- y después se la comió tranquilamente. Era muy gracioso. La verdad es que daba una extraña sensación verlo porque era tan parecido a un humano que te daba la impresión de que allí, en esa isla, habíamos encontrado un niño peludo abandonado. Le dimos un par de galletitas más y al poco apareció otro mono. Este era menos gracioso porque era muy negro y siempre estaba enseñando los dientes, como si estuviera rugiendo. Sin embargo, le tenía mucho miedo al primer mono y guardaba las distancias. Dani se le acercó y le dio también una galletita que cogió con la misma delicadeza y cuidado que el primero. Eran unos animales preciosos y sorprendentes.
Tras estar un rato con los monos, cogiéndoles la mano y viendo como se comportaban, decidimos seguir paseando por la orilla a ver que veíamos. Los monos nos siguieron caminando a dos patas en paralelo a nosotros. Nos hacían muchísima gracia. Un poco más allá, llegamos a donde comenzaba la selva y como no podíamos seguir, nos sentamos en un pequeño embarcadero abandonado que estaba enfrente de la única casa que había en la isla y que estaba en igual estado de abandono. Entonces los monos se sentaron al lado de Sandra. Sandra le hizo un sonidito al mono negro como imitándolo y él, le estiró un brazo. Sandra se lo cogió y el mono se animó y se le subió a los brazos como si fuera un niño pequeño. Dani entonces se asustó bastante porque una cosa es dar a un mono una galletita e incluso cogerle la mano y otra es subírselo en brazos con los dientes asomando a poca distancia de la cara. Así pues cogió una galletita y se la lanzó lejos para que fuera a buscarla. Los monos ni se inmutaron. Entonces se acercó con la galleta en la mano y entonces el mono sí que se bajó de Sandra y fue a coger la galleta. -¿Qué era eso de comer la comida del suelo?.- debía pensar el mono. Llegó entonces el momento de irnos y temíamos porque los monos hicieran algo agresivo tal y como habíamos leído pero no, se quedaron impasibles viéndonos como nos alejábamos. Nos dio un poco de pena dejarlos allí, pequeños y aparentando indefensión. Nos daba la impresión que los dejábamos abandonados en la isla. Ahora entendíamos por qué era costumbre en los marinos de otras épocas ir con un mono en el barco. Debía de serles difícil dejarlos en las islas de tan parecido a los humanos que son. De todas formas, sin duda, quedarse en la isla era lo mejor para ellos.
Volvimos hacia el Piropo y aunque la Poderosa se paró enseguida, afortunadamente la distancia era pequeña y la corriente y el viento nulo por lo que pudimos llegar a nuestro destino sin problema.
Al día siguiente dejamos atrás Linton y pusimos rumbo a la cercana Portobelo. Con quince nudos de viento como máximo, la travesía fue comodísima navegando al principio de través-aleta y al final, de popa redonda. En este último tramo de travesía, como el viento era poco y la génova se quedaba desventada por la mayor, navegamos con sólo esta última vela y aún así, conseguíamos ir a una muy buena velocidad. Sin duda, la corriente debía empujar bastante fuerte.
La Bahía de Portobelo era muy profunda y refugiada. En la época colonial española era el lugar por donde sacaban todo el oro y la plata que se obtenía de Perú y Bolivia y que llegaba a la ciudad tras pasearse por el Pacífico en barcos y trasladarse después por el istmo de Panamá encima de mulas.
En cuanto entramos en la bahía ya pudimos ver las famosas fortalezas de Portobelo datadas de la época de colonización española. Sin embargo, nos llevamos una decepción porque su estado no se asemejaba en nada al estado de las fortalezas de la misma época que pudimos ver en Cartagena de Indias. Aquí estaban muchísimo peor. Al parecer y por lo que pudimos leer, gran parte de las piedras con las que se construyeron los edificios y murallas las utilizaron para construir el Canal de Panamá.
La Bahía de Portobelo estaba bastante repleta de veleros fondeados aunque aún había espacio para muchísimos barcos más. Nos propusimos fondear lo más cerca del muelle de desembarco porque como los problemas de motor auxiliar aún persistían, queríamos evitarnos situaciones desagradables y vaya si lo conseguimos, nos quedamos a escasos metros del muelle y encima, echando bastante cadena.
Tras la comida, nos propusimos pasar a saludar a nuestros amigos del velero Cibeles que habíamos visto fondeados en la bahía pero la falta de su auxiliar en su popa en ese momento nos informó que habían bajado a tierra mientras comíamos. Nos encaminamos entonces a tierra y vimos que el muelle que creíamos era el de desembarco no era el utilizado por los auxiliares de los veleros. Éstos se dejaban en cambio en un muelle que estaba un poco más allá y que estaba enfrente de una casa particular algo escondida. El dueño de la casa se encargaba de vigilarlos a cambio de un dólar el día. Pese a que esta opción era de pago, no quisimos inventar nada y decidimos dejar el auxiliar donde lo dejaban todos no nos lo fueran a robar. Pero claro, la distancia hasta allí era algo mayor y el motor no aguantó así que tuvimos que remar un poco más. Se nos estaban poniendo unos brazos…
Paseamos entonces por el pequeño pueblo que eran simplemente cuatro calles en bastante mal estado. En medio del pueblo, justo al lado del ayuntamiento, había una plaza de grandes dimensiones repleta de basura. La verdad es que daba bastante pena el estado de todo. Incluso la famosa Casa de Aduanas que, al parecer Cooperación Española había restaurado hacía pocos años, estaba ahora en un estado lamentable si es que en algún momento la habían dejado bien. Vimos una oficina de turismo y en ella entramos para intentar obtener algo de información pero no lo conseguimos. El pobre señor de su interior, era casi incapaz de comunicarse. Parecía que lo habían colocado allí después de toda una vida de haber estado aislado en la selva. No hablaba, no sonreía, no entendía… Lo único que aclaramos es que el único sitio oficial para poder tirar la basura era la plaza que habíamos visto en medio del pueblo. Así pues, la plaza central del pueblo era el vertedero municipal en el que se podía arrojar incluso, como vimos, animales muertos. Era alucinante.
Visitamos una de las fortalezas que, totalmente abierta, estaba en bastante mal estado. Era una verdadera pena verlo todo así pero era lo que había. Sin duda Panamá, que no era precisamente el país más pobre de la zona, no se había decantado por recuperar sus atractivos turísticos.
De vuelta para el auxiliar nos encontramos con Julio y Maribel del Cibeles y con ellos estuvimos charlando un buen rato. No pudimos quedar para nada más ya que ellos partían al día siguiente a primera hora para San Blas. Una navegación que en general era bastante incómoda con el mar y el viento en contra pero que esos días, podía ser mucho más asumible porque el viento estaba muy suave e incluso esa noche, estaba totalmente parado. En nuestra conversación los Cibeles nos advirtieron sobre los peligros de Panamá. Ellos no eran nada alarmistas por lo que sus advertencias las tomamos más en serio. En Portobelo por ejemplo, un pequeño pueblo, había habido dos asesinatos en las últimas dos semanas. Así pues, habría que ir un poco con cuidado. Colón al parecer era muchísimo peor. Creíamos que lo peor en ese sentido, Venezuela, lo habíamos dejado atrás pero no era cierto ya que Colón, aún decían que era peor.
El día 5 de febrero amaneció un día gris y ya no se vio el sol en todo lo que quedó de día. Durante la noche, la lluvia había caído intermitentemente. Salimos a la bañera y observamos que los Cibeles habían partido ya. Sin embargo, después de desayunar, vimos que el característico barco azul de dos palos regresó a la bahía. Al parecer habían tenido algún problema. Nos propusimos pasar más tarde a ofrecerles nuestra ayuda por si fuese necesaria.
Desembarcamos en tierra y nos dedicamos a hacer algunas tareas ineludibles. Llevamos una botella de gas a cargar y dejamos el dingui para ver si detectaban qué le pasaba al motor del auxiliar aunque ya intuíamos que el problema era la bujía que era inadecuada. También nos metimos en una tienda de artículos náuticos de segunda mano muy interesante ya que allí podías encontrar artículos que te quitaban de un problema por bastante poco dinero. Compramos unas placas de acero inoxidable para utilizar como contraplacas y reforzar un candelero que teníamos algo débil, una mesa plegable de aluminio muy cómoda para poder comer en la bañera y unos grilletes de repuesto. Y lo mejor, por fin conseguimos comprar un segundo remo. Ahora las paradas del motor auxiliar no serían tan comprometedoras. El dueño del establecimiento era un texano muy peculiar, simpático y que pese a vivir y abrir un negocio en Panamá, no tenía ni idea de español. Sin duda en este mundillo de los barcos se encontraban personajes muy curiosos.
Volviendo al barco a remos porque no teníamos motor, pasamos a saludar a los Cibeles. Al parecer habían tenido un problema en el motor bastante preocupante pero para Julio, que había construido íntegramente el barco hasta las mismas poleas, no iba a ser un problema que le quitara el sueño mucho tiempo. Efectivamente, en poco tiempo ya lo tendría reparado.
Por la tarde regresamos a tierra. Pasamos a ver si habían conseguido arreglar nuestro motorcito y lamentablemente, no pudieron hacer nada. Sin duda, era un problema eléctrico. Más tarde fuimos a internet y hablamos con nuestras familias. Los padres de Dani venían a hacernos una visita en breve y a los pobres, les encargamos una gran cantidad de repuestos que nos eran muy difíciles de encontrar en Panamá. Ya intuíamos que tendrían problemas cuando pasaran por el aeropuerto de Miami con las maletas llenas de cosas raras pero no había alternativa.
Volviendo bastante tarde para el auxiliar y siendo ya de noche, nos encontramos delante de la tienda del texano que estaba haciendo una barbacoa de pescado con unos amigos suyos y nos invitó muy efusivamente a quedarnos. Estuvimos charlando con ellos mientras comíamos el pescado a la brasa y les contamos que al día siguiente nos iríamos a Colón para preparar el pase del Canal cuanto antes. Entonces nos advirtieron que no fuéramos a esa ciudad y que si había que ir, fuéramos el mínimo tiempo posible ya que era una ciudad peligrosísima. El texano nos contó que paseando él y un amigo por la ciudad, mientras él miraba hacia un lado, tres tipos cogieron a su amigo y lo metieron en un callejón. Allí le dieron patadas y puñetazos hasta que le consiguieron quitar los pantalones y es que al parecer, no se fiaban de que llevara todo el dinero en la cartera y querían ver si en sus bolsillos había algo más. Una historia más. Los Cibeles ya nos habían contado que a unos amigos se les había subido un tipo armado al barco mientras estaban fondeados en Colón y que a esas mismas personas, paseando por la ciudad, tuvieron que refugiarse de un tiroteo. Menudo planazo pues nos esperaba en Colón.
Al día siguiente, tras charlar un poco con los integrantes del barco Desperado, de un español y una colombiana que llevaban años viviendo y navegando por la zona de Centroamérica, subimos el ancla y dijimos adiós a Portobelo.
El viento había estado muy parado pero saliendo de la bahía empezó a subir y nos fue genial para poder hacer la travesía a vela tranquilamente. Fue una empopada-aleta con unos 15 a 20 nudos. Durante la travesía echamos la nueva rapala que le habíamos comprado al texano pero desafortunadamente no picó nada aunque al recogerla, vimos que un anzuelo se había roto. Quizá algo sí había sido atraído por los colores de nuestra nueva rapala. Habría que seguir probándola.
Todavía lejos de Colón, comenzamos a intuir que nos estábamos acercándo a nuestro destino porque poco a poco, comenzaron a verse barcos gigantescos fondeados. Decenas y decenas de petroleros, gaseros, portacontenedores, portacoches… estaban fondeados en mar abierto justo delante del rompeolas de Colón. Sin duda, el Canal de Panamá estaba muy cerca.
La bahía de Colón está cerrada por un larguísimo dique que tiene dos aberturas las cuales pueden ser utilizadas para entrar en la bahía. Por si alguien no lo sabe, es en esta bahía donde está la entrada caribeña del Canal de Panamá. Tras pasar esquivando los distintos barcos mercantes fondeados, continuamos navegando a vela hasta que doblamos los diques y nos introdujimos dentro de la bahía. En el lugar habían también muchos barcos mercantes fondeados aunque quizá de un tamaño algo menor. Ya en aguas más calmadas, viendo que había bastante movimiento de barcos que podían aparecer desde detrás de cualquier barco recogimos vela aunque podríamos haber seguido navegando de esta forma. A motor miramos por el norte de la península en la que está enclavada la ciudad de Colón para ver si allí estaba un fondeadero que nos habían comentado otros navegantes sin mucha seguridad. La guía que teníamos, si bien estaba actualizada a 2010, únicamente nos indicaba como lugar para amarrar la carísima Shelter Bay Marina mientras que del antiguo Club de Yates del Canal de Panamá (CYCP), donde antiguamente se podía fondear, únicamente comentaba que estaba siendo desmantelado. Sin embargo, hablando con otros navegantes, nos habían advertido que delante del club se podía seguir fondeando. Esto nos llevó a un error porque creíamos que el lugar de fondeo estaba delante del CYCP que suponíamos no estaba del todo desmantelado pero eso no era así y el fondeo al que se refería la gente y del que no sabían su nombre era el diminuto y ridículo Club de Yates Caribe que apenas tenía ningún barco amarrado. Nosotros, equivocadamente, nos encaminamos hacia el CYCP pero al llegar allí vimos que aquello ahora era una tremenda terminal de portacontenedores. Nos metimos entre los muelles hasta justo delante del antiguo CYCP pero evidentemente aquello se había desmantelado totalmente y allí ya no se podía fondear. Así pues, ignorando que delante del Club de Yates Caribe podíamos fondear, sólo nos quedaban dos alternativas, la carísima Shelter Bay Marina o fondear en los “flats”, el fondeadero que estaba previsto para los pequeños barcos que van a pasar el Canal de Panamá. El problema de este fondeadero es que estaba en medio de la nada rodeado de un enorme puerto de portacontenedores y a bastante distancia de la costa para el estado en el que teníamos a La Podersoa. Decidimos pues preguntar por radio a Shelter Bay Marina porque aunque fuese caro, como los padres de Dani vendrían pronto, sería mucho más cómodo para ellos estar amarrados en una marina que estar fondeados en un sitio horripilante rodeado de contenedores, lejos de tierra, y con un auxiliar cuyo motor no funcionaba. Sin embargo, ocurrió una nueva decepción. La Marina de Shelter Bay estaba repleta de barcos porque en esos días, esa marina era la etapa de un rally de veleros Oyster. Así pues, no nos quedaba otra alternativa que quedarnos en los flats.
Navegamos hacia los flats y en esa enorme zona de fondeo sólo había fondeado un pequeño velero noruego y un pequeño mercante. Echamos el ancla en la zona marcada por boyas amarillas que señalaba el fondeo y tras montar el auxiliar, navegamos hacia el velero noruego para obtener información. Los pobres, aunque no lo sabían, estaban igual de perdidos que nosotros y nos comentaron que efectivamente, los flats era el único lugar para fondear en todo Colón. También nos informaron del lugar para desembarcar con el auxiliar en aquel enorme puerto repleto de enormes diques, enormes grúas, enormes portacontenedores, etc. Todo enorme. El sitio en cuestión era una pequeña playa (por llamarle de alguna manera) que se creaba cuando bajaba la marea y que estaba a los pies de unos grandes árboles. La playa estaba dentro del puerto de portacontenedores pero ya en una zona en la que no habían muelles. Para entrar y salir del complejo portuario teníamos que caminar mucho, que te controlaran los pasaportes a la entrada y luego coger un taxi hasta Colón que costaba, según ellos, siete dólares por persona y trayecto. Menudo palo. También nos informaron de que ellos habían contratado un agente para que les gestionara los trámites de paso del Canal de Panamá y que la lista de espera era de varias semanas y no de tres días como nos habían dicho a nosotros telefónicamente cuando llamamos desde San Blas. Las cosas se nos estaban complicando y estábamos bastante preocupados por el planazo que estábamos preparando para la visita de los padres de Dani. No sólo no tendrían la experiencia de cruzar el Canal de Panamá porque la lista de espera era larga sino que además, tendríamos que quedarnos varias semanas fondeados en un puerto horripilante en una de las ciudades más peligrosas de América, Colón. De todas formas, otra cosa no podíamos haber hecho porque hasta que no se midiera el barco por la Autoridad del Canal en la propia Colón y no se pagara luego el importe correspondiente, no se podía reservar hora para el cruce del Canal.
Tras la conversación con los noruegos, volvimos a levantar el ancla y fondeamos el Piropo justó en el límite de la zona de fondeo al objeto de estar lo más cerca posible de la zona de desembarco para facilitarnos el trabajo si La Poderosa se nos apagaba como estaba siendo costumbre.
El día 7 de enero desembarcamos muy pronto en la mini playa llena de porquería que nos habían señalado los noruegos. Afortunadamente la Poderosa se portó bien y funcionó correctamente. La amarramos con un candado a un árbol y salimos a la carretera que era transitada por camiones que cargaban contenedores. Allí, un chico muy amable de seguridad nos orientó y nos dijo hasta dónde teníamos que caminar para encontrar la salida de la terminal que era donde podríamos encontrar un taxi. También se ofreció, sin que se lo pidiéramos, a vigilarnos el auxiliar.
Caminando llegamos a la entrada del puerto y tras enseñar los pasaportes a los controladores, esperamos que llegara un taxi que los mismos vigilantes nos habían hecho el favor de llamar. Esperamos y esperamos y como el taxi no llegaba, los vigilantes pidieron a un coche que pasaba por allí que nos llevara hasta un sitio donde pudiéramos coger un taxi. Los chicos del coche, panameños de rasgos hindús, muy amables, no sólo nos llevaron a un sitio algo habitado para que cogiéramos un taxi sino que además, pese a que ellos se iban en la dirección opuesta, nos llevaron a nuestro destino, la ciudad de Colón y en concreto, cerca de la oficina de la Autoridad del Canal. Nuestra intención era organizar el pase del Canal de Panamá cuanto antes sin necesidad de contratar un agente por lo que cuanto antes fuéramos a esa oficina, antes tendríamos hora de pase.
Notamos enseguida que lo habitual era ir con agente porque nada estaba preparado correctamente para nosotros. Teníamos que hablar con un guardia de seguridad, teníamos que subirnos a un autobús de empleados, teníamos que hablar con otro guardia de seguridad, que nos abrieran vallas, etc, pero una vez en la oficina del Canal, situada en la torre del control del Puerto de Colón, en cinco minutos habían recogido todos nuestros datos y nos confirmaron que al día siguiente el medidor pasaría por el Piropo para medir sus dimensiones.
Tras los trámites en la oficina de la Autoridad del Canal de Panamá, fuimos a hacer los trámites de entrada en aduanas. En Panamá, cada vez que se cambiaba de puerto había que hacer una entrada y una salida. En fin, un sacadineros. Nos clavaron por el permiso de navegación que era válido para todo Panamá y que todavía no habíamos obtenido la cantidad de 103 dólares. Después, ya con los trámites burocráticos cumplidos, nos dedicamos a hacer un poco de turismo.
La ciudad de Colón era una ciudad de contrastes. Por un lado muchos edificios eran preciosos y de un claro estilo francés de la época en que los franceses crearon la ciudad para comenzar a construir el Canal. Por otro lado, el estado de todo era muy lamentable. El abandono y la dejadez era visible por todos lados y sorprendía como en ese estado, los edificios podían mantenerse en pie. La ciudad estaba muy animada y su población era casi exclusivamente negra que al parecer, habían venido a Panamá procedentes de otras islas del Caribe como mano de obra para construir el Canal. La sensación de seguridad era buena si te mantenías en las principales calles pero si te asomabas a determinadas bocacalles, la sensación de peligro aumentaba considerablemente. Meterte en un barrio conflictivo era casi imposible aunque no conocieses la ciudad porque a medida que avanzabas hacia un lugar que no era el correcto la gente te empezaba a mirar más de lo normal y al final te acababan preguntando a dónde ibas y aconsejándote que no siguieras por allí porque no era nada recomendable.
Más tarde subimos a un taxi y a priori, negociamos y conseguimos que nos cobraran la tarifa para los locales (1,20 dólares) y no la tarifa que cobran para los extranjeros (3,00 dólares). La verdad es que subirse a un taxi siempre era muy incómodo porque tenías que negociar con varios antes de conseguir que uno te cobrara lo que habitualmente se cobra a la gente local y que previamente conocíamos porque lo preguntábamos por ahí. Con el taxi nos dirigimos al Club Náutico Caribe del que habíamos oído hablar para ver si era allí donde se podía fondear. Nos sorprendía que todos los veleros que cruzaban el canal de Panamá estuvieran en Shelter Bay Marina o en unas situaciones tan precarias como nosotros en los flats por lo que decidimos ir a ver ese club.
El Club Náutico Caribe no era lo que nos imaginábamos. Apenas tenía tres diminutos muelles con unas pocas barcas a motor amarradas en uno de ellos pero lo que nos interesaba sí que lo vimos. Enfrente del Club habían varios veleros fondeados que tenían toda la pinta que se iban a ir para el Pacífico. Así pues, nos propusimos que al día siguiente, tras la medición del barco en los flats, iríamos en barco hasta ese fondeadero que era bastante pequeño pero suficiente.
Después fuimos a un centro comercial que estaba cerca y que tenía varias empresas de alquiler de coches para comparar precios y reservar un coche para poder ir a buscar a los padres de Dani al aeropuerto. El nuevo problema surgido era que esos días eran carnaval y teníamos que alquilar el coche cuatro días obligatoriamente ya que las empresas estarían todas cerradas. La oficina estaba abarrotada de gente y los precios no eran tan buenos como nos imaginábamos pero por fin, conseguimos un coche por los pelos ya que era uno de los dos últimos que les quedaban.
La visita a Colón finalizó con un nuevo regateo con taxis. Para volver a la terminal de contenedores donde teníamos el auxiliar, tuvimos que pagar 6 dólares en total, bastante menos que lo que pagaban los pobres noruegos. Sin embargo, nos llegaron a pedir 20 dólares.
El día 8 de febrero esperamos en el Piropo la visita del medidor del barco. Al cabo del rato llegó en una potente barca y desembarcó en el Piropo de un salto sin que el barco que lo transportaba tocara el nuestro. Nos midió la eslora del barco y nos dio el formulario para que pudiéramos hacer el pago en el banco. En cuanto pagáramos, podríamos llamar para que nos dieran día y hora para el cruce.
El medidor llamó al rato por radio para que le vinieran a buscar y en cuanto se fue, subimos el ancla y nos fuimos a fondear enfrente del Club Náutico Caribe para lo cual, tuvimos que rodear toda la península que contenía a la ciudad de Colón. Llegamos esquivando grandes barcos mercantes y en cuanto fondeamos, Dani saltó a la Poderosa para ir a una casa de cambio y luego ir al banco correspondiente (el City Bank) para hacer el ingreso. En total tuvimos que ingresar 1800 dólares de los que 800, eran en concepto de fianza y se nos devolvería si no ocurría nada durante la travesía del Canal. En el último año el importe del cruce del Canal había subido considerablemente de 600 a 1000 euros. Qué suerte la nuestra. De todas formas, tuvimos bastante fortuna con poder hacer el ingreso ese día porque por motivos del carnaval, los siguientes cinco días eran festivos y no podríamos haberlo hecho con el consecuente retraso para los siguientes pasos.
Esa tarde llamamos a la Autoridad del Canal para que nos dijeran las fechas disponibles para el cruce. La sorpresa fue que habían muchísimas posibilidades e incluso habían fechas disponibles a partir del día siguiente. Así pues y afortunadamente, nuestra estancia en Colón no se alargaría demasiado.
Más tarde, vinieron al barco los integrantes del barco Katouska. Un barco que acababa de fondear en el lugar y que conocimos en nuestra estancia en Puerto de la Cruz, en Venezuela. Acordamos con ellos que nos ayudaríamos mutuamente para cruzar el Canal ya que para hacer el tránsito, además del capitán y el piloto (que era un empleado del Canal y que dirigía al capitán), cada velero debía ir dotado de cuatro “liners”, es decir, de cuatro personas que estarían en cada punta del barco para ir tirando y recogiendo de las largas amarras.
Al día siguiente, fuimos a buscar el coche de alquiler. Cada día que desembarcábamos con el dingui en el Club Nautico Caribe nos hacían pagar 3 dólares por persona, algo que nos parecía muy excesivo y sólo nos ofrecían el servicio de poder cargar agua. Una vez motorizados, nos fuimos a Shelter Bay Marina donde estaba el velero Duende, de Enrique y Marta, unos amigos de los Alea que nos habían comentado que podían estar interesados en ayudarnos a cruzar el Canal de Panamá. Ellos no lo habían cruzado nunca y al parecer, les apetecía conocer la experiencia. Si decían que sí, les íbamos a proponer que ellos ayudaran a los venezolanos y de esta forma, los Duendes devolvían el favor que los venezolanos nos hacían a nosotros. De esta forma estábamos todos contentos. Nosotros porque teníamos a gente para cruzar el Canal sin pagar “liners” profesionales que cobraban unos 100 dólares al día, los venezolanos por lo mismo que nosotros, los “duendes”, por tener la experiencia de cruzar el canal y por último, nosotros otra vez porque de esta forma sólo teníamos que cruzar el Canal una vez y no obligábamos a los padres de Dani a hacer el Cruce del Canal dos veces, una vez con el Piropo y otra ayudando a los Katouska. Tener la experiencia una vez estaba bien pero dos podía ser ya algo pesado.
Con la ayuda del GPS de mano del barco que tenía un callejero muy básico mundial nos orientamos y conseguimos llegar a Shelter Bay Marina. Para llegar allí había que pasar con el coche por las esclusas y así, por primera vez, vimos la imponente obra de ingeniería. El Canal de Panamá sólo tenía tres formas de cruzarse sin subirse a un barco: por el Puente del Centenario, por el puente de las Américas en la zona del Pacífico y por las esclusas en la zona del Caribe. Lo malo es que cada vez que se habrían las esclusas, que era algo muy habitual, se formaba una larga cola de coches esperando.
En Shelter Bay Marina localizamos rápidamente al Duende. Muy simpáticos, enseguida aceptaron nuestra propuesta y con ellos nos pasamos un buen rato charlando contándonos aventuras. Los pobres habían tenido muy mala suerte porque en San Blas les había caído un rayo en el velero y les había hecho un verdadero destrozo. El rayo les fulminó toda la electrónica y les estropeó toda la jarcia que tendrían que cambiarla. Del tope del palo, no quedó nada absolutamente. Nos contaron que de la antena de la radio sólo encontraron un largo hilo de cobre encima de la bañera. A todo ese golpe económico, había que añadírsele la larga estancia en la carísima Shelter Bay Marina. Un verdadero palo que les había trastocado mucho los planes.
Ese día, ya no nos dio tiempo a nada más y de Shelter Bay Marina, hicimos el largo camino de regreso que nos separaba hasta nuestro Piropo.
El día 10 de febrero tuvimos un despertar un poco abrupto. Estábamos durmiendo cuando comenzamos a escuchar una bocina extraña que nos despertó. Miramos con curiosidad por un portillo y entonces nos sorprendimos porque la orientación del barco no era la habitual. La bocina no dejaba de sonar y entonces salimos rápidamente a la bañera y vimos el caos que allí existía. Une enorme crucero de pasajeros estaba amarrando en un muelle muy próximo a la zona de fondeo. Tan próximo estaba, que una de sus amarras la estaban enganchando a la altura del Piropo. Los motores laterales del enorme barco estaban creando tales remolinos en el agua que el lugar de fondeo se había convertido en un verdadero caos. Cada velero, de los aproximadamente ocho que habían, apuntaba cada uno hacia un lado. La bocina provenía de uno de los veleros que debía haber madrugado mucho y estaba avisando a los otros de lo que estaba pasando. De los veleros salían cabezas adormiladas pertenecientes a personas acabadas de levantar y muy poco frescas para comprender lo que allí estaba sucediendo. Nosotros afortunadamente no nos tocamos con nadie pero dos barcos se habían chocado y otros dos estuvieron a punto de darse. Otro velero cercano estaba acelerando el motor para no darse con otro que tenía muy cerca. Menudo lugar para estar fondeado pensamos. Era un verdadero peligro. En adelante, habría que tener mucho cuidado e intentar estar en el Piropo en las horas en que los cruceros solían llegar y partir de las ciudades, es decir, a primera y a última hora del día. Menos mal que en breve nos iríamos de allí.
Ese día era domingo pero la principal cadena de supermercados del país, que por cierto pertenecían al presidente, abrían todos los días del año las veinticuatro horas del día por lo que aprovechamos que teníamos coche para hacer una gran compra que nos serviría ya para nuestra travesía por el Pacífico.
En el supermercado nos llevamos una sorpresa desagradable porque Sandra se notó un bultito en el pecho. Se disgustó bastante aunque Dani le quitó importancia. Seguramente no sería nada. De todas formas, por precaución, a la salida del supermercado nos fuimos a un hospital que estaba cerca y que tenía una pinta bastante horrible. La médico le comentó a Sandra que tanto podía ser un quiste como un cáncer de mama y aunque esta última posibilidad era impensable, convenía hacer un ultrasonidos y quizá, una biopsia. Para ello nos dirigió al hospital de al lado y que cuando llegamos, nos informaron que estaba cerrado y que lo seguiría estando hasta el jueves de la siguiente semana por motivo de los carnavales. Decidimos entonces que al día siguiente, que íbamos a la capital del país, Ciudad de Panamá, para recoger a los padres de Dani en el aeropuerto, pasaríamos antes por un hospital a ver si le podían hacer las pruebas más rápidamente.
Los carnavales no los pudimos disfrutar ya que según nos comentó la gente, los carnavales de Colón eran muy peligrosos y no convenía salir a la calle por la noche. Por lo que nos dijeron, ni los propios panameños salían aunque suponíamos que si había fiesta, no estarían allí sólo los delincuentes. De todas formas, decidimos no arriesgar y no aventurarnos por ahí solos.
Al día siguiente, teníamos que irnos para Panamá pero a primera hora nos llevamos un susto. El coche no encendía. Parecía un fallo eléctrico brutal porque no hacía ningún amago. Nos agobiamos bastante porque no teníamos forma de contactar con los padres de Dani y ese mismo día llegaban al aeropuerto. Intentamos de todo y al final, cinco panameños muy solícitos acabaron intentando de todo también. Empujamos varias veces e incluso toqueteamos el motor hasta que a alguien preguntó si ese coche no tenía un llavero con chip antirrobo. Dani entonces se acordó de un extraño llavero que había quitado la noche anterior porque estaba cogido con celo de cualquier manera y que estaba apunto de caerse. Volvió al barco rápidamente, cogió el llavero y con él, el coche encendió perfectamente. Menudo alivio.
Comenzamos entonces nuestro corto viaje en coche cruzando el estrechísimo istmo de Panamá que aún así, tenía aproximadamente 75 kilómetros. En poco tiempo llegamos a Ciudad de Panamá circulando por una carretera que poco tenía para ver. Los altos edificios de Ciudad de Panamá nos dieron la bienvenida y entre ellos, vimos un hospital al que decidimos entrar. Era un hospital privado y allí nos dijeron que podrían hacernos la resonancia por 48 euros aunque no nos la podrían hacer hasta el viernes que era el primer día disponible después de los carnavales. Como estábamos algo preocupados, preguntamos al guardia de seguridad por un hospital público y nos dirigió al hospital Santo Tomás. Hacia allí nos fuimos. Acostumbrados a las largas esperas de los hospitales públicos en España, permanecimos tres horas esperando hasta que nos empezamos a cansar. Lo peor era el frío del aire acondicionado que nos estaba produciendo una lipotimia. Estábamos los dos tan helados que estábamos tiritando con tanta intensidad, que apenas podíamos hablar. Fuimos a protestar y efectivamente, habían traspapelado nuestra presencia. Nos atendieron al poco y un médico nos volvió a decir lo mismo, había que hacer una resonancia aunque por la edad de Sandra, no nos debíamos preocupar y seguramente el bulto sería un quiste. De allí fuimos a que nos hicieran la resonancia en el propio hospital pero casi al igual que el hospital privado, hasta el jueves no estaría abierto. Así pues, habría que esperar sin remedio y decidimos que aprovecharíamos esos días para cruzar el Canal de Panamá con el velero y olvidarnos mientras tanto del bultito.
Después de nuestro tour turístico por los hospitales de Ciudad de Panamá, nos fuimos con el coche hacia el aeropuerto. Entramos en el parking y viendo los precios y el tiempo que teníamos que esperar, volvimos a salir y estuvimos mal aparcados en la entrada del complejo aeroportuario hasta que unos policías nos echaron. Entonces buscamos otro sitio para aparcar y un guardia de seguridad nos dejó aparcar en un sitio especial a cambio de que le invitáramos a una “sodita” que es como les llaman a los refrescos en Panamá.
Estuvimos esperando a los padres de Dani un buen rato y por fin llegaron. Que ilusión nos hacía su visita. Los pobres venían hechos polvo después de muchísimas horas de avión y de una estresadísima escala en Miami en la que los controles son iguales para todos aunque estés en tránsito y no llegues a tiempo para coger el siguiente avión. Increíble.
Cogimos el coche y llegamos a Colón alrededor de las dos de la madrugada. Su viaje España-Panamá se estaba eternizando y por si fuera poco, el trayecto finalizó con un viajecito en dingui hasta el barco cargado con cuatro personas y las maletas. Ya en el barco, sus primeros mareos se empezaron a sentir. Menudas vacaciones los pobres. Y aunque era muy tarde, no pudieron reprimirse y nos enseñaron todos los regalitos y encargos que nos habían traído. Parecía la noche de reyes.
Al día siguiente fuimos a tramitar el zarpe necesario para ir de un puerto a otro de Panamá. Pese a que nos habían dicho que abrían a todas horas y todos los días del año y que no nos preocupáramos con eso, se olvidaron de decirnos que para pagar el coste del formulario sí que había que ir en días laborables y que no estaría abierto durante los carnavales. Tras averiguar que el único peligro era una posible multa si nos interceptaba un guardacosta y que eso sería dificilísimo, decidimos no perder la cita del cruce del Canal y partir sin ese zarpe. De todas formas, ya sabíamos que el documento en cuestión no era muy importante ya que la travesía de San Blas a Colón la hicimos sin ningún zarpe.
Tras la comida, dimos una vuelta en coche por Colón y después fuimos a ver las esclusas de Gatún y el propio lago Gatún. El Canal de Panamá era el principal atractivo turístico de Panamá según las guías que llevábamos y en la zona, era lo único visitable. Más tarde, fuimos a recargar bidones de gasoil que estaba a 3,93 dólares el galón y ya nos fuimos para el barco al que tuvimos que ir a remos porque el motor no funcionó.
Para trasvasar los bidones del coche al velero, Dani cambió la bujía del motor de La Poderosa por una correcta que los padres de Dani nos habían traído de España. Por fin, nuestro auxiliar comenzaría a funcionar correctamente y ya no se nos pararía más por motivos de calentamientos.
Esa tarde, llegó al fondeo el barco del neozelandés y la francesa que conocimos en Santa Marta (Colombia) y nos regalaron unos filetes de atún que acababan de pescar y que preparamos para cenar. Ya echábamos de menos algo de pescado fresco.
¡El 13 de abril era el día! A las cinco de la tarde debíamos estar en los “flats” para hacer la primera parte del cruce del Canal de Panamá pero hasta entonces, decidimos visitar la zona libre de Colón. Era la segunda zona libre más grande del mundo después de la de Hong Kong. Era también uno de los grandes atractivos turísticos de Panamá pero a nosotros, no nos gustó mucho. Naves y naves de tiendas y almacenes que vendían y trasladaban mercancías libres de impuestos. Algunas estaban abiertas al público pero la mayoría no. Rodeados de altos muros en el complejo no dejaban entrar a los panameños a comprar y los extranjeros, sólo lo podían hacer tras un registro de sus pasaportes a la entrada. El lugar, si ya no tenía mucho interés, esos días lo tenía aún menos porque muchos establecimientos estaban cerrados por las fiestas.
De la Zona Franca fuimos a devolver el coche y de allí al Piropo. En breve, realizaríamos una de las etapas más curiosas de nuestro viaje: cruzar el Canal de Panamá.
En nuestra próxima entrada os contaremos como nos ha ido la experiencia.
Un saludo.
Andua dice:
Como siempre un capítulo precioso, pero las fotos de Sandra con los monos una pasada.. Ya estaba deseando tener nuevas aventuras vuestras.
Espero que os esté saliendo todo bien y que Sandra siga con con esa alegría desbordante de las fotos.Quiero desearos mucho ánimo.