ARCHIPIÉLAGO DE SAN BLAS: Travesía de las Islas del Rosario (Colombia) al archipiélago de San Blas (Panamá) y días de estancia en estas islas. Del día 7 de enero al 2 de febrero de 2013.
Con las últimas luces del día, nos soltamos de la oxidada y abandonada boya a la que nos habíamos sujetado ese día en las islas del Rosario y tras dejarnos ir momentáneamente por la corriente, abrimos vela y nos dirigimos hacia uno de los lugares que más ganas teníamos de conocer cuando iniciamos el viaje, el archipiélago de San Blas, en Panamá.
El viento soplaba alrededor de los veinte nudos de través con alguna punta que alcanzó los 27 nudos por la noche y durante las horas de ausencia de luz, la travesía transcurrió sin problemas, quedándonos nosotros en el exterior por turnos mientras que en el interior, nuestros pasajeros chilenos, Leo y Rocío, intentaban acostumbrarse a los movimientos del barco en lo que era su primera noche de navegación. De Leo y Rocío, unos simpáticos y agradables mochileros que llevábamos en esa travesía como pasajeros, ya hablamos en nuestra anterior entrada pero apuntamos ahora su blog por si alguien quiere conocerlos mejor: http://demochileo.blogspot.com.es El enlace concreto para leer su punto de vista de la travesía que compartieron con nosotros es el siguiente: http://demochileo.blogspot.com.es/#!/2013/01/bitacora-de-un-viaje-en-velero.html
Tras la noche, el viento bajo en intensidad pero las olas eran cada vez más grandes. El vaivén nos mareó a todos en mayor o menor medida excepto a Leo, que se comportó como si un lobo de mar se tratase. No se mareó en absoluto pese a su nula experiencia en veleros. Las olas eran, además de grandes, muy cortas. El mar se había convertido en un enorme tiovivo que subía y bajaba en un lapso muy corto de tiempo. La sensación en ocasiones era que las olas que se aproximaban iban a desmoronarse justo cuando alcanzaran al Piropo pero eso, afortunadamente, no sucedió ese día y el barco subía rápidamente por las pendientes con la misma velocidad con la que luego las bajaba.
El día 9, a medida que nos acercábamos a San Blas, el tamaño de las olas llegó a su culmen. El pronóstico decía que las olas eran de cinco metros y ese día no nos pareció que estuviera muy desencaminada la previsión pese a lo difícil que siempre es hacer esas mediciones desde la cubierta de un velero. Justo llegando a Cayos Holandeses, un pequeño grupo de islas pertenecientes al propio archipiélago de San Blas y primera recalada prevista en el archipiélago, nos encontramos en una situación que podría haber sido fatal si hubiéramos estado despistados. En las cercanías de esos cayos había un bajo de diez metros, una profundidad que a priori era muy considerable pero ese día el tamaño de las olas era tal que presumimos que allí podía formarse alguna rompiente y al poco rato nuestros temores se confirmaron. A lo lejos pudimos observar una rompiente casi en medio del mar. En dicho punto se estaban formando casi continuamente, las típicas olas gigantes que se ven en los reportajes de surf de grandes olas. Las olas, afectadas por el arrecife submarino, se desmoronaban formando una gran cantidad de espuma y se veían mucho más altas de lo que ya eran. La visión era bastante espeluznante sobretodo si te imaginabas agarrado a alguna de aquellas moles de agua.
Rodeamos cautelosamente el imponente espectáculo de las rompientes y continuamos nuestra navegación hasta el lugar donde teníamos previsto fondear, al este de Cayos Holandeses. Por fin, echamos el ancla entre los pequeños cayos de Banadup y Ogoppiriadup. En el lugar había fondeados unos veleros más y entre ellos estaban unos viejos conocidos, los Cibeles, Julio y Maribel, que esa misma tarde nos vinieron a saludar.
San Blas no nos recibía demasiado bien porque el cielo estaba gris y el agua estaba tan movida y había tanta corriente, que parecía que estábamos más sobre los rápidos de un río que sobre la superficie del mar. Más allá, en los arrecifes que bordeaban los Cayos Holandeses, bajo un cielo gris, las grandes olas rompían estrepitosamente dejando una gran cantidad de espuma blanca y agua en suspensión. Julio y Maribel nos comentaron que nunca habían visto en el lugar unas olas tan grandes. Sin embargo, pese a estos inconvenientes, el lugar era un espectáculo. Las islas de San Blas no se podían calificar mejor que como unas islas de cómic. Eran las típicas islas que dibujaría un niño, arena y palmeras, nada más. En estas islas habitan los indios kuna que tienen una absoluta autonomía del país al que pertenecen, Panamá. Viven en la región llamada Kuna Yala que va desde la punta de Porvenir hasta Colombia y lo hacen de forma muy tradicional. Hasta hace bien poco, los kuna habían tenido poco interés por el progreso pero lamentablemente, las cosas van cambiando y ya se observa que la tradicional vida dedicada a la pesca y la recolección de cocos está dejando paso a una vida dedicada al turismo. Eso afecta sin remedio al aspecto de las islas que se van modificando poco a poco. Esperemos que en el futuro no se conviertan aún más y sean más de lo mismo, los típicos lugares turísticos que se ven iguales en todas las partes del mundo y que al parecer nos encanta a todos, da igual que estemos visitando Mallorca o el Caribe.
El día 10 de enero decidimos explorar las islas que teníamos a nuestro alrededor pero la “expedición” no llegó muy lejos porque a los pocos minutos, el motor de La Poderosa se paró. El arreglo que nos hizo un mecánico en Cartagena no sirvió para nada. Así pues, no nos quedó otra que regresar al barco a remos ayudados por la fuerte corriente. Menos mal que a priori, recelosos por el arreglo que nos habían hecho días atrás, navegamos por cautela en una dirección que si nos pasaba algo, como así fue finalmente, podríamos regresar al Piropo por nuestros medios.
Mientras Dani intentaba reparar el motor desmontando el carburador y limpiándolo, Sandra preparó la comida. A mitad comida recibimos la visita de dos indios kuna que venían a cobrar una tasa isleña. Diez dólares americanos que te permitían permanecer fondeado un mes en todos los Cayos Holandeses. No era mucho pero no ofrecían nada a cambio y si querías visitar varias islas, al final la cantidad no te parecía tan poca. Los dólares norteamericanos es la moneda local aunque en Panamá se llaman balboas. Pese al nombre diferente, los billetes y las monedas son los mismos que circulan en EEUU excepto algunas de las monedas que con el mismo valor y validez, algunas son norteamericanas y otras panameñas.
Tras la interesada visita de los recaudadores kuna y como el motor no quería encender, decidimos hacer una nueva excursión con la Poderosa pero esta vez sólo a remos. Nos subimos los cuatro a la barca y muy lentamente, remamos contra la corriente. A los pocos minutos, unos navegantes argentinos se apiadaron de nosotros y se ofrecieron a remolcarnos. Al poco, viendo en la distancia la extraña comitiva, los Cibeles se sumaron al remolque y todos juntos, llegamos a una de las pequeñas islas donde hicimos una tertulia con el agua casi por la cintura. Allí vimos estrellas de mar y vimos también los llamados dólares de la arena, unos círculos blancos con extraños dibujos que son el esqueleto de un erizo de mar ya muerto. Tras la tertulia, los Cibeles nos invitaron a tomar algo en su barco y conocer alguna de las anécdotas de su dilatada experiencia de navegación de más de treinta años viviendo en el mar.
Al día siguiente, antes de partir, Julio se acercó a nuestro barco y ayudó a Dani a volver a limpiar el carburador. Esta vez, el arreglo parecía el correcto. Los tirones que daba siempre el motor antes de pararse no parecía que los hacía y además, funcionaba con un sonido muy agradable. Sin embargo, este arreglo no sería el definitivo.
Partimos hacia Cayos Holandeses del Oeste en lo que fue una cortísima travesía y fondeamos exactamente entre los cayos de Waisaladup y Acuakargana. El fondeo en ese punto era bastante movido porque el fuerte oleaje que había en el exterior del arrecife conseguía alcanzar el lugar tanto saltando el arrecife como bordeando toda la isla por lo que producía que hubiera incluso olas encontradas. Afortunadamente, eran de pequeño tamaño. Esta situación tan movida en San Blas parecía ser una excepción y se debía a unas extrañas bajas presiones que existían por todo el Caribe. Habitualmente, el lugar, era más tranquilo. Pese al movimiento en el fondeo, el lugar era un espectáculo. Los cocoteros ocupaban casi por entero las dos islas y la arena, que bordeaba a la vegetación, era tan blanca que parecía nieve.
Tras la comida, intentamos desembarcar en Acuakargana pero como había tanta ola alcanzando la playa y La Poderosa estaba sobrecargada con los cuatro ocupantes, desembarcamos en Waisaladup y en su paradisíaca playa que estaba mucho más tranquila. Dimos una vuelta por la pequeña isla y conocimos su pequeño asentamiento de población kuna que vivían en pequeñas chozas. Bastantes islas de San Blas estaban habitadas por un kuna que originalmente era el encargado de explotar los cocoteros y actualmente, explotaba su potencial turístico. Este kuna solía vivir con su familia y si el tamaño de la isla lo permitía, el jefe de la isla aceptaba que vivieran otras personas en la isla aunque él seguía siendo el “shaila”, el jefe.
En Waisaladup nos bañamos en la playa y mientras descansábamos sobre la arena, dos indias kunas nos ofrecieron molas que son unos tejidos bordados muy elaborados que ellas utilizan en sus vestidos diarios y tradicionales. Era el típico recuerdo que todos se llevaban de San Blas y nosotros no queríamos ser una excepción. No obstante, como era habitual no llevábamos dinero encima pero ellas se ofrecieron a acudir a nuestro barco más tarde para vendernos su mercancía. Regresamos al barco y al poco, las indias no fallaron a la cita. Se presentaron en una larga y pesada canoa de madera junto con varias kunas más y unos niños. La venta se hizo rápidamente y como favor, nos pidieron que recargáramos la batería de un móvil. Curiosidades del “maravilloso” mundo actual. Antes que tener electricidad, se debía tener un móvil.
El día 12, tras esperar a que viniera la india kuna a recoger su móvil, dejamos atrás Cayos Holandeses y navegamos hasta Porvenir, la isla administrativa del archipiélago de San Blas. Esta pequeña y fea isla contaba con la oficina de inmigración, la de aduanas, una pequeña pista de aterrizaje para avionetas y un pequeño hotel. También estaba allí una oficina del Consejo Kuna (la máxima autoridad de la población local) y el museo kuna. Tras fondear enfrente de ella, desembarcaron en tierra Leo, Rocío y Dani mientras Sandra, se quedó vigilando que el barco permaneciese bien fondeado. El vaivén del mar y lo próximos arrecifes en popa no nos inspiraban demasiada confianza para dejar el barco solo tan rápidamente después de haber fondeado. Sin embargo, teníamos algo de prisa porque Leo y Rocío debían partir para llegar ese mismo día a Ciudad de Panamá y proseguir su viaje. Tras cumplimentar los trámites de entrada en el país, nuestros compañeros de viaje por unos días se subieron a una lancha taxi y partieron. Antes, nos regalaron un bonito obsequio hecho por Rocío: un velero hecho de ganchillo cuyas velas eran las banderas de Chile y España. ¡Hasta pronto Leo y Rocío! ¡Nos ha encantado conoceros!
Tras la partida de nuestros amigos, decidimos quedarnos esa tarde y esa noche en Porvenir pese a que el fondeo seguía igual de movido.
Al día siguiente, el día se levantó soleado, casi sin olas y con una agradable brisa. Pensamos que los pobres Leo y Rocío no habían tenido nada de suerte con la meteorología. Partimos entonces para la isla Gunboat acompañados ocasionalmente en la travesía por unos delfines. Gunboat era una diminuta isla que creíamos deshabitada aunque al llegar a ella unas chozas nos demostraron que estábamos equivocados. La familia kuna propietaria de la isla de al lado y que tenía allí un pequeño hostal, había decidido ampliar el negocio y había construido allí ese mismo año tres chozas para hospedar a turistas que llegaban en pequeñas lanchas desde Cartí, en el continente. Al poco de fondear, un hijo de la familia kuna propietaria nos hizo la típica visita “desinteresada” para cobrar la tasa. Era todo lo contrario a lo que era un kuna tradicional ya que nuestro visitante era extrovertido, hablador y vestía con estética muy “occidental”, gorra como de rapero, gafas de sol, bañador largo, camiseta de colores, etc. Nos quiso cobrar 10 dólares pero regateamos un poco y conseguimos que nos lo dejara en la mitad haciendo bromas sobre su equipo favorito, el Barça. En Panamá, e incluso en San Blas, todo el mundo o era del Barça o era del Madrid.
La breve estancia que teníamos prevista en la isla se alargó unos días. No sé por qué nos sentimos a gusto y quisimos estar unos días tranquilos en una isla que no era muy visitada por los veleros. El arrecife próximo nos ayudó a convencernos. Tenía un coral precioso de muchísimos colores, un cardumen de mojarras que permanentemente estaban dando vueltas en el mismo lugar – aunque sólo una se dejó pescar- y otros muchos animales marinos sobre él o en las cercanías, rayas, sepias y las deliciosas centollas, de las que pudimos pescar dos. El sol brillaba con bastante fuerza aunque las típicas nubes de la zona hacían acto de presencia ocasionalmente aunque nunca arrojaban agua debido al mes en el que estábamos, en plena temporada seca.
Estando en la isla, el motor de La Poderosa volvió a fallar pero esta vez averiguamos una cosa, únicamente se paraba cuando se calentaba. Menudo consuelo. El calentamiento no nos dejaba mucho margen porque solía producirse normalmente transcurridos diez minutos como máximo por lo que muy lejos no podíamos llegar. Y si eso no fuera poco, se nos perdió un remo al caerse de la barca inexplicablemente mientras buceábamos. Así pues, esos días, llegábamos como podíamos al arrecife con el motor y después, ayudados por la corriente y el remo que quedaba, conseguíamos volver al Piropo.
Uno de los días estando en Gunboat, vimos a lo lejos navegar al velero Alea con su inconfundible casco naranja. Les llamamos por la radio y al poco fondearon cerca de nosotros Johan y Silvia para charlar un rato. Nos volvíamos a encontrar. Lamentablemente, no pudieron quedarse mucho tiempo y esa misma tarde partieron para otra isla ya que tenían compromisos profesionales.
También en Gunboat, una tarde nos apareció una barca kuna con un hombre, una mujer, dos chicas jóvenes y una niña y nos pidieron si podían hacerse unas fotos en el barco. Le dimos permiso y entonces las mujeres se subieron al barco. Se fueron para la proa, y sujetándose en la génova en un equilibrio bastante precario, las chicas más jóvenes se pusieron a hacerse fotos allí. Al parecer, les parecía el lugar más exótico del barco para hacerse una foto. Nos pareció bastante gracioso y nos recordaron a las adolescentes de España. La edad del pavo no conoce fronteras.
El día 17 de enero, dejamos Gunboat para navegar en una corta travesía de tres millas a Soledad Miria. Esta isla sería sin duda el lugar más pintoresco que veríamos hasta la fecha en todo el viaje. Esta isla era una isla-poblado tan repleta de chozas que las mismas alcanzaban cada una de sus orillas. En ella, sus habitantes vivían de forma extraordinariamente tradicional y era una de las islas de San Blas que más apego tenía a mantener sus costumbres como siempre habían sido. Las chozas estaban pegadas unas a otras por toda la isla y tenían techos y paredes de hojas de palmera cocotera. Por todos lados se veía la ropa tradicional tendida y en las orillas, delante de cada casa, estaban las grandes y pesadas canoas de madera que los indios kuna utilizan para pescar y trasladarse. Estas canoas se fabrican ahuecando el tronco de un árbol que previamente han cortado de la espesa e inexplorada selva que existe en el continente, enfrente del archipiélago de San Blas y que es un territorio también perteneciente a Kuna Yala. La verdad es que los indios kuna eran unos magníficos navegantes ya que con una canoas muy rudimentarias y usando velas muy simples, consiguen hacer larguísimas distancias por todo el archipiélago. Las canoas empujadas por motores se ven frecuentemente pero son más todavía, las que se empujan sólo por el viento o a remos.
Tras fondear enfrente de Soledad Miria, desembarcamos en la isla y nos quedamos absolutamente sorprendidos. Las señoras vestían todas de manera estrictamente tradicional, pañuelo rojo en la cabeza, camisa con molas por delante y por detrás, pareo largo hasta las rodillas, exagerados coloretes rosas en las mejillas si iban arregladas y todas, con muchas pulseritas apretadas desde los tobillos hasta las rodillas. Al parecer, estas pulseras se las ponen desde pequeñas para impedir que crezca el tamaño de esa zona del cuerpo ya que para ellos, es un signo de belleza. La mayoría llevaba el pelo corto, un aro en la nariz entre los dos agujeros y joyas de oro en orejas y cuello. Los hombres en cambio, no llevaban trajes tan vistosos ni tradicionales. Por aquí y por allí, vimos a los famosos travestis kunas. Al parecer, al hijo menor lo educan desde que nace como mujer y consiguen que al final, se vista como mujer, actúe como mujer y les gusten los hombres. Era increíble lo que podía hacer la educación y era también sorprendente que esta tradición, tan curiosa, se practicara tanto en San Blas como en algunas islas del Pacífico, a miles de millas de distancia.
Paseamos por la isla sintiéndonos muy incómodos porque parecía que estabas vulnerando su intimidad. No sabías distinguir que era la calle y que era el interior de las casas ya que algunas viviendas eran el conjunto de varias chozas y ninguna puerta separaba estos conjuntos y calle. Casi todos los adultos nos saludaban pero permanecían distantes excepto algunas mujeres que se dirigían a nosotros para ofrecernos molas o pulseritas. Los niños por el contrario, corrían y reían por todos lados, nos miraban con curiosidad y nos saludaban con una gran sonrisa. Las chozas, pese a su muy precaria construcción, solían contar con placas solares que las abastecían de electricidad. En el borde del mar, se construían pequeñas chozas sobre pilares de tal forma que servían de servicios para que las personas hicieran sus necesidades. El mar se encargaba entonces de limpiarlo todo. Con el mismo sistema, también construían jaulas para cerdos de forma que los desperdicios de los animales también se los llevara el mar.
Aprovechando la estancia en el lugar quisimos comprar algo de comida fresca y nos sorprendimos de lo poquísimo que tenían. Las pequeñas tiendas sólo tenían cuatro latas en stock y como fruta, plátanos. Compramos también un poco del riquísimo y diminuto pan kuna. Su sabor era muy parecido al pan de trigo de Europa y era el pan más rico que habíamos comido en todo el Caribe incluyendo Venezuela y Colombia e igualando el sabor del pan de las islas francesas, Martinica, Guadalupe, Saint Barthelemy y San Martin.
El día 18 proseguimos nuestro pequeño crucero por San Blas y dejamos atrás la pequeña y superpoblada isla de Soledad Miria. Nuestro siguiente destino era el Cayo de Salardup situada en los Cayos de Naguargandup bastante a barlovento de donde partíamos ese día. Pese a la posición de las islas, disfrutamos mucho con la navegación, ganándole poco a poco al viento ayudados por los 15 a 20 nudos que soplaban y el mar plano existente. Sin duda, la fama de San Blas para disfrutar navegando era bien merecida.
Con cuatro largos bordos y bordeando varios arrecifes, llegamos a mediodía a Salardup, un largo cayo completamente lleno de palmeras y rodeado de agua de varios tonos azules. Allí sólo había ese día un velero fondeado. Tras la comida, desembarcamos en la playa, dejamos fondeada la Poderosa en las tranquilísimas aguas, paseamos un rato y llegamos a las chozas donde la familia propietaria de la isla había creado un pequeño “resort” con restaurante, bar y una pista de volley sobre la arena. Allí, los turistas que venían en lanchas, podían pasar el día. Nos ofrecieron lo que servían aunque no estábamos interesados y también nos comentaron que solían cobrar dos dólares por persona por desembarcar aunque como era el primer día y no lo sabíamos, no nos lo cobraron. Mientras volvíamos al auxiliar, observamos muchas estrellas de mar en la orilla, enormes y de un profundo color rojizo.
Esa noche, estuvimos un rato en la bañera del Piropo maravillados por el lugar. La luna estaba casi llena e iluminaba los cocoteros de los cayos de alrededor. Muy cerca de nosotros, vimos como un delfín daba vueltas y vueltas tratando de pescar su cena del día. Estaba tan cerca que le oíamos respirar. Sin duda, la naturaleza en San Blas era un verdadero espectáculo.
Al día siguiente, permanecimos tranquilos en la isla sin desembarcar en tierra. Al principio intentamos ir a pescar al arrecife cercano pero vimos que era de arena y allí no había nada para ver y pescar. Más lejos, a otros cayos y a otros arrecifes próximos ya no pudimos llegar porque el motor de La Poderosa se nos paró una vez más. Sin duda, el problema de los calentamientos del motor del auxiliar nos estaba dando bastante dolores de cabeza pero ya lo teníamos bastante asumido. En cuanto llegáramos a la civilización, habría que intentar arreglar el problema definitivamente.
La tarde la aprovechó Dani para rascar el casco de caracolillo. La estancia en las casi cenagosas aguas de Cartagena había perjudicado el estado del casco ya que se habían instalado muchas lapas. Sin embargo, el antifouling permanecía y las lapas saltaban con sólo rozarlas.
El día 20 de enero navegamos en otra corta travesía hacia una nueva isla, Nabadup. San Blas estaba lleno de islas y sólo había que escoger a la que querías ir. A nosotros nos gustaba sentirnos -aunque fuera sólo sentirnos-, un poco solos en medio de la naturaleza y por ello intentábamos escoger islas que no estuviesen frecuentadas por otros veleros y que no estuvieran habitadas pero que a su vez, tuvieran un fondeo protegido para estar tranquilos. Todo eso era bastante complicado porque la última característica iba bastante reñida con las dos primeras. Sin embargo, en Nabadup, lo encontramos. ¡Nuestra primera isla deshabitada de San Blas! Y encima, en los días que estuvimos allí no vino ningún otro velero. Aunque claro, la ausencia de población tenía sus pequeñas cosas negativas y es que se apreciaba la verdadera suciedad del mar ya que en la orilla de barlovento, se veían los habituales plásticos que no se degradaban en cientos de años y que el mar había arrastrado hasta allí, botellas de plástico, sillas, chanclas, etc.
Por la tarde, tras la rica comida a base de croquetas de atún caseras hechas por Sandra, desembarcamos en Nabadup. En esta isla, por ser deshabitada, vimos una característica diferente a las demás aparte de los plásticos antes comentados y es que entre los cocoteros, había mucha maleza en vez de los suelos despejados de las islas habitadas. Rodeamos la isla por la orilla y vimos varada en la arena, la peligrosa medusa denominada carabela portuguesa que era un animal muy curioso por tener una parte del cuerpo que parecía un globo de colores azules, lilas y rosas. En la orilla, volvimos a ver una gran cantidad de estrellas de mar. La parte más desagradable de la isla fue la de sotavento, que estaba tan refugiada del viento por los cocoteros, que sufrimos momentáneamente la presencia de puri-puris de los que ya hablamos en nuestra entrada de los Roques. Tuvimos que huir rápidamente buscando que la brisa nos salvara de los picotazos. No quisimos imaginarnos como debía ser la estancia en San Blas en época de lluvias cuando las calmas eran lo habitual. ¿Habrían muchos mosquitos?
Al día siguiente fuimos a bucear por los fondos de Nabadup. Justo delante de la proa del Piropo teníamos una barreara de arrecife muy larga y hacia allí fuimos. Anclamos la Poderosa sobre veinte centímetros de agua y nos costó bastante trabajo atravesar el arrecife con las aletas para poder tirarnos por el otro lado. El esfuerzo sin embargo, valió la pena ya que el arrecife caía en picado hacía la oscuridad de las profundidades. Habían corales de todo tipo y colores y la variedad de peces tampoco estaba mal, cirujanos, ballestas, mariposas, lutjánidos, mojarras, doncellas, loros, ardillas y muchos más. Pescamos dos mojarras para comer y helados de frío por la larga estancia bajo el agua, volvimos al Piropo para comer y para permanecer el resto de tarde escribiendo y pintando la bandera de cortesía de Panamá. Algún día tendríamos que ponerla aunque en Kuna Yala, parecía poco importante ese detalle.
El día 22 navegamos hasta Waisaladup, una pequeña isla muy cercana a la más conocida y transitada Isla Verde o Green Island. No, no nos estamos equivocando. Ya hemos hablado de una Waisaladup, sí, pero esta isla era otra. La verdad era que los nombres de las islas en San Blas no eran muy originales y se repetían bastante a menudo.
La travesía de ceñida hasta Waisaladup desde Nabadup fue muy cómoda y rápida y nos mantuvimos cerca de los seis nudos tranquilamente. Durante la navegación se alternaban las nubes y claros y justo cuando necesitábamos que el sol brillara con más fuerza porque queríamos fondear en un lugar al que había que llegar pasando entre dos arrecifes, las nubes hicieron acto de presencia. Avanzamos entonces lentamente y algo temerosos de tocar con el fondo. Confiamos entonces bastante en las cartas digitalizadas de Erich Bauhaus que llevábamos instaladas en Fresita y que habíamos comprobado hasta la fecha, eran bastante precisas. Nuestro ojo tampoco lo dejamos de lado y también intentábamos navegar donde el azul-grisaceo del mar parecía algo más oscuro. Finalmente, pudimos echar el ancla sin problema muy cerca de Waisaladup.
Waisaladup era otra isla desierta pero en esta ocasión, ese hecho era fácil de explicar debido al tamaño de la misma, era diminuta, diminuta. Era una isla de postal, pequeña, con pocos cocoteros y rodeadas de aguas cristalinas y de colores aguamarinas y turquesas que podían apreciarse en cuanto el sol se asomaba entre las nubes. Sin duda, creíamos que era la isla más estética en la que habíamos estado en todo el viaje. Una isla perfecta.
Tras la comida desembarcamos en la isla. Estuvimos tranquilamente sobre la blanca arena y disfrutamos mucho de la soledad y belleza del lugar. También buceamos un poco e hicimos muchas fotos para asegurarnos en el futuro que el recuerdo era real.
Ya en el barco nos hizo una visita en una larga canoa una representación del congreso kuna. Nos venían a entregar un papel explicativo y reivindicativo. Por un lado expresaban que se oponían a la celebración del 500 centenario del descubrimiento del Pacífico por Nuñez de Balboa que se celebraba ese año y por otro, nos informaban de las normas de navegación en Kuna Yala. Al parecer, sólo se podía permanecer un mes y estaba prohibido hacer negocio con el barco, en especial el charter. Ambas prohibiciones no debían respetarse mucho ya que sabíamos de bastante gente que llevaba varios años en el lugar precisamente dedicándose a llevar a personas a cambio de un precio. Nos preguntaron si de verdad éramos españoles ya que según ellos les extrañaba mucho porque en su opinión nosotros éramos muy simpáticos y el resto de españoles no lo eran. Según su parecer, los españoles siempre eran muy ariscos. Nos sorprendió esa idea pero pensamos que con sus vestimentas, la simpatía era difícil que apareciera ya que iban con ropas de camuflaje, portando armas y algunos, llevando pasamontañas negros. Pensábamos también que veían demasiadas películas.
Al día siguiente fuimos a bucear a un arrecife próximo de Waisaladup. Vimos una langosta y una centolla sólo tirarnos al agua pero como dejamos su captura para después, cuando volvimos ya no estaban. Tontas no eran. En un momento nos separamos un poco y a Dani le pasó casi rozando un gran pez. Se lamentó de no tener el arpón en la mano -en ese momento lo llevaba Sandra- pero en cuanto giró un poco la cabeza cambió de opinión. Allí habían dos grandes tiburones nadando lentamente en su dirección aunque no hacia él. En un instante, Dani se volatilizó del lugar y estaba subiéndose a la Poderosa tras recoger a Sandra. Su primer encuentro con tiburones había sido tan fugaz, que le quedaron dudas de qué tipo de tiburones eran. Quizá eran los inofensivos tiburones gata pero aún así, impresionaba mucho verlos, nadando tan lentamente pero a la vez, de forma tan ágil. Tras unos instantes subidos al auxiliar, decidimos volver a tirarnos al agua. Pescamos entonces una sepia y buceamos un poco más lejos. Vimos entonces una enorme raya. Era una preciosidad. Enorme y tranquila movía sus extremidades nadando majestuosamente bajo el agua. Sin duda, el buceo había resultado muy entretenido.
El día 24 dejamos la preciosa isla de Waisaladup y navegamos hasta las islas de Narganá y Corazón de Jesús. Estas islas eran dos islas poblado unidas por un largo puente que en nada se parecían a la otra isla poblado en la que habíamos estado, Soledad Miria. Estas islas estaban bastante más desarrolladas. Habían algunas casas tradicionales pero otras eran de cemento. Tenía un banco, biblioteca, colegio, instituto, tiendas de comida y panadería. Por fin pudimos comprar algo de verdura fresca, fruta y huevos en unas pequeñas tiendas. Los precios eran por ejemplo 12 huevos, 3 dólares, una piña, 1,5 dólares, 6 tomates, 2 dólares… y el pan kuna, 0,10 dólares cada barrita.
Paseamos por la isla y vimos mucha gente joven. Al parecer, los adolescentes venían a vivir a esta isla durante el curso escolar y en su tiempo libre se dedicaban al deporte más popular para los kunas, el baloncesto. Eran todos muy simpáticos y nos miraban y saludaban con mucha curiosidad y con una gran sonrisa. En esta isla por fin, pudimos tirar la basura que llevábamos almacenada y ya nos empezaba a agobiar.
Como fondeamos relativamente cerca de la isla, el wifi gratuito del que disfrutaba la isla llegaba hasta el barco y aprovechamos para actualizar un poco la página web y consultar en el foro www.latabernadelpuerto.es qué le podía pasar al motor de la Poderosa para que fallara tan a menudo. La solución que nos dieron sería la correcta como comprobaríamos más tarde y es que la bujía no era la adecuada. El mecánico de Venezuela nos la había cambiado y desde allí, arrastrábamos el error sin saberlo. Habría que conseguir pues, unas bujías correctas lo que no parecía fácil a corto plazo. Tendríamos que tener paciencia.
El día 25 navegamos al grupo de islas de las que mejor nos habían hablado antes de llegar a San Blas, Coco Bandero. Con toda la mayor y la génova algo enrollada hicimos una travesía de ceñida muy agradable hasta nuestro destino deseado. Allí hicimos el fondeo más cercano a tierra que nunca habíamos hecho. Nos aproximamos a la playa y tiramos el ancla casi en seco. Gracias a eso, pudimos echar una gran cantidad de cadena y quedar fondeados en un lugar precioso, entre las islas de Olosicuidup y Guarladup, a unos veinte metros de la playa. Estábamos tan cerca de la isla que los cocoteros paraban totalmente el viento e incluso hacía un poco de calor por este motivo. Esperábamos que los alisios no cambiaran de dirección.
En Coco Bandero nos quedamos tres fantásticos días disfrutando del maravilloso lugar y buceando en los arrecifes que habían cercanos. Uno de los días fondearon en las cercanías los Alea pero como estaban trabajando, quedamos al día siguiente para comer ya sin ningún tipo de compromiso. El día de la comida, como no nos fiábamos de que la pesca fuera suficiente para comer todos, Sandra se quedó en el barco preparando algo de comer mientras Dani iba a buscar el pescado. Al final sí que hubo suerte con la pesca y Dani consiguió pescar varias ardillas para hacer el arroz de pescado, un loro y dos meros. En ese buceo Dani sufrió un susto y cometió un fallo gordo. El susto lo produjo un tiburón que Dani pudo ver a contraluz nadando con su habitual lentitud y majestuosidad. Era muy grande y esta vez era un tiburón de los peligrosos. Dani había pescado en la zona los peces ardilla y quizá el enorme ejemplar se había acercado al detectar algún rastro. Por cautela, Dani se fue poco a poco hacia La Poderosa y cambió de arrecife por si acaso. En el segundo arrecife fue donde Dani cometió el error. En una cueva bastante oscura vio el mero más grande que había visto nunca. El lugar no estaba muy iluminado pero vio bastante claro al mero, la tonalidad de la piel, la forma de la cola… así pues apuntó y disparó. En cuanto la flecha dio al blanco se dio cuenta de que se había equivocado, y mucho, porque el presunto mero se convirtió inmediatamente en una gran bola asomando en su piel mucho pinchos. Era un venenoso e incomible pez globo que se infló inmediatamente como hace habitualmente para asustar a sus enemigos. Dani no sabía que hacer porque los pinchos del pez son muy venenosos por lo que no podía extraer la flecha del pez con la mano. Afortunadamente, la flecha no se enganchó bien y haciendo un poco de presión contra la roca pudo desengancharlo. Pobre pez. A Dani le supo muy mal por el animal y se prometió a si mismo que en el futuro, solo dispararía si veía completamente bien a la presa. Una verdadera pena.
La comida con los Alea fue como siempre muy agradable y comimos parte de la pesca conseguida ese día. El resto, para la cena. En el Piropo nunca tiramos ningún pez de los que pescamos excepto uno en los Roques que en unas horas se puso malo inexplicablemente.
Coco Bandero era una verdadera maravilla pero en ella se evidenciaba que algún cambio en la naturaleza se estaba produciendo. En las costas de sotavento de las pequeñas islas, los cocoteros estaban en el suelo porque el agua llegaba hasta sus raíces. Si la cosa seguía así, en poco tiempo San Blas sería un montón de arena sin vegetación encima.
El día 28 levantamos el fondeo para ir hacia Cayo Limón. El lugar a priori no nos apetecía mucho pero los Alea nos comentaron que allí podíamos recargar una de nuestras botellas de gas. Todavía no teníamos una urgente necesidad de recargar pero así, ya íbamos cargando provisiones para nuestro deseado viaje por el Pacífico que se ya se avecinaba. En breve nos iríamos para Colón para pasar el Canal de Panamá.
Llegamos a Cayo Limón y fondeamos entre las islas de Tiadup y Naguarchirdup. Enseguida vimos efectivamente que el lugar era bastante feo ya que las islas apenas tenían cocoteros. Parecían como unas pequeñas islas industriales, con su taller de lanchas y la tienda donde se recargaba el gas. Una pequeña draga echaba arena sobre una isla. En el lugar habían bastantes barcos fondeados en boyas ya que esas islas son un lugar donde poder dejar el barco durante alguna ausencia. Por la tarde llevamos la bombona de gas al lugar donde las recargaban pero nos comentaron que no les quedaba gas pero que al día siguiente al mediodía nos podrían suministrar con total seguridad. Teníamos previsto irnos al día siguiente por la mañana pero decidimos esperarnos ya que de esta forma, ya nos olvidábamos de cargar el gas en un futuro próximo.
Al día siguiente, el día se levantó un poco lluvioso. Una extraña situación en la temporada seca. Dani desembarcó de nuevo para buscar el gas pero al parecer, no les había llegado el suministro ni sabían ese día cuando les llegaría. Nos olvidamos pues del tema. Una vez en el Piropo, fondearon a nuestro lado de nuevo los Alea. Los pobres nos habían buscado y venían a despedirse porque habían pensado que si en breve nos íbamos para Colón y el Pacífico, seguro que a partir de allí no nos encontraríamos más en un futuro cercano. Estuvimos juntos toda la tarde, charlando y pescando. Johan consiguió pescar un pez muy gordo y otro también de buen tamaño que subió Dani. Tras la estancia juntos, nos despedimos. ¡Buena proa Alea!
El día 30 navegamos hasta Chichime. Nuestra última parada en San Blas. La travesía fue como siempre en este archipiélago, muy cómoda por el buen viento y la ausencia de olas. Con un rizo en la mayor y la génova casi toda abierta conseguimos llegar a nuestro destino. Hicimos la corta travesía hasta Chichime con un agradable viento entre 15 y 18 nudos.
En Chichime sólo habían tres barcos más pese a que nos habían advertido que normalmente solía estar bastante concurrido. La tarde estaba especialmente soleada por lo que nos bañamos y charlamos en la bañera hasta que anocheció. Luego, tras el éxito de la pesca con caña con los Alea de la tarde anterior, intentamos repetir la hazaña y para ello quisimos estrenar una caña que teníamos desde nuestra partida, que compramos en Decatlhon y que hasta la fecha no habíamos usado. La intención se quedó en eso, intención, porque cuando fuimos a usarla vimos que estaba defectuosa. Le faltaba una pieza que era difícil de ver a simple vista pero fundamental en el buen uso del carrete. Ahora era un poco tarde para quejarnos. Lo peor era que no era la primera vez que en ese centro comercial nos vendían material defectuoso. ¿No aprenderíamos nunca? 72 euros gastados que no podíamos usar. Casi nada.
Al día siguiente nos quedamos en Chichime pero sin muchas ganas de hacer nada fuera del barco. El día estaba gris y las olas superaban el arrecife y movían bastante el agua dejándola poco cristalina para bucear. Así pues, nos quedamos en el barco haciendo pequeñas tareas de mantenimiento. Unos niños kuna, muy pequeños, vinieron con su canoa de madera a pedirnos unas galletas. Sandra en vez de eso le dio unas tostadas con Nutella que parece que les gustó bastante porque la niña más pequeña, en dos segundos, ya tenía la nariz bien embadurnada de chocolate. Dani también les dio una pelota de fútbol de plástico que llevábamos para una ocasión como esta. La pelota no era muy buena y antes de buscarla y dársela así se lo anunció a los niños para no decepcionarles. Pero cuando finalmente se la dio, la cara del niño más mayor, que era muy serio, cambió y en él apareció una enorme sonrisa. La verdad es que pensamos en comprar más pelotas para dar de vez en cuando alguna alegría a los niños que en estos lugares, tienen poquísimos juguetes para distraerse.
El día 1 de febrero teníamos pensado irnos de San Blas. Nos hubiéramos quedado mucho más pero el Pacífico nos esperaba y queríamos pasar el Canal de Panamá coincidiendo con la visita de los padres de Dani que venían a visitarnos el día 11 de ese mes. Así pues, teníamos que dejar atrás estas preciosas islas. Sin embargo, el día amaneció bastante ventoso y la intensidad del mismo alcanzaba frecuentemente los 25 nudos. No era una barbaridad ni mucho menos pero nos apetecía una travesía tranquila hasta Isla Linton por lo que decidimos posponer la travesía y ver si al día siguiente, mejoraba el día.
Por la tarde llegó un velero español al fondeo. Era el Ju. Sólo pasarnos por al lado un chico muy simpático nos saludó, era Marc. Llevaba a dos pasajeros de chárter pero hizo un hueco para venir a saludarnos. Era muy amable e incluso nos animó para que nos quedáramos un poco más en San Blas. Él llevaba mucho tiempo con su novia en aquel lugar y nos comentó que charteando uno podía ganarse muy bien la vida. Su novia no la conocimos porque estaba en España ya que acababan de tener un hijo. La verdad es que se nos pasó por la cabeza quedarnos algunos meses más porque San Blas era como un poderoso imán pero el Pacífico también nos tiraba mucho y pensamos que siempre estaríamos a tiempo de volver a este maravilloso archipiélago.
El día 2 amaneció casi igual de ventoso que el día anterior pero ese día no nos importó tanto. Así pues, dejamos muy a nuestro pesar este maravilloso archipiélago en el que esperamos algún día volver a navegar.
En nuestra próxima entrada os contaremos nuestra estancia en Panamá con el cruce del Canal de Panamá y nuestra llegada a la puerta del Pacífico.
Un abrazo.
Travesía de las Islas del Rosario (Colombia) al archipiélago de San Blas (Panamá) | Transmundistas dice:
[...] el barco subía rápidamente por las pendientes con la misma velocidad con la que luego las bajaba.LEER MÁS… Me gusta:Me gusta [...]