COLOMBIA (2ªParte): Travesía de Santa Marta a Cartagena de Indias y estancia en esta ciudad, en Mompós y en las Islas del Rosario. Del 19 de diciembre de 2012 al 7 de enero de 2013.
El día 19 de diciembre de 2012, tras pasar por la oficina de la marina para pagar la luz y el agua consumida, partimos rumbo a Cartagena de Indias. Salimos con algunos nervios y los mismos se debían a dos cosas. Por un lado, nuestro vecino de pantalán, un neozelandés que acababa de llegar a la marina dos días antes, nos paraba de advertirnos cada vez que nos lo encontrábamos de la horripilante navegación que teníamos por delante entre Santa Marta y Cartagena. Por otro lado, esa noche había soplado más viento que nunca en toda nuestra estancia en Santa Marta.
Esa misma mañana de la partida, en la marina, nos habíamos topado de nuevo con el neozelandés que salió de su barco con el bol de cereales y leche sólo para charlar con nosotros y comentar si nuestros planes seguían vigentes después de que por la noche, hubiera soplado tanto viento. El muy bromista decía que en su cama, calentito, estaba imaginando cómo nos debíamos sentir nosotros escuchando el viento fuera y teniendo esa mañana la travesía prevista. Nosotros, es verdad, no habíamos pasado una buena noche escuchando el viento silbar en las jarcias pero continuábamos con nuestros planes ya que el parte decía que teníamos 15 horas tranquilas antes de que viniera el mal tiempo durante una semana y con eso teníamos que tener suficiente para llegar a una zona muy próxima a Cartagena donde las olas serían menos peligrosas pero, ¿y si el parte se equivocaba?
Según el neozelandés, la parte conflictiva de la travesía era de Santa Marta al Río Magdalena donde, por el rumbo que se debía llevar, una ola corta, alta y en muchas ocasiones rota por la corriente en contra de los vientos, pillaba siempre a los barcos que iban a Cartagena por el través. A partir del Río Magdalena, el cambio de rumbo te permitía que esa ola peligrosa te pillara más de popa reduciendo mucho el riesgo. Nosotros contábamos que las primeras horas del día serían tranquilísimas y a partir de ahí, el viento iría subiendo y para cuando hubiera una intensidad importante, presumiblemente ya estaríamos muy cerca de Cartagena habiendo dejado atrás la zona que según el neozelandés era peor.
Así pues, partimos. El viento se había calmado tras la ajetreada noche y salimos de la bocana con un día soleado y tranquilo. Bastante tiempo después que nosotros, otros dos veleros salieron de Santa Marta en nuestra dirección pero ellos no siguieron una derrota tan próxima a la costa como nosotros y se adentraron más en el mar. No utilizaban de esta forma, en las primeras horas de travesía, la zona de refugio que ofrecía el Cabo de las Agujas al norte de Santa Marta y hacían más millas de travesía pero por otro lado, escapaban así de los bajos que podría provocar en su momento el Río Magdalena y conseguían más viento ya que mar adentro, fuera del refugio del Cabo, el viento debía estar soplando más fuerte tal y como podía intuirse observando a lo lejos.
Al principio navegamos sólo a motor por la ausencia de viento y luego, con algo más de viento abrimos vela pero mantuvimos el motor encendido para poder mantener así una media de velocidad que nos permitiera pasar el Río Magdalena cuanto antes.
Pese al poco viento existente, la ola era bastante incómoda, venía de través y era corta y picuda aunque afortunadamente, no era grande.
Poco a poco fuimos avanzando y al cabo de unas horas de navegación, la costa que habíamos dejado de ver hacía mucho rato, volvió a aparecer entre la bruma dejando entrever unos altísimos edificios. Era la ciudad de Barranquilla y en consecuencia, nos acercábamos al Río Magdalena. Pasaríamos pues la zona presuntamente conflictiva cuando el viento todavía permanecía muy tranquilo. Apagamos el motor y redujimos la velocidad de los 6 nudos que llevábamos a unos cinco nudos. Frente al Río Magdalena, las aguas se tornaron marrones, como chocolate y es que el Río Magdalena bañaba gran parte de Colombia y llevaba en consecuencia, muchísimos sedimentos. Algunos de ellos eran realmente peligrosos como el que nos pasó flotando a escasos metros, un árbol entero, enorme, absolutamente pelado de hojas y de corteza pero conservando todavía todas sus ramas.
Dejamos atrás el Río Magdalena y al poco, la noche comenzó a llegar. Dani se fue a dormir y Sandra se quedó a hacer la primera guardia. Con la puesta de sol, las placas solares dejaron de cargar, la tensión de las baterías bajó de los 13 y pico voltios a 12,8 o 12,7 y el piloto se desconectó porque la tensión real que le llegaba a él era bajísima. El problema de pérdida de tensión entre las baterías y el extremo del cable del piloto persistía pero como ya explicamos en la anterior entrada, en Cartagena detectaríamos el problema y lo solucionaríamos definitivamente. Esa noche, todavía ignorantes ante el motivo del fallo, nos tocaría de nuevo hacer una navegación nocturna a la caña.
Sandra estuvo un rato hasta las 21 horas en que Dani le relevó hasta las 3 de la madrugada. Durante esa segunda guardia el viento se puso bastante fuerte, llegando en ocasiones a los treinta nudos de real pero lo peor fue la ola que aunque viniera de popa, era incómoda porque era picuda y relativamente grande. La noche era totalmente oscura y no se les veía llegar. Sólo se escuchaban en ocasiones su rompiente cuando estaban a punto de coger al Piropo. El tamaño de la ola no era suficiente para embarcarse por popa pero en dos ocasiones, una pequeña parte de la rompiente se embarcó en el barco. Era simplemente la masa de espuma y al venir por popa, no tenía fuerza pero aún así, causaba cierta intranquilidad.
A medida que se acercó el amanecer y que estábamos cada vez más próximos a la costa, el viento se redujo más y más y cuando estábamos delante de Cartagena el viento se redujo tanto que tuvimos que conectar el motor. Una situación bastante sorprendente después de la noche movidita que habíamos tenido.
El acceso a la Bahía de Cartagena se hacía por dos posibles pasos: Bocagrande y Bocachica. Bocagrande era el antiguo acceso que en la primera época de dominación española se utilizaba. Era más ancha y profunda pero al parecer, el hundimiento de dos carabelas portuguesas en dicha boca, bloqueó el acceso y eso decidió a dragar y a utilizar el acceso por Bocachica. Como por Bocagrande todavía había una posibilidad de acceso de los barcos atacantes, los españoles para defender mejor la ciudad, hicieron una barrera submarina que impedía el acceso a cualquier barco. Al parecer, esa obra era una impresionante obra de ingeniería para la época. En la actualidad Bocachica era el acceso principal a la bahía y por ella entraban incluso los grandes portacontenedores que llegan al puerto de Cartagena. En Bocagrande se había hecho un pequeño acceso para pequeños barcos señalado con dos boyas que tiene 2 metros y medio de calado en su punto más profundo.
Nosotros, cuando llegamos a la entrada de Bocagrande era todavía de noche por lo que decidimos no arriesgarnos y seguir navegando un poco más hasta la entrada de Bocachica y de esta forma, podríamos entrar ya con luz diurna. Cuando llegamos a Bocachica habían varios mercantes entrando y saliendo e incluso uno de ellos arrastraba una enorme barcaza y por ello nos pusimos en contacto con Cartagena Control por la radio para recibir instrucciones de acceso no fuéramos a molestar a alguien. Nos comentaron que podíamos entrar pero que debíamos transitar justo por fuera del canal, dejando las boyas verdes por estribor. En definitiva, más o menos teníamos que ir como un peatón por una carretera, como si los barcos fueran coches y nos vinieran por la derecha.
La entrada por Bocachica era espectacular porque sólo entrar te encontrabas con los fuertes de San Fernando y de San José, uno a cada lado de la entrada y que en la época vigilaban el que era el único punto de acceso a la bahía de Cartagena de Indias. Fue en este punto donde se produjo la primera parte de la épica batalla en la que defensores españoles comandados por Blas de Lezo y que contaban únicamente con seis barcos, derrotaron a los atacantes ingleses, comandados por Vernon, que contaban con más de doscientos barcos. Estaban tan seguros los ingleses de su victoria que, a priori, habían acuñado unas monedas que conmemoraban la victoria que posteriormente no pudo ser.
Pasamos observando las impresionantes fortalezas y continuamos por el canal siguiendo las boyas verdes que fuimos dejando a nuestro estribor. Nos cruzamos por el camino con dos gigantescos portacontenedores con cientos y cientos de contenedores cada uno que contrastaban con las pequeñas canoas sin motor que también navegaban por la zona y que eran utilizadas para faenar por algunos pescadores locales muy humildes.
Tras ocho millas de canal, llegamos enfrente del Club Náutico de Cartagena que era donde se encontraba la zona de fondeo. Echamos el ancla justo en la popa del Caronte, el velero de Dani, del que hablamos en nuestra entrada de Aruba. En el Club Náutico, pudimos ver amarrado también al catamarán Atlantide de nuestros también amigos Leo y Ana.
Dani vino enseguida a saludarnos y charlamos con él un rato. El resto del día lo pasamos descansando en el barco disfrutando del lugar. La Bahía de Cartagena tenía unas aguas casi nauseabundas con un fondo que enganchaba cualquier cosa de lo fangoso que era. Estaba tan refugiado, que los vientos eran casi imperceptibles la mayoría de días y por tanto, hacía bastante calor. Pero por otro lado, el lugar era único porque a lo lejos divisabas la ciudad antigua, con sus murallas y alguno de sus fuertes mientras que el resto de la bahía estaba rodeada de altísimos edificios blancos residenciales que por la noche, quedaban iluminados pareciéndose lejanamente a Manhattan. Cartagena era una ciudad de descanso para los turistas Colombianos que iban a disfrutar de sus playas que en nuestra opinión, no eran nada bonitas porque las aguas, aunque fueran en mar abierto, eran turbias por sedimentos en suspensión.
Según lo que posteriormente veríamos en el Museo Naval de Cartagena, antiguamente la Bahía de Cartagena era de aguas limpias. Todo cambio en el siglo XX cuando se decidió que el enorme canal que unía el río Magdalena y el mar, y que construyeron los españoles en la época, desembocara directamente en la bahía. El Canal depositó una buena parte de los sedimentos del Río Magdalena en la bahía y la zona cambió bastante para peor.
El día 21 de diciembre fue un día muy especial. Era el cumpleaños de Sandra y cumplió 24 años. Era su segundo cumpleaños a bordo. Esa mañana cogimos la Poderosa, pasamos por el velero Caronte y quedamos con Dani en el Club Náutico. Luego, desembarcamos con el auxiliar en dicho club donde se podía dejar el dingui sin ningún problema. Habíamos oído que debía abonarse un importe semanal por dejarlo allí pero durante nuestra estancia en Cartagena, parecía que no eran nada exigentes con el tema ya que el club estaba en obras y el lugar dejaba bastante que desear. Una vez en el puerto, fuimos al Atlantide para saludar a sus miembros, Leo, su mujer Ana que acababa de llegar a Cartagena, y sus amigos Joan y Damián que partían para España esa misma tarde. Después con Dani del Caronte nos fuimos a hablar con un agente con el que podríamos hacer los papeles de entrada a Colombia.
Nuestra agente, Gladis, resultó muy diferente a Dino, el atosigante agente de Santa Marta. Esta era una chica joven, que acababa de empezar con su negocio y se le notaba con muchas ganas de hacerlo bien. Nos resultó muy eficiente y nos cobró al cambio 75 euros por hacer la entrada y la salida. Ese precio no incluía el permiso de navegación porque estuvimos en Colombia, oficialmente, menos de 15 días aunque en realidad, estuviéramos algunos días más. Tampoco tuvo ella ningún inconveniente, al contrario de Dino, de que en nuestro zarpe de Aruba pusiera como destino Santa Marta y que nuestra entrada oficial se produjese finalmente en Cartagena.
Tras nuestro encuentro con la agente, nos fuimos con muchas ganas a visitar Cartagena de Indias. En esa ocasión, desde el Club Náutico, cogimos un taxi por 5000 pesos pero los siguientes días siempre fuimos caminando ya que del Club Náutico al centro histórico apenas había veinte minutos paseando.
Cartagena era una ciudad muy especial. Rodeada de 11 kilómetros de muralla, todo en su interior estaba muy cuidado, sus edificios coloniales con sus enormes balcones y flores, sus plazas, sus calles, sus iglesias y su catedral. Sin duda, era una de las ciudades más bonitas del mundo.
Por la noche, fuimos a cenar con Leo, Ana y Dani a un lugar muy agradable del centro histórico. Más tarde fuimos a tomar algo en “Donde Felipe”, un sitio muy animado donde los locales bailaban salsa por las noches.
Del 22 al 28 de diciembre los pasamos en Cartagena descubriendo la ciudad, sobretodo el centro histórico con su puerta del Reloj, la Plaza de los Coches, el Portal de los Dulces, la Plaza de la Aduana, el Convento de San Pedro Claver, el interesantísimo Museo naval del Caribe, la Plaza Bolívar, la Plaza Santo Domingo, la nocturnamente animada Plaza San Diego, las Bóvedas… También “disfrutamos” de sensaciones diferentes como la que tuvimos visitando las murallas exteriores de la ciudad. Allí, nos sentamos en la parte alta de las mismas a contemplar un rato el mar y entonces Dani sintió como una picadura intensísima en una pierna. Pensó que debía ser una avispa pero al moverse el mismo dolor le dio en otro lugar. Extrañados nos levantamos apresuradamente y allí vimos el causante del dolor, un pequeño cable metálico que estaba electrificado, sin protección alguna, y que sujetaba el cable que iluminaba las luces de la muralla. Estaba allí colocado como si nada en un lugar donde la gente paseaba tranquilamente. Casi acabamos chamuscado por una tontería.
Nuestra visita a la ciudad no se limitó a la zona interior de las murallas. También visitamos otras partes de la ciudad como los barrios turísticos y playeros de Bocagrande y La Laguna donde observamos el turismo colombiano de playa. También visitamos, fuera de las murallas, el espectacular Castillo de San Felipe, con sus laberínticas galerías algunas de las cuales, carecían de iluminación y en la cuales, los turistas casi nos perdíamos.
También dedicamos nuestra estancia en Cartagena a arreglar el problema que le había surgido al piloto automático. La tensión correcta que tenían las baterías no llegaba con la misma intensidad a los extremos de ciertos cables cuando los aparatos electrónicos estaban funcionando. Con el tensiómetro se podía ir mirando como en cada paso del circuito la tensión bajaba un poco por lo que tocó limpiar bornes y llaves, aumentar la dimensión del cable que traía el positivo y el negativo de las baterías a los cuadros, cambiar la regleta de negativos por una nueva más ordenada y efectiva, reducir siempre que se pudiera la longitud de los cables y eliminar conexiones innecesarias. De esta forma la tensión llegaba casi con la misma intensidad y se pudo solucionar definitivamente el problema de desconexión del piloto automático por las noches.
Otro día nos fuimos con Dani, del Caronte, en el dingui a conocer una playa del barrio de Bocagrande. El agua estaba muy traslucida pero a los turistas locales parecía que eso les daba bastante igual y disfrutaban chapoteando en el lugar.
La Nochebuena la celebramos en el catamarán Atlantide con los simpáticos Leo y Ana que siempre ofrecían su precioso y confortable barco para hacer las cenas. Los amables anfitriones no se limitaban sólo a eso sino que ponían casi toda la comida, por no decir toda. A la cena también fue invitado Dani, del Caronte. Esa noche, cenamos riquísimos embutidos ibéricos españoles, buenísimos rollos de atún hechos por Ana y unos sabrosísimos filetones de carne cocinados en su punto. De postre, tomamos un bizcocho con helado. Sin duda, los asturianos sabían agasajar muy bien a sus invitados. Luego, Leo y Dani (del Caronte) tocaron la guitarra animando lo que fue el resto de la noche.
El día de navidad fue un poco peculiar. Dani (del Caronte), quería darse una vuelta con su velero hasta Playa Blanca, una playa existente fuera de la bahía que era muy visitada por los tours de un día que llevan a los turistas como destino final a las islas del Rosario. Como no teníamos nada pensado, nos apuntamos con él y aparte de disfrutar del día en la playa, descubrimos las virtudes regateras de los veleros X, la marca del velero Caronte. Con apenas 9 nudos de viento aparente íbamos a siete nudos de velocidad. No queríamos imaginarnos a qué velocidad iría con más viento pero por lo que nos decía Dani (del Caronte), a bastante velocidad. Con el día en la playa, pasamos un día de navidad algo diferente. La verdad es que siempre nos lo pasábamos muy bien con Dani, que era muy simpático y muy gracioso y siempre nos hacía reír mucho con sus historias. Lástima que en unos días, ya lo dejaríamos de ver porque tenía que regresar una temporada a Madrid dejando mientras tanto su barco en seco en Cartagena.
Del día 29 al 31 de diciembre nos fuimos a hacer un poco de turismo por el interior de Colombia yéndonos a visitar la también colonial ciudad de Mompós, situada a unos 230 kilómetros al sureste de Cartagena. Nos hubiera gustado hacer más turismo por el país pero por increíble que parezca, no teníamos mucho tiempo. En febrero queríamos pasar el canal de Panamá y antes, queríamos visitar el archipiélago de San Blas, también en Panamá. Por lo tanto, tendríamos que contentarnos con esta pequeña pincelada de Colombia. La cuestión del tiempo era una cosa que nos estaba sorprendiendo mucho desde que iniciamos el viaje. Cuando estábamos viviendo en tierra firme en la vorágine del trabajo y la gran ciudad, pensábamos que cuando estuviéramos navegando tendríamos tiempo para todo y más. Hacer muchísimo turismo, navegar mucho, leer todo, estudiar varios idiomas… La realidad era muy diferente y las tareas cotidianas, siempre bastante más complicadas que en tierra, te restaban bastante tiempo. Además, tener un presupuesto limitado y en consecuencia, un tiempo total para el viaje más o menos ajustado, no permitía recrearte en todos los lugares. De todas formas, no nos podíamos quejar para nada. Sólo faltaría.
El día 29 nos levantamos a las cuatro de la mañana para coger un taxi que nos llevaría después de media hora y por 15000 pesos (7,5 euros), a la estación de autobuses. Al ir a preguntar por los billetes a Mompós nos llevamos una sorpresa ya que por motivos de las fiestas navideñas, no les quedaban billetes disponibles en los siguientes dos días. Un poco decepcionados nos encaminamos de regreso al barco pero antes de partir de la estación de autobuses, nos acordamos que habíamos leído otra posibilidad para ir a Mompós y que habíamos desechado en un principio porque era más larga. Esta posibilidad consistía en coger un autobús a la ciudad de Magangué para una vez allí, embarcarse en una lancha que a través del Río Magdalena nos llevaría a la ciudad de Bodegas. Allí sólo quedaría coger un taxi colectivo hasta Mompós. Este segundo trayecto, por complicado que pareciera tenía el mismo coste y encima, duraba menos tiempo y lo mejor de todo, es que había billetes disponibles para viajar a Magangué aunque estuviésemos en Navidad. Cada billete nos costó 90000 pesos, unos 45 euros, aproximadamente el doble de lo que costaba en temporada que no era navideña.
En quince minutos estábamos ya subidos al autobús que partió de Cartagena por una carretera sin asfaltar que casi no podía verse de la polvareda producida por el continuo transitar de los autobuses. Al cabo de un rato, nos incorporamos ya a una carretera asfaltada y por allí avanzamos durante cuatro horas observando con atención todo lo que podía observarse desde la ventanilla del autobús, el paisaje, los pueblos, los vehículos, etc.
Magangué resultó ser una bulliciosa ciudad con un absoluto caos de gente y vehículos y nos dio pena pasar tan fugazmente por allí. Nos encaminamos hacia el pequeño puerto fluvial donde una al lado de otra, habían muchas pequeñas lanchas que llevaban a diferentes destinos. Nosotros compramos el billete a Bodegas y casi sin esperar, partimos río arriba a toda velocidad empujados por los 200 CV del motor fueraborda. El billete en la lancha costaba 7000 pesos, unos 3,5 euros. El fangoso río Magdalena tenía unas aguas marrones opacas de tantos sedimentos que arrastraba. Nos hacía mucha gracia estar navegando ahora el río por cuya desembocadura habíamos navegado con el Piropo hacía sólo unos días. El viaje fue muy curioso ya que el medio de transporte además de original para nosotros, era genuinamente local y sólo por él, nos valió la pena viajar hasta Mompós.
En unos veinte minutos, la barca llegó hasta Bodegas y allí, casi inmediatamente, nos subimos en un taxi colectivo (todoterreno ocupado por varias personas) que nos llevó en unos cuarenta minutos hasta Mompós por 12000 pesos, unos 6 euros, cada uno.
El conductor del taxi colectivo era un hombre arisco y seco, que no paraba de tocar el claxon y circulaba a toda velocidad por una carretera sin asfaltar sin respetar gallinas, cerdos, otros animales, bicicletas, motos, pueblos y encima, aún se atrevía a decir a los demás que no sabían conducir a grito pelado. Al llegar a Mompós nos preguntó si íbamos a dormir en el hostal llamado la Casa Amarilla porque según él, todos los extranjeros iban allí (sería porque lo recomendaba la guía Lonely Planet). Nosotros le dijimos que no sabíamos pero que buscábamos uno baratito. Entonces nos recomendó el hostal Magdalena, que estaba mucho más céntrico y costaba 50000 pesos (25 €) la habitación doble con baño. Tras echarle un vistazo, allí nos quedamos, y como era tarde y el menú del hostal era económico (7000 pesos = 3,5 euros), nos quedamos a comer allí. Como siempre en Colombia, el menú se componía de una sopa de carne o pescado de primero y de un segundo de carne o pescado con guarnición. Dani se pidió lengua de vaca y Sandra, una carne a la posta. De beber tampoco había mucha opción, agua de panela.
Al finalizar la comida, salimos a pasear por el pueblo. Mompós había sido una floreciente ciudad ribereña que canalizaba todo el tráfico de mercancías que circulaban entre la ciudad de Cartagena y lo que entonces era el interior de la colonia española. En el siglo XIX, el brazo del río en el que estaba la ciudad se obstruyó y toda la navegación se desvió por otro brazo del río lo que puso fin a la prosperidad de Mompós. La ciudad se quedó entonces como bloqueada en el tiempo y ahora, todo seguía igual a como estaba en el siglo XIX. La ciudad era preciosa, adoquinada, con enormes mansiones encaladas con ventanas enrejadas y amplios patios interiores. La pequeña ciudad tenía hasta seis iglesias y una de ellas, la iglesia de Santa Bárbara, era la única de toda Colombia con un campanario de estilo mudéjar.
Tanto la tarde del día 29 como todo el día 30 lo dedicamos a pasear por la pequeña y sorprendente ciudad colonial. También comimos la especialidad local, el pescado de agua dulce llamado bocachica, que se pescaba directamente en el río Magdalena y que francamente, era muy feo físicamente y no estaba demasiado bueno al ser un pez de agua dulce.
El día 31, muy pronto, regresamos a Cartagena en autobús. Para transitar por el río Magdalena, el autobús se embarcó en una enorme barcaza que empujaba un barco parecido a los que todos hemos visto en la películas de los que navegaban por el río Misisipi aunque este estaba actualizado y en vez de funcionar a vapor y tener una gran rueda que lo empujaba, funcionaba a motor y lo empujaba una hélice. El tramo del río fue más lento y por ello mucho más agradable porque pudimos pasear por la barcaza y observar con detalle los márgenes del río. Finalmente, llegamos a Cartagena a la hora de comer y enseguida, tras coger un autobús de línea desde la estación de autobuses hasta el centro de la ciudad y llegar luego al barco, fuimos a saludar a Leo y Ana del Atlantide que estaban ahora fondeados y organizamos rápidamente una cenita de fin de año. Los pobres Leo y Ana, volvieron a ofrecer su barco como lugar de encuentro. Y la tarde la pasamos todos en el supermercado comprando todo lo necesario.
Invitamos también a la cena a Dani del Caronte y a Antonio, del Trophy Girl, un simpático español que acabábamos de conocer y que acababa de llegar a Cartagena proveniente de San Blas, en Panamá, hacia sólo unos días.
La cena transcurrió como las otras comidas en el Atlantide, nosotros aportábamos muy poca cosa y Leo y Ana, todo lo demás. Y todo buenísimo. Cenamos embutidos ibéricos, ensalada de aguacates y camarones, solomillo de cerdo a la plancha con champiñones fritos y arroz blanco y de postre, crepes con queso fresco y mermelada. Las 12 de la noche fue bastante especial ya que fondeados en medio de la mágica Bahía de Cartagena, los fuegos artificiales empezaron a resplandecer por todo el cielo de la ciudad rodeándonos casi 360º. Mientras, los barcos, en especial los grandes militares que habían en la base naval, tocaron casi al unísono sus sirenas. Sin duda, fue una Nochevieja diferente y especial.
El día 1 de enero nos quedamos tranquilos en el barco. Vino a visitarnos Antonio, del Trophy Girl y fue él el que nos empezó a levantar el gusanillo de llevar a algún pasajero desde Cartagena hasta Panamá y cobrar por ello. Nosotros, previamente de hablar con Antonio, ya sabíamos que muchos turistas, especialmente mochileros, escogían yates para llegar desde Colombia a Panamá y viceversa. Las alternativas al yate eran exclusivamente el avión ya que no existen carreteras que unieran los dos países por las condiciones pantanosas del Darién. Las tarifas solían ir de los 450 dólares a los 600 dólares y existían barcos que habían hecho de esto un verdadero negocio. Metían mochileros hacinados como si fueran pateras cobrándoles 500 dólares por trayecto y algunos llegaban a cargar hasta 20. Había uno que era de especial tamaño, que también subía motos y cobraba por ello 1000 dólares por trayecto cada una llevando hasta 8. Solían hacer 3 viajes al mes y llevaban cargados el barco tanto a la ida como a la vuelta. En muy poco tiempo, a ese ritmo, se tenía el barco pagado. Nosotros, cuando estábamos en Barcelona, nos daba un poco de miedo la cuestión de llevar a gente por la posibilidad de meter a alguien que pudiera cargar drogas y que nos provocara en consecuencia un lío enorme (la fama de Colombia aún nos pesaba y creemos que no inmerecidamente), pero hablando con Antonio pensamos que podríamos llevar cómodamente a dos personas y antes de embarcarlos, conversar con ellos a priori para ver si nos parecían gente normal y así, en la medida de lo posible, no tener problemas. Cobraríamos 450 dólares a cada uno y así, además de la experiencia, con lo que ganábamos, lo destinaríamos a pagar el “económico” Canal de Panamá.
Al día siguiente quedamos con Antonio para ir a dar una vuelta por la ciudad y de paso, ir a algún hostal a preguntar por posibles pasajeros. Él ya conocía el negocio y tenía algún contacto en los hostales y aunque él también necesitaba pasajeros para volver a Panamá, nos dio toda la información necesaria y se ofreció a que le acompañáramos a buscar potenciales clientes. Antonio resultó ser la típica persona bonachona que lo poco que tenía, lo ofrecía sin vacilar. Un encanto de persona.
Dimos una vuelta y en el hostal que conocía Antonio, conocimos a una pareja de mochileros chilenos, que querían viajar a Panamá. En principio, ellos querían viajar sólo hasta Sazpurro, una ciudad colombiana en la frontera con Panamá y por eso a Antonio no les interesó llevarlos porque él quería hacer el viaje típico: llevarlos de Cartagena a San Blás en Panamá, con un par de días de visita por las islas del archipiélago. Nosotros no teníamos la ruta todavía prevista y estábamos abiertos a cualquier trayecto por lo que nos pusimos a charlar con ellos. Finalmente, ellos cambiaron de opinión y se decidieron a hacer la ruta típica. En conclusión, sin darnos cuenta y en un plis plas, le habíamos robado los clientes al pobre Antonio. Cría cuervos y te sacarán los ojos dicen. Antonio, cuando se lo contábamos más tarde, se lo tomaba a broma. Los chilenos, Leo y Rocío, enseguida nos cayeron simpáticos además de que los vimos unos chicos muy normales, muy educados, de buena conversación, que no nos crearían problemas y que tratarían bien el barco.
Los días 3, 4 y 5 nos dedicamos a prepararlo todo, el recorrido, los víveres, el agua, los papeleos de salida del país para todos y sobretodo, el arreglo del motor de La Poderosa que como no podía ser de otra forma, se estropeó justo antes de partir. No era el peor momento pero casi. Sólo llegar a Cartagena, el pequeño motorcito se había estropeado y tras limpiarle Dani el carburador y cambiarle luego la bujía, había vuelto a funcionar sin problemas. Ahora se había vuelto a estropear justo cuando no teníamos tiempo para preparar todo lo que necesitábamos. Decidimos buscar a un mecánico para solucionar definitivamente el problema. Al profesional que nos recomendaron le dijimos que el problema debía ser diferente a limpiar el carburador y a limpiar la bujía ya que siempre que lo hacíamos, el problema reaparecía en muy corto período de tiempo. Tenía que ser otra cosa. El hombre nos limpió todo el motor, cambio el aceite, limpió de nuevo el carburador y la bujía y según él, también nos reguló las válvulas, un arreglo que ignorábamos en qué consistía. Nos sonaba a la broma esa que dicen que arreglan el cerimástrico del bertómetro. Nos cobró al cambio 60 euros y al principio, cuando nos entregó el motor, el mismo funcionó correctísimamente. Pero en cuanto él desapareció, empezó a echar una humareda enorme. La Poderosa parecía un barco a vapor. Alguien nos tranquilizó diciéndonos que el humo se producía porque se estaba quemando aceite sobrante y que al poco desaparecería y efectivamente, así fue, pero justo el día 5 por la noche, cuando al día siguiente, muy pronto, íbamos a ir a buscar a nuestros pasajeros chilenos y queríamos que todo estuviera bien, el motor volvió a fallar. El enfado que llevábamos encima era muy grande.
El día 6 por la mañana, fuimos a remos al Club Náutico donde nos esperaban Leo y Rocío. Los pobres no decían nada pero debían pensar que en donde se estaban metiendo. Dani fue a llamar al mecánico que lo primero que le dijo al teléfono fue: ¿Pero no le ha cambiado la bujía? Dani si ya estaba enfadado, aún se enfadó un poco más. Pensó que si se dejaba el motor a un mecánico para que lo arreglase, lo lógico no era que al día siguiente, le tuviera que cambiar la bujía y más cuando estaba seguro que el mecánico no le había dicho que lo tenía que hacer. El mecánico al menos respondió y aunque era domingo, se presentó en relativo poco tiempo en el Club para arreglar el motor. Toqueteó en la bujía y el motor encendió correctamente. Nos quedamos contentos pero la solución no duraría mucho. En San Blas, volveríamos a tener problemas.
Creyendo que el problema eran las bujías que se estropeaban fácilmente, Dani se subió a un moto-taxi y se dirigió a buscar por la ciudad un sitio donde comprar un pequeño cargamento de bujías igual a la que el mecánico de Venezuela le había puesto en el motor. Enseguida lo encontró asesorado por el conductor y pronto regresó al Club. Embarcamos todos en el Piropo y nos dispusimos a partir. Era bastante más tarde de lo que habíamos previsto inicialmente por lo que cambiamos los planes de navegación y ese día, en vez de llegar hasta las Islas del Rosario como teníamos previsto, pasaríamos la noche en Playa Blanca y al día siguiente, ya llegaríamos hasta esas islas que distaban 30 millas desde Cartagena.
Al ir a subir el ancla, el pulsador de subida no funcionó. Estábamos concatenando problemas y nuestros pasajeros debían estar ya completamente aterrados pensando donde se estaban subiendo. Les aseguramos que estaba siendo mala suerte, que siempre funcionaba todo bien y que precisamente, el molinete era lo más nuevo del barco porque lo habíamos adquirido en Martinica hacía menos de un año.
Dani subió el ancla sin problemas a mano y dejamos atrás la bonita ciudad de Cartagena con muchas ganas de navegar a sitios nuevos y más limpios, donde te pudieras zambullir directamente desde el barco y pudieras utilizar el agua salada del mar. En los sitios que no podías coger agua salada, nuestras provisiones de agua dulce desaparecían rapidísimamente con las duchas, las lavadas de platos y ropa, y la cocina. Cuando estábamos en lugares donde el agua de mar estaba limpia, con nuestras provisiones podíamos pasarnos meses ya que el agua dulce sólo era utilizada para beber y para cocinar combinándola eso sí, con agua salada (1/3 de agua salada y 2/3 de agua dulce).
En pocas horas navegando, salimos por el Canal de Bocachica y llegamos a Playa Blanca. Allí estaban fondeados el Atlantide de Leo y Ana y el Úrsula de Julio que había regresado de las navidades españolas y que estaban allí para pasar un día de aguas limpias fuera del lodazal de Cartagena. Nos dimos un baño una vez fondeados y por la tarde, fuimos con el auxiliar a pasear por la boca de la ciénaga de Cholón que estaba muy cerca. Al volver al barco, Leo y Ana nos invitaron a su barco a cenar. Una vez más. Aunque claro, nosotros encantados. Cenamos unos chuletones enormes de carne en su punto con un arroz con setas también riquísimo. Sandra preparó de postre un arroz con leche y pasamos una agradable noche con nuestros simpáticos anfitriones. Nuestros pasajeros chilenos, Leo y Rocío, de paso, pudieron ver así el interior de otros barcos además del Piropo aunque el Atlantide, el enorme catamarán Catana, era un mal ejemplo para mirar ya que si luego se comparaba con nuestro querido Piropo, lo dejaba al pobre un poco en mal lugar.
Nos despedimos con cierta pena de Leo, Ana, Julio y Jorge. Con los primeros, habíamos pasado casi todas las fiestas de navidades pero esperábamos de todas formas reencontramos con todos de nuevo en el archipiélago de San Blas. Ya veríamos si había suerte.
Al día siguiente, día 7 de enero, partimos hacia las Islas del Rosario. El día anterior Dani había cambiado los pulsadores que accionaban el molinete y cambió el de subida, que era el que se había estropeado, por el de bajada, que nunca utilizaba porque lo hacía a mano por una cuestión de velocidad. Así pues, pudimos subir el ancla sin esfuerzos.
La travesía a islas del Rosario fue algo incómoda ya que una ola venía de través y meneaba mucho al Piropo. Leo, aguantó como si fuera un experimentadísimo lobo de mar pero la pobre Rocío, sufrió más el vaivén y encima, las pastillas antimareo que habían adquirido a priori no tenían cafeína por lo que inevitablemente, sufrió un ataque de somnolencia ya que esas pastillas son muy contundentes si no tienen cafeína.
Nuestro fondeo previsto estaba al sur de Isla Grande. Para navegar por estas islas nos ayudó mucho la magnífica guía de Colombia que conseguimos gracias al asesoramiento de Leo del Atlantide. Esta guía la publicaron hacía unos años y la entregaban gratuitamente para promocionar el turismo náutico en el país. La habían publicado en castellano e inglés pero no tenían intención de hacer unas nuevas ediciones y estaban disponibles mientras existieran ejemplares. Los de castellano por ejemplo, ya se habían acabado. En nuestra estancia, los ejemplares en inglés estaban disponibles en la Corporación de turismo de Cartagena, situado en el Muelle de la Bodeguita, 2º piso, teléfono 035 6550277. Lo mejor de esa guía era que además de las recomendaciones y mapas con los fondeaderos posibles, estaban incluidas todas las cartas oficiales de las zonas navegables de Colombia, tanto de la zona Caribeña como de la zona del Pacífico. Un bonito trabajo.
Bordeamos todas las Islas del Rosario por el norte y entramos por el canal del oeste. Las islas, excepto una, en la que estaba prohibido fondear, no nos parecieron muy espectaculares aunque claro, en ellas casi no estuvimos tiempo para juzgar con seriedad. Una vez situados al sur de Isla Grande no encontramos bien el paso que llevaba a la zona de fondeo y el lugar no ofrecía muchas alternativas porque el fondo subía muy pronunciadamente desde sondas demasiado profundas a sondas en las que el barco tocaba. Además, el fondo era de coral y no nos gustaba dañar el suelo conscientemente echando el ancla en cualquier lado en el que sabíamos con seguridad que no existía arena y sí coral. La solución la vimos en una gran boya metálica oxidada que no sabíamos si estaba en uso y que debía utilizarse para amarrar barcos de cierto tamaño aunque no mercantes porque estaba muy cerca de la zona coralina. Como allí sólo íbamos a pasar el día y por la noche teníamos previsto iniciar nuestra travesía a Panamá, dejamos el barco allí atado. Dani se tiró al agua con un cabo y pasó el mismo por la argolla que tenía la boya en su parte superior. Mientras Sandra, permanecía al timón. Y ya que teníamos tripulantes, Dani se ayudó de Leo para sujetar el chicote del cabo una vez pasado por la argolla mientras volvía a subir al barco para afirmarla. La solución fue muy cómoda ya que la boya, aunque en mal estado, estaba sobredimensionadísima para el Piropo, con una cadena gigante y un muerto de cemento enorme. Al poco de estar allí, cuatro veleros locales diferentes, entraron por el estrecho canal que llevaba a la zona de fondeo y que estaba señalizado con unas boyas bastante cutres que no habíamos visto. Si llegamos a llegar un poco más tarde, con la referencia de los otros barcos, hubiéramos visto mejor el acceso. Pero sin duda, no nos podíamos quejar de nuestra elección porque en la boya, estuvimos muy bien.
Pasamos todo el día en el lugar buceando y por la tarde, Leo, un guitarrista que a nosotros nos pareció espléndido, enseñó a Sandra a afinar la nueva guitarra que en la distancia, le había regalado su madre por su cumpleaños y que acababa de comprar en una tienda de instrumentos musicales en Cartagena.
Con la llegada del atardecer, preparamos todo para iniciar la travesía a Panamá. El viento pareció que como nosotros, también se preparaba para la travesía y se fortaleció hasta una intensidad de unos veinte nudos reales.
Soltamos el chicote de la amarra que nos ataba a la boya, nos dejamos llevar e inflamos inmediatamente la vela. Atrás dejábamos la preciosa Colombia pero por delante teníamos uno de los lugares que más ganas teníamos de visitar en todo el viaje. El archipiélago de San Blas en Panamá.
En nuestra siguiente entrada os contaremos nuestra travesía a Panamá y nuestra estancia en el espectacular y único archipiélago de San Blas.
Un saludo.
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Blanca dice:
Hola!
Sandra, pero si ya tienes guitarra!!! Vaya contraste entre vuestras fotos y el montón de nieve que tenemos en el Pirineo! Muchos besicos desde las blanca montañas.