Sigue el viaje del velero Piropo, con sus tripulantes Dani y Sandra, en su pretendido deseo de dar la vuelta al mundo por los trópicos.

LOS ROQUES. Del 13 de octubre al 3 de noviembre de 2012.

 

Tras la noche infernal que ya comentamos en nuestra anterior entrada, deseábamos salir disparados de Tortuguillas y no permanecer ninguna noche más en ese par de pequeñas islas. El día sin embargo, nos creaba ciertos recelos para navegar hacia los Roques ya que, aunque soplaba el viento con intensidad, el cielo estaba muy encapotado y el ambiente tenía muy mala pinta. Para quitarnos las dudas llamamos por radio al catamarán Alizé para que nos informara del pronóstico de tiempo de forma más actualizada ya que disponían de radio BLU. Ya sabíamos desde hacía unos días por los propios integrantes del Alizé que las Pequeñas Antillas estaban viéndose afectadas por una depresión tropical y que algo malo quizá podía afectar a la zona en la que nos encontrábamos pero lo que no sabíamos, era en cuánto nos podía afectar. Jean-Yves nos tranquilizó inmediatamente a través de la radio ya que nos comentó que el aparente mal tiempo que veíamos se iba a quedar como estaba y que sólo iba a durar unas horas más. Después, habría unos días de calma intensa. Así pues, era una buena idea aprovechar el viento que había para ir avanzando hacia los Roques y eso fue lo que hicimos.

Respecto a las previsiones meteorológicas nosotros, ahora, habíamos hecho una mejora de cómo navegábamos por las Pequeñas Antillas. Allí, aprovechando la asombrosa regularidad de los alisios en la buena temporada, íbamos sin ningún tipo de previsión excepto la que de vez en cuando, siempre que teníamos oportunidad, obteníamos a través de internet. Ahora, habíamos solucionado relativamente esa carencia y contábamos con partes que si bien no podían ser muy precisos, nos permitían conocer más o menos las intensidades de viento para los siguientes siete días. En nuestra estancia en España, ayudados por el hermano de Dani, conseguimos descargar archivos grib meteorológicos a través del pequeño teléfono satélite que llevamos, un Inmarsat Isatphone Pro. No obstante, una vez conseguido, nos dimos cuentas de un par de timos más de los que las grandes compañías, suelen hacer a los consumidores con aparente total impunidad. El primero de ellos era que aunque en la publicidad del aparato decían una y otra vez que se podía descargar datos a través del teléfono con muchísima facilidad, en realidad, para poder hacerlo sin demasiados problemas de conexión y sin interrupciones, tenías que ayudarte de un programa que era de pago y que casualmente, era relativamente caro. Ese inconveniente quizá fuera asumible pero entonces apareció el segundo inconveniente, este más grave y es que la propia compañía Inmarsat, había cambiado unilateralmente las condiciones que asumimos cuando se compró el teléfono de forma que la gran ventaja que para nosotros la diferenciaba claramente de sus competidores se había diluido. En concreto, la característica que habían eliminado consistía en que independientemente del importe que pusieras de recarga al teléfono, el saldo te caducaba a los dos años. Eso era muy interesante porque podías utilizar el teléfono sólo para emergencias y recargando por ejemplo sólo treinta euros, podías dejarlo allí dos años. Ahora, dependiendo del importe que pusieras, te caducaba antes o después, lo que te obligaba a hacer un consumo importante mensualmente. La verdad es que cuando nos enteramos, se nos quedó una gran cara de tonto. ¿Para qué había servido toda nuestra comparativa entre las diferentes compañías de teléfonos satélite existentes? Cambiaban las condiciones así, de pronto, unilateralmente, cuando el terminal costaba seiscientos euros y lo habíamos comprado en atención a que podías usarlo como emergencias con poco gasto. Ahora, lo más barato era si recargabas trescientos euros de golpe que entonces te duraba el saldo un año sin caducarse. Pero esa recarga importante, más lo que costaba el programa de descarga de datos nos pareció algo bastante elevado para tener la meteorología en el barco si a eso le añadíamos el coste de las conexiones que serían unos tres euros cada vez. Y lo peor era que si recargábamos el teléfono con más saldo, perdíamos las condiciones que aún manteníamos del saldo que aún nos restaba en el teléfono. En conclusión, un timo.

Antes los nuevos inconvenientes surgidos, se nos ocurrió una alternativa bastante económica para obtener la meteo. Todas las compañías de teléfono satélite tienen un sistema para enviar mensajes cortos gratis desde internet a los teléfonos satélite. Por ahora, todas lo tenían hasta que se pusieran de acuerdo y lo quitaran todas a la vez o una detrás de otra para disimular y que no pareciera lo que parecen en muchas ocasiones, un cartel. Así pues, aprovechando esa “graciosa” facilidad, pedimos a una buena amiga nuestra, Blanca, que nos enviara periódicamente la meteo esquemáticamente a través de mensajes gratuitos. Al fin y al cabo, siempre estábamos en contacto con ella y sabía más o menos por qué zona de navegación nos movíamos. La precisión quizá no fuera mucha porque la zona a cubrir era muy amplia y los mensajes cortos, pero a nosotros sólo nos interesaba prever los tiempos realmente malos. Ahora entonces, aproximadamente dos veces por semana, recibíamos con ilusión y tranquilidad el correspondiente mensaje. La verdad es que, de golpe, habíamos notado una mejoría extraordinaria en nuestra tranquilidad. Por ejemplo, ya no nos preocupaban tanto las nubes que antes del anochecer se pudieran ver por el horizonte y que siempre a esas horas parecían especialmente amenazadoras. No obstante, igualmente no estábamos del todo tranquilos y seguíamos atentos ya que en cualquier momento podía aparecer un ventarrón localmente fuerte o la previsión meteorológica podía equivocarse pero al menos, sabíamos en líneas generales lo que podía suceder. La parte mala del asunto era lógicamente, que debías molestar y mucho a una persona que no estaba disfrutando del viaje. Sabíamos que era una obligación muy grande la de tener que consultar internet y enviar un mensaje dos veces por semana todo el año. ¡Muchas gracias Blanca!

Con la previsión más actualizada ese día, partimos inmediatamente hacia el archipiélago de los Roques dejando atrás la sorprendentemente bonita Isla Tortuga, los preciosos cayos que tiene a su alrededor y sobretodo, los horrorosos mosquitos de Tortuguillas.

La travesía no era muy larga, apenas unas 85 millas. Al principio hizo un buen viento de unos 18 nudos reales que nos venían por la aleta pero a medida que pasaba la mañana, ese viento fue relajándose y cada vez soplaba con menos y menos intensidad. Al final, más que arrastrarnos por el agua estábamos casi parados por lo que sobre las 15:00 horas, tuvimos que encender, a nuestro pesar, el motor.

Comimos una cómoda comida que solemos hacer en travesías porque no implica encender el fuego: una enorme ensalada de garbanzos con tomate, maíz, atún y repollo, y la tarde la pasamos charlando mucho y disfrutando de la tranquilidad del mar, fijándonos a su vez en ver si podíamos observar algún animal peculiar.

La noche llegó y tras cenar unos creppes de limón y azúcar, comenzaron los turnos de guardia. La noche estaba tranquilísima, muy estrellada y no muy oscura aunque a lo lejos se veían rayos que por suerte no se aproximaron demasiado. Los delfines también nos acompañaron un rato delatándose por el resplandor de sus lomillos en el plancton del agua y por sus sonidos al respirar. También nos distrajimos intentando identificar estrellas y constelaciones ayudándonos del programa informático Stellarium. El cielo limpio invitaba a hacerlo.

Con las primeras luces del día ya comenzamos a intuir el archipiélago de Los Roques. Este es un archipiélago conformado por unas trescientas islas e islotes arenosos situado a unas 71 millas al norte de Caracas. Todo el archipiélago y las aguas que lo rodean (2211 km2), fueron declarados Parque Nacional en 1972 y es uno parques marinos más grandes del mundo. La gran mayoría de las islas están desiertas excepto la isla más grande llamada Gran Roque que tampoco tiene una gran población ya que únicamente viven las personas que se dedican al turismo en el archipiélago y sus familias. Lo más curioso de toda la zona es que está muy protegido del mar por una gran barrera coralina que la cubre por todo el este y largas y delgadas islas que la cubre por el sur. El resto, se va cubriendo por la gran cantidad de pequeñas islas e islotes que existen que producen que la navegación en su interior sea un verdadero placer porque la ola es casi inexistente independientemente del viento que sople.

Poco a poco nos fuimos acercando al archipiélago entre los grandes movimientos en el agua que formaban grandes bancos de peces de considerable tamaño. El lugar elegido para entrar era la famosa Boca de Sebastopol. Sobre esta entrada habíamos leído mucho y comentado con otros navegantes y sabíamos que era muy difícil de ver hasta que no estabas casi encima. También sabíamos que las grandes olas que el viento generaba durante muchas millas chocaban contra los arrecifes que la rodeaban y que la impresión que uno tenía cuando se acercaba a ella era que se estaba navegando contra unas rompientes sin paso alguno. Habíamos leído también de algún navegante que la entrada la había cruzado surfenado una ola sin poder maniobrar el barco hasta que las aguas tranquilas del interior del archipiélago se lo permitieron. Nada era muy tranquilizador pero toda esa literatura no fue nuestra experiencia ni mucho menos ya que afortunadamente, en nuestro caso, el mar estaba casi como una balsa de aceite y aunque las olas chocaban estrepitosamente contra los arrecifes expulsando grandes cantidades de espuma –es difícil comprender porque chocan siempre las olas, independientemente de su tamaño, tan aparatosamente contra los arrecifes-, nuestra aproximación lenta a motor no asustaba demasiado. Y por si fuera poca la comodidad, la ausencia de visibilidad de la entrada se solucionó cuando no uno, sino dos yates venezolanos, uno detrás de otro –era domingo-, nos marcaron visualmente en la distancia por donde estaba la entrada cuando salieron del archipiélago. La entrada a los Roques fue sin ningún problema y muy sencilla aunque comprobamos que las cartas CM93 y las CMAP seguían dando errores importantes mientras que las garmin eran correctas.

Justo al entrar por Sebastopol, había que girar a estribor inmediatamente bordeando uno de los extremos de la boca por donde acabábamos de entrar. Desde allí, por un pasillo muy ancho que dejaban dos largos arrecifes, se podía avanzar por dentro del archipiélago en dirección norte y por ahí nos encaminamos a lo que sería nuestro primer fondeo en los Roques, enfrente de la diminuta isla de Buchiyaco conformada por manglar y arrecife que estaba muy próxima a la propia entrada del archipiélago.

Tras comer una rica tortilla de patatas con pan recién hecho, hicimos la digestión yéndonos a bucear. Teníamos ganas de ver que había debajo del agua y vimos peces, peces en cantidades enormes. Lo más curioso era el tamaño descomunal que tenían respecto al tamaño que los habíamos visto en otras islas. Parecía que aquí un holocausto radioactivo los había convertido en ejemplares especialmente grandes. Lutjánidos, pargos, salmonetes…

Por la tarde Dani estuvo desmontando el motor del fueraborda porque sonaba a coche viejo sin tubo de escape y es que el mecánico de Puerto de la Cruz, limpiando el carburador, había dejado una especie de almohadillas que existen entre las piezas sin colocar. Dani se había dado cuenta al verlas colgando enganchadas detrás de un tornillo y tras desmontarlo todo y volverlo a montar correctamente, el motor volvió a funcionar con un sonido mucho más agradable.

Por la noche, justo antes de irnos a dormir, pese a que teníamos las mosquiteras puestas, vimos que habían entrado una especie de mosquitas pequeñas. Eran tan y tan diminutas que habían entrado a través de las propias mosquiteras. Echamos un poco de insecticida y no nos preocupamos más porque pensamos que eran mosquitas pequeñas y en cuanto soplara un poco de viento –estaba entonces totalmente parado- desaparecerían. Sin embargo, las mosquitas no eran mosquitas, sino mosquitos diminutos y muy voraces. Seguramente, los conocidos como puri-puris. La noche pasó rápida, casi sin darnos cuenta, medio dormidos, con alguna molestia pero creyendo que habíamos matado al mosquito responsable, pero al día siguiente, vimos el resultado de la convivencia con esos insectos, estábamos totalmente acribillados a picotazos. Sandra normalmente era la que más atraía a los mosquitos pero esta vez fue Dani el más perjudicado. Tenía decenas y decenas de picaduras. Más de cincuenta seguro. Pensamos que con la falta de viento, el tema de los mosquitos iba a ser un verdadero problema. Además, si los puri-puris traspasaban la mosquitera la única solución de ahora en adelante sería cerrar todas las ventanas lo que en el trópico no iba a ser muy agradable pero claro, no quedaba otra solución.

Los Roques era uno de los lugares que más ganas teníamos de conocer en todo el viaje pero no nos recibió con los brazos abiertos. Aparte de la noche con los puri-puris, el día estuvo bastante nublado y no paraban de pasar yates venezolanos que volvían para el continente después del fin de semana. También se pasearon por la zona varias lanchas con turistas, de los que viajan al Gran Roque en avión y desde allí, contratan pequeñas barcas con las que van a dar una vuelta o les llevan a alguna playa desierta con algo de comida y bajo una sombrilla. La verdad es que nos imaginábamos el lugar mucho más solitario. Por si fuera poco, nos fuimos a bucear por la zona con el auxiliar y en el primer sitio que nos tiramos, la sensación al zambullirnos fue como si nos hubiésemos tirado en una piscina de bolas, como esas de los parques infantiles. La única diferencia era que en nuestro caso no eran pelotas nuestro entorno, sino medusas. Estaba lleno de medusas redondas, pequeñas y transparentes. Todas agolpadas en el primer medio metro de profundidad. Las notabas en la cara, en el cuello, en los brazos y las veías por supuesto a través de las gafas de bucear… nada agradable. Afortunadamente, no parecían que nos picaran si sólo te rozabas con ellas. No obstante, salimos del agua al poco y cambiamos de lugar de buceo a uno en que no estuvieras acompañado por esos “agradables” animales. Seguimos viendo entonces muchos y muchos peces de tamaños descomunales.

Lo más impresionante del buceo ese día quizá fuesen los coloridos peces loro que en ese lugar eran tan grandes -medían sobre un metro veinte-, que en un primer momento asustaban y todo cuando tranquilos como son, te miraban fijamente enseñándote sus pronunciadísimos dientes con los que muerden el coral. También vimos unos peces ballesta de grandes dimensiones y muy cerca, dormidos plácidamente debajo de una roca había tres ejemplares de inofensivos tiburones nodriza. ¡Qué ilusión nos hizo haber visto nuestros primeros tiburones!

Aparte de bucear, ese día dimos un largo paseo con el auxiliar por las inmediaciones mirando los arrecifes, las pequeñas islas e incluso nos acercamos un poco hasta la boca de Sebastopol.

La noche no fue demasiado cómoda, sopló bastante viento y varias tormentas de rayos pasaron relativamente cerca. Incluso nos tuvimos que levantar a mitad noche cuando decidimos retirar el toldo por si acaso ante la brusca subida de viento. A todo ello se le unía que teníamos que dormir totalmente encerrados para evitar una posible visita no deseada de los puri-puris.

El día 16 de octubre volvimos a bucear a primera hora de la mañana pero en esta ocasión, en una zona un poco más lejana muy cerca de donde habían los restos de un gran mercante naufragado del que sólo quedaba la estructura oxidada. Tras el buceo, levamos anclas y fuimos a fondear un poco más al norte del archipiélago muy cerca de la Boca del Medio. La Boca del Medio es otra posible entrada al archipiélago de Los Roques aunque se suele utilizar menos porque al estar orientada a los vientos dominantes, suele recibir olas con muy buen tamaño. Para llegar a las inmediaciones de La Boca del Medio había que ir sorteando arrecifes aunque la realidad fue muchísimo más sencilla de lo que nos habíamos imaginado a priori cuando mirábamos la carta. Entonces, la sensación era que habían muchísimos arrecifes y muy juntos cuanto la realidad era que habían bastantes menos arrecifes y además, se veían muy claramente. Por donde existía profundidad se observaba el mar de color azul oscuro mientras que donde habían arrecifes, se veía el mar marrón claro o verde en el centro y azul aguamarina en todo su entorno.

Fondear en la Boca del Medio no suele ser habitual pero nos hacía ilusión ir a un sitio apartado que quizá no solía ser muy visitado para observar unos arrecifes quizá más vírgenes. Tras tirar el ancla, nos tiramos a bucear y lo que vimos era bastante parecido a lo que habíamos visto antes. Nos entretuvimos jugando con los pólipos que son como una especie de flores que les salen a los grandes cerebros coralinos y que cuando se toca a su alrededor, se esconden rápidamente en el interior del cerebro. Era muy gracioso.

El lugar de fondeo era muy curioso porque al estar bastante alejado de las otras islas, parecía que estabas fondeado en medio del mar aunque sin movimiento. Lo mejor sin duda del lugar era que sería muy difícil que allí, por la noche, nos molestasen los mosquitos.

El día 17 de octubre, lo más pronto posible pero que el sol ya permitiera ver con claridad los arrecifes, nos fuimos de Boca del Medio en dirección a Noronsquis. Tras sortear los arrecifes que en principio se antojaban más complicados, y una vez en una zona amplia y sin peligro, izamos vela y por primera vez, navegamos de esta forma por Los Roques. Que placer navegar con el agua casi en calma y con un viento potente que empujaba por popa. Por nuestro babor veíamos la inmensa laguna interior de Los Roques que por ese lado, tenía un intensísimo color azul aguamarina. En esa zona, todas las cartas marinas no contienen datos de profundidades pero parece ser que la profundidad es mínima por eso tiene ese color tan bonito. De todas formas, aunque se pudiera navegar, hacerlo está prohibido según las normas del parque.

Finalmente llegamos a Noronsquis, un conjunto de tres islas unidas entre ellas por unas barreras de arrecifes. Entramos a motor al interior del conjunto porque la carta señalaba que allí había un fondeo posible pero una vez en el interior, no nos convenció el lugar porque era bastante profundo y preferimos fondear en el canal que separaba las islas denominadas Noronsquis de Abajo y Noronsquis del Medio, en 8 metros de sonda y con un fondo de arena.

El día siguiente se levantó lluvioso por lo que por la mañana nos quedamos en el barco estudiando idiomas. La verdad es que últimamente estábamos muy aplicados en ese aspecto. Para comer abrimos una conserva de pollo en escabeche de las que había preparado Sandra en Puerto de la Cruz. Estaba riquísima al igual que lo estuvo la de ternera que abrimos en Isla Tortuga. La verdad es que descubrimos las ventajas de realizar conservas caseras. Duraban hasta un año y siempre tenías disponible carne para comer. Lástima que no hubiésemos tenido más botes de cristal en Puerto de la Cruz porque si no hubiésemos aprovechado el bajo precio de la carne venezolana y hubiéramos hecho una gran cantidad. No obstante, poco a poco íbamos teniendo más surtido de botes porque las provisiones que habíamos adquirido en Venezuela las habíamos comprado atendiendo muchas veces a los recipientes que las contenían y así, a medida que abríamos  alguna cosa, íbamos teniendo más recipientes de cristal.

Por la tarde el cielo se despejó un poco aunque seguía algo nublado y decidimos ir a bucear un poco al arrecife que al norte, salía de Noronsquis de Abajo. Vimos muchos peces y langostas, y Dani pescó una de grandes dimensiones. ¡Era gigante y más parecía un caballo que una langosta! En el Piropo, la enorme langosta con sus antenas, casi cubría de extremo a extremo el suelo de la bañera. Nunca habíamos visto una langosta tan grande.

Para cocinar el ejemplar costó lo suyo porque quisimos hacerla a la plancha. La primera dificultad surgió para abrirla por la mitad ya que Dani tuvo que ayudarse de un martillo para ir clavando el cuchillo y poder abrirla entera. La segunda dificultad fue que la plancha no tenía el tamaño suficiente para contener al animal por lo que Sandra tuvo que hacerla con algo de paciencia. Pero el resultado… ummmm.

El 19 volvió a amanecer muy nublado y casi lluvioso. Cuando mejoró un poco el cielo decidimos visitar Noronsquis de Arriba. Yendo con La Poderosa hacia tierra Sandra vio algo que nos seguía. ¿Una tortuga? Dimos media vuelta y vimos claramente que lo que nos seguía era una raya pastinaca de buen tamaño y de color amarillo claro. Nos seguía tan de cerca que el ejemplar incluso comenzó a dar la vuelta con nosotros, pero cuando se dio cuenta que éramos nosotros los que pretendíamos seguirla escapó inmediatamente.

Seguimos el paseo y finalmente desembarcamos en Noronsquis de Arriba. Con un poco de mala suerte, fue desembarcar y transformarse el día nublado en día lluvioso. Entonces nos dirigimos de vuelta al Piropo pero como por el camino, dejó de nuevo de llover, desembarcamos en Noronsquis de Abajo. En esa pequeña isla dimos un largo paseo dando la vuelta entera al lugar hasta que volvió a ponerse a llover y regresamos apresuradamente a La Poderosa y con ella a barco.

La noche del 19 al 20 fue muy ajetreada. El tiempo empeoró aún más y a la lluvia, se le unió el viento y sobre todo, los rayos. El viento venía de sur, justo de la dirección que estábamos más expuestos pero afortunadamente las olas tenían poco fetch para formarse y eran de poco tamaño. Aún así, estuvimos un buen rato controlando con el GPS que el barco permaneciera perfectamente en su sitio. Pero lo peor de la tormenta fue sin duda los rayos que caían encima de las islas que nos rodeaban. Caían muy, muy cerca iluminándolo todo con un sonido espeluznante. Algunos rayos en concreto, quizá más próximos o más potentes, sonaban como si algo enorme se desquebrajara brutalmente. La verdad es que asustaban mucho pero finalmente, la tormenta se relajó y pudimos volver a la cama a descansar. Por la mañana el sol parecía que quería asomarse pero aparecieron de nuevo nubes que trajeron viento y lluvia otra vez pero afortunadamente, no durante mucho tiempo.

Más tarde, nos fuimos a bucear a un arrecife que no conocíamos y que estaba bastante próximo. Los peces abundaban y era, como todos los arrecifes de Noronsquis, un placer bucear por allí.

El día 21 cambiamos de fondeo y nos fuimos a Crasquis. La verdad es que los nombres de las islas en Los Roques parecían puesto de broma porque sonaban muy raros: Crasqui, Sarqui, Espenqui, Noronsquis, Nordinsqui, Francisqui… La travesía fue muy corta, de poco más de dos millas y en poco tiempo, ya estábamos fondeados de nuevo en 3 metros de sonda sobre arena pese a que había bastantes zonas de algas. Tras fondear, nos tiramos al agua para revisar si el ancla estaba bien cogida y vimos que en el fondo, habían bastantes estrellas de mar. A una de ellas la cadena le tocaba un extremo por lo que decidimos apartarla por si sufría algún daño. Crasquis era un lugar muy bonito, con una larga playa de arena blanca. Era una de las playas favoritas de los venezolanos y los fines de semana, se llenaba de lanchas. Al ser domingo, habían varios yates venezolanos en el lugar. Algunos tenían incluso varios pisos y todos establecían su característico tenderete en la playa con neveras para beber y escuchar música a todo volumen. No obstante, al día siguiente, ya estaba todo más tranquilo al ser lunes.

El propio domingo visitamos la isla paseando por toda su playa y observamos los restos de un antiguo hostal y restaurante que habíamos leído en una guía que habían desmantelado para mantener intacto el lugar. Pero más al sur, existía otro hostal y otras tres casas donde al parecer igualmente se servían comidas y podía pernoctarse. En el extremo sur de la isla, vimos horrorizados varias montañas gigantescas de lambis con el correspondiente agujero que delataba que eran los restos de muchos y muchos festines.

En esta isla, una especie de gaviotas pequeñas tenían especial predilección por ponerse en La Poderosa y la primera vez que las vimos nos hizo mucha gracia al verlas todas juntas allí subidas. No obstante, tras las fotos y las sonrisas, nos percatamos que los simpáticos ejemplares habían tomado a La Poderosa por unos retretes públicos y la estaban dejando totalmente perdida. ¡Qué barbaridad de cagadas en un momento! Las espantamos rápidamente y a partir de entonces, ya vigilamos más atentamente que no se acercaran por el auxiliar.

Al día siguiente cogimos La Poderosa y tras bordear toda la playa de Crasqui fuimos a la isla próxima llamada Agustín. Allí, al este de la misma, había una zona de poquísima profundidad de un agua de un color azul aguamarina muy intenso rodeada de una pequeña barrera de arrecife y de unas pequeñas islas. El lugar era muy bonito. Para pasar la barrera de arrecifes tuvimos que apagar el motor y levantarlo de la poquísima profundidad que había. Así pues, nos tocó remar un poco. La playa del lugar era pequeña pero igualmente bonita aunque no permanecimos mucho tiempo allí porque los mosquitos hicieron acto de presencia en cuanto llegamos a la orilla dado que estaba muy resguardado del viento. Tanto a la ida como a la vuelta entre el Piropo y Agustín, estuvimos intentando pescar tirando la línea por la popa de La Poderosa y si bien a la ida no tuvimos ninguna suerte, la vuelta fue muy productiva ya que pescamos una palometa, una caballa, un lutjánido de cola amarilla y lo mejor, una barracuda picuda.

Por la tarde volvimos a pasear por la playa de Crasqui pero esta vez por la zona norte. Allí, unas extrañas formaciones de grandes dimensiones de rocas amontonadas hechas por alguien que se aburría mucho marcaban la zona más al norte de la isla. El lugar era menos bonito pero nos entretuvimos un buen rato observando cómo los pelícanos se lanzaban en picado para pescar. Al volver por la playa hacia el auxiliar vimos una pequeña raya blanca justo en la orilla. Sin duda, habían animales salvajes por todos lados.

El día 23 de octubre nos fuimos a Sarqui. La travesía fue agradable porque el viento soplaba bastante fuerte por popa a más de veinte nudos por lo que en un momento y a vela, ya estábamos en nuestro destino. El día estaba soleado y el mal tiempo que nos había recibido a nuestra llegada a Roques, parecía que había desaparecido definitivamente.

Una vez fondeados frente a la también hermosa playa de Sarqui, nos tiramos al agua para comprobar cómo había quedado el ancla y comprobamos a nuestro pesar, que la cadena estaba situada encima de alguna formación coralina por lo que para evitar que con el borneo, pudiéramos hacer daño a los corales con la cadena, recogimos el ancla y fuimos a fondear a una zona más profunda y un poco más al norte donde el fondo era de arena y algo de alga. Esa tarde dimos un largo paseo alrededor de la isla. Paseamos por toda la playa y vimos la hermosa punta de arena que hay en el sur y que da a la próxima isla de Espenqui. Luego, proseguimos nuestro paseo por la más salvaje costa de barlovento llena de arrecifes. En el norte, vimos una capillita hecha con lambis en homenaje al que supusimos, debió ser un pescador ya que dentro había una foto de él. Solíamos ver barquitos de pesca por los Roques que no sabíamos donde faenaban y por ejemplo, en Sarqui, estuvimos esa tarde fondeados cerca de uno.

Al día siguiente, fuimos a visitar con el auxiliar la isla de Espenqui que estaba muy próxima desde la punta sur de Sarqui. Ese día también tiramos la línea pero sólo pescamos un lutjánido pequeño y lo devolvimos al mar dado su pequeño tamaño. Luego perdimos la rapala y ya no pudimos pescar más. En Espenqui, observamos la laguna que tenía y que estaba rodeada de arrecifes. Ese día tenía un color bastante verde por su fondo de algas por lo que no apetecía mucho bañarse allí. En otra zona, buceamos pese a que el mar estaba bastante movido. El buceo, aunque el agua estaba muy turbia, fue muy curioso porque estaba lleno de crías de peces. Tantas había que incluso muchas veces te dificultaban la visión. Los pelícanos, sin ningún temor o con mucho apetito, caían en picado alrededor nuestro e incluso nadaban a escasísima distancia de nosotros.

Tras el buceo en Espenqui, fuimos a bucear a una zona próxima al Piropo. Este lugar no tenía mucho interés y lo peor es que al ir a encender La Poderosa, no encendió así que nos tocó volver al Piropo dejándonos llevar por la corriente y ayudándonos con los remos. Por la tarde, Dani desmontó el carburador pensando que podía ser eso y tras limpiarlo todo y volverlo a montar, el motor siguió sin funcionar. Nuestros conocimientos de mecánica nos daban más de sí por lo que vimos el panorama bastante negro. Ya nos estábamos haciendo la idea de que a partir de entonces tendríamos que desembarcar nadando a todas partes hasta que no encontráramos a un mecánico lo que no sería en un futuro cercano. Como mínimo, sería en Bonaire.

Durante toda la tarde fuimos haciendo intentonas de encender el pequeño motor pero éste siguió sin hacer ni un pequeño amago de arrancar.

Al día siguiente, después de toda la noche sin tocarla, La Poderosa seguía sin encender pero milagrosamente, tras intentarlo muchísimas veces ya a la desesperada, el motorcito arrancó por fin. Lo más curioso era que de no hacer ningún amago de querer encender, se puso en marcha de pronto y lo mejor es que ya no nos daría más problemas durante toda nuestra estancia en Los Roques. Y esperábamos que en el futuro.

Pasamos la totalidad del día también en la bonita isla de Sarqui. Nos dedicamos a hacer bastantes fotos y también a bucear por el arrecife cercano a la punta sur de la isla que no conocíamos y que tenía bastantes peces.

El día 26 de octubre fuimos a bucear por el arrecife que había al norte del fondeo que no tenía mucho interés y más tarde, levamos ancla y vela y dejamos atrás la encantadora Sarqui y nos dirigimos entonces hacia el sur, hacia un fondeo que existía en el sur de isla larga enfrente de Isla Fernando. Tras alcanzar el extremo de Isla Larga vimos no obstante que nuestro pretendido destino no era demasiado bonito y además, en Isla Fernando, había un destartalado campamento de pescadores que hacían muy poco agradable el lugar. Así pues, decidimos cambiar de planes y dirigirnos hacia Cayo Remanso, un pequeño cayo que se encontraba al sureste de la isla Carenero. El lugar era muy bonito ya que el fondeo, muy pequeño, estaba perfectamente resguardado del mar en casi todas direcciones tanto por el propio Cayo Remanso como por Cayo Felipe. El lugar no tenía playa -aunque la larguísima playa de Carenero estaba cerca- y todas las orillas estaban cubiertas por manglares pero a su favor tenía que el agua estaba totalmente calmada y tenía un color precioso. Lo más impresionante del lugar era sin duda lo cercana que estaba la tierra por casi todos lados.

Al día siguiente Dani, aprovechando la belleza del lugar, se subió al palo. Tenía pendiente subir para revisar visualmente el estado de todo y ya que estaba arriba, se dedicó a hacer desde allí unas cuantas fotos. Estuvo un buen rato arriba y ya con los pies en cubierta, nos fuimos con la Poderosa a dar un largo paseo por las inmediaciones observando el espectacular color aguamarina que tenía el agua alrededor de los pequeños cayos llegando incluso ese color, hasta la isla Carenero. Más tarde, fuimos a bucear a la parte exterior de Cayo Remanso por su lado este. El lugar era curiosísimo porque el arrecife caía en picado a las profundidades. Allí vimos muchísimos peces porque habían muchas cuevas y recodos y, en una de ellas, vimos a lo lejos un pargo de dimensiones gigantescas.

Por la tarde, debido a la ausencia de viento, aparecieron muy pronto los mosquitos y los puri-puri. Nos encerramos rápidamente en el interior del Piropo porque en el exterior, cada vez habían más y más de esos horribles insectos que sedientos de sangre, zumbaban y zumbaban esperando alguna oportunidad de introducirse en el interior del barco. Así estuvimos toda la tarde y noche, encerrados a cal y canto con un calor asfixiante. Y para hacerlo todo aún más desagradable, nos pusimos muy masoquistas a ver una película en la que todo el tiempo los protagonistas se lo pasaban en un desierto pasando sed y calor.

Tras la horrible noche de calor en la que el único consuelo fue el ventiladorcito que nos regaló Bernabé en Puerto de la Cruz y que estuvo funcionando todo el tiempo, en cuanto el sol se levantó a una altura prudencial, levamos ancla y cambiamos de lugar de fondeo. No queríamos compartir más nuestro tiempo con los mosquitos. Nos dirigimos entonces a vela, con una suavísima brisa de diez nudos, hacia la zona de cayos formada por Cayo Elbert, Bequevé, Cayo Oeste y Cayo Agua. Estos cayos formaban algo parecido a un círculo pero con huecos a noroeste y sudeste. Estaban agrupados de dos en dos de forma que se podía ir andando con el agua por la cintura desde Cayo Elbert hasta Bequevé y de Cayo Agua a Cayo Oeste. El lugar era especialmente bonito y Cayo Agua y Cayo Oeste nos parecieron quizá -aunque es bastante difícil decirlo- los lugares más bonitos de todos Los Roques.

Los primeros dos días, el 28 y el 29 de octubre, estuvimos fondeados delante de Bequevé, en 3,7 metros de sonda. Allí el agua era de un azul turquesa precioso aunque el fondeo sufría de una ola de sur que hacía que la estancia fuera ligeramente molesta. Una buen noticia sin duda del lugar era que no sufrimos nada los mosquitos aunque quizá a ello ayudaba la brisa que soplaba cada vez con más intensidad.

Una mañana, paseando por Bequevé, vimos una grandísima cantidad de alcatraces que estaban empollando sus huevos en nidos establecidos en el suelo. Era curioso ver a las hembras sentadas y quietas sobre el nido mirándonos fijamente y algo más adelante, de pie, el macho mirándonos a su vez. Pudimos observar el interior de un nido que estaba mucho más cercano que los otros y cuya madre se había asustado en cuanto aparecimos y en él, vimos unos preciosos huevitos. Enseguida nos retiramos para no molestar a los pobres pájaros y sobretodo, cuando nos percatamos que la pobre madre, revoloteaba encima de nuestras cabezas a poca distancia desesperada intentando asustarnos. En cuanto nos alejamos suficientemente, la mamá alcatraz volvió a posarse sobre el nido bastante tímidamente y siguió incubando sus huevos. No quisimos molestarles más y nos dirigimos entonces hacia Cayo Elbert pero allí también nos topamos con una zona totalmente tomada por alcatraces que estaban criando en el suelo. No habían muchas posibilidades de pasar si no querías molestarlos por lo que el paseo no duró mucho y nos tuvimos que volver al Piropo. No obstante, la visión de tantos pájaros criando en el suelo fue una experiencia realmente bonita.

Buceamos también por el sur de Bequevé y si bien el arrecife tenía mucha vida y se parecía en cierta manera al arrecife de Cayo Remanso porque tenía una pronunciada caída a las oscuras profundidades, los más relevante fue el buen susto que nos dimos cuando de repente, se nos acercó muy tranquilamente, curioso y sin ningún miedo, un pez de gigantescas proporciones. Estuvimos observándole con bastante respeto hasta que finalmente desapareció. Posteriormente, mirando el libro de identificación de especies intuimos que nuestro visitante había sido un pez tarpón que puede llegar a medir 2,40 metros y 159 kilos de peso. El nuestro, podía perfectamente tener esas medidas.

El día 30 de octubre nos fuimos hacia Cayo de Agua justo cuando el único velero que había precisamente en Cayo de Agua, había venido a fondear a nuestro lado, en Bequevé. El pobre debía creer que le huíamos. De todas formas, a él no le debió gustar mucho el nuevo lugar y el meneo que daban las olas de sureste y más tarde, regresó a fondear a nuestro lado ya en Cayo de Agua, se estaba mucho más tranquilo.

La cortísima travesía desde Bequevé hasta el nuevo fondeo no fue sencilla ya que tuvimos que estar muy atentos a los arrecifes que nos encontrábamos. Uno de ellos incluso, no estaba señalado en la carta garmin cuando normalmente, esta carta siempre señalaba de más pero nunca de menos. Tampoco fuimos los únicos que encontramos problemas porque una vez que estuvimos tranquilamente fondeados, vimos que el velero con el que nos habíamos cruzado por la mañana y otro nuevo que había aparecido y que se había puesto a rueda de él, se dirigían a nuestro fondeo con bastantes dificultades. No paraban de cambiar de rumbo. En un momento les veíamos un costado del barco y al poco, el otro costado. Así estuvieron mucho tiempo. Al final, echaron el ancla en medio de la nada para más tarde, convencidos que no era un buen lugar, continuar camino hasta que fondearon a nuestro lado, en una amplia piscina que señalaba nuestra guía náutica.

El lugar era muy bonito. Tanto Cayo de Agua como Cayo Oeste. Cayo de Agua tenía muchas dunas y palmeras aunque la mayoría eran datileras y no tenían cocos. En uno de nuestros paseos, encontramos en una de las cocoteras, un coco en buen estado que nos llevamos para el Piropo.

Aunque lo habíamos leído, comprobamos in situ por qué Cayo Agua se llamaba de esta forma y es que a poca profundidad, alguien –seguramente algún guía para enseñárselo a sus turistas- había escarbado en la arena un hueco de relativas proporciones para encontrar en medio de la aridez del terreno, agua que imaginábamos era dulce. No obstante, la misma no parecía muy apetitosa porque estaba bastante turbia.

Cayo Oeste era todavía aún más bonito. Tenía un característico faro venezolano de rayas horizontales rojas y blancas y hasta allí paseamos cruzando la pequeña isla. Al sur, tenía una larguísima playa espectacular, solitaria, de arena blanquísima, dunas y unas aguas limpias de diferentes tonos azules. Quizá era la playa más bonita de los Roques en nuestra opinión.

Una zona también preciosa del lugar, era la zona que unía Cayo de Agua y Cayo Oeste que podía atravesarse caminando con el agua por la cintura mientras las olas, que venían de los dos costados, chocaban entre ellas haciendo saltar la espuma muy arriba.

En uno de nuestros buceos cercano al Piropo, se nos aproximó una barca con turistas que también bucearon en el mismo arrecife. El lugar resultaba bastante feo y pensamos que los pobres turistas, si era el único sitio que visitaban, no se llevarían demasiada buena impresión del lugar. Al poco nos dimos cuenta que los turistas eran españoles y entonces los saludamos. Estuvimos conversando con ellos muy poquito porque ya se iban y no nos entendíamos muy bien entre el meneo de las barcas y el ruido de los motores. Muy amables, cuando ya casi nos estábamos alejando, nos regalaron unos CDs de música originales y promocionales de Vetusta Morla y nos quedamos con la duda de si eran ellos los integrantes del grupo porque no nos dijeron nada. Una pena no saberlo porque si hubiéramos caído a tiempo, les hubiéramos dicho que les conocíamos. Comentario suponemos, que hubieran agradecido.

El día 1 de noviembre nos fuimos para Dos Mosquises, la última isla en la que íbamos a estar en Los Roques. Desde Cayo Remanso hubiera sido más lógico ir directamente a Dos Mosquises antes de ir al entorno de Cayo de Agua pero como los días anteriores el pronóstico era de poco viento (aunque luego hiciera viento) y nos habían dicho que en Dos Mosquises estaba lleno de mosquitos, decidimos dejar este par de islas para unos días en que presumiblemente hubiera más viento.

Salimos del pequeño archipiélago de Cayo de Agua y sus compañeras por el este aunque quizá hubiera sido mejor salir por el oeste ya que por donde escogimos, los arrecifes a poca profundidad no nos dejaron navegar muy tranquilos. Ya en agua más profundas, izamos vela y navegamos hacia el sur agradablemente con un potente viento de 15 a 20 nudos que nos llevó en un momento hasta el canal imaginario que te permitía,  desde el waypoint 11º 47.56’ N 66º 54.16’ O, alcanzar en línea recta el fondeo de Dos Mosquises situado en los alrededores del 11º 48,1’ N 66º 53.70’O sin peligro de toparte con ningún arrecife. Allí, fondeamos en 2,9 metros sobre arena aún a cierta distancia de la isla Tres Palmeras.

Pese a tener menos de tres metros de sonda, echamos como era habitual toda nuestra cadena -50 metros- por lo que de allí, casi no nos podía mover nada.

Ese día pensamos que el mes de octubre había transcurrido ya y que nuestro control de gastos del mes no nos daría mucha faena esta vez ya que en todo el mes, no habíamos gastado nada de nada.

Dos Mosquises son dos diminutas islas en las que una está totalmente deshabitada y la otra, tenía un centro de recuperación de tortugas. En este centro, solían traer a turistas en lanchas para que estuvieran un rato visitándolo pero nosotros no fuimos porque no nos quedamos con bolívares y sabíamos que la entrada se pagaba.

Desembarcamos en la isla deshabitada y fuimos a husmear si a los pies de los dos cocoteros que habían, podíamos encontrar algún coco y vaya si encontramos, encontramos veinticuatro. Nos pusimos inmediatamente a cargarlos en La Poderosa y luego, ya con provisiones de cocos para una larguísima temporada, continuamos nuestro corto paseo por la pequeña isla que como no, también tenía su naufragio. Esta vez de una pequeña motora. Cuantos y cuantos naufragios.

El resto del tiempo estuvimos en el barco tranquilos aunque la faena de pelar cocos llevó mucho, mucho tiempo, sobre todo al principio que no se tenía el truco cogido. Una vez obtenido, la faena se hizo mucho más rápida. También arreglamos el piloto automático. Estaba fallando mucho y a veces incluso perdía la señal. Mejoraba totalmente su respuesta si se apretaba mejor el enchufe por lo que estaba claro donde estaba el problema. Así pues, desmontamos tanto el enchufe como el conector, y lo limpiamos de corrosión dejando todo otra vez brillante. De esta forma, en las siguientes navegaciones el piloto volvió a funcionar de forma precisa y como si estuviera totalmente nuevo.

Con Dos Mosquises, pusimos fin a nuestra estancia en los maravillosos Roques. Era bonito conocer un lugar que desde hacía tiempo se tenían tantas ganas de visitar. Pero aún nos quedaban muchas cosas por ver. Lo siguiente eran los archipiélagos de Aves de Barlovento y de Aves de Sotavento. En nuestra siguiente entrada os contaremos cómo nos ha ido por esas desiertas islas.

Un abrazo. 

 

 

 
   
   

4 comentarios a “LOS ROQUES. Del 13 de octubre al 3 de noviembre de 2012.”

  • DANOS INFORMACION SI EN ESAS ISLAS " VENEZOLANAS " HAY QUE HACER ADUANA< SI HAY ALGUN COSTO POR ESTAR EN ELLAS.GRACIAS.  09/MAYO/2014…

  • MUY INTERESANTE SU RELATO DE VIDA EN LOS  " ROQUES " PERO NO DAS INFORMACION DE SU LLEGADA, AL ARCHIPIELAGO SI HAY, ALGUN REQUISITO CON LAS AUTORIDADES ,PARA PERNOTAR POR NOCHE OH DIAS,SERIA INTERESANTE HABLAR DE ESO,DE TODA FORMA SOY SU MAS  SEGUIDOR DE SUS " FABULOSAS AVENTURAS. " GRACIAS POR SUS PUBLICACIONES. 09/MAYO/2014.

  • Que locura!! Ahora mismo me está matando la envidia! Aunque sea muy muy muy poquita yo también os voy a dar un poquito de envidia: está nevando a mansalva jejejej.
    Hacia dias que no entraba en vuestro blog y ayer me acordé de vosotros. Se os ve estupendamente, caras de felicidad total.
    Un abrazo muy fuerte y cuidaros!

  • No hago más que mandaros el mail y veo que ya estáis en Los Roques…
    Este repor es de los de "mejor no ver"…impresionante. Seguro que os estáis creando un buen número de seguidores.
    Cuidadín con los cocos que son laxantes ja ja ja .
    Buenos vientos pareja.

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