Sigue el viaje del velero Piropo, con sus tripulantes Dani y Sandra, en su pretendido deseo de dar la vuelta al mundo por los trópicos.

ISLA TORTUGA. Del 27 de septiembre al 13 de octubre de 2012.

 

El Piropo ya estaba navegando de nuevo. Ahora, rumbo a Isla Tortuga. Suponíamos que él tenía ganas pero sin duda, nosotros teníamos muchas.

En nuestras últimas horas en Puerto de la Cruz, nos despedimos de los conocidos que habíamos hecho en la marina durante el tiempo que permanecimos allí. La despedida que nos dio más “ánimos” fue la de la señora de nacionalidad británica que regentaba la diminuta tienda de comestibles de la marina. Al comentarle que nos íbamos definitivamente rumbo a Isla Tortuga, Roques, Aves, Panamá, Pacífico, etc, nos comentó que ella y su marido habían tenido el mismo plan hace treinta años pero que no consiguieron hacerlo porque naufragaron en los Roques y que por eso, ahora estaban allí. Esperábamos que nuestra navegación no acabara de la misma forma.

Con todo preparado, nos dispusimos a partir. Para soltarnos las amarras vino nuestro amigo Bernabé, del que escribimos en anteriores entradas y del que nos dio especial pena despedirnos. Con el ajetreo de la salida la despedida fue apresurada pero no por ello, menos sentida. ¡Esperamos verte pronto de nuevo Bernabé!¡Gracias por todo!

La hora de partida escogida fue un poco antes del anochecer para así, poder estar en Tortuga a primeras horas de la mañana. Aproximadamente, había unas sesenta millas de trayecto. El pronóstico de tiempo no era nada bueno y saliendo del resguardo de la costa, pasadas las islas Borracha y Chimana Grande, se confirmó totalmente. No había ni una pequeña brisa. Casi calma total. El motor tendría que desperezarse de golpe y llevarnos él sólo hasta nuestro destino. Octubre en Venezuela era un mes conocido por las ausencias de viento y la existencia de bastantes tormentas eléctricas. Lo primero se confirmó inmediatamente. Lo segundo, no tardó en aparecer.

Picoteamos algunas cosas para cenar y nos bebimos el zumo de tamarindo que bien fresquito, nos había regalado Bernabé en nuestra despedida. Poco tiempo después, sobre las diez de la noche, ya con noche cerrada, un carguero se nos acercó por la aleta de babor. Sin duda, llevábamos rumbo de colisión por lo que quitamos la marcha y dejamos que nos pasara por delante a no demasiados metros. Tan cerca, que navegamos por su revuelta estela. Él no desvió su trayectoria ni hizo nada por evitarnos. Más tarde, el viento hizo acto de presencia pero muy suavemente. Nos pareció suficiente para que pudiéramos abrir el génova y así lo hicimos durante al menos treinta minutos hasta que el viento volvió a caer a unos casi inexistentes uno o dos nudos. Por lo menos, dimos un pequeño respiro al motor.

La noche transcurrió con nuestras guardias habituales y no demasiado tranquila ya que las tormentas de rayos hicieron acto de presencia. Aunque los resplandores iluminaban las nubes negras que teníamos encima, si nos fijábamos bien, el grueso de la tormenta estaba mucho más lejos porque casi en el horizonte, eran donde se veían los rayos aparecer. Eso nos tranquilizó un poco pero por precaución, aunque no parecía necesario, guardamos la pequeña electrónica en el horno para protegerla de una posible caída de un rayo. No nos gustaban nada ese tipo de tormentas a las que no estábamos acostumbrados. Con el paso de las horas, la noche no mejoró, las tormentas de rayos, aparecían en otros lugares en la lejanía de forma aislada e incluso cayó alguna gota. La sensación de mal tiempo se incrementó cuando la luna se ocultó tras el horizonte. No obstante, el pronóstico meteorológico no era malo y eso nos relajaba un poco y unos delfines, nos animaron un buen rato ya que podían verse a nuestro alrededor por el resplandor verde fosforito que dejaban sus cuerpos y sus estelas en el abundantísimos plancton de las aguas. El propio Piropo dejaba una estela larga y brillante a su paso que daba algo de luz a la profunda oscuridad de la noche.

A las cinco de la mañana empezó a clarear. Las tormentas de rayos se habían esfumado ya que se dirigían en otra dirección y poco a poco, fue asomándose por el horizonte y entre la bruma, un sol rojizo. A lo lejos se divisaba ya una línea oscura y muy baja de tierra. Era isla Tortuga.

Isla Tortuga es una isla venezolana muy alargada en el sentido este-oeste y absolutamente plana. Está deshabitada si exceptuamos que en Playa Caldera, en una pequeña y rudimentaria casa, está destinado un reducido destacamento de guardacostas. Además, también pernoctan allí unos pocos pescadores que habitan cuatro casas de madera construidas por ellos mismos. El resto de la isla, está sólo ocupada por vegetación de clima muy seco dada la aridez del terreno y las escasas precipitaciones.

Pese a que en el sur de la isla hay un posible fondeadero llamado El Carenero, por lo que habíamos podido leer y comentar con otros navegantes, su entrada tenía muy poco calado por lo que sólo era indicado para yates a motor. Algún velero con muchas ganas de explorar había entrado pero nosotros decidimos no arriesgar y dirigirnos hacia el norte bordeando la estrecha costa este hacia la más amplia y algo más profunda Playa Caldera, situada a refugio de Punta Delgada.

Navegábamos bastante separados de la costa porque las cartas CM93 que llevábamos tenían un desvió importantísimo tal y como habíamos visto en Blanquilla y comprobado en el resto de Venezuela. No sólo estas cartas no coincidían con la realidad ya que sabíamos que las CMAP también tenían el mismo desvío. Entonces, hicimos un descubrimiento bastante útil y es que las cartas Garmin del GPS de mano que habíamos adquirido en nuestra visita a España no daban ningún error. A partir de entonces, ese GPS que habíamos adquirido como reserva para un posible fallo eléctrico general en el barco, se utilizaría con bastante asiduidad. Y lo mejor de él era sin duda el consumo irrisorio de electricidad que tenía. Lo podíamos dejar conectado a la electricidad del barco toda la noche con la alarma de fondeo puesta sin ningún tipo de problema. Ese pequeño GPS casi se iba a convertir por el momento en el GPS principal del barco. No obstante, más adelante preveíamos que las cosas volverían a su sitio ya que todo no podía ser bueno y este GPS tenía un claro inconveniente, a diferencia de las cartas gratuitas que utilizaba Fresita, el ordenador del barco, las cartas del Garmin eran carísimas. Habíamos conseguido por un amigo todas las de América pero a partir de Galápagos, si queríamos más cartas, habría que pagar y mucho. Una zona valía aproximadamente unos trescientos euros y nosotros pretendíamos navegar por demasiadas zonas. Sólo en el Pacífico ya había un montón de zonas hasta Nueva Zelanda. En fin, que por ahora lo utilizaríamos y después ya veríamos.

Fondeamos en la amplia playa en la que no había ni un solo barco. Pese a que nuestra visión estaba dirigida al este y el sol que estaba ascendiendo por allí dificultaba la visión, el lugar era precioso ya que la playa hacía una forma de amplísima herradura con arena blanca finísima y un agua azul turquesa. Tras echar el ancla y recoger todo, dormimos un poquito. Las noches de navegación eran siempre muy cansadas y no por la navegación en sí, sino por las guardias que te impedían dormir adecuadamente.

Tras la comida, Dani se echó una siesta de la que se despertó cuando empezó a notar que el viento, que había sido nulo por la noche y muy débil por la mañana, se estaba fortaleciendo y de qué manera. Así, de golpe y sin que pareciera que viniera a cuento, llegó a soplar hasta treinta y un nudos. Esta situación del viento duró aproximadamente una hora y después ya se relajó algo y se quedó en unos veinte nudos.

En la playa ya no estábamos solos. Durante la mañana y la tarde habían empezado a llegar lanchas venezolanas. Se notaba que era viernes y que la gente se disponía a pasar un fin de semana en la playa. La gente que venía debía ser de nivel económico alto ya que no sólo venían en barco, algunos venían en avionetas privadas y aterrizaban en la pequeña pista de hierba y tierra que había en el propio cabo. Incluso apareció un helicóptero que aterrizó en la propia playa y ahí se quedó el fin de semana. Antes del aterrizaje no obstante, enseñó sus dotes de pilotaje a toda la concurrencia haciendo unas pasadas a ras de agua y acercándose muchísimo a la popa de un yate que seguramente sería el suyo o de algún conocido. Previamente, en Puerto de la Cruz, ya nos advirtieron de lo que presenciaríamos en la isla los fines de semana. Nos contaron que era habitual que los dueños de los yates no quisieran o no pudieran hacer la travesía hasta la isla y enviaban a los marineros con el barco y ellos llegaban el fin de semana con el helicóptero o el avión. En lo que a nosotros respecta, lo que estaba claro es que la playa no era un remanso de paz aunque el espectáculo era bastante entretenido con tantas avionetas aterrizando y despegando y un montón de lanchas fondeadas unas al lado de otras con el volumen de la música a toda pastilla.

Al día siguiente montamos a La Poderosa y desembarcamos en la playa. El día estaba soleado y muy tranquilo de viento. Atravesamos caminando el estrecho cabo de Punta Delgada para ver la zona conocida como La Piscina, una laguna enorme de poca profundidad rodeada por arrecifes y de un fondo de arena blanca cuyo color de agua uno se podría imaginar perfectamente atendiendo al nombre del lugar. La denominación era perfectamente descriptiva y el lugar era una preciosidad. Desde allí, caminamos y poco a poco y sin proponérnoslo, dimos la vuelta entera a toda Punta Delgada bordeando las orillas. En la parte norte, donde sólo habían arrecifes y no había playa, vimos los restos del casco de un velero que debía haber naufragado hace bastante tiempo. Esta vez, como siempre que veíamos un naufragio, volvimos a llevarnos una profunda impresión viendo lo que debió ser un hermoso barco convertido en unos restos de fibra varados encima de las rocas. El velero no era el único resto que había. Las corrientes habían depositado muchos restos de plásticos. Eso sería una constante en todas las costas de barlovento de las islas mayormente deshabitadas de la zona. Algunos restos eran maderas y algas pero la mayoría eran plásticos. Lo que más nos sorprendió es que casi en su totalidad, los restos plásticos eran botellas y en menor medida, chanclas.

Regresando por la playa hacía nuestro auxiliar, nos topamos con los guardacostas que estaban destinados en la propia Punta Delgada y que esperaban junto a La Poderosa. Pese al sobresalto, no estaban allí por nosotros sino porque esperaban que desde un pequeño pesquero que había fondeado en la playa, les dieran algo de pescado. La colecta no finalizó con los pescadores ya que a nosotros también nos pidieron tabaco o alguna “chuchería”. Nos negamos amablemente a darles nada por dos razones, una era que no queríamos y la otra era porque aunque quisiésemos, no teníamos nada que darles salvo que necesitasen algo de comida o agua tibia cosa que no creíamos. No sabemos si se debieron creer que no teníamos nada pero era verdad. Charlamos un poco con ellos y nos volvimos de nuevo al Piropo.

Por la tarde estuvimos relajados en el barco haciendo varias cosas y poco tiempo antes de que anocheciera, un yate que antes estaba en nuestra popa cambió su fondeo por un lugar en nuestra proa. El problema es que en Venezuela todos los yates tienen la costumbre de fondear con dos anclas, una por proa y otra por popa por lo que no bornean, y nosotros, que no teníamos la cadena totalmente estirada intuíamos que nuestra ancla estaba bastante cerca de su posición y que si soplaba de este, como se suponía que haría, nos iríamos contra él durante la noche. Así que nos planteamos cambiar el fondeo para dormir con tranquilidad. No obstante antes, Dani se tiró al agua para comprobar la posición exacta del ancla y confirmar nuestras sospechas. Así pues, levamos ancla y fuimos a echarla a un sitio bastante apartados del resto de forma que si borneábamos 360º, no nos pudiéramos dar con nadie. Y menos mal que lo hicimos ya que por la noche, tal y como habíamos sospechado que podía pasar (parecíamos pitonisas) se puso a soplar de este y sin duda, si no nos hubiéramos movido, nos hubiéramos dado con el yate venezolano.

El día 30 desembarcamos con la idea de hacer algo de kitesurf en la idílica laguna. Como no teníamos demasiado nivel siempre teníamos que navegar en sitios a barlovento de la costa y La Piscina era un lugar ideal, con poca profundidad, rodeados de arena por casi todos lados y ya de paso, con un color de agua azul aguamarina. Nos pasamos toda la mañana allí practicando a turnos hasta que se paró el viento y tuvimos que dejarlo. Mientras recogíamos el material, descubrimos en la playa un coco que la marea había arrastrado hasta la orilla. En Tortuga no se veían cocoteros por lo que éste debía venir de muy lejos y pese a la distancia, se encontraba en buen estado. Nos gustaba mucho el conseguir cosas de comer de la naturaleza. Comimos parte del coco después de comer y con el resto, Sandra preparó un Punch Cocó que nos habían enseñado a hacer los franceses del Black Pearl que conocimos en Puerto de la Cruz. Con leche de coco, leche condensada y un poco de ron, ya teníamos el dulce coctel. Para enfriarlo un poco sin nevera, usamos un truco que habíamos leído por ahí y que consistía en poner el líquido en un recipiente de cristal envuelto en un calcetín, que se empapaba de agua. Al evaporarse el agua producía, en teoría, un enfriamiento. Sin embargo, a nosotros el resultado no nos pareció nada semejante a lo que sacarías de un congelador pero bueno, podríamos decir que algo se había enfriado. Aún así, la bebida estaba riquísima y disfrutamos mucho de nuestro momento Punch Cocó en la bañera del barco antes del anochecer y antes de que saliera la enorme luna llena que nos acompañaba esos días.

El día 1 de octubre repetimos sesión de kitesurf en la laguna. Había que aprovechar los 15 nuditos de viento que seguían haciendo. No obstante el viento no duró y no nos dejó practicar mucho. Sin viento, decidimos bucear por las inmediaciones para ver que se observaban en los fondos pero en el arrecife que había en medio de la laguna no había mucha cosa. Apenas habían unas pocas algas y coral muerto aunque eso sí, pudimos ver un pez globo gigante que nos miraba fijamente desde lo que él creía que era un efectivo escondite.

Volviendo del buceo hacia la playa, vimos a unos pescadores locales de los que viven en el asentamiento de cabañas que hay cerca de la pista de aterrizaje y de la caseta de guardacostas y que estaban pescando con una red de mano. Vimos que la echaban una vez y que ya la sacaban llena de pequeños peces blancos. ¡Qué efectividad!¡Lo que hace el saber! Nos acercamos para ver mejor cómo lo hacían e inmediatamente y muy amables, nos dijeron si queríamos pescado, que nos lo regalaban. Nos iban a dar muchos pero sólo aceptamos cuatro ya que sin nevera, el resto se nos estropearía si no nos los comíamos en el día.

Por la tarde mientras Sandra escribía el diario, Dani se dedicó a dos pequeños arreglos. Primero, intentó indagar por qué la radio no señalaba la posición. Tras revisar todo el circuito hasta la antena de GPS, desmontar las conexiones y comprobar que todo estaba bien, la radio volvió a dar la posición correctamente. Qué misterio. Más tarde, se dedicó a arreglar una pequeña obturación que había en el circuito de aguas negras y que impedía el fluido funcionamiento del sistema. Siempre era muy desagradable las tareas en ese circuito y había que concienciarse y armarse de valor para realizarlas. Pero esa vez, esperábamos que el arreglo fuera el definitivo y que en el futuro, no fueran necesaria nuevas operaciones y es que aprovechamos para redistribuir las mangueras cambiando unas y acortando otras de forma que el circuito no tuviera rodeos y los líquidos fueran directamente o a la caja de aguas negras o hacia el exterior.

El día 2 de octubre cogimos La Poderosa para ir a bucear a una arrecife que existía en la extremo de Punta Delgada y que nos habían aconsejado. Al llegar allí no obstante, vimos que el lugar no era muy apetecible porque estaba bastante movido por las olas y decidimos darnos media vuelta y volver al Piropo. Tras la exitosa excursión, optamos por cambiar de lugar de fondeo y dirigirnos hacia Palanquinos, un arrecife del que emergen unos pequeños islotes que se encuentra en la mitad de la costa norte de Isla Tortuga. Hasta allí no había mucha distancia, apenas ocho millas, por lo que hicimos una prueba y colgamos La Poderosa de los pescantes apoyándola en la estructura fija del piloto de viento. La experiencia resultó un absoluto fracaso ya que al salir del resguardo de Punta Delgada, vinieron unas incómodas olas de aleta que movían el auxiliar de lado a lado y tuvimos que sujetarla adicionalmente por los costados lo que no hacía el resultado demasiado cómodo tal y como pretendíamos. Así pues, en el futuro no repetiríamos la experiencia y llevaríamos el auxiliar como siempre lo hacíamos, o guardada en el cofre en las travesías largas, en cubierta en las travesías medias, o arrastrando en las travesías cortas.

En poco tiempo llegamos al arrecife de Palanquinos en el que no había ni un solo barco y con mucho cuidado, bordeamos por el norte la cadena de arrecifes y entramos al lugar de fondeo por el oeste aunque hay un paso más directo por el sur relativamente fácil si se conoce. Echamos el ancla en cuatro metros en un lugar que nos pareció bastante protegido y distanciado de los arrecifes donde justo delante, teníamos una visión preciosa de los arrecifes que formaban una pequeña piscina turquesa. Tras comprobar que el ancla había cogido bien, nos fuimos inmediatamente a bucear para ver si pescábamos algo para comer porque ya teníamos bastante apetito. Eran ya las doce del mediodía y habíamos adoptado un horario de vida bastante acompasado con el sol: levantarse de seis a siete de la mañana, comer aproximadamente a la una, cenar a las siete u ocho de la tarde e irse a dormir sobre las diez de la noche. Con La Poderosa entramos en la lagunita de arrecifes, fondeamos y nos tiramos al agua. Los arrecifes estaban llenos de corales de fuego que son muy urticantes si se tocan pero a pesar de este inconveniente, el lugar era muy bonito y había bastante vida, sobretodo de peces pequeñitos. Tocaba pescar para tener algo para la comida y en esa pesca, se evidenció todos nuestros pobres conocimientos de pesca submarina. Ignorábamos bastante los peces que eran más adecuados para comer pero como un amigo de otro barco nos animó diciéndonos medio en broma que debajo del mar todo se comía, nos dispusimos a intentar pescar con nuestro único arpón. Dani intentó pescar en un primer momento un pez amarillo del que desconocemos su nombre. En una cueva, disparó a uno, falló, y en el mismo disparo le dio a otro que estaba detrás y que no había visto. Ese segundo pez era un incomestible pez cirujano. Debía estar pegadísimo a la roca porque la flecha ni siquiera le atravesó aunque sí que lo mató. Menuda pena. Dani siguió con el intento de pesca del pez amarillo y finalmente lo pudo pescar, pero en los aleteos del pez, consiguió desgarrarse todo el cuerpo y liberarse. Menuda sangría inútil estábamos provocando porque el pobre pez liberado no creíamos que durara mucho en el estado en el que estaba. Ante los infructuosos resultados, Dani no se desanimó y seguimos en busca de algo comestible. Buceando nos metimos en una zona fuera del resguardo de los arrecifes que estaba lleno de pequeñas medusas trasparentes y que no nos picaron pero provocaron que saliéramos disparados de allí. Ya un poco cansados sin ninguna captura en nuestro haber, pescamos un espinoso pero rico pez ardilla de los que ya habíamos pescado en La Blanquilla y que serviría para hacer una sabrosa sopa de pescado con verduras. Con ese pobre botín, volvimos al barco. Cerca nuestro había fondeado un destartalado y pequeño pesquero de los que faenan en Tortuga y a lo largo de la tarde comprobaríamos que el lugar era uno de los escogidos para que estos barcos fondeasen ya que ese día, alrededor de nosotros, fondearon para pasar la noche cinco pesqueros más.

Por la tarde, ante el infructuoso resultado de la pesca submarina, Sandra quiso pescar desde el barco con la caña de pescar aprovechando las tripas que había guardado del pez ardilla de la mañana. Dani no creía que pescara nada pero inmediatamente se percató de su equivocación cuando observó que un instante después de que Sandra tirara el cebo al agua ya había picado un pez. Repetimos la operación tres veces más y con la misma velocidad picaron tres peces más. En quince minutos teníamos cuatro pescados y dicho tiempo se había utilizado mucho más en llenar el anzuelo de cebo que en esperar la picada de los incautos peces. Teníamos pues, cuatro palometas para cenar. Sandra los preparó con ajo, especias y vino blanco y los acompañó de arroz. Riquísimos.

Tras la cena, estuvimos charlando de la jornada de pesca y viendo los videos de pesca que habíamos hecho y ya nos fuimos a dormir.

Al día siguiente volvimos a ir a bucear pero esta vez no intentamos pescar porque reservamos la obtención de nuestra comida a nuestra efectivísima caña de pescar. Para ello habíamos reservado unas pequeñas tripas como cebo. Buceamos por una zona diferente a la del día anterior y esta era una zona bastante más bonita en cuanto a corales y vida animal. Tras el buceo regresamos al barco y nos pusimos a intentar pescar. El primer revés vino con las tripas que habíamos guardado en un plato cubierto por un plástico. Esperábamos que no estuvieran en buen estado pero aquello era repugnante. Habían aparecido gusanos por todas partes y olía fatal así que decidimos no tocar nada de aquello y tirarlo directamente al mar. Nuestra segunda intentona fue con los gusanos de plástico que ya probamos infructuosamente en Guadalupe y que aquí, siguieron dando un resultado nulo. Menudo timo de gusanos. El tercer intento consistió en hacer un compuesto de harina y comida para peces de acuario que habíamos comprado en un supermercado para una situación como la que se nos presentaba. El resultado fue igualmente un fracaso. La efectividad de la caña se debía, o a las tripas frescas que pusimos de cebo el día anterior o la hora de la pesca. Ese día pues, comimos garbanzos con huevo y verduras.

Por la tarde nos la pasamos relajados en el barco acompañados en el fondeo por los mismos pescadores que desde el mediodía, volvían a estar fondeados junto a nosotros después de haber partido al amanecer.

Al día siguiente cogimos La Poderosa y nos dirigimos a la costa de Isla Tortuga para desembarcar en la playa y dar un paseo por el interior. El desembarco se vio acompañado de alguna olita y llegamos a la orilla surfeando con el auxiliar una de ellas. Afortunadamente, todo fue bien gracias a la extraordinaria estabilidad de este tipo de barcas. Ya en tierra, vimos llegar a un catamarán, el “Alizé” que fondeó cerca del Piropo. Nosotros iniciamos nuestro paseo por la escasa y seca vegetación de Isla Tortuga. Todo estaba lleno de cactus redonditos y bajitos muy graciosos. Parecía un jardín de cactus porque algunos parecían alineados de forma intencionada. Más allá, habían arbustos y en alguna ocasión, algún pequeño árbol medio caído que había conseguido crecer incrustando con fuerza las raíces en el pedregoso y seco suelo luchando por sobrevivir en la árida tierra. Sin embargo, pese al duro entorno, no faltaban los pajarillos que en grandes cantidades, no paraban de cantar desde los arbustos. En el paseo nos adentramos bastante hacia el interior de la isla pero había que ir con cuidado porque si te despistabas, podías perder la orientación porque el paisaje era totalmente plano, la vegetación muy repetitiva y no tenías referencias de ningún tipo excepto el sol.

Tras el paseo por la isla, regresamos a La Poderosa y tras pasar sin problemas las pequeñas rompientes, llegamos al Piropo para coger los trastos de buceo ya que pretendíamos volver a pescar. En esta pesca, nuestros escasos conocimientos de pesca se volvieron a evidenciar. Tras pasearnos por la nueva zona escogida y verla relativamente pobre, Dani pescó dos peces que parecían comestibles y que consultando posteriormente un libro de identificación de peces que teníamos aprendimos que su nombre era sargento mayor. Comiéndolos comprobamos que comestibles eran y que no eran malos pero con el tiempo averiguaríamos que para nada era un pez apreciado por sus muchas escamas y poca carne.

Antes de la comida, con las tripas frescas Sandra pescó dos palometas más para tener una comida más abundante.

Por la tarde nos hizo una visita el señor del catamarán francés Alizé que por la mañana había fondeado cerca. Su nombre era Jean-Yves y nos venía a ofrecer una de las tres barracudas que había pescado por la mañana porque decía que ya tenía demasiado pescado. ¡Que amable!¡Y que diferencia de capacidad para pescar, él tres barracudas y nosotros dos diminutos sargentos mayores! Como consuelo nos explicó que nuestro arpón era demasiado poco potente para pescar una barracuda (eso era sin duda, claaaro) y que si queríamos, fuéramos a pescar al día siguiente con él. Aceptamos encantados ya que así, aprenderíamos que tipo de peces se pescan y cómo son las zonas donde se encuentran.

La enorme barracuda desapareció por completo durante la cena cocinada en trocitos rebozados con huevo y harina. Sin duda, era un pescado muchísimo más rico que lo que habíamos conseguido pescar nosotros.

Por la mañana nos vinieron a buscar Jean-Yves y Claudine. Jean-Yves hablaba un poco de español pero Claudine nada aunque con esfuerzos, algo nos entendíamos. Cada uno con su auxiliar fuimos a un arrecife que estaba situado entre los arrecifes emergidos y la propia isla Tortuga. El lugar era precioso. El fondo de roca tenía muchísimas cuevas y recovecos y el agua, era de una trasparencia total. Estuvimos buscando en los recovecos viendo muchos peces pero sin saber si eran interesantes para comer o no. Al cabo del rato vimos que Jean-Yves ya había pescado tres pescados y observamos cómo eran sus formas. Tenía un pargo, un mero y un “soleil”, también conocido como catalana u ojos vidrio. Este último era el que Jean-Yves decía que era el mejor de gusto con diferencia.

Proseguimos la pesca y entonces Sandra cogió el arpón por primera vez. Casi inmediatamente encontró un “soleil” y a la primera lo pescó. Se puso muy contenta. Había descubierto la pesca y la satisfacción que daba y no sólo por la captura, sino por el proceso de indagar entre las rocas, asomarse en las cuevas, observar peces que desde la superficie no se ven, todo ello entre las aguas cristalinas. Casi te sentías como un pez más en el silencioso mundo submarino.

Con la pesca regresamos al auxiliar para dejar nuestra captura. Tendríamos que construir un artefacto como el que llevaba Jean-Yves que parecía muy cómodo y que consistía en un corcho de natación que tenía un alambre en un extremo con unos mosquetones donde podía dejar enganchados por las agallas los peces pescados. Por el otro extremo, el corcho tenía enganchado un cabo de varios metros que era por donde arrastraba el conjunto. Este cabo tenía a su vez en el extremo un peso que le servía para dejar todo anclado cuando quería bucear por una zona y no quería que el artefacto le molestase. Por último, el corcho tenía una banderita que permitía la mejor visualización del conjunto.

Tras regresar al auxiliar, Jean-Yves también volvió al suyo ya que llevábamos bastante más de dos horas buceando. Claudine ya estaba en el auxiliar y entonces, nos regalaron el mero y el pargo que habían pescado para que completáramos nuestra comida con el “ojos de vidrio” que habíamos pescado nosotros. Nos sabía muy mal pero Jean-Yves nos convenció diciéndonos que a él le gustaba mucho pescar y que su problema era qué hacer con el exceso de pescado y eso pese a que tenía un enorme congelador en su barco.

Regresamos al barco y reservamos el pargo para cenar y comimos el mero y el ojos de vidrio con arroz con caldo de pescado que había hecho Sandra el día anterior con las espinas y la cabeza de la barracuda. Los pescados estaban riquísimos. Y por si no hubiéramos comido bastante, Sandra preparó un bizcocho con dulce de leche.

El 6 de octubre teníamos previsto cambiar de fondeo pero nos apeteció repetir la pesca en el mismo sitio que el día anterior y decidimos quedarnos un día más en Palanquinos.

A las ocho en punto de la mañana ya estaba Jean-Yves pasando por el Piropo para avisarnos que ya se iba a pescar y que si íbamos con él. Le seguimos al poco rato al mismo lugar que buceamos el día anterior y en un momento, ya estuvimos en el agua buscando en los recovecos y en las cuevas, observando cientos de peces pero pocos comestibles. Unos peces muy curiosos eran los peces linterna que, de pequeño tamaño, tienen unos ojos grandes y una cabeza muy extraña ya que la cola da la sensación que le salga por detrás de lo que sería la nuca. Siempre están muy quietos y tranquilos en las cuevas con poca luz dejándose mecer por las corrientes de agua.

Al poco de bucear Sandra vio un mero pero esos peces se esconden rápidamente para no volver a aparecer en un buen rato. Más tarde, vimos un ojos de vidrio y Sandra consiguió capturarlo. Luego pescó algo que nos dijeron que se llamaba burro y que se asemejaba a un pargo.

A la pesca se unieron Claudio, del velero francés “Popeye” y Alberto del velero panameño “Ventura”. Ambos venían con un dingui y tenían sus barcos en Cayo Herradura, lugar muy próximo a Palanquinos que nosotros pretendíamos fuese nuestro siguiente fondeo. Habían venido a bucear porque Claudio conocía a Jean-Yves y habían quedado por la radio. El Popeye y el Ventura navegaban en conserva desde que entraron en Venezuela como una medida de seguridad contra algún posible ataque. Alberto era español aunque había vivido muchos años en Venezuela antes de regresar a España. Sus últimos quince años en España los había vivido casualmente en Vinaròs, el lugar donde se había criado Dani. El mundo era un pañuelo.

El tercer pez del día fue otro ojos de vidrio que pescó Dani. Qué éxito. Estábamos muy contentos. Jean-Yves y Alberto también pescaron mucho. Tres peces el primero y cuatro el segundo. Sin embargo Claudio, no se tiró al agua ya que se quedó en el auxiliar leyendo. Según comentó, ya era mayor (70 años) y ya había pescado mucho en su vida.

Nos fuimos con Jean-Yves a su catamarán ya que por si no fuera ya bastante, nos quería enseñar cómo se fileteaba bien el pescado. Claudine nos hizo una clase práctica: corte detrás de la cabeza, corte por la parte superior del pez desde la cabeza hasta la cola y luego, con un cuchillo con mucha punta, se iba cortando y separando, desde la parte superior a la inferior, la carne de la espina central para separar todo el lomo. Luego se repetía la operación con el otro lomo del pescado. El resultado eran dos perfectos filetes de pescado. El único inconveniente era que se desperdiciaba algo de carne que quedaba adosada a las espinas aunque si se hacía bien, el desperdicio era mínimo. Estuvimos luego charlando un rato en el catamarán del equipamiento de su barco y de nuestros respectivos próximos destinos y cuando nos fuimos para el Piropo, Claudine nos regaló los dos filetes que había cortado para enseñarnos. Ese día íbamos a tener atracón de pescado.

Por la tarde, como estaba siendo habitual, leímos en la bañera o estudiamos idiomas.

Al día siguiente movimos el barco hasta Cayo Herradura. Apenas eran unas tres millas y tuvimos que hacer el trayecto exclusivamente a motor porque no había nada de viento. Nos preocupaba a priori un largo arrecife que se extendía al sur del Cayo pero finalmente, dando suficiente resguardo no hubo ningún problema aunque las sondas eran de 3 y 4 metros y dificultaba bastante la visión del fondo el día algo nublado que se había levantado. Fondeamos en  tres metros y medio y enseguida vimos a acercarse a Alberto con su dingui cuando todavía estábamos echando cadena. Charlamos un rato y cuando se marchó, cogimos los trastos de buceo y nos subimos en el auxiliar para observar los fondos de la zona. Yendo con La Poderosa vimos que Alberto estaba en la cubierta de su barco y nos aproximamos a preguntarle donde era la mejor zona para sumergirse aprovechando que él llevaba bastante tiempo en el Cayo y además, ya se lo conocía muy bien de cuando vivió en Venezuela. Pero una vez en su barco, los planes cambiaron un poco. Para empezar nos regalaron pescado por lo que ya teníamos comida para ese día y además, conocimos a su mujer, Ventura, y entre charla y charla, se nos hizo tarde para bucear.

Tras la comida, estando en la bañera, vimos a una lancha de la armada que se dirigía a nosotros. Oficialmente venían a hacer un control pero como les invitamos a un café y estuvimos charlando con ellos, nos reconocieron que venían a cotillear y ver cómo eran los barcos por dentro. Nos explicaron un poco como se organizaban. Al parecer estaban quince días en la isla destinados en el puesto de Playa Caldera donde ya habíamos estado y luego estaban siete días en el cuartel en el continente y siete días de vacaciones en casa. Nos dijeron que era más seguro Playa Caldera que donde estábamos ahora porque ellos estaban destinados en la primera playa. Nos comentaron que Isla Tortuga, normalmente, era un lugar seguro pero que hacía seis meses unos pescadores se habían colado en un velero italiano fondeado en el lugar y habían intentado violar a una chica y habían asesinado al padre. Menuda seguridad pensamos. Al menos al parecer, habían conseguido coger a los culpables.

Por la tarde fuimos a las 17:30 de nuevo al Ventura ya que nos habían invitado a tomar café junto a los tripulantes del velero Popeye, Claudio y Jackie. Estuvimos un rato charlando allí hasta que se hizo la hora de cenar. Sandra llevó al encuentro un bizcocho recién hecho que voló rápidamente.

Nos extrañó que siendo fin de semana, no hubiera mucha gente en Cayo Herradura pero pronto supusimos el porqué: eran elecciones generales en Venezuela. Al día siguiente por la radio, nos enteramos de los resultados: había vuelto a ganar Hugo Chávez.

El día 8, lunes, fue día de kite surf tanto por la mañana como por la tarde. Jean-Yves había llegado con su catamarán esa misma mañana y días antes le habíamos dicho que nosotros también practicábamos ese deporte pero que no sabíamos mucho. Entonces nos propuso darnos una clase práctica. Apareció por la mañana por nuestro barco y nos dijo que aprovechando que no hacía viento suficiente para navegar, sería día de clase. La verdad es que aprendimos bastantes cosas y sobretodo, corregimos errores adquiridos. También nos enseñó un truco para elevar y bajar la cometa sin necesidad de una segunda persona.

Durante el mediodía, Dani fabricó un desescamador para el pescado bastante cutre pero efectivo. A la parte de acero de una vieja y agrietada luz de posición de la proa, que era un pequeño rectángulo curvo de metal inoxidable, le hizo muchos agujeros y lo sujetó con un tornillo de acero inoxidable a un mango de madera. La parte por la que sobresalían los agujeros permitía entonces quitar las escamas a los pescados con mucha más facilidad que con un cuchillo y facilitaba que no salieran despedidas. De esta forma a partir de entonces, la laboriosa tarea de desescamar los pescados sería ligeramente más sencilla. Ángel, del Bahía las Islas nos enseñó en su día otro desescamador que usaban los pescadores en Venezuela que consistía en clavar varios tapones de los que tienen todos los botellines de cerveza del mundo a una madera larga. La forma que tienen esos tapones hacía la tarea de desescamar más sencilla. El único inconveniente era que el material se oxidaba y no duraba mucho.

Ese mismo día justo a la hora del anochecer, fuimos todos los integrantes de los veleros que estábamos fondeados en Cayo Herradura, Popeye, Ventura y nosotros, al Alizé y allí tomamos un coctel llamado bucanero y un aperitivo. Esta costumbre se repetiría los siguientes días en cada uno de los barcos pero con diferentes cócteles.

Al día siguiente Jean-Yves nos volvió a dar unas clases de kite por la mañana hasta que el poco viento que había se esfumó del todo. Por la tarde, se ofreció a instalarnos en nuestro ordenador un programa de navegación, el Maxsea. Más tarde, estuvimos de buceo en las rocas de la orilla de la playa hasta que anocheció para luego, acudir al velero Popeye para el aperitivo de rigor.

El día 10 de octubre fuimos a bucear al arrecife que existe al sureste de la isla que se extiende hacia el este a partir de lo que se denomina “El juguete de Dios”, un banco de arena donde las olas, que vienen de un lado y de otro chocan entre ellas y suben elevadas hacia arriba de forma muy curiosa. El fondo en el lugar era bastante  bonito, lleno de corales de fuego y encima de casi todas las rocas, aparecían como unas praderas de algas amarillas. No obstante, no había ningún pez de los comestibles de tamaño adecuado para ser pescado. Los dos meros que vimos y los pargos que habían, eran demasiado pequeños. Vimos no obstante varios peces globo de tamaño considerable escondidos en las rocas, una morena amarilla muy fea, un pez ángel enorme, muchos peces mariposa pequeños, los clásicos bancos enormes de cirujanos, algún pez aguja de considerable tamaño y peces sargento mayor por todas partes. Muy bonito pero poca pesca. Así pues, optamos por pescar tres espinosos peces ardilla y hacer con ellos un rico arroz para comer.

Por la tarde Sandra preparó un bizcocho que fuimos a regalar a los del Alizé en humilde agradecimiento por sus clases de pesca, de kitesurf y por instalarnos el programa de navegación que dejamos en la reserva porque nos habíamos acostumbrado a manejar el open cpn. Más tarde, volvimos al barco para preparar el aperitivo que esa tarde-noche se haría en nuestro barco. Queso manchego comprado en Puerto de la Cruz y paté en tostadas, trocitos de coco natural y de coctel, un “punch cocó”. La verdad es que no teníamos mucha más cosa que ofrecer pero aún así, creemos que a todos les gustó lo que preparamos.

Al día siguiente fuimos todos a tomar café al Popeye. La verdad es que no parábamos de tanta relación social. El café se alargó casi hasta la hora de comer. Por la tarde, teníamos previsto irnos hacia nuestro siguiente y muy próximo fondeo, Tortuguillas, unas islas muy cercanas a Cayo Herradura pero Jean-Yves nos quiso regalar dos DVD didácticos de kite y mientras nos los grababa, íbamos a su barco a recogerlos y nos despedíamos, al final se nos hizo demasiado tarde para partir y decidimos posponer la salida para el día siguiente. Nos dio bastante pena despedirnos de los Alizé. Se habían portado muy bien con nosotros con tanta clase y regalos. Antes del anochecer, bajamos a pasear un rato por la playa con los del Popeye y los del Ventura y de paso nos despedimos también de ellos. Regresando al Piropo del paseo, nos alcanzó Claudio del Popeye que le había dado tiempo de pasar antes por su barco y nos regaló un pan que había hecho su mujer, Jackie. Que simpáticos eran también.

El día 12 de octubre, sobre las 10 de la mañana, cuando el sol estaba lo suficientemente alto para ver bien cualquier arrecife que hubiera en el camino, partimos de Cayo Herradura rumbo a las próximas y diminutas islas denominadas Tortuguillas que estaban unas dos millas al oeste de Isla Tortuga y a tres millas al sur de Cayo Herradura. Nos despedimos en la distancia de Jean-Yves que estaba en cubierta de su barco y él, a modo de despedida, toco la bocina.

El día era adecuado para partir porque queríamos estar ya un poco tranquilos y Cayo Herradura estaba siendo ocupado por lanchas y lanchas de venezolanos que iban para el puente que había con motivo del 12 de octubre. Ese día, al igual que en muchas partes de España y de otras partes de Sudamérica era festivo y el largo puente se estaba evidenciando en una afluencia exageradísima de lanchas. Decenas y decenas. Y por si eso no fuera poco, además llegaron tres helicópteros que como no, hacían su espectáculo habitual a sus amigos haciendo unas pasadas a ras de agua antes de aterrizar.

Nos habían advertido nuestros recientes compañeros de fondeo que era mejor que no pasáramos la noche en Tortuguillas por la existencia de muchos mosquitos pero no les hicimos demasiado caso porque pensamos que también decían lo mismo de los atardeceres en Cayo Herradura y nosotros no los sufrimos en absoluto.

Sólo fondear en Tortuguillas, en un fondo de algas sobre tres metros situado en el hueco que al este dejan las dos pequeñas islas, desembarcamos con La Poderosa y fuimos a dar un corto paseo. El paseo se interrumpió porque venían unas nubes muy negras por el horizonte y temimos que trajeran un repentino ventarrón. No quisimos arriesgarnos, decidimos regresar al barco y pensamos que el resto de la isla ya la veríamos al día siguiente con más calma. Más tarde, ya en el barco, cuando comprobamos que la amenaza que habíamos temido no se había consumado en nada, fuimos bucear a un arrecife cercano y a pescar algo para la comida: un pargo, un gruñidor y un salmonete.

Por la tarde vimos uno de los DVD que nos había regalado Jean-Yves y anocheciendo, empezamos a sufrir lo que sería al final, una noche casi infernal. Comenzaron a aparecer los primeros mosquitos. Al principio no nos preocupó, ponemos las mosquiteras y listo, pensamos. Sin embargo, ya durmiendo, las nubes y nubes de mosquitos era algo irreal. Se lanzaban contra las mosquiteras en grupos enormes al igual que los hacían los pájaros de la famosa película de Alfred Hitchcock. Si había algún pliegue en las mosquiteras, se quedaban allí enganchados buscando un orificio de entrada. Si intentabas observar el exterior a través de las mosquiteras, los veías a miles dando vueltas y vueltas escuchando el atronador zumbido que desprendían todos esos mosquitos juntos. Y lo peor fue que descubrían cualquier pequeño orificio por el que colarse al interior del barco incluso aunque estos no fueran directos. Así, consiguieron  colarse por el imperceptible agujero que dejaba a los lados la puerta de entrada, por los respiraderos de los portillos, y también por un par de pequeños respiraderos que habían en la fibra pese a que los conductos tenían bastantes recovecos. La noche fue un constante despertar por la aparición de mosquitos. Entonces nos poníamos a matarlos y a buscar por donde habían podido entrar. Al final, el amanecer llegó y el ataque desapareció. Sólo quedaba algún mosquito rezagado que aún permanecía en la bañera y la enorme cantidad de mosquitos muertos que quedaban en el exterior y en el interior cuando echábamos rociones de insecticida por aquí y por allí. Nosotros acabamos algo picoteados aunque afortunadamente, no en demasía.

Esa mañana, el día era gris y feo, pero el viento soplaba con cierta intensidad a diferencia de los días anteriores que casi había sido de calma absoluta. No queríamos pasar una noche más como aquella en aquel lugar por lo que decidimos aprovechar el viento, y partir hacia los Roques.

En nuestra siguiente entrada os explicaremos nuestra estancia en este idílico archipiélago.

Un abrazo.

 

   

 

4 comentarios a “ISLA TORTUGA. Del 27 de septiembre al 13 de octubre de 2012.”

  • Me alegro mucho que les parezca  hermoso las isla de mi país, estuve en los Roques. Y es una perla " la perla de Venezuela "

  • Espectacular esas fotos no aceptan un par de tripulante mas?  hahaha ojala vuelvan pronto a Venezuela es magnifico como uds disfrutan la vida deberian quedarse en Venezuela hay muchos sitios asi. saludos desde Venezuela

  • jo cariño , que pasada de aventura, es todo chulisimo y las fotos como siempre, preciosas, como me gustaria estar alli contigo,te hecho mucho de menos princesa, te quiero.

  • Hola Amigos soy Antonio del velero Bellatrix de Sevilla que nos conocimos en Union Island cenamos una noche en vuestro Piropo. Nos alegramos mucho de vuestras aventuras, estais hecho ya unos expertos.
    Nosotros volvimos en Junio via Azores y ya estamos "integrados" de nuevo en España aunque echamos mucho de menos aquello .
    Un fuerte abrazo os seguimos!!

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