VENEZUELA (3ª PARTE): Visita a Mérida y los Llanos. Del 30 de junio al 10 de julio de 2012.
Partimos de la ajetreada estación de autobuses de Ciudad Bolivar a las siete y media de la tarde de ese día. Por delante teníamos muchas horas de autobús hasta Barinas cruzando casi toda Venezuela. Desde allí, debíamos coger otro autobús hasta nuestro verdadero destino, Mérida.
La noche en el autobús fue relativamente placentera porque dormimos bastante seguido. No hubo ningún incidente pese a que el conductor nos advirtió a todos los pasajeros que no abriéramos las cortinas porque en alguna parte del camino, se dedicaban a tirar piedras a los cristales.
Sobre las doce del mediodía llegamos a la ciudad de Barinas, una populosa ciudad sin ningún atractivo turístico. No obstante, decidimos quedarnos a dormir allí y posponer el viaje a Mérida para el día siguiente ya que de esta forma, podríamos ver el partido que se iba a jugar en apenas dos horas: la final de la Eurocopa entre España e Italia. Había por tanto que encontrar rápidamente un hotel para pasar la noche y después, un lugar para ver el partido. Como Barinas no salía en la guía que llevábamos, encontramos el lugar adecuado preguntando a la gente y preguntando por varios hoteles. El hotel elegido estaba ocupado exclusivamente por clientes venezolanos, era bastante económico y lo mejor de todo era que tenían televisión por cable en las habitaciones y por tanto, podríamos ver el partido tranquilamente. ¡Nos había salido la maniobra perfecta!
Disfrutamos mucho con la goleada 4-0 que España le metió a Italia y después, ya bastante tarde, fuimos a buscar algún sitio para comer sin saber, por la hora que era, si podía considerarse una comida, una merienda o una cena. En el lugar al que fuimos habían televisiones donde habían echado el partido (si lo llegamos a saber…) y el camarero, en cuanto detectó que éramos de España, nos felicitó por la victoria y nos comentó que la actual selección española era el mejor equipo de la historia. Al parecer, estaba de moda ese debate.
Tras la comida, vimos que estaba oscureciendo y optamos por cumplir la regla que siempre nos comentan en Venezuela: cuando oscurece, a casa. Así pues, nos volvimos para el hotel.
Al día siguiente, dimos una vueltecita por Barinas. No tenía nada que ver turísticamente hablando pero observamos la gente, los comercios, el ambiente… Luego, tras recoger los trastos en el hotel, nos encaminamos hacia la estación de autobuses para buscar alguna forma de llegar a Mérida. No tardamos mucho en encontrar un autobús que partía hacia allí aunque íbamos bastante apretados y el autobús tenía goteras. Nosotros aún tuvimos suerte pero el chico que iba delante acabó empapado y daba un poco de pena verlo ahí, sentado, con la capucha puesta y un hilo de agua cayéndole en la cabeza.
Poco a poco, subidos en el autobús, y curva tras curva, fuimos ganando altura. Mérida se sitúa a 1600 metros sobre el nivel del mar en la zona de los Andes Venezolanos. En esa zona se está, de lleno, sobre la cordillera de los Andes que atraviesan de norte a sur el continente sudamericano. La temperatura por tanto, era mucho más fresca que en el resto de Venezuela.
Llovía y poco a poco, los cristales del autobús se fueron empañando hasta que ya no nos dejaron ver casi nada a través de ellos. No obstante, pudimos ver los duros páramos que a más 4000 metros, rodean Mérida.
Llegamos a Mérida anocheciendo y un hombre muy amable aunque con algo de mala pinta nos explicó que Mérida era una ciudad muy desperdigada y que la estación de autobuses estaba lejos de donde nos dirigíamos, la Plaza de las Heroínas, en cuya zona habían bastantes hostales. Nos invitó a bajarnos con él y desde allí, nos explicaría como coger un segundo autobús hacia nuestro destino. Justo cuando íbamos a bajar con él, un chico con el que también habíamos hablado durante el viaje, nos dijo que no bajáramos con ese señor ya que estábamos muy lejos del centro y que la zona era peligrosa. Nos sugirió que fuéramos a la estación de autobuses y desde allí nos explicaría como ir a donde nos dirigíamos. Las formas de Juan Pablo, que así se llamaba el chico, nos inspiraron confianza y no nos equivocamos porque poco a poco fuimos ganándonos confianza mutuamente. Juan Pablo era joven, tenía 20 años y había estudiado turismo. Recientemente había fallecido su padre y hora vivía sólo. Por ello, nos invitó a estar en su casa mientras permaneciéramos en Mérida y se ofreció igualmente a enseñarnos algunas cosas de la zona. Nos pareció una forma de conocer la vida cotidiana de Venezuela y Juan Pablo era muy simpático por lo que aceptamos su invitación.
La verdad es que esta invitación tan temprana era bastante sorprendente pero conociendo a más gente de Mérida descubrimos que no era algo excepcional ya que son muy acogedores. Mérida es una ciudad universitaria y el porcentaje de gente joven es muy alta. A la gente de la zona le llaman los gochos y hacen bromas con ellos desde otras partes de Venezuela. Dicen de ellos que son un poco brutos (como los de Lepe en España) aunque tienen fama también de muy trabajadores.
Bajamos del autobús y cogimos un taxi que negoció y pagó Juan Pablo. El taxi nos llevó a Ejido, una zona de Mérida. Nos instalamos en una habitación de la casa de nuestro anfitrión y al poco tiempo, aparecieron Karen y Antonio, la novia y el mejor amigo de Juan Pablo respectivamente. Estuvimos charlando animosamente hasta que Karen se tuvo que marchar ya que tenía un ensayo en el grupo coral de la universidad en el que cantaba. Antonio se fue también a su casa y hablando con Juan Pablo, decidimos ir a escuchar el ensayo de Karen. Cogimos un autobús y nos fuimos hacia la universidad que era donde ensayaban. A los miembros de la coral les hizo gracia tener espectadores extranjeros en sus ensayos y el director hizo alguna broma con nosotros. Escuchando el ensayo, pensábamos cuan parecido era el ambiente de la gente joven y universitario de Venezuela y España.
Tras finalizar el ensayo y despedirnos de Karen, volvimos hacia la casa y paseando, nos encontramos con un campo de beisbol donde unos chicos estaban entrenando. El beisbol es el deporte más popular en Venezuela pero el fútbol está cogiendo muchos adeptos. Entramos en el campo, nos sentamos en las gradas y mientras observábamos, Juan Pablo nos iba explicando las reglas básicas del beisbol porque no las conocíamos. Nos impresionó mucho la precisión con que lanzaban la pelota los chicos pese a que eran muy jóvenes pero lo que más nos impresionó fue la precisión del entrenador. Un chico bateó y la bola, desviada, quedó enganchada muy alta en una red. Los chicos tiraban bolas para ver si la hacían caer hasta que el entrenador se levantó, cogió una bola, lanzó, y a la primera le dio de lleno a la bola enganchada y la hizo caer. Hay niveles y niveles pensamos.
Después del campo de beisbol, fuimos a casa de Juan Pablo a dormir. Fue un día ajetreado.
Al día siguiente nos fuimos con Karen y Juan Pablo al Pico Águilas. El Pico Águilas en realidad no es un pico sino un collado cuyo nombre oficial es el Collado del Cóndor aunque popularmente y curiosamente, todo el mundo lo conoce como Pico Águilas. Es el punto viario más alto y frío de Venezuela con 4.118 metros de altitud. El trayecto hasta el Pico Águilas fue largo y tuvimos que coger un moderno trolebús gratuito y dos autobuses diferentes para llegar allí. Que el lugar era frío lo comprobamos inmediatamente porque los 8 grados que vimos en un termómetro los sentimos rápidamente en los huesos. Además, ninguno íbamos muy abrigados. Estuvimos un rato por allí, mirando el paisaje y acercándonos a una capilla pequeña que había cerca hasta que decidimos regresar. En ese momento nos percatamos que la vuelta iba a ser más dificultosa que la ida ya que la frecuencia de los autobuses no era mucha. Karen, muy lanzada, decidió hacer autoestop. Pasaron muchos coches que no pararon pero al cabo del rato, una furgoneta sí paró. Era una furgoneta con cabina y una especie de pickup que era totalmente lisa. Karen y Sandra subieron en la cabina y Juan Pablo y Dani, se subieron en la parte lisa. No había ningún punto de apoyó excepto una pequeña abertura que permitía agarrarse sólo con una mano. Esperábamos que con esa inseguridad, el conductor condujera con cuidado pero no fue así ni mucho menos. Se puso a correr como un loco sin preocuparse de los que iban colgados detrás. Adelantaba a toda velocidad los pocos coches que nos fuimos encontrando y casi sin frenar, tomaba las múltiples curvas que existían y que bordeaban barrancos bastante pronunciados. El frío no ayudaba a una buena sujeción de los que estaban subidos detrás y la mayor alegría del viaje, fue cuando finalmente, pudimos llegar al lugar donde se cogía el autobús que nos llevaría de nuevo a Mérida. En ese autobús, más abrigados, el viaje fue más placentero y pudimos observar con más detalle el paisaje de las montañas, de los páramos y de los campos de cultivo más abajo. También vimos a la gente arando con mulas y las características casas de teja de la zona.
Llegamos al centro de Mérida y tras despedirnos de Karen, nos dirigimos a casa de Juan Pablo donde nos esperaba una sorpresa en la puerta. Todos nuestros trastos estaban tirados de cualquier manera en el rellano y habían cambiado la cerradura de la casa y no podíamos entrar. Nos quedamos muy sorprendidos aunque inmediatamente se descubrió el motivo porque apareció una señora muy maleducada chillando. Era una de los muchos hermanos de Juan Pablo que a las pocas semanas de haber fallecido el padre, ya estaba moviendo sus fichas para llevarse su correspondiente pellizco. Como no podía vivir de sus capacidades, necesitaba vivir su parte de la herencia y para ello quería echar a Juan Pablo de la casa pese a que él había vivido toda la vida allí, pese a que los últimos años había vivido en esa casa sólo con su padre y pese a que los últimos seis meses de vida del padre en el hospital, Juan Pablo fue el único que estuvo viviendo allí día y noche cuidándolo. En fin, una situación muy desagradable aunque nosotros, más que por nosotros, lo sufríamos por Juan Pablo y él por su parte, más que sufrir por la propia situación, sufría de la vergüenza de lo que pudiéramos pensar nosotros y nos daba todo tipo de explicaciones. Decidimos quitarnos de en medio para que no estuviera preocupado por nosotros. El pobre Juan Pablo se disculpó y nos despedimos hasta el día siguiente.
Era ya bastante de noche y entonces teníamos que coger un autobús hacia el centro y allí buscar un sitio donde dormir. Bajando del autobús preguntamos por la zona de los hostales a otro pasajero que también se bajaba. El pobre tenía muy mala pinta, con cara de malo y vistiendo una camiseta de fútbol pero las apariencias engañan y este pasajero resultó muy simpático. Nos contó que vivía en España y estaba allí de vacaciones. Comentaba también que en España le habían tratado fenomenal y que estaba muy feliz allí. Junto con sus tres amigos que también iban en el autobús, nos acompañaron a la plaza de las Heroínas aunque les obligaba a desviarse bastante de su dirección. Mientras caminábamos, nos advirtieron que aunque Mérida era más tranquila que el resto de Venezuela, no eran horas para ir por ahí solos. Su ayuda no finalizó con llevarnos hasta la plaza ya que una vez allí, mientras uno se dedicaba a hacernos compañía, los otros tres fueron cada uno en una dirección para ir preguntando en varios hostales los precios. Según ellos, si nos veían a nosotros con nuestra cara de extranjeros, nos iban a subir el precio automáticamente. La situación era peculiar pero nada podíamos hacer ante su simpática insistencia. Al final nos localizaron uno bastante adecuado y nos despedimos muy agradecidos.
El hostal era bastante económico (14 € la noche) aunque no era muy limpio ya que al abrir la cama, la encontramos con bastantes pelos. Entonces nos cambiaron de habitación aunque la segunda cama, algo más limpia, tenía unas marcas extrañas en las sábanas.
Al día siguiente nos dedicamos a buscar una agencia con la que hacer el tour a la zona de los Llanos. Esta excursión, al igual que la de Canaima, también requería que se hiciera con guía ya que la principal atracción de la zona aparte del paisaje, era ver animales y sin un guía que te los mostrara, poco interés tenía la excursión.
Con el precio de los tours nos llevamos de nuevo una sorpresa ya que la fortísima inflación general había afectado también a los viajes. Nosotros, que sin prever que iríamos a Mérida y Los Llanos habíamos salido de Puerto de la Cruz con cierta cantidad de dinero para el viaje de Canaima, no llevábamos suficiente dinero para pagar este tour y volver a Puerto de la Cruz. Sacar dinero de un cajero no era una opción porque el cambio oficial era un tercio del cambio real. Así pues, no nos quedó otra que preguntar mucho y negociar bastante a la baja el precio. En una de las agencias encontramos a Toni, que entendió nuestra situación y acordamos un precio bueno para todos (1400 bolívares por persona, unos 120 euros). Lo mejor además es que nos dejaba quedar durmiendo en el pequeño hostal que tenía la agencia y podíamos usar también la cocina. Así pues, hasta que partiéramos, casi no gastaríamos dinero para dormir y comer. Para empezar ese día, Toni nos invitó a comer un “San Cocho” que él mismo se había preparado para comer.
Toni era un personaje peculiar pero algo deprimente. Enseguida nos cogió confianza y nos contó toda su vida entre cerveza y cerveza (él). Bebía, en nuestra opinión, demasiado. Por comentarios que oímos de otras personas de otras agencias, Toni era uno de los primeros guías de los Llanos. Era como un Indiana Jones que sabía encontrar los animales allá donde estuvieran lo que en un tour para ver animales era algo fundamental. Para mostrarlos se lanzaba a las aguas para capturar a los pobre animales y así podérselo mostrar con más detalle a sus guiados. Cogía anacondas, caimanes y serpientes con mucha facilidad. Sin embargo, como él mismo reconocía, su mejor momento había pasado. Según él era como boxeador que ha ganado el cinturón mundial y que ya se lo han arrebatado. Decía que ahora no tiene nada pero que a sus hijas siempre le podría decir que un día ganó el cinturón. Para él como guía, el ganar el cinturón fue el poder salir en la famosa guía de viaje Lonely Planet. Y salió en aquel momento no como agencia con una estructura, sino como guía autónomo, que llevaba a los clientes en autobús y por el simple hecho de sus aptitudes como guía.
La comida fue muy interesante. Nos contó su vida, su relación con sus dos hijas, sus mujeres, etc. Al pobre se le notaba muy solo. La comida que nos preparó, San Cocho, estuvo muy rica y esa sí que era comida típica de Venezuela. Para beber preparó además un “jugo” (zumo) de “parchita” (fruta de la pasión) muy frío y muy rico.
Por la tarde vinieron al hostal Juan Pablo, Karen, Antonio y su novia Yenifer a los que habíamos llamado en cuanto supimos dónde nos quedábamos a dormir. Con ellos fuimos a pasear por la zona, visitamos la plaza Bolívar y la catedral, y en la Plaza de las Heroínas, que estaba extraordinariamente animada con mucha gente joven, tomamos un trozo de pastel de arequipe (como dulce de leche) en un puesto callejero en el que vendían sólo esa especialidad. Esa tarde nos despedimos definitivamente de Antonio, que tenía que marcharse a otra ciudad por unos días.
Al día siguiente, vinieron a buscarnos Juan Pablo, Yenifer y el hermano de Juan Pablo y su hijo. Con el coche de éste nos fuimos a desayunar, según ellos, las empanadas más ricas y más baratas de toda Mérida. No sabemos si eran las mejores pero efectivamente estaban riquísimas. Esa costumbre venezolana de comer empanadas rellenas (llamadas allí pasteles) para desayunar acompañadas de mucha salsa era una costumbre quizá poco sana pero muy rica.
Tras el copioso desayuno, fuimos al pueblo de Lagunillas con su Laguna de Urao. Esta laguna es muy curiosa y es única en Venezuela ya que es de agua salada a muchos kilómetros del mar. El entorno es de un paisaje semiárido y las aguas poseen la presencia del mineral llamado Urao (Sesquicarbonato de sodio) que procede de sales aportadas por corrientes subterráneas. La laguna y su entorno es un centro recreacional donde los habitantes de la zona pasan los días festivos.
Estando allí, el simpático hermano de Juan Pablo y su hijo, que estaban en Mérida de visita, tuvieron que regresar para su casa que estaba a bastantes kilómetros. Pero el grupo se incrementó porque apareció en autobús Karen para la hora de comer. Comimos por allí más pasteles de carne que habíamos comprado por la mañana y pasamos todos juntos, un buen día charlando, paseando y pescando los peces que fácilmente con un anzuelo, sedal y un poco de harina prensada, Juan Pablo y una señora que había allí conseguían con bastante facilidad.
Regresamos todos juntos hasta el hostal y allí nos despedimos con bastante tristeza. Nos regalaron incluso unos detalles como despedida. La verdad es que se habían portado todos, Juan Pablo, Karen, Antonio y Yenifer, muy bien con nosotros. Y gracias a ellos, habíamos conocido mucho mejor Mérida y su entorno y nos habíamos llevado una gratísima impresión de la gente de la zona. ¡Hasta la próxima y esperamos veros pronto!
Esa noche cenamos con Toni, el guía, y nos quedamos hasta bastante tarde charlando.
El 6 de julio nos despedíamos de Mérida e iniciábamos el tour hacia los Llanos. De Mérida nos íbamos sin haber podido disfrutar de uno de sus más conocidos atractivos turísticos: el teleférico más alto y más largo del mundo. Llevaba cuatro años cerrado y ese parón le había sentado muy mal al turismo de la ciudad. No obstante se comentaba que a lo largo del año se volvería a abrir.
La excursión a Los Llanos la compartiríamos con unos compañeros ya conocidos… ¡los polacos con los que habíamos coincidido en Canaima! El turismo actual, aunque se viaje de mochilero y creas que vas a tu aire, acaba siendo bastante poco original porque todo el mundo se mueve con las mismas guías y suelen visitar las mismas cosas. No obstante eso, la coincidencia con los polacos fue grande porque coincidimos los mismos días y coincidimos en una agencia que precisamente no aparecía en la guía que ellos y nosotros llevábamos.
Muy temprano cargamos los trastos en el antiguo y sólido Toyota que nos llevaría a todos a Los Llanos. La primera parte del viaje fue tranquila mientras desandamos el camino lleno de curvas que habíamos hecho días antes en autobús desde Barinas. En ese tramo paramos a comer en un sitio donde nos sirvieron una carne muy rica. Desde Barinas en cambio, el viaje ya no fue tan tranquilo porque aprovechando las carreteras rectas, el conductor se dedicó a correr mucho ya que quería llegar con luz diurna al destino. A esas velocidades con un todoterreno de suspensiones tan duras, la ballesta del vehículo comenzaba a entrar en resonancia y el conductor casi perdía el control del vehículo. Le tocaba entonces, sin casi tocar el volante, ir perdiendo velocidad hasta que la vibración paraba. Menos mal que la carretera era recta pero aún así, no daba mucha tranquilidad.
Poco a poco fuimos llegando a nuestro destino, la inmensa sabana de los Llanos. El hogar de los vaqueros venezolanos. Una inmensa zona de cien mil kilómetros cuadrados que casi se inunda en su totalidad en época de lluvia. El mayor atractivo de la zona sin duda es observar su flora y su fauna. Sobretodo su salvaje fauna con caimanes, anacondas, boas y otras serpientes, rallas eléctricas, pirañas, delfines rosados de río, capibaras, osos hormigueros y muchísimas aves.
La mejor época para ver los animales es en la temporada seca (de mediados de noviembre a abril) porque la fauna se concentra alrededor de los puntos de agua. En la temporada húmeda, en la que estábamos, la fauna se dispersa pero en nuestra opinión, también es curiosísimo ver casi totalmente inundada una zona del tamaño de una quinta parte de España.
El lugar es llamativo porque el terreno es extraordinariamente plano hasta allá donde alcanza la vista. Todo el terreno está cercado por vallas de alambre de espino kilométricas que separan un rancho de los otros. Cada rancho tiene una humilde construcción ligeramente elevada para que en la época de lluvias no se inunden, situación que no se puede evitar cuando llueve mucho. Todo el resto del rancho se inunda dejando a la vista sólo la parte superior de la hierba y la mitad superior de las muchísimas vacas que allí se crían. La vida allí es dura porque hay muchos mosquitos y los ranchos carecen de comodidades básicas como conexión a la red eléctrica.
Durante el camino, fuimos parando para que el guía fuera comprando provisiones para esos días y finalmente, llegamos al pequeño rancho donde nos hospedaríamos. El lugar, muy familiar ya que en él vivía solamente Ramón, el dueño, con su mujer y sus dos hijos pequeños, era bastante rudimentario aunque muy autentico. Era el típico rancho llanero aunque le habían añadido cuatro especie de chozas para los turistas. Todas eran bastante cutres y aunque la nuestra en un principio nos pareció bastante limpia (excepto por un fuerte olor muy extraño como a humedad), luego descubrimos que el lugar era ciertamente un asco porque debajo del techo de paja dormían murciélagos, lo que nos hizo relacionar el olor que olíamos y las necesidades de esos animales.
El 7 de julio salimos con un bote motorizado a recorrer el rancho sobre el agua y después llegar hasta el río que estaba cerca y que no se distinguía apenas. Desde allí, seguimos navegando por el río un buen rato haciendo en total de varias horas de navegación. El objetivo fundamental era ver animales y vaya si los vimos: serpientes, tortugas, un mono rojizo, loros verdes, dos preciosos papagayos volando en libertad, cormoranes y otras aves y los famosos delfines rosados de río. Estos nos parecieron in situ un animal muy extraño porque aunque son parecidos a sus hermanos del mar, tienen una cabeza muy singular, un hocico alargado y su color es entre blancuzco y rosado. Al parecer son animales casi ciegos que se guían y cazan utilizando la ecolocalización (ondas de biosonar). La especie está muy amenazada por la destrucción de su hábitat y la caza del hombre.
Justo al regresar al campamento comenzó a llover a mares. Comimos otra abundante comida (parecía que nos querían cebar para alimentar a los caimanes) y por la tarde, en cuanto acabó la lluvia, nos fuimos de safari con el todoterreno por las pistas. Subimos al tejado del vehículo y fuimos viendo el paisaje y buscando los animales. De repente el vehículo paró, el guía bajó, metió las piernas en el agua y del cuello, consiguió sacar una anaconda pequeña, de unos dos o tres metros. Las grandes al parecer pueden llegar a los once metros. Pese a que la anaconda era pequeña, el cogerla no parecía una broma para el guía porque se le veía bastante concentrado ya que un mordisco de ese animal puede ser peligroso sobretodo por las infecciones. El animal se le enrollaba en el brazo y se notaba que tenía una extraordinaria fuerza. Sandra la sujetó un poco por la cola (el guía no soltaba nunca la cabeza) y se manchó toda la mano de meado de olor muy fuerte. El orín es un mecanismo de defensa de estos animales y su olor es bastante nauseabundo.
El paseo continuó y volvimos a detenernos para que el guía cogiera esta vez un caimán. Era un caimán de pequeño tamaño pero aún así imponía cogerlo. Los caimanes al parecer y a diferencia de los cocodrilos se alimentan más de pescado que de otras especies, y no suele atacar al hombre a no ser que se les importune. En cambio, el cocodrilo (que también los había por esa zona) es una especie que convivió con los dinosaurios y es peligrosísimo y muy carnívoro. El humano, siempre que se le presenta la ocasión, forma parte de su dieta. Los cocodrilos de mar son los más temidos por su tamaño y agresividad. Se estima que en el mundo, unas mil personas mueren al año comidas por estos reptiles.
Más tarde y desde el coche vimos más caimanes. Estaba bastante lleno y algunos, eran de tamaños considerables.
También paramos a ver un oso hormiguero que dormía sobre un árbol y que era muy gracioso. Y como no, vimos cientos de aves de muchos tipos, gavilanes, buitres, zancudos, etc.. El principal atractivo de los Llanos es la exageradísima variedad de aves que existe en la zona aunque para los profanos como nosotros, siempre nos llamaban más la atención las anacondas y los caimanes.
Ya de noche regresamos al rancho y tras la cena, Toni, el guía, y Ramón, el dueño del campamento, nos cantaron un buen rato un repertorio de canciones llaneras. La música llanera es muy popular y se escucha por toda Venezuela por la gente de cierta edad. La gente joven en cambio escucha más el reguetón y la bachata. Nos impresionó mucho Toni porque cantaba muy bien. Se notaba que era un llanero auténtico. La verdad es que era un guía muy completo.
La música animó a la gente y sobretodo, a los chicos polacos, que se pusieron a beber. Uno que era muy formalito, acabó hablando muy fuerte con la camisa totalmente desabrochada. Todos nos reímos mucho porque se notaba que estaba “achispadillo”. Estábamos todos tan animados que salimos como final de fiesta a pasear para ver si veíamos algún animal. Por la noche, era más difícil ver animales pero los ojos rojos brillantes de los caimanes delataban su presencia entre la empantanada vegetación. Impresionaba mucho ver por aquí y por allí tantísimos ojos brillantes inmóviles. Cerca del camino vimos una familia de capibaras (unos roedores de tamaño considerable) que ante nuestra presencia se asustaron y se pusieron a correr. En su dirección vimos que habían nos ojos inmóviles que brillaban en la oscuridad. De repente, el caimán atacó suponemos que para defender la intromisión y la familia de capibaras salió entonces aún más disparada. Era como ver un documental de televisión en directo.
Al día siguiente fuimos a pescar pirañas. Cogimos un hilo resistente con un anzuelo en la punta y clavamos en dicho anzuelo un trocito de carne de vaca. No había que hacer mucho más. Cuando notabas que mordían tirabas y ya habías pescado la piraña. El animal en sí era horrible, con una boca de unos grandes dientes iguales con forma de pirámides. Pescamos unos cuantos entre todos con el fin de cenárnoslos.
De regreso al rancho desde el lugar a donde habíamos ido a pescar, en vez de ir en coche lo hicimos a caballo. Los vaqueros llaneros son al parecer expertos jinetes y compiten entre ellos apresando vacas y atándolas como hacen en los norteamericanos. Nuestros caballos de todas formas, daban un poco de pena. El de Sandra era muy feíto con una oreja caída aunque era muy obediente y trotaba con facilidad. El de Dani en cambio, además de ser feo también era muy poco vigoroso y el pobre, solo trotaba cuando se le insistía mucho.
Tras la comida y la lluvia que aparecía siempre puntual después de comer, fuimos de nuevo a ver animales con el todoterreno. Vimos capibaras, serpientes y muchas aves. De regreso, cenamos con una espectacular y rojiza puesta de sol las pirañas que habíamos pescado por la mañana. El animal era sabroso aunque la carne era algo gelatinosa y muy escasa ya que lo que se podría llamar la caja torácica del pescado, era muy grande. También cenamos capibara ya que la noche anterior, un coche atropelló a una enfrente del rancho. Su carne era muy curiosa con bastantes filamentos aunque tiernos. Al parecer en Los Llanos sólo se suele comer la capibara en Semana Santa por tradición. Como en Semana Santa la religión católica no permite comer carne y los llaneros veían a las capibaras viviendo en el agua, se los comían creyendo que cumplían con la regla. ¡Muy listos estos llaneros!
Tras la cena, volvimos a dar una vuelta subidos en el techo del todoterreno pero esta vez, de noche. Volvimos a ver los ojos brillantes de los caimanes por decenas pero lo que más nos impactó fue ver la espectacularidad de miles y miles de luciérnagas brillando en la oscuridad. Allí hasta donde alcanzaba la vista se podían ver lucecitas verdes.
El 9 de julio partimos del rancho de Ramón después de despedirnos de ese rudo personaje. Tenía un trato bastante bruto con los turistas a los que trataba como a sus vacas pero con nosotros, en unos apartes, quizá ayudado por el idioma y por nuestra curiosidad por su vida, nos contó muchas cosas: cómo funcionaba el negocio del ganado, a quién vendían, por cuanto, cómo eran los demás ranchos, que extensiones tenían, cuantas vacas solían tener, etc. También se sorprendió mucho cuando le explicamos que estábamos viajando en velero y que veníamos desde España con él.
El todoterreno volvía con todos a Barinas y Mérida pero a nosotros nos venía mejor hacer otro recorrido por lo que se desviaron un poco para dejarnos en Mantecal. Allí, tras despedirnos de todos rápidamente, cogimos un autobús que estaba saliendo en ese momento que nos llevó a San Fernando. Sólo llegar a San Fernando salía el autobús a Maracay ciudad a la que llegamos sobre las seis de la tarde sin haber comido nada desde el desayuno. Estábamos cansados y teníamos apetito pero preguntamos en distintas compañías y solo quedaban unos asientos en un autobús que partía inmediatamente a Puerto de la Cruz. No comeríamos nada hasta las doce de la noche que comimos unas arepas en una parada. Finalmente, sobre las tres de la mañana y después de todo el día saltando de bus en bus, llegamos a nuestro destino, la estación de autobuses de Puerto de la Cruz. Negociamos el precio del taxi con un par de conductores y llegamos a la marina donde nos esperaba, bonito, limpio e inmóvil sobre las aguas, nuestro Piropito.
En nuestra siguiente entrada os contaremos nuestros últimos días de estancia en Puerto de la Cruz y nuestra estancia en el varadero arreglando cosillas del barco.
Un abrazo.
karen VENEZUELA dice:
chicossss holaaaaaaaaaaaaa espero q esten biennn!!!! no habia leido este articulo jejeje espero q esten bien se les quiere
David Taurà dice:
Cabronazos!! Que envidia las fotos de Venezuela !!!
Seguid disfrutando mucho, hacedlo por todos nosotros !!
Un abrazo !