SAINT MARTIN: Travesías de Rade de Gustavia (St-Barths) a Baie de Marigot (Saint Martin) y días de estancia en esta isla. Del 12 al 15 de mayo de 2012.
Eran las diez de la mañana cuando salimos del fondeo de Gustavia. Nuestro siguiente destino era la isla de Saint Martin, que estaba muy próxima a Saint Barthélémy. No obstante, la travesía era un poco más larga de lo que podría parecer si se miraba fugazmente un mapa y es que, nuestro destino era la Baie de Marigot, en el noroeste de la isla, por lo que tendríamos que rodear toda la isla para llegar allí.
Saint Martin es uno de los territorios más pequeños del mundo (96 km2) que está compartido por dos países. El sur de la isla, denominada St Marteen, es la parte holandesa y forma para de las Antillas Holandesas. El norte, denominado Saint Martin, es la zona francesa y forma parte de la Unión Europea como departamento de ultramar francés. No obstante, cruzar la frontera no suponía ninguna dificultad y es más, en la carretera no había nada que identificara el lugar exacto en que se cambiaba de país excepto en determinados puntos en los que se podía observar monumentos conmemorativos que celebraban los más de trescientos años de convivencia pacífica en la isla de ambos países.
Saliendo de Saint Barthélémy vimos la Bahíe de Colombier que parecía mucho más tranquila, bonita y refugiada que la Rade de Gustavia, donde habíamos estado y seguramente, se podría fondear sin necesidad de pagar ninguna tasa (eso ya no estábamos seguros) como nos habían hecho pagar a nosotros. La desventaja de este otro fondeo era que al estar lejos de la ciudad, era más complejo visitar la isla y reponer provisiones.
La travesía a Saint Martin se prometía rápida y sencilla porque el viento venía de empopada y la distancia era poca pero la falta de viento volvió a hacer acto de presencia. Rondaba los 8 a 10 nudos si no menos, por lo que avanzamos muy poquito a poco hacia nuestro destino. No obstante, la navegación fue muy distraída porque la travesía estaba plagada de islas e islotes. En la más grande de ellas, la Ile Fourchue, vimos dos barcos fondeados en una bahía que parecía muy agradable para pasar un día o dos.
Saint Martin iba creciendo en tamaño a medida que nos acercábamos y por fin llegamos a Pointe Blanch, el cabo situado al sureste de la isla y que cerraba la Bahía de Great Bay en la que encontraba la capital de la parte holandesa, Philipsburg. Vista desde el mar, la bahía parecía más bonita de lo que nos habíamos imaginado pese a que había dos enormes cruceros en el puerto. No obstante la buena impresión que nos dio la bahía, decidimos continuar hasta la de Marigot porque imaginamos que estaríamos más resguardados allí.
Continuamos navegando por la costa holandesa y pasamos enfrente de la Bahía de Simpson Bay. Era aquí donde había uno de los dos canales por lo que se podía acceder al interior de la laguna de Saint Martin cuyo tamaño era tan grande que se podía fondear en su interior e incluso atracar, porque habían varias marinas. El otro canal de acceso estaba en la parte francesa en la propia Bahía de Marigot.
Tras pasar Simpson Bay, navegábamos por enfrente del Aeropuerto Internacional Princess Juliana, en Maho Bay. Este aeropuerto es muy conocido porque está situado muy pegado al mar y los aviones, para aterrizar, deben pasar rozando el mar y la playa que hay entre la pista y el mar.
Dani, mucho tiempo antes de plantearse nuestro viaje, ya había oído hablar de la característica especial de este aeropuerto por lo que, aunque quizá fuera un poco tonto, nos hacía ilusión conocerlo. Aprovecharíamos para comparar si aquí pasaban más cerca los aviones que en el aeropuerto del Prat en Barcelona, donde también habíamos estado en la cabecera de la pista viendo desde cerca como aterrizaban los aviones. En el Prat incluso, habían instalado bancos y tumbonas de piedra para ver los movimientos cómodamente.
Navegando por el mar vimos varios aterrizajes de aviones. Era impresionante verlos planear a escaso metros del mar. También impresionaba mucho el comprobar el enorme tamaño que tenían algunos aviones si los comparabas con los edificios que rodeaban la playa que vistos todos juntos desde el mar, parecían un embudo de hormigón cuya boca de salida era el propio aeropuerto.
Distrayéndonos viendo pasar aviones llegamos al extremo oeste de Basse Terre. De allí aún navegaríamos a vela dirección norte hasta un poco más allá de Pointe Plum pero luego, tras cambiar el rumbo noventa grados a estribor, el viento ya nos vino de proa y decidimos poner el motor y hacer de esta forma las aproximadamente tres millas que restaban para llegar a nuestro fondeadero.
Rápidamente llegamos la gran Bahía de Marigot. En ella habían muchos barcos fondeados. La verdad era que la bahía en sí no parecía que tuviera ningún encanto especial a primera vista aunque el tenedero era seguro y poco profundo, sobre unos cuatro metros, y las aguas eran limpias y de un precioso color turquesa.
Sobre las diecisiete horas estábamos fondeados. Apenas había viento y el movimiento era nulo. Que tranquilidad pensamos y que diferencia con el fondeo anterior.
El trece mayo embarcamos en La Poderosa rumbo a tierra. Bordeamos parte de la gran protección metálica que rodeaba la Marina de Marigot y dejamos nuestro auxiliar atado en el muelle junto con otros auxiliares que había allí. Teníamos pensado esa mañana dar una vuelta por la ciudad y de paso, buscar algún establecimiento que alquilaran motos para al día siguiente poder alquilar una a primera hora y dar una vuelta por la isla.
La ciudad no nos dio una impresión muy positiva. Era domingo y la ciudad estaba totalmente sin actividad de ningún tipo. Parecía una ciudad fantasma. Además, al igual que otras ciudades de las islas caribeñas francesas, la ciudad tenía un aspecto un poco deprimente porque en ella se mezclaba construcciones y equipo urbano de estilo francés, con el habitual deterioro caribeño. En el resto de las islas del Caribe, sobre todo las menos evolucionadas, éste estado de las cosas no sorprendía ya que formaba parte de lo que se visualiza cuando nos imaginamos una típica estampa del Caribe y que refleja, o el carácter tranquilo de sus habitantes, o las dificultades económicas, o las dificultades climáticas con su ambiente húmedo. Pero en las islas francesas, ese mal estado de las cosas nos llamaba especialmente la atención porque como europeos estamos acostumbrados a ver esos equipos urbanos o esas construcciones en relativo buen estado. Quizá faltara dinero para su mantenimiento o quizá fueran construcciones no adecuadas para el clima pero el resultado era que parecía una ciudad venida a menos.
En nuestro largo paseo también recorrimos la Marina Port La Royale, que se encontraba ya dentro la laguna. También esta marina permanecía bastante desierta aunque había algún restaurante abierto. Dani se distrajo mirando los precios de los barcos en los tablones de ventas de un par de náuticas pero no para cambiar al Piropo, ¡jamás!, sino para comparar precios con España. Por cierto, no encontró en esa visión fugaz, mucha diferencia.
Volvimos a comer al barco y por la tarde, nos quedamos en el barco enfrascados en distintas ocupaciones.
Al día siguiente, bastante temprano ya estábamos en la oficina de turismo que teníamos localizada del día anterior y nos hicimos con un mapa de la isla. A continuación, fuimos a alquilar una scooter para conocer la isla. El alquiler no resultó barato ya que se parecía mucho al precio de un coche (38€ el día) pero al menos, no perderíamos tiempo en aparcar y disfrutaríamos de conducir al aire libre. En esta isla, el ir en transporte privado era imprescindible para llegar a ciertos sitios que con transporte público hubiera sido imposible.
El día era muy soleado y pasear en moto tranquilamente por la isla era muy agradable. En primer lugar nos dirigimos al suroeste de la isla, hacia Terres-Basses y paramos en la playa de Mullet Bay. El agua allí era espectacular por su trasparencia y color, pero la arena estaba repleta de hamacas y sombrillas que le quitaban todo el encanto al lugar.
Por allí, la carretera atravesaba un campo de golf que ignorábamos si estaba en funcionamiento aunque su estado estaba impecable. Nos extrañaba que estuviera en funcionamiento ya que si así fuera, a los jugadores habría que exigirle una precisión milimétrica ya que los coches pasaban muy cerca de los “greens” sin que ninguna red de protección los separara. Ninguna bola nos cayó en la cabeza y continuamos nuestro recorrido hasta Maho. Beach. Esa playa era lo que más nos apetecía ver de la isla. Era la playa donde los aviones pasaban muy cerca para ir a aterrizar en el aeropuerto que estaba al lado.
Enseguida aterrizó el primer avión. Era impresionante ver cómo iban aproximándose a la pista ajustándose cada vez más al mar. Unos pasaban muy alto, sobre todo los de hélice, pero otros pasaban mucho más cerca como los de reacción. Sin embargo, el que pasó más cerca fue una pequeña avioneta que fue la segunda en pasar. Dani, que la veía venir de cara directamente hacia él, notaba que hacía muchas correcciones en su trayectoria. Al piloto no se le veía muy seguro. Pasó realmente muy cerca. Después de esa avioneta, todos los demás aviones siempre nos parecían que pasaban muy lejos.
También nos impresionaron mucho los despegues. En los aterrizajes los aviones vienen planeando y casi no llevan potencia en sus motores pero en el despegue, ponían los motores al máximo y los que estábamos en la playa nos costaba a duras penas mantenernos de pie. En una de esas, las chanclas de Sandra y los calcetines de Dani se fueron al agua y tuvimos que meternos a recogerlos.
Nos distrajimos tanto viendo ir y venir a los aviones que casi se nos pasó por entero la mañana. Esperamos la llegada de un Boeing 747 que un chico nos dijo que vendría esa mañana aproximadamente en una hora pero el avión no llegaba y como nos cansamos de esperar fuimos a la terminal del aeropuerto a ver cuando vendría el avión de París que en teoría sería el más grande que aterrizaría ese día. Venía precisamente en media hora por lo que nos acercamos de nuevo a la playa a verlo llegar y aunque efectivamente era grande, era una Airbus 330 y no era el famoso 747.
Estuvimos varias horas en la playa que pasaron rapidísimamente porque la frecuencia de los aviones era alta. Tanto ir y venir por la playa, sumado con el sol y calor hizo que nos cansáramos bastante. Entonces, Sandra fue a pedirse una bebida fría a un chiringuito para volver luego y tomársela en la playa. Cuando fue a pagar la bebida la camarera le dijo que no aceptaba monedas de euro y entonces Sandra pagó con un billete de 50 € que era el único billete que llevaba. Entonces la mujer le devolvió dólares americanos y le dijo que esa era la parte holandesa y que la moneda de allí era esa. Sandra no había caído en eso pero la camarera podría habérsle avisado antes. Sin tocar nada fue a hablar con Dani que esperaba en la playa para preguntarle si nos interesaba quedarnos con dólares americanos y decidimos que no porque no sabíamos que tipo de cambio nos aplicaban y a lo mejor perdíamos mucho dinero con la bebida. Sandra volvió y le pidió a la camarera que prefería que le devolviera los euros porque no había tocado la bebida a lo que la camarera se negó con bastante prepotencia y con el único motivo que lo había apuntado en la caja registradora. Sandra insistió pero la camarera se puso más borde todavía. Entonces apareció Dani que veía que Sandra tardaba mucho y viendo que el tema no se había solucionado todavía le pidió de nuevo a la camarera que nos devolviera el dinero. Esta se negó otra vez aunque ahora un poco menos borde. Entonces se metió un señor que había allí diciendo que allí se funcionaba en dólares y que lo tendríamos que haber sabido. El tema era una tontería pero no estaba cabreando mucho porque además, estábamos algo cansados. Dani se enfadó de verdad y dijo que dónde estaba el dinero y cuando la cajera le enseñó la caja registradora Dani dijo que lo quería y punto. ¡Ya estaba bien!. Debió sonar convincente porque la camarera y su amigo se callaron y aquella abrió la caja registradora y nos dieron por fin nuestro dinero.
Más tarde entendimos esa negación absurda por su parte. Haciendo los cambios de moneda conociendo ya los tipos actuales, la bebida de 3 euros (que no era baratísima) nos costaba más de 9 euros.
Pese a la mala experiencia del bar, nos pasamos muy bien toda la mañana viendo pasar los aviones a escasos metros por encima de nuestras cabezas. Y no éramos los únicos que disfrutaban de eso porque a medida que pasaban las horas, cada vez había más gente allí. Esa playa era el principal reclamo turístico de la isla y en todos los folletos turísticos aparecía un avión rozando la playa. Los pilotos de los aviones también disfrutaban del lugar porque cuando se dirigían a la pista saludaban a toda la gente que había en la playa. En fin, un lugar curioso.
Tras Maho Beach, reemprendimos nuestro camino con la moto, paramos a comer a un sitio de comida rápida de los que estaba plagada la parte holandesa y llegamos más tarde a Philipsburg. Era una ciudad totalmente dedicada al turismo de crucero ayudado porque era un puerto franco. Fundamentalmente sólo había dos tipos de comercio, por un lado había un cierto número de tiendas de souvenirs y el resto eran joyerías. Había muchas joyerías, cientos de joyerías. No exageramos. Por todos lados había ese tipo de comercio y en algunas ocasiones, había diez seguidas. Todas de apariencia impecable y todas, gestionadas por indios. Era curioso ir mirando al interior de las tiendas y ver que sólo había personas de ese origen impecablemente vestidas. La parte holandesa también se caracterizaba por el juego, había muchísimos casinos, y por lo que pudimos ver, también se caracterizaba al parecer por la prostitución. Se anunciaba en los folletos turísticos con total normalidad e incluso pudimos ver en una calle principal, un establecimiento en cuyo enorme rótulo de la entrada había una foto gigante de grupo de todas las chicas que te podías encontrar en su interior. Era sorprendente. En Holanda la prostitución era legal por lo que suponemos que seguramente aquí también lo sería y por eso se publicitaban con tanta libertad.
Nos subimos a la moto y continuamos nuestro transitar por la isla. Remontamos la costa oeste de la isla viendo Baie des Flamands y Baie Orientale que estaba llena de resorts. Luego paramos en la playa de Grand Case en el noroeste de la isla que tampoco nos impresionó mucho y continuamos nuestro viaje hacia el Pic Paradís que era la montaña más alta de la isla.
Subiendo nos acordamos de aquel reto que se propuso Dani al principio del viaje de subir a la montaña más alta de cada isla en la que recaláramos. Lejos quedó aquel atractivo propósito y el motivo de ello fue simplemente una razón económica ya que hacerlo supondría un coste económico en desplazamientos que no nos podíamos permitir si queríamos mantener la hucha suficientemente llena. Otra alternativa sería subir a las montañas caminando desde donde estuviera el Piropo pero eso quizá, en otra vuelta al mundo.
Subimos en moto por una estrecha y mal conservada carretera hasta las mismas antenas de telecomunicaciones. Allí habían unas bonitas vistas de la isla pero sólo se podía observar la parte este. La parte oeste en cambio, sólo podríamos presenciarla en el camino de subida y bajada. De todas formas, la subida bien valió la pena porque el entorno era muy verde y las vistas bastante curiosas.
Antes de regresar a Marigot, pasamos con la moto a observar el monumento que simbolizaba la separación de las dos islas que no tenía ningún interés histórico pero que era bastante emblemático.
Ya en Marigot, con las últimas luces del día aprovechamos para visitar el Fort Marigot o Fort Louis. Desde allí habían también unas bonitas vistas pero esta vez, de la bahía Marigot con el Piropo fondeado tranquilamente en sus aguas.
Ya de noche, fuimos a comprar al supermercado una buena cantidad de provisiones. Había que aprovechar que teníamos moto y que al ser de tipo scooter, podíamos cargar bastante en ella. Volviendo al barco parecíamos, subidos en la moto, unos equilibristas de circo promocionando su espectáculo.
Fue en total un día largo pero aprovechamos bien el tiempo y nos llevamos una idea general de la isla que siempre nos gusta mucho tener cada vez que visitamos algún lugar
El día siguiente, quince de mayo, era nuestro último día en Saint Martin ya que al día siguiente partiríamos para Venezuela. La temporada de huracanes empezaba en junio y las islas vírgenes ya quedaban muy lejos. Así pues, aprovechamos el día para comprar todo lo que nos hacía falta.
Como podíamos disponer de la moto alquilada hasta las diez de la mañana aprovechamos y, sobre las ocho de la mañana, fuimos de nuevo a comprar al supermercado al objeto de tener más provisiones. De vuelta al Piropo, volvimos a montar otro espectáculo circense. Regresamos de nuevo a la ciudad y nos subimos a la moto ahora cargados con dos bombonas de gas que eran más asequibles de llevar que la compra del supermercado. Dejamos la moto en la casa de alquiler y empezamos a caminar por la ciudad preguntando dónde se podrían recargar las bombonas. Parecía que sólo había un lugar para hacerlo y hacía allí fuimos pero con tan mala suerte que en dicho lugar no le quedaban bombonas llenas para cambiar y tardarían varias semanas en traérselas. No era grave porque aún nos quedaban dos que solía darnos para un mes cada una. El problema es que nos habían dicho que en Venezuela no recargaban ese tipo de botellas de camping gas. Habría pues que cambiar el sistema de gas del barco por el sistema americano que será el que imperaría a partir de ahora.
De regreso de la tienda de gas compramos la bandera de Venezuela en una tienda de banderas que vimos por casualidad y luego buscamos una tienda para cambiar los dólares EC que nos quedaban. La primera casa de cambio no nos los aceptó pese a que la isla de Anguilla, cercanísima, funcionaba con esa moneda, pero en una segunda tienda sí que aceptaron nuestro dinero. Perdimos mucho dinero en el cambio ya que nos tenían que haber dado ciento treinta euros y sólo nos entregaron cien pero mejor era eso que tener moneda de la que sería difícil deshacerse en un futuro próximo. También aprovechamos la mañana para pasar por un ciber y mirar el tiempo para los días siguientes y de paso, colgar nuestra entrada de Les Saintes. La verdad es que llevábamos muy retrasada la página pero es que tampoco parábamos mucho quietos.
Luego, fuimos al barco a comer y por la tarde, desembarcamos de nuevo para dar un paseo y tomar un helado. Nos despedíamos así de Saint Martin y de las Pequeñas Antillas. Al día siguiente partiríamos hacia Venezuela y dejaríamos atrás estas pequeñas islas en las que tanto hemos disfrutado. Se podía considerar que finalizábamos una etapa y estábamos algo melancólicos. Pero nuevas experiencias y países vendrían por delante y teníamos mucha ilusión de vivirlas y conocerlos.
En nuestra siguiente entrada os contaremos cómo ha ido nuestra travesía de casi cuatrocientas millas cruzando el Mar Caribe de norte a sur, desde Saint Martin hasta la isla de La Blanquilla, en Venezuela.
Un abrazo.
Piropo dice:
¡Hola a todos! Hemos estado en España un mes y se nos ha retrasado la web. Ya estamos de nuevo en Puerto de la Cruz, en Venezuela, escribiendo mucho para ponernos al día y haciendo arreglitos al Piropo. Muchas gracias por vuestros comentarios. ¡Hasta pronto!
Manuel dice:
Hola,
Nos falta relato, ¿dónde estáis?
un abrazo
Manuel (un seguidor)
Andua dice:
¡¡ Uufff !! Ya empiezo a echar de menos la lectura de vuestras andanzas… Ya me imagino cual es el motivo de la ausencia de subidas a la web. Mucha suerte.
olga de creu alta dice:
Hola chicos, cómo impresionan los aviones volando desde tan bajo.¿ No os daba miedo? Está claro que, como aventureros que sóis, no os da miedo. Estáis muy bien en todas las fotos y las vistas son muy chulas. Muchos besos y hasta el siguiente contacto.