ST-BARTHS: Travesías de Cocoa Bay (Barbuda) a Rade de Gustavia (St-Barths) y días de estancia en esta isla. Del 8 al 11 de mayo de 2012.
Eran aproximadamente 65 millas las que separaban Barbuda de la isla francesa de St-Barthélémy, también conocida como St-Barths, por lo que decidimos partir sobre las cinco y media de la tarde de Barbuda para poder llegar a nuestro destino por la mañana del día siguiente. Así pues, nos tocaría pasar la noche navegando.
Partíamos de Barbuda con cierto pesar porque nos había encantado la isla. Es más, nos parecía la isla más bonita de las Pequeñas Antillas en cuanto a playas se refiere. Pero el tiempo pasaba inexorablemente, la temporada de huracanes se acercaba y había que continuar navegando si queríamos visitar las máximas islas posibles antes de vernos obligados a tener que cruzar el Caribe navegando de norte a sur para ir a Venezuela, una zona ya fuera de la acción de los huracanes.
Saliendo de Barbuda el viento soplaba con algo de intensidad por lo que decidimos izar la mayor con un rizo. La travesía se antojaba cómoda porque el rumbo era totalmente hacia el oeste y el viento soplaba en la misma dirección. Sin embargo, a medida que nos alejamos de la isla vimos que el viento cada vez soplaba con menos intensidad. Por primera vez en el Caribe, nos iba a faltar viento para navegar.
No obstante la lentitud, disfrutamos mucho de la puesta de sol que estaba especialmente rojiza y teñía del mismo color a todo lo que le rodeaba, el cielo, la nubes, el mar…
Hacía tan poco viento que pese a que la mayor no la desventaba, la génova gualdrapeaba por el efecto de las pequeñas olas. No nos gustaba nada esa situación porque se deterioraba mucho la vela por lo que decidimos enrollar totalmente la génova y mantener la mayor lo más abierta posible sin que se apoyara en los obenques. El avance entonces era muy lento pero no teníamos ninguna prisa y lo fundamental era no dañar las velas y de esta forma, creíamos que lo conseguíamos.
La noche transcurrió tranquilamente, haciendo guardias de forma bastante anárquica ya que Dani se quedó despierto casi la totalidad de la noche. Como era sólo una noche de navegación, Dani pensó que al día siguiente ya tendría tiempo de recuperarse una vez estuviéramos tranquilamente fondeados.
Dada la velocidad que llevábamos, parecida a la de un corcho flotando en el mar, la travesía duró mucho más de lo previsto y llegamos a St-Barth sobre las dos y media de la tarde. Una travesía muy tranquila pero que se hizo muy larga debido al poco viento que rondó los 6 y 9 nudos durante toda la travesía.
La Rade de Gustavia estaba repleta de barcos pero su tamaño era tan grande que encontramos hueco para el Piropo sin ningún problema. En ella, el agua se veía muy limpia pese a estar enfrente de la pequeña población de Gustavia. De todas formas, el Piropo no se encontraba totalmente cómodo fondeado allí porque al igual que el resto de barcos que habían al ancla, se movía de lado a lado impulsado por las olas que conseguían entrar por el suave viento de sudeste. El movimiento era bastante acuciado y nos recordó, salvando las distancias porque allí fue mucho pero, el movimiento que sufrimos en la isla de Canuan, en las Granadinas.
La tarde la pasamos de relajados en la bañera del barco y Dani, pese a que nunca solíamos hacerlas, recuperó haciendo una siesta lo que no había dormido la noche anterior. También aprovechamos la tarde para bañarnos tranquilamente en las cristalinas aguas de la bahía.
El día diez de mayo desembarcamos pronto en la pequeña Gustavia. La ciudad rodeaba su pequeño puerto y la fama que le precedía que la comparaba con Saint-Tropez se confirmó inmediatamente. Habían muchas boutiques de lujo como Cartier, Versace, Gucci… y su paseo marítimo se encontraba impecablemente mantenido. Al parecer el nivel de vida en la isla era muy alto y el desempleo, nulo. Los precios de la vivienda decían que estaban por las nubes y que el metro cuadrado era más caro que en los Campos Elíseos de Paris. Lo único que comprobamos nosotros al respecto es que habían muchas agencias inmobiliarias para lo pequeña que era la ciudad, síntoma de que algo de negocio al respecto debía de haber.
Paseamos viendo los puntos de mayor interés de la ciudad como el paseo frente al puerto, su iglesia católica y su iglesia anglicana y subimos paseando hasta los restos del Fort Gustave, un fuerte construido en la época de control colonial de esta isla por parte de los suecos que la compraron a los franceses en 1784 para luego revendérsela en 1878. Era curiosa la influencia sueca que todavía había en la isla ya que por ejemplo, era muy común ver banderas suecas hondeando como por ejemplo, en la propia fachada del Ayuntamiento.
En el Fort Gustave, apenas quedaba nada, vimos el pequeño y característico faro blanco y rojo que hay allí y estuvimos observando la bahía y a nuestro querido Piropo que estaba allí flotando con los demás.
Bajamos luego de nuevo a la ciudad y paseamos por las carpas que habían preparadas con motivo de la llegada de la regata Transat que comenzaría a producirse al parecer de forma inminente. Las dos calles de la ciudad estaban totalmente bloqueadas por el tráfico y no entendimos como en una isla tan pequeña, podía haber tanto tránsito. Al día siguiente comprobamos que el embotellamiento del día anterior no era una situación extraordinaria ya que la congestión de coches continuaba igual.
Después, fuimos a un supermercado que había próximo a donde habíamos dejado La Poderosa para cargar alguna provisión fresca y entre ellas, nos dimos un capricho y nos compramos, unos yogures. Como no llevamos la nevera del barco encendida, comernos uno siempre resulta algo extraordinario.
Llevamos las provisiones al barco y por la tarde ya no volvimos a desembarcar. Nos quedamos en el Piropo escribiendo, leyendo y Sandra comenzó a preparar un video con las pocas imágenes que teníamos del Caribe.
Estando en la bañera del barco pudimos entretenernos mirando las difíciles aproximaciones de las avionetas que llevan pasajeros al diminuto aeropuerto de la isla. El aterrizaje no debe ser nada sencillo porque la pista comienza a los pies de una alta colina y finaliza en el mar por lo que las avionetas deben descender casi en picado rozando la colina. Pasaban tan cerca, que se veía sobre la colina, a poca distancia del avión, la propia sombra del aparato.
El día once de mayo, estando desayunando dentro de la cabina del barco, notamos que una barca estaba rondando al Piropo. La barca en cuestión era del Puerto de Gustavia y se dedicaba a controlar el cobro de la tasa por fondear en la bahía: 6,40 euros por día. La maquinaria recaudatoria actuaba en cualquier parte. Le comentamos que teníamos previsto ir esa misma mañana a hacer los trámites de entrada y nos contestó que entonces hiciéramos el pago en la oficina. Así pues, tras el desayuno fuimos a la oficina de aduanas y cumplimentamos sin ningún coste los trámites de entrada. Igualmente pagamos la tasa por fondear.
A la salida de la oficina de aduanas, intentamos alquilar una moto para dar una vuelta por la isla pero tras preguntar por varios establecimientos y descubrir cuál era el más barato (30€ por día), no pudimos alquilarla porque no llevábamos tarjetas de crédito, sólo de débito. Nos quedamos un poco decepcionados pero tampoco demasiado ya que tampoco nos hacía gracia que nos cobraran mil quinientos euros a través de la tarjeta aunque luego te lo devolvieran. Si por un casual, al cabo de los días nos los cobraban, sería un poco difícil reclamar estando en un barco subidos. Y de todas formas, creíamos que una idea de la isla ya la teníamos ya que la costa este y la sur la habíamos visto navegando mientras veníamos de Barbuda y Anse de Colombier, en el oeste, la veríamos al día siguiente cuando nos fuéramos para Saint Martin.
Tras dar otro paseo por la ciudad e ir a un cibercafé un rato para contestar algún correo, decidimos que al día siguiente nos iríamos ya hacia nuestra próxima escala, Saint Martin. Así pues, volvimos de nuevo a la oficina de aduanas para, en esta ocasión, hacer los trámites de salida.
Regresamos al barco a comer y por la tarde fuimos con La Poderosa a conocer Corossol que presuntamente, según nuestra guía, era una pequeña y tradicional aldea de pescadores “donde sus mujeres se sientan ante sus casa mientras tejen con paciencia y habilidad sombreros, tapetes y cestas que elaboran con palma de lantana”. Nada de eso encontramos aunque pudimos al menos ver un par de casas tradicionales que nos permitían, con mucho esfuerzo, imaginar como fue St-Barths hace muchos años.
Al día siguiente partiríamos hacia Saint Martin, el territorio más pequeño del mundo que está dividido en dos países, Francia al norte y Holanda al sur. En la siguiente entrada os contaremos nuestra estancia allí.
Un abrazo.