Sigue el viaje del velero Piropo, con sus tripulantes Dani y Sandra, en su pretendido deseo de dar la vuelta al mundo por los trópicos.

ANTIGUA: Travesías de Deshaies (Guadalupe) a Falmouth Harbour (Antigua) y de aquí, a Deep Bay (Antigua), y días de estancia en Antigua. Del 25 de abril al 1 de mayo de 2012.

 

¡Madrugón! 4:00 de la mañana. Nos levantamos pronto porque aunque la travesía era corta, unas 45 millas, queríamos asegurarnos a toda costa llegar con luz diurna a Antigua. No obstante, dado el margen con el que contábamos, nos tomamos todo con calma y tardamos una hora en hacer todo lo necesario antes de levar el ancla. Para entonces, el cielo ya tenía cierta claridad y eso nos ayudó a no tener ningún incidente con las boyas de pesca que habían desperdigadas por todos lados.

 

Ante la ausencia de viento por el resguardo de la isla, tuvimos que usar el motor para alejarnos un poco de la isla mientras observábamos tranquilamente salir el sol tras las montañas. No obstante, enseguida el viento comenzó a soplar y abrimos la génova cuanto antes para disfrutar de la navegación a vela. Al principio, el viento estaba casi en 20 nudos pero poco a poco se estableció en unos comodísimos 15 nudos que nos entraban por el través. Nos alegramos mucho del viento que hacía ya que de esta forma nuestros invitados, Blanca y Jorge, podrían disfrutar mucho más de su experiencia marítima en el Caribe.

 

Mientras charlábamos, Dani echó la línea de pesca para ver si podíamos ofrecer a nuestros amigos un poco de pescado fresco y al cabo del rato, nos percatamos de que habíamos pescado algo. Al empezar a recuperar la línea Dani se dio cuenta que algo raro había sucedido porque lo que habíamos pescado no ofrecía ninguna resistencia. El motivo de eso lo entendimos cuando recuperamos totalmente la línea. Bueno, lo que quedaba de línea. De cinco pulpitos y una rapala que iban en ella, sólo quedaban dos pulpitos. En uno de ellos había un enorme atún enganchado pero al pobre, algo le había comido más de la mitad de su cuerpo. Aún así, seguía con vida y el tamaño que quedaba, era más que suficiente para alimentarnos a los cuatro ese día. No sabemos lógicamente qué se había comido nuestro atún pero en alguna ocasión habíamos leído que la voracidad de esta especie era enorme y que a veces podían comerse unos a otros. Lo que estaba claro es que la línea había tenido demasiada efectividad ya que como mínimo habían picado tres peces, el que se llevó la rapala y los pulpitos (si no era más de uno), el que habíamos conseguido, y el que se había comido la mitad del que habíamos pescado.

 

La travesía continuó agradablemente y aunque tranquilos, avanzamos a un buen ritmo con lo que a media mañana llegamos a Antigua.

 

No teníamos claro si íbamos a fondear en English Harbour o en Falmouth Harbour, ambos fondeaderos muy cercanos, ya que aunque el primero parecía más agradable por su reducido tamaño, precisamente su tamaño nos hacía dudar de si podríamos dejar al Piropo fondeado sólo, sin peligro de que se tocara con otros barcos en un cambio de viento o corriente. Para decidirnos, nos dirigimos en primer lugar a English Harbour para echarle un vistazo. Para llegar había que dejar a estribor un acantilado con curiosas formas conocido como “Pillars of Hercules”  y entrar en la pequeña bahía custodiada por el Fort Berkeley que en su época, protegía el resguardado puerto natural que siempre ofreció a la armada inglesa un lugar perfecto donde estar a salvo de las tormentas tropicales y, a escondidas de sus enemigos, un lugar donde poder reparar los barcos gracias a los astilleros que había en la propia bahía denominados Nelson’s Dockyard y que, actualmente, son sin duda el monumento más relevante de toda Antigua.

 

La diminuta bahía de English Harbour estaba repleta de barcos muchos de los cuales tenían líneas de fondeos tanto en proa como en popa para evitar que en cualquier borneo, se produjera un choque con otro barco o incluso contra las rocas que estaban realmente cerca. Pese a que había algún pequeño hueco para nosotros, decidimos irnos al cercano Falmouth Harbour que si bien sería un fondeo menos coqueto, sí que sería más seguro. Al final, es el principal criterio que nos rige.

 

Tras bordear la pequeña península de apenas una milla de ancho que separaba ambos fondeaderos, entramos en Falmouth Harbour. Esta bahía, más extensa, tenía menos encanto que la anterior pero al menos, allí podíamos fondear sin problema pese a la inmensa cantidad de barcos que había. Sin duda, después de Le Marin en Martinica, éste era el lugar con más barcos de los que habíamos estado. Había un par de circunstancias que justificaban la presencia de tantos barcos. Por un lado comenzaba la Semana de Navegación de Antigua, la regata más prestigiosa del Caribe que atrae a barcos y navegantes de todo el mundo y por otro lado, del 19 al 24 de abril había sido la “Antigua Classic Yacht Regatta”, una competición de veleros clásicos también muy reputada. Esta regata había finalizado el día anterior pero aún permanecían allí la mayoría de los impresionantes y preciosos veleros clásicos. La diferencia fundamental con Le Marin, es que aquí había muchísimos más barcos de los denominados megayates, esos barcos de recreo de dimensiones desproporcionadas ya que las marinas de Antigua eran especialmente conocidas por ser el lugar de amarre habitual de este tipo de barcos. Ángel, del Bahía las Islas nos comentaba que un amigo, observando la bahía por la noche, llamó al lugar “La refinería”, hecho que no nos extraña nada porque el parecido es total ya que parece que los megayates compiten entre ellos para ver quién es el que tiene más número de luces en todos los sitios.

 

Fondeamos en un lugar bastante apartado del resto para estar tranquilos y nos pegamos un baño para refrescarnos. Después, nos dimos un festín con el medio atún que habíamos pescado del que salieron 6 filetes de buen tamaño acompañado de un arroz con salsa de mostaza.

 

Después de la comida, desembarcamos en tierra y paseamos hasta el Nelson’s Dockyard. Por tierra, estaba muy cerca ya que en ese punto, a Falmouth Harbour e English Harbour sólo los separaba un pequeño istmo. Paseamos por las marinas y observamos maravillados los preciosos veleros clásicos que habían fondeados. Nunca habíamos vistos tantos barcos de esa clase juntos. Daba gusto verlos, tan cuidados, con sus maderas impecables y sus bronces brillantes. También observamos el fuerte y el antiguo astillero con sus viejos almacenes y polvorines que han sido restaurados y en la actualidad son un museo y varios restaurantes y hoteles. Muchos de estos edificios fueron construidos con ladrillos que los barcos ingleses traían como lastre a la venida a estas islas y que dejaban aquí porque a la vuelta ya llevaban otro tipo de mercancía.

 

Paramos a tomar algo en una terraza que nos pareció agradable y Jorge, Blanca y Sandra tomaron cada uno una marca diferente de cerveza para probarlas y para que Blanca fuera completando su colección de chapas de cervezas del mundo. Dani no colaboró en la colección y se tomo un zumo de grapefruit. Charlamos un buen rato y después, como estábamos muy a gusto, Jorge y Blanca insistieron para invitarnos a cenar allí mismo un rico kebab si es que se podía llamar así, ya que aunque estuvo rico, no se parecía mucho a los tradicionales.

 

Tras la cena, regresamos al barco y dado lo cansados que estábamos por el madrugón, no nos fuimos a dormir muy tarde.

 

El día 26 de abril nos levantamos prontito y nos fuimos a hacer los trámites de entrada al país. La oficina de aduana e inmigración estaba en el Nelson’s Dockyard por lo que en pocos minutos estábamos allí rellenando los papeles. Los trámites fueron rápido aunque nos cobraron una buena suma por entrar, 135$EC, al cambio, unos 40 euros. También preguntamos la forma de desembarcar a tripulantes ya que Jorge y Blanca en dos días tendrían que coger el avión para volverse a España. Una funcionaria muy simpática nos atendió muy bien, nos facilitó la situación permitiéndonos hacer la salida ese mismo día e incluso nos averiguó, porque era necesario, el número de vuelo del avión.

 

Lo malo de fondear tanto en English Harbour como en Falmouth Harbour es que te hacen pagar una tasa a los barcos fondeados ya que al parecer, el sitio está considerado parque natural. La tasa se cobraba a cambio de nada porque no habían boyas de fondeo ni nada que se le pareciera que protegiera el presunto paraje natural lleno de marinas. Siempre que se quiere cobrar a los barcos por fondear, siempre se esgrime la misma excusa. Podrían ser más imaginativos.

 

Ya siendo unos turistas en regla, nos decidimos a alquilar un coche. Al principio tuvimos dudas porque viajar en transporte público siempre te permite relacionarte mejor con la gente local pero dado el poco tiempo que teníamos para visitar la isla, en especial a Blanca y a Jorge a los que sólo les quedaban dos días, decidimos por unanimidad arrendar el vehículo aunque tuviéramos que pasar antes por un puesto de policía que había allí para, previo pago de 20 $USA, obtener un carnet local. Jorge se le veía ilusionado por conducir por la izquierda por lo que pusimos el carnet a su nombre.

 

Eran alrededor de las 12 de la mañana cuando por fin pudimos comenzar a recorrer la isla aunque eso sí, muy despacio porque había que adaptarse a la dificultad de conducir con el volante a la derecha. Menos mal que el coche era automático y simplificaba bastante las cosas.

 

El tipo de vegetación de Antigua nos recordaba a la que habíamos visto en las pequeñas islas de Las Granadinas y en las partes bajas de Guadalupe y Martinica, es decir, mucho más seca debido sin duda a que la escasa orografía de la isla impedía que las nubes descargaran lluvia. Esta isla pues, a diferencia del resto de islas de mayor tamaño, no tenía en ningún punto vegetación tropical.

 

Nos dirigimos en primer lugar hacia el este de la isla. Queríamos ver Half Moon  Bay, una bahía que contenía al parecer una de las playas más bonitas de Antigua. Una vez allí, efectivamente la larga playa de arena blanca y aguas claras nos agradaron pero tenía construidas en un extremo unas pequeñas casas unifamiliares de construcción reciente que estropeaban bastante la visión general. La bahía, de casi un kilómetro de longitud, tenía forma de media luna y estaba cubierta totalmente por arena.

 

Nos pusimos los elementos de buceo y nos tiramos al agua. Los arrecifes eran muy pobres porque apenas tenías corales y se podían observar muy pocos peces de los cuales casi todos eran cirujanos. No obstante, para Blanca, que era la primera vez que buceaba en aguas tropicales, ya sirvió para que pudiera ver algún coral y algún pez característico de las aguas templadas.

 

De la cerrada bahía, continuamos nuestro recorrido parando a comer por el camino en un lugar que parecía frecuentado por gente local y que tenía una terraza cubierta muy agradable. Comimos pollo o pescado con arroz y una especie de tarta gratinada con bananas. Una rica comida aunque algo escasa. Jorge y nosotros completamos la comida con un heladito. Lo más simpático de la comida fue sin duda Lorna, nuestra dicharachera, bajita y muy rechoncha camarera. Lo más impresionante de ella era su trasero, de grandes dimensiones y que sobresalía horizontalmente retando a las leyes de la gravedad. Esta característica física no era una excepcionalidad de Lorna y lo habíamos podido observar en otras mujeres locales del Caribe. Tras la comida y despedirnos de Lorna, empezaron las bromas con Jorge porque Lorna siempre se dirigía a él y porque fue el único de nosotros del que se acordó del nombre. Todos menos Jorge y Lorna veíamos el comienzo de una afectuosa relación romántica allende los mares.

 

Tras subirnos de nuevo al coche, nos dirigimos a Long Bay, otra playa situada en el noreste de la isla que era bastante turística pero agradable. Jorge y Sandra, se fueron a bucear y Dani y Blanca se quedaron en la playa. El fondo, aunque tampoco tenía nada espectacular, era bastante mejor que Half Moon Bay porque había más variedad de peces. Luego, fuimos a visitar el Devil’s Bridge, un puente de roca natural que se ha creado por la erosión que las olas del Atlántico han ido esculpiendo en los acantilados a lo largo de mucho años. En ella estuvimos haciéndonos fotos y esquivando, en ocasiones, las salpicaduras de agua que las olas lanzaban contra nosotros.

 

Después, regresamos a la zona de Falmouth Harbour pero antes de irnos al barco, subimos a Shirley Height que son las ruinas de un antiguo fuerte defensivo que está situado encima de la colina que se encuentra, a una buena altitud, enfrente de English Harbour. En concreto visitamos la Clarence House, una casa de estilo georgiano construida en 1767 que, en la falda de la colina, permitía contemplar las mejores vistas de las bahías e incluso de buena parte de Antigua. Esa casa es en la actualidad la casa de invitados del Gobierno de Antigua y tiene en su planta baja, un bar abierto al público con una enorme terraza al borde del acantilado. Pese a que ya era de noche, las vistas eran muy espectaculares ya que ambas bahías, Falmouth Harbour e English Harbour, estaban iluminadas con decenas de lucecitas de barcos. No obstante, decidimos que al día siguiente intentaríamos regresar para ver las vistas pero con luz solar.

 

Regresamos pues al Piropo después del largo día y cenamos unos creppes salados y dulces que Sandra preparó.

 

El día 27 de abril fuimos a recorrer la parte oeste de la isla. El día estaba muy nublado y amenazaba lluvia. La amenaza se cumplió en la primera parada que hicimos. Estábamos contemplando la bonita bahía de Carlisle Bay con su arena blanca, cocoteros al lado del mar y también, su desentonante hotel, cuando empezó a caer una fuerte lluvia. Al principio, nos resguardamos debajo de la vegetación mientras Jorge nos explicaba algunos de sus trucos de fotografía y cómo fueron los inicios de su afición, pero viendo que no paraba, decidimos hacer una carrera hasta el coche y continuar nuestro recorrido por la isla.

 

Recorrimos la carretera que bordeaba el suroeste y oeste de la isla observando a nuestro paso diversas playas muy bonitas que sin embargo, estaban un poco deslucidas bajo el gris plomizo del cielo. Ante la falta de atractivo de bañarse con esa meteorología decidimos proseguir nuestro camino hasta Saint John’s, la capital del Estado que forman las islas de Antigua, la mucho menos poblada Barbuda y la deshabitada y minúscula Redonda.

 

Ya en la ciudad, dejamos el coche y visitamos la animada ciudad con un tiempo que había mejorado considerablemente. Se veía una ciudad muy comercial con una población muy diferente a la que veíamos por la zona de English Harbour. Nos acercamos al mercado público y después a la catedral que estaba en restauración y en bastante mal estado. Un perro vagabundo y bastante asqueroso se nos pegó un buen rato sin saber el porqué y nos costó separarnos de él. Nos debió coger apego el pobre.

 

Cerca de la oficina de correos, buscamos un sitio para comer y encontramos una paradita de comida callejera de las que hemos encontrado a lo largo de todo el Caribe y que son tan utilizadas por la gente local. Esta en particular tenía unas seis sillas de plástico cerca por si querías comer allí por lo que no lo dudamos. Las sillas estaban todas ocupadas excepto dos, pero la gente muy amable, nos las ofreció y pudimos comer la rica, barata y típica comida local sentados. La comida consistió en un pollo a la parrilla con una salsa muy rica que se acompañaba con arroz, frijoles y ensalada. Lo único malo, especialmente para Dani, es que únicamente tenían para beber cerveza por lo que la comida le resultó algo “seca”.

 

Antes de regresar al coche para dirigirnos al norte pasamos de nuevo por el mercado y compramos una piña. Viendo que el mal tiempo nos seguía dando una tregua paramos a continuación en Dickenson Bay, una playa muy larga de arena fina y blanca. La arena era tan blanca en esta isla que si te quitabas las gafas de sol, el reflejo de la luz solar en la arena te dejaba totalmente ciego y tenías que cerrar los ojos a los pocos segundos. La playa estaba muy urbanizada de hoteles y no tenía demasiado encanto pero aún así nos dimos un baño y en el agua descubrimos a unos pequeños peces que no te dejaban tranquilo porque de vez en cuando te pegaban pequeñísimos e indoloros mordiscos que sin querer, por imprevistos, te asustaban.

 

Después, estuvimos un rato sobre la arena y más tarde, continuamos recorriendo el norte de la isla que sin duda, debía ser la zona más exclusiva de la isla por la cantidad de embajadas y grandes casas con enormes jardines que se observaban.

 

Paramos en Jabberwock beach, una playa muy salvaje que recibía fuerte viento por estar a barlovento de la isla. El mar estaba más embravecido y pudimos observar a unos kitesurfers practicando su deporte. Desde allí, tras pasar cerca de una base aérea norteamericana regresamos a la carretera del sur por una carretera que cruzaba el interior de la isla. ¡Estábamos recorriendo casi la totalidad de las carreteras de la isla! Paramos entonces en Darkwood beach, la playa en la que no habíamos parado por la mañana a causa de la lluvia. Nos habíamos quedado con ganas. Y antes de que el sol se pusiera, llegamos de nuevo a Shirley Heights. Las vistas de English Harbour y de Falmouth Harbour era preciosas y presenciamos la puesta de sol tomando algo. Como a Dani no le apetecía nada de lo que se veía simplemente en el bar situado en Clarence House, le preguntó al barman si tenía alguna bebida no alcohólica y el camarero nos ofreció unos zumos naturales de pepino y de pepino y jengibre a los que nos apuntamos casi todos. Blanca y Sandra se cansaron rápido porque les parecieron muy dulces pero a Dani le encantaron y eso que el pepino no le apasiona y el jengibre no le gusta nada pero curiosamente, la combinación de sabores estaba muy refrescante. Tanto le gustó que acabó bebiéndose su zumo y las sobras de los otros dos vasos.

 

El día 28 de abril era el último día de Jorge y Blanca con nosotros. La estancia se había hecho muy corta pero es que los pobres, nos habían hecho una visita muy fugaz.

 

Estando en la bañera a punto de irnos, con el barco ya cerrado y con Dani ya subido en la Poderosa y Blanca a medio camino, vimos como una nube negra avanzaba inescrutablemente hacía nosotros. Bajo ella, una columna de agua caía hasta la superficie que pasaba, en apenas un centímetro, de parecer casi una balsa de aceite a estar totalmente agitado por la cantidad de litros que le caían encima. Vimos como esa línea que marcaba el estar seco del estar empapados avanzaba rápidamente y que no había escapatoria posible para nosotros. Nos miramos casi sin decir palabra e inmediatamente, gritando corrimos hacia dentro del Piropo. En unos instantes fuimos capaces de abrir la puerta y meternos todos adentro del barco justo antes de que la tromba de agua pasara por encima de nuestras cabezas. Fue una situación muy divertida y curiosa.

 

Dejamos pasar la nube que afortunadamente no era muy grande y una vez el diluvio pasó, ya nos embarcamos de nuevo en La Poderosa rumbo a tierra.

 

Cogimos el coche de alquiler y en poco tiempo cruzamos la isla hasta el aeropuerto, que estaba en el norte. Llegamos pronto por lo que aún pudimos tomar algo juntos antes de la triste despedida en la que salió incluso alguna lagrimita.

 

¡Jorge y Blanca: esperamos que nos hagáis una nueva visita muy pronto, donde y cuando queráis!

 

Tras el mal rato de las despedidas cogimos el coche y regresamos hacia English Harbour. Dani iba con cuidado porque era la primera vez que conducía por la izquierda y sobretodo, para no llamar la atención ya que no tenía el carnet local. Cuando lo adquirimos no nos acordamos que una vez se fuera Jorge, aún tendríamos que cruzar la isla y llevarlo del aeropuerto hasta la tienda de alquiler. No obstante, no hubo ningún problema y enseguida Dani se adaptó a la nueva forma de conducir.

 

La tarde la pasamos en el barco con varias tareas cotidianas, limpiar, escribir, ordenar fotos, etc. A última hora de la tarde descubrimos que muy cerca de nosotros estaba fondeado el Bahía las Islas. ¡Qué casualidad! Quisimos ir a saludarles porque sin duda no nos habrían visto pero en cuanto nos preparamos, vimos que su auxiliar ya no estaba y que todos habían desembarcado en tierra.

 

-Mañana.- Pensamos.

 

Al día siguiente, el Bahía las Islas seguía fondeado cerca de nosotros pero nos tomamos el desayuno con tanta calma  que cuando salíamos para ir a saludarles nos llevamos la decepción de no verlo. Se habían marchado. No nos esperábamos que se quedaran tan poco tiempo. Una pena. Nos hubiera gustado desearles buena proa para la travesía de cruce del Atlántico que iniciaron precisamente, un día más tarde desde un punto al norte de la isla tal y como nos explicó Ángel por correo electrónico.

 

Nos fuimos a tierra para ir a un bar que habíamos visto hacía unos días que tenía wifi. Era domingo y estaba todo cerrado pero el bar, había dejado las sillas colocadas y estaba disponible el wifi igualmente. Qué amables. Estuvimos allí un buen rato mirando sobretodo, cómo estaba el tiempo para nuestra prevista travesía hasta Barbuda. Al parecer, soplaba viento algo intenso hasta el martes pero el miércoles comenzaría a bajar.

 

El resto del día lo pasamos en el barco. Tranquilos y utilizando el nuevo ebook que nos habían regalado Blanca y Jorge.

 

El día 30 de abril, lunes, mientras desayunábamos observamos como muchísimos barcos salían de la bahía hacia mar abierto. ¡Comenzaba la Antigua Sailing Week! Habían muchísimo barcos en movimiento. Navegaban la mayoría a vela, pasándonos cerca por todos lados con la mayor izada y sin génova. Daba gusto presenciar ese espectáculo de tantos barcos navegando juntos.

 

Nosotros decidimos aprovechar ese día para ir de excursión a Rendezvous Bay, la playa más bonita de la isla según una de nuestras guías aunque para ir, teníamos que caminar un buen rato. Desembarcamos con La Poderosa y comenzamos a rodear caminando, toda la bahía de Falmouth Harbour. El lugar exacto donde se cogía el desvío a la playa no estaba bien señalizado según indicaba nuestra guía por lo que entramos en un pequeño supermercado a preguntar a la cajera. Mientras hablábamos con la señora, una chica se introdujo en la conversación y además de indicarnos con más precisión, se ofreció a llevarnos en coche hasta el desvío y un poco más. Al parecer ella, iba hacia allí ya que trabajaba en una escuela de equitación que había en las proximidades. La chica, muy simpática, resultó ser polaca y sabía un poco de español por lo que en cuanto descubrió nuestra procedencia, se puso a hablar en nuestro idioma. Nos despedimos agradecidos por el simpático transporte y continuamos nuestra caminata ya por una pista de tierra. La guía decía que era imposible llegar a Rendezvous Bay salvo que se caminase o se dispusiese de un todoterreno pero creemos que, con cuidado y un simple turismo, se hubiera podido llegar hasta la playa. De todas formas, nosotros disfrutamos del paseo entre la naturaleza ya que por allí no había ninguna casa. Lamentablemente, parecía que habían intentado construir una carretera por lo que la virginidad de la playa se estropearía bastante si se finalizaba. No obstante, parecía que las obras habían quedado abandonadas ya que habían varias maquinas en un estado evidente de abandono.

 

Continuamos caminando por la pista, subimos por una pequeña colina y en el punto más alto empezamos a ver el mar que estaba repleto de veleros que estaban participando en la regata. Precisamente, la competición tenía una boya muy cerca de la playa a la que nos dirigíamos por lo que afortunadamente, podríamos ver los barcos relativamente cerca de la costa. Desde allí, se oían incluso los flameos de las velas. La regata era impresionante por multitudinaria. Sólo con los barcos que teníamos a la vista, contamos más de ochenta barcos participantes.

 

Al poco llegamos a la playa. La bahía era absolutamente virgen y la playa que había en ella, preciosa. Estábamos totalmente solos. Pasamos el día casi por completo allí. Paseamos, nos bañamos, buscamos cocos de comer sin éxito aunque sí habían mucho de los de beber, observamos la regata cuyos barcos no pasaban demasiado lejos… Mientras comíamos los bocadillos que nos habíamos preparado apareció de golpe una lancha enorme que llevaba a un montón de turistas. Paró a unos metros de la orilla y los pasajeros se tiraron todos al agua y nadaron hasta la orilla quedándose sólo en la barca el patrón. Dos marineros también desembarcaron cargando con un bidón enorme de bebida que parecía un ponche y les llenaron a todos los clientes un vaso de esa bebida. Entonces, estuvieron unos minutos y volvieron a embarcarse en la lancha. Curiosa visita. La primera chica que desembarcó la pobre se disculpó con un sorry. Sentía que estaba atropellando nuestro momento romántico de paz y soledad. Pero nada teníamos que decirle. Ni mucho menos. Afortunadamente y esperemos que por mucho tiempo, la playa era de todos.

 

Tras el día en la playa, iniciamos el camino de regreso. Poco antes de llegar a la carretera asfaltada, nos topamos con varios árboles de mangos salvajes que estaban repletos de mangos los cuales nadie recogía. El suelo estaba lleno de mangos tirados y estropeados. Comenzamos por tanto la recolección. Tras coger treinta y uno y viendo que ya no podíamos cargar más en la pequeña bolsa que llevábamos, consideramos que ya teníamos suficiente cosecha y proseguimos el camino de regreso. Por unos días, tendríamos fruta.

 

Debajo de uno de los árboles de mangos descubrimos una matrícula abandonada de las que llevaban los coches en Antigua. No estaba en demasiado mal estado y tras limpiarla, la colgaríamos en la cabina del barco. Era un curioso souvenir ya que en letras grandes ponía: Antigua Barbuda. Land of sea and sun. Como una promoción turística.

 

De camino al barco aún nos cargamos más porque pasamos por un pequeño supermercado a comprar provisiones. Conseguimos llegar al auxiliar pero casi arrastrándonos aunque ya en el barco, nos recuperamos un poco bañándonos relajadamente en el mar aprovechando las últimas luces del día.

 

Al día siguiente teníamos previsto navegar hasta el norte de la isla, hasta Deep Bay para desde allí, navegar hasta Barbuda. No obstante, desembarcamos previamente en tierra para consultar el tiempo a través de internet y entre que colgábamos una entrada y subíamos todas las fotos, se nos pasó gran parte de la mañana. Así pues, retrasaríamos la salida hasta el día siguiente por lo que la tarde la dedicaríamos a ver alguna película en el ordenador.

 

El 2 de mayo partimos de Falmouth Harbour rumbo a Deep Bay, en el noroeste de Antigua, para desde allí, pegar el salto a Barbuda. Como estábamos en el punto central de la costa sur, el primer tramo de la navegación de ese día fue en dirección oeste por lo que, como el viento venía de este, disfrutamos de un placentero viento portante del que no disfrutábamos desde hacía algo de tiempo. Eso, sumado a que la isla impedía que se formara ola, hizo que disfrutáramos mucho de esos momentos navegando.

 

Pasado el Cade Reef que es un largo arrecife que transcurre paralelo a la costa sur de Antigua, tuvimos que cambiar de amura para dirigirnos hacia el norte pero al recoger la génova, se nos quedó enganchado el enrollador. Desde la bañera no podía hacerse nada así que tras soltar la escota de la génova, Dani fue a la proa para ir aflojando de una en una, cada vuelta del cabo del enrollador hasta llegar al nudo que se había formado en el enrollador y que impedía el normal funcionamiento de este aparato. Finalmente, con la ayuda de un destornillador, pudo desengancharlo y devolver todo a su situación normal de funcionamiento. Menos mal que era un día tranquilo y esa situación no nos había sucedido en el momento que debe enrollarse rápidamente la génova por una súbita subida de viento. De todas formas, en el futuro intentaríamos que no se repitiera la situación estando más atentos y sujetando aún más firme el cabo del enrollador mientras se desenrollaba la génova. (En la derrota que podéis observar en la sección “dónde estamos” de esta página podréis comprobar cómo en el sur de Antigua nos cuesta un poco cambiar el rumbo hacia el norte).

 

Subiendo por la costa oeste de Antigua atravesamos una zona espectacular para navegar. El motivo era que allí los fondos eran muy poco profundos, rondando los 5 metros, aunque en ocasiones bajaban incluso hasta los 3,5 metros. El agua era muy transparente y el fondo, formado por una mezcla de arrecifes y arena, producía que el mar adquiriera un color turquesa precioso. Parecía que navegábamos en una gran piscina. Era curioso el navegar por allí ya que te creaba una mezcla de sentimientos de intranquilidad y disfrute porque, dada la claridad del agua, podíamos observar cómo corría el fondo a muy poca distancia debajo de nosotros.

 

Y llegamos por fin a Deep Bay. Una amplia y cómoda bahía en la que sólo habían fondeados dos barcos más. Lo más curioso de esta bahía era que en ella había un barco naufragado justo en el centro y de él, únicamente sobresalía un pequeño palito de metal que ayudaba sin embargo en un día tranquilo como el nuestro, a saber por dónde no te convenía navegar si no querías chocarte con algo sumergido.

 

Al día siguiente, partiríamos hacia Barbuda. La isla casi desierta. Con 170 kilómetros cuadrados, sólo habitan en ella poco más de 1250 personas. Sin duda, en cuanto a playas y arrecifes, ha sido la isla que más nos ha gustado de las Pequeñas Antillas. En nuestra siguiente entrada os contaremos nuestra estancia allí.

 

Un abrazo.

 

   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   

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