GRANADA: Travesías de Carriacou a Granada y días de estancia en esta isla. Del 14 al 16 de febrero de 2012.
¡Tititit-tititit-tititit! La alarma sonó estridente a las 6:00 de
El viento nos veía de aleta por babor a unos quince nudos. Era un día bueno, soleado y sin nubes amenazantes, sólo cúmulos pequeñitos. Abrimos sólo la génova y ya con el barco lanzado, nos pusimos a leer un buen rato. Dani tiró la línea para pescar algo. Hacía tiempo que no comíamos pescado y nos apetecía, pero un buen rato después de haber echado la línea fuimos a mirar si habíamos pescado algo y nos percatamos de que algún pez se había vuelto a llevar todo, el señuelo con los anzuelos, los quitavueltas, los plomos y bastante hilo. ¡Así la pesca salía muy cara! Volvimos entonces a poner otra línea pero esta vez con todo sobredimensionado. Pero mira por donde, esta vez no picó nada en todo el trayecto.
Entre Carriacou y Granada hay un volcán sumergido denominado Kick’em Jenny sobre el que está prohibido navegar. Hay una zona de exclusión a la navegación de
Tras unas horas de navegación, Granada ya la veíamos muy cerca. Esta isla la rebautizaron con el nombre actual los primeros navegantes españoles porque al parecer, les recordaban sus verdes colinas a la Granada de Andalucía. El nombre inicial de la isla fue Concepción que se la puso inicialmente Colón en su tercer viaje en 1498. Efectivamente la isla se veía verde y montañosa. Preciosa. Una vez alcanzado su punto norte, bordeamos toda su costa oeste en dirección sur. Precisamente el lugar que habíamos elegido para fondear estaba en el punto más meridional de la isla porque en la costa oeste apenas hay fondeos y al parecer, el popular fondeo de Prickly Bay era una abrigada bahía donde podríamos dejar al Piropo tranquilamente mientras visitábamos la isla.
La navegación por la zona de sotavento de Granada continuó tranquila observando la costa teñida de verde y la capital, Saint George’s, desde el mar. El único inconveniente es que aunque no navegábamos pegadísimos a la costa, el relieve de la isla nos afectaba y en ocasiones disminuía bastante el viento y en otras, aparecían súbitamente fuertes rachas de viento. Finalmente, doblamos Salines Point y comenzamos a navegar rumbo oeste. El viento entonces se nos puso de proa y como Prickly Bay estaba muy cerca, pusimos el motor para llegar hasta allí. En ese mismo punto nos alcanzó por popa un velero que a diferencia de nosotros, quiso llegar a la bahía a vela. Su apego a la navegación a vela nos admiró porque aunque siempre valoramos usar el máximo tiempo que se pueda la vela, creíamos que era mucho más cómodo poner el motor para el poco trayecto que quedaba. Además, si quería llegar a vela, tendría que dar un buen rodeo ya que obligatoriamente debería pasar por el exterior de Glover Island que es una minúscula isla que estaba muy pegada en el extremo sur de Granada. No obstante, su idea no duró mucho y cuando ya se estaba dirigiendo hacia el extremo sur de Glover Island volvió a desandar el camino para ponerse en nuestra estela ya a motor.
Sobre las 17 horas llegamos a Prickly Bay. La bahía estaba abarrotadita de barcos y tras dar una vuelta para buscar el mejor sitio disponible, nos situamos muy a la entrada de la bahía en la parte derecha, en
El día 15 de diciembre llamamos en primer lugar a la hermana de Dani con el teléfono satélite. Ese teléfono lo usábamos sólo para emergencias pero esa mañana era importante saber sus planes cuanto antes para organizarnos los nuestros ya que dependiendo de cuándo y a dónde viniera, ese día podríamos hacer una cosa u otra. Ella nos comunicó que casi seguro que venía pero que aún no lo tenía claro y que por la noche nos diría algo seguro. Dando casi por confirmada la visita decidimos plantearnos una visita exprés de Granada. No veríamos ni una pequeña parte de la misma pero al menos pretendíamos hacernos una pequeñísima idea. Cogimos La Poderosa y nos dirigimos hacia tierra. Como íbamos despistados buscando el lugar donde se dejaban los auxiliares, unos gritos nos hicieron fijarnos en el enorme velero del que salían y que estaba amarrado en la pequeña marina. Eran los norteamericanos con los que subimos al volcán de San Vicente subidos en su precioso y gigantesco velero. Nos acercamos cerca de su borda y con ellos asomados, mantuvimos una brevísima conversación porque ellos estaban apunto de partir hacia otro lugar junto a los que parecían los dueños del barco. Aunque la conversación fue muy breve, nos hizo gracia su caluroso saludo.
Al lado justo de la diminuta marina, había una pequeña oficina con dos funcionarios, uno para cumplimentar los trámites de aduanas y otro para los de inmigración. La verdad es que nos daba mucha pereza hacer los trámites por sólo tres días y sobretodo, pagar los 66,20 $EC (19,80 €) de tasa que nos cobraron, pero era una necesidad y los trámites fueron muy rápidos. Desde allí salimos a la carretera para ver si encontrábamos un “bus” de los caribeños. Las furgonetitas que van y vienen continuamente a toda velocidad cargadas de gente. Pero no, no veíamos ninguna. Así pues, nos pusimos a caminar por la carretera para ver si veíamos alguna y al cabo de un rato se paró una que aunque se les asemejaba, era un taxi. Le preguntamos por la tarifa y tras descartarla intentando ser corteses, le preguntamos donde podíamos coger un bus. El taxista y su acompañante nos informaron que los buses sólo pasaban por la carretera principal y que por allí no llegaban. No obstante e increíblemente amables, se ofrecieron a acercarnos a la carretera que nos comentaban.
Descubrimos una vez subidos al taxi que el acompañante del taxista, que tenía rasgos indios, hablaba español con alguna dificultad y nos explicó de buenas a primeras y sin que se lo pidiéramos, su “culebrona” vida. Debía estar muy orgulloso. Lo primero que nos comentó era que él tenía 52 años y que se acababa de casar hace un año con una cubana de 28 años. Tenían pues una pequeña diferencia de edad. Antes había estado casado y tenía varios hijos pero éste a esta circunstancia no le dedicó mucho tiempo de su explicación. A su actual mujer la llamaba siempre como “mi esposita” y con ella tenían un hijo recién nacido. El motivo de su trayecto a la capital era “comprar pollito para su esposita” y nos explicó que no le gustaba ir con su esposita a St. George’s porque temía que le hicieran algo a ella aunque en el fondo no le preocupaba porque él iba preparado y ni corto ni perezoso nos enseñó una pistola que llevaba. Tras esa demostración, también nos comentó que sus orígenes eran indios pero que el era de Granada aunque sus padres vinieron de
-Sois iguales a Adán y Eva.-
Nosotros aún nos preguntamos cuál sería su idea de Adán y Eva. Lo que estaba claro era que el tipo era raro, raro.
En el locutorio, compramos una tarjeta y aunque Sandra no pudo llamar a su abuelo, pudo llamar a su madre aunque enseguida la conversación se cortó. Se había agotado el saldo. Tuvimos que comprar otra tarjeta para que Sandra se pudiera despedir correctamente y de paso, Dani también aprovechó para llamar a su madre aunque esta conversación también se volvió a cortar. El motivo de los cortes es que nos habían dicho una tarifa que luego no era cierta porque en teoría teníamos 15 minutos para hablar por cada tarjeta y sólo habíamos hablado 5 minutos con cada una. Descubrimos que en el Caribe, las compañías telefónicas son tan impresentables como en España. Curiosidades del mundo moderno: que las empresas sean impresentables y que esta peculiar característica se globalice.
De ahí nos fuimos al banco porque nos habíamos quedado sin dólares caribeños. Como siempre habían unas colas inhumanas. Bonita forma de pasar el poco tiempo que teníamos para visitar la isla pero claro, no había alternativa, nos hacía falta dinero. Y a la salida, como ya era hora de comer y enfrente mismo había un Kentucky, no hubo escapatoria posible. Ración de pollitos fritos.
Después de la comilona y con un sol intenso y un calor abrasador, nos pusimos a visitar
Paseando por la ciudad coincidimos con la salida de los colegios y aunque ya nos habíamos percatado de ello, nos volvió a sorprender el grandísimo número de niños que había. También nos percatamos que a simple vista, parecían que los niños y las niñas no iban a los mismos centros y que estudiaban por separado.
Finalmente, regresamos al Carenage donde vimos unas cabinas de teléfonos típicas inglesas bastante destrozadas y fuera de uso memoria de un pasado colonial y un pequeño y viejo monumento que conmemoraba la actuación del pueblo de St. George’s cuando su actuación evitó que un incendió en un gran crucero italiano enfrente de la ciudad provocara víctimas. También sobre este tema habían letreros que anunciaban la existencia de una exposición en la ciudad celebrando el 50 aniversario de los hechos. La verdad es que St. George’s no tenía gran cosa que ver desde un punto de vista arquitectónico pese a que las guías la califican, quizá con acierto, como la ciudad más interesante de las Pequeñas Antillas.
En el Carenage entramos a un supermercado y compramos ciertas cosas aprovechando que los precios, pese a que aún eran algo caros, eran más bajos que las islas anteriores del Caribe.
Un poco cargados, posteriormente entramos en la oficina de turismo que había cerca y que todavía estaba abierta para ver si sacábamos alguna información interesante. Nos dieron unos planos muy útiles pero como ya nos pasó en San Vicente, nos comentaron que a los lugares de interés sólo se podía llegar en taxi o en viajes organizados. Costaba creer eso y con los antecedentes, aún más. Ya comprobaríamos al día siguiente que no era cierto.
Tras la oficina de turismo, nos subimos a un bus para irnos ya hacia el barco. Tras decirle al chofer que nuestro destino era Prickly Bay, bajamos del bus en un sitio en el que ya se veían a lo lejos, los mástiles de los veleros fondeados. Pero nuestro gozo en un pozo porque preguntando a la gente por dónde se iba a la marina que era donde habíamos dejado a La Poderosa, nos comentaron que por ahí no se iba. No nos habíamos explicado bien y el bus nos había dejado en el lado contrario de
Tras despedirnos de la amable señora, tomamos el desvío y poco a poco, y bastante cansados ya porque llevábamos la compra encima, llegamos a
-Hola, soy Daniel, el chico español con el que ha hablado esta mañana para hacer un recorrido por la isla.
-Ah, siiii.¿Qué tal la familia? -le contestó.
-¿Cómo la familia?¿A qué familia se refiere?.-pensó Dani y para no perder mucho tiempo inmediatamente le contestó. –Eeehhh, bien, bien, gracias.- Las monedas pasaban y a Dani no le interesaba mucho preguntarle por “su esposita” no fuera que el hombre se enrollara por lo que directamente le preguntó intentando ir al grano. -Llamaba para preguntar si ya sabía algo para mañana.
-¿Para mañana…? -Le preguntó sin saber de qué le hablaba.
-Bien vamos.- Pensó Dani e inmediatamente le aclaró. -Sí. Habíamos quedado esta mañana que miraría si encontraba más gente para poder hacer una excursión por toda la isla mañana.
-Aaaaah, siiiii. Todavía no me han dicho nada. ¿Me puede llamar más tarde y seguramente ya sabré algo?
Bien íbamos, era ya tardísimo y nuestro guía ni siquiera se acordaba para qué le llamábamos. Encima, luego nos tocaría volver con el auxiliar a tierra para que nos dijera algo nuevo.
A la hora convenida, Dani volvió a tierra mientras Sandra ya se quedó en el barco.
-Hola, soy Daniel. Que he llamado antes.¿Se acuerda?
-Siii. ¿Qué tal la familia?
-Muy bien, muy bien, gracias. ¿Sabemos algo?
-Pues mira, no he encontrado a nadie.
-¿Cómo lo iba a encontrar si hace un rato ni se acordaba?- pensó Dani.
-De todas formas -prosiguió el indio-. podríamos hacer una excursión mañana más breve, de unas tres horas y sólo por
Dani lo descartó de la forma más cortés posible porque pensamos que para hacer eso, ya nos buscábamos la vida con buses. Y al día siguiente fue lo que hicimos. Vimos lo mismo que nos ofreció el “efectivo agente turístico” pero por nuestra cuenta, deteniéndonos donde nos interesaba, sin prisas, y por sólo 18 euros los dos contando con las entradas a los sitios.
Ese día nos levantamos muy pronto para aprovecharlo pero el día no parecía receptivo a que se le aprovechara. Estaba nubladísimo y llovía. Lo primero que hicimos sólo levantarnos fue llamar a la hermana de Dani desde el teléfono satélite para ver si ya sabía si venía y para que nos dijera cuándo llegaba. Nos dijo que sí, que venía pero que venía el 19 por
Cogimos a La Poderosa y en un descanso de la lluvia, nos fuimos a tierra. Desde allí nos pusimos a caminar intentando llegar a la carretera principal donde pasaban los buses para coger uno y poder ir a la capital que sería donde podríamos coger otro para nuestro destino. La carretera principal estaba a media hora caminando pero por suerte, antes nos encontramos a un bus que se dirigía a iniciar su recorrido por otra zona y que nos recogió y nos llevó a la estación de autobuses de Sant George’s. El conductor parecía bastante seco y no sonreía nada, pero en la estación paró su vehículo, se bajó con nosotros y caminó un buen rato para indicarnos justamente donde paraban, dentro de la estación, la línea de buses que nos interesaba para ir a nuestro destino. Muy amable.
Nuestra idea era ir al Grand Etang Lake que era un antiguo cráter de un volcán que ahora era un peculiar lago porque se había cubierto de agua y desde allí, intentar llegar a unas cascadas llamadas las Fontainbleu que, según el mapa turístico, estaban muy cerca y se podían llegar por un sendero. De paso, al recorrer el centro de la isla, pasaríamos por el centro de una gran reserva forestal y veríamos un poco el bosque tropical o, como también le llamaban, el bosque de lluvia.
Así pues, tras esperar un rato en la estación de autobuses a que se llenara el “bus”, partimos en dirección a Grenville. La isla era verdísima y con el día tapado y lluvioso que hacía, entendíamos muy bien el porqué. El trayecto nos costó 5$EC por persona, menos de dos euros.
El “bus”, como siempre, iba abarrotado con todo tipo de gente, señoras, viejos, niños… aunque todos de clase social humilde. Se notaba en su mirada que a muchos les hacía gracia ver a “blanquitos” subidos con ellos pese a que nosotros no éramos una excepción porque vimos en alguna ocasión a otros viajeros o turistas subidos en otros buses.
En una media hora ya estábamos en el lago y justo fue bajar del autobús y se volvió a poner a llover. Lo bueno de la lluvia en el Caribe es que no es fría y se soporta bastante bien. Había que pagar una entrada en el lago a diferencia de lo que decía nuestra “queridísima” guía turística que no daba una. El coste no era muy elevado, 11 $EC (3,30 €) por los dos. Entramos en el recinto que estaba muy cuidado y que mostraba letreros de haber recibido una subvención de
Con la información recibida nos acercamos primero al Grand Etang Lake. El paisaje era curioso porque era muy verde aunque en un momento, el lago estaba visto. Decidimos caminar para ver si encontrábamos el sendero y sí vimos uno que llevaba al Monte Qua Qua. Este monte estaba muy cerca del Gran Etang Lake pero el camino no parecía que llevara a donde queríamos ir. De todas formas, tiramos por ahí a ver si encontrábamos algo. Al principio, el suelo estaba un poco enfangado y lleno de charcos, pero al poco, el camino se convirtió en un absoluto lodazal. Nuestros pies ya eran unas bolas enormes de fango y por supuesto, habíamos pasado con creces ese punto que te preocupa mancharte o no. Aquello no había quien lo salvara.
El sendero subió a un punto relativamente alto en el que se podía ver unas bonitas vistas del bosque tropical o el denominado bosque de lluvia, pero a partir de ahí, el sendero, muy estrecho y con fuertes caídas a los dos lados, se había convertido en un perfecto tobogán sin posibilidad a engancharte a ningún lado. Tirarse por allí hubiera supuesto un riesgo gratuito. No era un buen plan para ese día despeñarse embarraditos de lodo. Además, no sabíamos si ese camino nos iba a llevar a donde queríamos ir. Así pues y con cierto pesar, desandamos todo el camino y volvimos a aparecer en el lago y nos lavamos como pudimos los zapatos e incluso los calcetines subidos en un pequeño muelle de madera que había en el propio lago. El ir mojados no era un problema porque ya lo estábamos totalmente, pero el fango si que era molesto para subir a un bus y podía resultar bastante chocante a quien nos viese. Justo estábamos en esa tarea cuando aparecieron en un taxi dos parejas de turistas impecables con su respectivo guía que claramente provenían de un crucero. A los pobres les estropeamos un poco la foto porque en medio de las colinas que rodeaban el lago repletas de abundante y salvaje vegetación aparecerían dos guiris limpiándose los pies.
Tras nuestras abluciones, caminamos por la carretera principal hacia el norte en busca de las Seven Sisters Falls que según nos habían comentado estaban a siete minutos andando. ¿Siete minutos andando? Al final los siete minutos caminando se convirtieron en más de 30 minutos a buen ritmo. Finalmente, llegamos a la entrada de las cascadas en las que también había que pagar una entrada. Tampoco mucho, 5$EC por persona, casi dos euros. Eso sí, te facilitaban un palito de madera para caminar el trayecto que separaba la caseta de entrada de las cascadas. ¡Cuantas facilidades!
Comenzamos el paseo y si bien el camino no estaba tan enfangado como nuestro anterior sendero, en poco tiempo nuestros zapatos volvieron a ser una bola de fango. Un señor muy amable que trabajaba en la enorme propiedad que contenía las cascadas, nos orientó. No le entendíamos nada pese a que creíamos que hablaba inglés y entonces el pobre hombre nos dijo que era sordo o que no oía bien. Algunas de las dos cosas porque más no pudimos entender.
Seguimos caminando y al poco ya se oía un murmullo de agua corriendo. No podíamos ver el agua pero ya no podíamos estar lejos. El camino era admirable con una espesísima vegetación tropical y de golpe, entre los árboles, pudimos ver dos cascadas, una encima de otra y ambas de un tamaño similar. No eran muy grandes pero el entorno y sobretodo, el pequeño camino de media hora que nos había llevado hasta ellas bien había valido
La lluvia duró hasta que estuvimos bastante cerca de la salida y entonces nos topamos con el hombre sordo con el que habíamos hablado antes. Nos comentó que no podíamos ir con los zapatos como los llevábamos, sobretodo si íbamos a ir en bus y nos enseñó un pequeño riachuelo para que los laváramos. Incluso tenía allí una vieja esponja. De golpe, el hombre cogió la esponja y empezó a limpiarle los zapatos a Sandra. Ésta se opuso con insistencia y le dijo que ya lo hacía ella pero el hombre insistió más y acabó limpiándole los zapatos. Quiso hacer lo mismo con Dani pero este se negó con más insistencia aún y consiguió lavárselos él mismo. La amabilidad del hombre era extrema. Luego nos enseñó lo que plantaba y recolectaba. Vimos una parcela cultivada exclusivamente de piñas. Era gracioso ver el gran número de plantas bajas con una piña en cada una y todas ya de un buen tamaño. Nos enseñó también el árbol de la nuez moscada y sus característicos frutos que son típicos de Granada. Tan típicos, que una nuez moscada sale incluso en
Devolvimos los palos de madera en la entrada y esperamos al bus que afortunadamente apareció tan pronto, que parecía que nos estaba esperando. Llegamos a la ciudad y comimos algo rápidamente ya que era media tarde ya. Luego, paseamos por un mercado para ver si podíamos comprar algo fresco pero sólo pudimos comprar unas limas ya que la mayoría de tenderetes ya estaban cerrados. Más que vendedores dispuestos a vendernos, encontramos a los vendedores medio, o bastante borrachitos ofreciéndonos con insistencia que compartiéramos con ellos sus bebidas y tertulias de final de jornada. Aunque muy amables, estaban todos demasiado achispados para que la experiencia pudiera ser interesante y la excusa de que Dani sólo bebía agua y zumo era efectiva y les hacía además mucha gracia.
Tras la infructuosa compra en el mercado cogimos un bus que por el doble de dinero, tres euros más por los dos, nos llevó directamente a la marina y nos ahorró el paseo de media hora que a esas horas, ya de noche, y cansados, no nos apetecía demasiado hacer. Ya en el barco, cenamos y nos acostamos pronto ya que al día siguiente teníamos una larga travesía que hacer. Suponíamos a priori que la navegación que nos esperaba sería más dura que las habituales de los últimos tiempos ya que no tendríamos los vientos a favor. Ya os contaremos en la próxima entrada nuestra travesía a Martinica y nuestra estancia allí.
Un abrazo.
Andua dice:
Ya tengo el poema que os comenté en una entrada anterior, os lo dejo en dos idiomas, en euskera y en castellano.
Ametsetatik haratago bizitzen
saiatu beharko genuke,
arrano harroak bagina bezala
mendirik altuenaren gainetik
hegaldatzen;
zorabioaren beldurrik gabe
haizearen besoetan
dantzatzen;
abenturazale ausart,
desertuko egarriari muzin egiten;
harkaitzik sendoenak huts egiten digunean
gaueroko izarren pean etzaten;
bizitza itsasotik kairako, kaitik itsasorako
joan-etorriko bidaian
ematen.
Deberíamos tratar de vivir
más allá de los sueños,
como si fuéramos orgullosas águilas
volando por encima de las montañas
más altas;
deberíamos tratar de bailar
en brazos del viento,
sin miedo al vértigo;
aventureros audaces
burlando la sed del desierto;
deberíamos tratar de dormir nuestras noches al raso
cuando nos fallen las rocas más seguras;
y tratar de vivir nuestra vida
en viaje de ida y vuelta
del mar al puerto, del puerto al mar.
Espero que sigáis disfrutando de vuestro viaje. Un saludo.