Sigue el viaje del velero Piropo, con sus tripulantes Dani y Sandra, en su pretendido deseo de dar la vuelta al mundo por los trópicos.

ATOLÓN DE SUWARROW (ISLAS COOK). Travesía de la Polinesia Francesa a Suwarrow, estancia en este atolón y travesía posterior a Samoa Americana. Del 1 al 16 de mayo de 2015.

   En este punto del viaje, los veleros que se dirigen al oeste como nosotros tienen varias alternativas en su ruta hasta Fiji. Las alternativas son básicamente las siguientes dos: 

   1.- Suwarrow (Islas Cook), Samoa Americana (territorio no incorporado de EEUU), Samoa, Wallis (pequeña isla de Francia) o Tonga, y finalmente Fiji.

   2.- Mopelia (Polinesia Francesa), Aitutaki (Islas Cook), Palmerston (Islas Cook), Niue (pequeña isla independiente), Tonga y Fiji. 

   Nosotros optamos por la primera alternativa porque si bien no podías visitar ninguna de las islas pobladas del pequeño estado de las Islas Cook –Suwarrow es un atolón deshabitado- podíamos ver las Samoas que eran islas que nos interesaban bastante, sobretodo desde el punto de vista de su cultura y tradición. De todas formas, todo era interesante y como nos daba pena no poder ver también las otras islas nos decíamos en broma, para consolarnos, que el resto lo veríamos cuando nos jubilásemos e intentáramos hacer una segunda vuelta al mundo.

    Partíamos pues de Maupiti. Navegando ya por la laguna, el señor francés del Grey Pearl, que viajaba con su mujer y su hijo pequeño, se despidió de nosotros dándonos una vuelta al Piropo con su auxiliar. Momentos antes, todavía sujetos a la boya, nos había traído unas guías náuticas en papel para regalárnoslas pero ya las teníamos. Antes, se había ofrecido a que si nos faltaba cualquier tipo de material nos lo daba porque él tenía muchos recambios. Rechazamos también este ofrecimiento porque creíamos que íbamos servidos de todo, pero de todas formas, su amabilidad era increíble. A veces nos topábamos con personas así. Era increíble también su barco, de cincuenta y pico pies construido por él mismo excepto el casco. Era algo que habíamos visto en algún navegante más de esa nacionalidad. Compraban el casco pelado que solía ser de aluminio, se lo llevan en camión a algún jardín o nave y se pasaban allí varios años instalándole todo lo demás. Si se tenía una buena experiencia previa navegando, se era un verdadero manitas y se contaba con cierto presupuesto, sin duda era una buena opción porque dejabas el barco totalmente a tu gusto. Si en cambio, como nosotros, eras novatillo, no eras manitas, ni tampoco tenías mucho presupuesto, esa opción era muy ambiciosa.

   La salida por el pase de Maupiti la hicimos sin atender demasiado a la hora porque la corriente allí era siempre de salida y las olas exteriores no eran grandes ese día. No obstante, era casi la buena hora porque eran las once de la mañana, casi el mediodía, por lo que como preveíamos no tuvimos ningún problema para salir. Ya fuera, abrimos mayor y génova y el viento de entre 13 y 17 nudos de aparente por la aleta de estribor nos empujó agradablemente rumbo a Suwarrow.

    Durante todo el primer día navegamos así, aunque la génova la teníamos que hacer pequeña a veces para evitar que gualdrapease por la falta de viento y el gran meneo que había por las olas desordenadas. Si la vela era más pequeña, le costaba menos mantenerse inflada.

     Al día siguiente, el viento se había apopado algo y viendo lo mal que iba la génova con tan poca intensidad de viento y el meneo de olas que continuaba igual, decidimos atangonarla dejando la mayor abierta por el otro lado. Como el viento era suave, instalamos el toldo de rafia de color negro que tenemos para los fondeos y así estuvimos fresquitos en la bañera a resguardo del sol. Ese día pasamos por el norte de Motu One, una pequeña isla sin fondeos que era la última de la Polinesia francesa.

    Si en los dos primeros días de travesía no habíamos tenido demasiado buen viento, los días posteriores aún fueron peores. Ya lo preveíamos cuando salimos de Maupiti mirando la previsión meteorológica. Al principio habría un poco de buen viento en la dirección correcta pero luego se pararía y entonces, el poco que viniera vendría de todos lados. No era una previsión ideal para salir pero tampoco sabíamos si lo que vendría después sería mejor por lo que decidimos partir igualmente. Ahora estábamos en esas, cambiando continuamente de velas porque el viento cambiaba de dirección y de intensidad variando de la nada al poco. Así pues, bastante a menudo quitábamos y poníamos el tangón a la génova o poníamos el spinnaker. Cuando el viento ya ni inflaba las velas, no nos quedaba otra que poner el motor un rato. Como esto lo evitábamos en la medida de lo posible, la velocidad media era muy lenta y enseguida vimos que para las aproximadamente 650 millas que tenía la travesía, íbamos a tardar bastante más que los 5 días y medio que sería el tiempo estimado con condiciones normales. Habría pues que tener paciencia. El sol, aunque presente, no fue la tónica general y alguno de los días los pasamos totalmente bajo la lluvia o cuanto menos, bajo un cielo totalmente gris. Incluso en los días que eran soleados, también aparecían de vez en cuando chubascos, nubes grises aisladas que portaban lluvia y algo más de viento. De todas formas, parecía ser que estas condiciones tan incómodas no eran una excepción en la zona y, es más, esta travesía era conocida por sus habituales malas condiciones que podían tornarse incluso peligrosas en ciertas ocasiones.

    Cansados por las condiciones de la travesía, no estuvimos muy pescadores y ni siquiera intentamos tirar el señuelo. No nos apetecía demasiado y eso que el mar, en alguna ocasión, sobretodo al oscurecer, se veía lleno de vida con muchos atunes saltando cerca. Algún depredador debían tener cerca o seguramente eran ellos los que se estaban dando un festín.

    Un día por la mañana, vimos a un hermoso calamar muerto en cubierta. Estaba un poco seco porque debía llevar allí toda la noche, por lo que sintiéndolo mucho se fue al agua para que sirviera de comida a otros peces.

    Cuando cumplíamos 7 días de travesía sólo 30 millas nos separaban de Suwarrow, pero como no había casi nada de viento, sabíamos que llegaríamos a nuestro destino pocas horas después de que se hiciera de noche. Como no queríamos entrar de noche, no había otra alternativa que ir muy despacio y llegar con las primeras luces del día. Entonces, actuó la Ley de Murphy y se puso a soplar entre 20 y 22 nudos. Corríamos demasiado y tuvimos que quitar la máxima vela posible para avanzar lo más lentos que pudiésemos. Pese a esto, a la 1 de la madrugada estábamos frente a Suwarrow. Para entonces el viento y la ola se habían parado de nuevo. Teníamos por delante bastantes horas hasta que amaneciera. Entonces, probando, pusimos el barco como a la capa pero sin la génova abierta a la contra. Es decir, con sólo la mayor, nos fuimos aproando al viento hasta que el barco ya no podía más. En ese punto, dejamos el timón atado a una banda manteniendo el rumbo que llevábamos. Entonces el barco se mantuvo así. No avanzaba hacia delante y sí lateralmente, pero muy poco a poco. Previamente habíamos leído que para hacer esta maniobra siempre hacía falta algo de génova abierta a la contra para mantener el barco en su posición, pero a nosotros ese día no nos hizo falta. Suponíamos que la ausencia de olas de cierto tamaño o de viento de cierta intensidad facilitaba a que se produjese el equilibrio. El caso es que nos resultó muy cómodo porque nos pasamos el resto de noche así, relativamente cerca de la posición inicial, durmiendo a ratos y vigilando que el barco no cambiase de posición. Con las primeras luces del día, a vela y en un solo bordo, nos acercamos a Suwarrow. Un poco antes de la entrada pusimos el motor y entramos al atolón sin ningún problema con los arrecifes bien visibles y sin corriente alguna, aunque podía haber en ese canal hasta 3 nudos.

    Suwarrow es un atolón muy grande que tiene diferentes islas. El principal es el que hay a la derecha de la entrada, llamada Isla Anchorage, y es la única a la que pueden ir los veleros ya que el atolón es parque natural y está prohibido acceder al resto de lugares. Todo el atolón está deshabitado excepto en esa isla a la derecha de la entrada que está habitado por dos guardas que vigilan el parque, aunque sólo están presentes fuera de la temporada de ciclones. Anteriormente, esa isla había sido habitada permanentemente aunque sólo por una persona. Era curiosa su historia. Era un navegante, llamado Tom Neale, que tras abandonar a la familia que había formado en Rarotonga, vivió voluntariamente y totalmente sólo en ese lugar desde el año 1952 hasta el año 1977. Únicamente abandonó la isla pocos meses antes de morir. Su única compañía durante ese tiempo eran los pocos pescadores o veleristas que llegaban ocasionalmente a la isla.

    En el fondeo, había dos barcos más. Un velero suizo y un yate a motor de una pareja alemana bastante mayor. El lugar de fondeo era bastante incómodo porque había muchas cabezas de coral y era difícil encontrar el lugar adecuado para echar el ancla. Sólo tirar el ancla, en aproximadamente la posición 013 14,92 S 163 06,46 W, nos vino a saludar el señor alemán y nos comentó que estábamos solos allí porque los vigilantes no llegarían hasta junio. En consecuencia, muy contentos nosotros, nos ahorraríamos los 50 dólares americanos (o 50 dólares de nueva Zelanda ya que no atienden mucho al cambio) que cobraban por la estancia de un mes para dos personas y un barco. Sin embargo, la presencia en la isla de los rangers –que era como se llamaban en las Islas Cook a los guardas- se produjo mucho antes de lo previsto ya que esa misma tarde un pequeño mercante bastante viejo apareció en la isla. Sin ni siquiera anclar, echo al agua una pequeña lancha y empezaron a descargar víveres y gasolina en varios viajes. También desembarcaron en la playa dos personas. Los rangers iniciaban así su temporada un 9 de mayo.

    Esa primera noche descansamos especialmente bien. El fondeo estaba muy tranquilo y estábamos realmente cansados por la larga e incómoda travesía que habíamos realizado.

    Al día siguiente, como las corrientes y el viento estuvieron muy cambiantes durante la noche y como habíamos echado mucha cadena, la cadena se nos enganchó alrededor de una de las cabezas de coral. Optamos entonces por elevar la cadena del suelo. Sabíamos de esa técnica para fondear desde hacía tiempo pero nunca la habíamos utilizado y es que en Tuamotú, donde hubiera hecho falta porque también hay muchas cabezas de coral en el fondo, el viento era tan constante de dirección en los meses en los que estuvimos que en donde echabas la cadena, allí se quedaba. El problema de engancharse con la cadena en las cabezas era doble, por un lado que podía engancharte definitivamente y no poder sacar el ancla y segundo, que el barco tiraba directamente de la cadena que a su vez rozaba con los corales. Además del daño gravísimo que se hacía al coral que es un organismo vivo, la cadena sufría mucho y podía partirse. Así pues, volvimos a sacar el ancla y volvimos a tirarlo todo pero esta vez le pusimos un orinque al ancla y a los 20, 30 y 40 metros de cadena, enganchamos unas defensas para que la elevaran. De esta forma, la cadena no tocaba el fondo en su tramo final. Si el barco borneaba, la cadena no se enganchaba con los corales y si el viento soplaba, había suficiente cadena en el agua para hacer de amortiguador. Suponíamos que en casos límite, este sistema aguantaba mucho menos que el sistema habitual de dejar toda la cadena en el suelo, pero aún así, esta forma debía aguantar también bastante y te evitaba los problemas comentados. La verdad era que nos sorprendió lo bien que iba el sistema –aunque no hizo demasiado viento para experimentarlo a fondo- y nos alegramos de probar una cosa nueva.

    A continuación desembarcamos en la playa. Allí nos encontramos con el ranger que estaba todavía cargando materiales de la playa hasta su vivienda. El hombre, un cookiano originario de Manihiki (también Islas Cook) resultó ser un hombre muy serio. Empezó diciéndonos que estábamos allí fuera de la temporada permitida que se iniciaba el 1 de junio pero a continuación nos dijo que nos perdonaba pero que no debía hacerse. Menos mal. También nos preguntó si habíamos hecho la comunicación previa de llegada. No lo habíamos hecho y era la primera noticia que teníamos al respecto. Preguntándole entendimos el porqué y es que era una exigencia nueva. Según el ranger, esta nueva exigencia era muy importante para la seguridad de los navegantes. Nosotros no estábamos tan de acuerdo. Este formalismo era una exigencia que se estaba extendiendo por los países del Pacífico. Había que enviarlo con un plazo máximo de 48 horas antes de la arribada con muchos datos en nuestra opinión innecesario. Además, se enviaba por email, por lo que a los amantes de la seguridad, que les encantan estas cosas, no les servía para nada. Y para nosotros era muy molesto, la verdad. Por ejemplo, habíamos leído que en Fiji te pedían tantas cosas (fotos del capitán, del barco, del pasaporte, de los papeles del barcos, hojas y hojas de formulario…) que se hacía complicado enviarlo por correo electrónico y más con las malas comunicaciones por internet que habían. Además, te pedían recorridos y previsiones de fechas que eran muy difíciles de dar cuando viajas en velero porque, además, precisamente viajas de esta forma para ir y venir sin horarios ni fechas, quedarte más donde te gusta e irte de donde no te gusta. En definitiva, ser un poco libre. Pero tanto que se hablaba de libertad, cada día estaba más restringida en todos los aspectos. Por supuesto, estas nuevas exigencias las vendían siempre por tu bien, para cuidarte claro, como si fueses un niño, y no por el verdadero motivo, que era el tenerte controlado. Como si sirviera para algo en caso de naufragio o problema grave. Además, personalmente, nosotros siempre hemos asumido cuando hacemos una actividad peligrosa las consecuencias que pueden haber y nunca exigiríamos que nos vinieran a sacar las castañas del fuego. Por supuesto, si la ayuda es posible la aceptaríamos pero nunca lo exigiríamos. Por eso, estos formularios que venden por tu bien cuando no se pide esa protección no nos gustan demasiado. Entenderíamos que fuese voluntario, que si quieres protección, rellenaras el formulario, pero nunca es así, siempre lo hacen obligatorio porque el motivo no es la seguridad de los navegantes, sino otro. Siguiendo la conversación con el ranger nos preguntó que cuánto tiempo nos íbamos a quedar y le dijimos que no sabíamos, que quizá al día siguiente nos íbamos o aún nos quedaríamos varios días, dependía de la meteorología que todavía no habíamos visto. Si era así, dijo, vendría al día siguiente al barco a echarnos un producto contra los insectos, a rellenar todos los papeleos y a cobrar la tasa de 50 dólares de EEUU o 50 dólares de Nueva Zelanda. El hombre dijo seriamente que la tasa era baratísima. Que llevaban mucho tiempo con la misma cantidad sin que subiera lo más mínimo. Nos pareció curiosa su afirmación. La gente solemos quejarnos, a veces sin motivo, de lo caro que está todo, pero pagar 50 dólares por una estancia que puede durar un solo día no nos parecía nada barato. En fin, que dejamos al ranger haciendo sus tareas y nos dispusimos a dar una vuelta por la isla. Vimos entonces una plaquita en el suelo que rememoraba al pesquero ruso Suvorov que era el que había dado nombre a la isla, ya que suponemos -no sabemos la historia- debió recalar bastante en la isla y situarla en el mapa. La isla era realmente muy bonita, con muchos cocoteros, playitas de arena que se combinaban con grandes placas de coral en los que se veían muchos cangrejos que nosotros llamábamos zayapas (como se les llamaba en Galápagos). Más allá vimos con sorpresa, entre la vegetación de la isla, a un enorme cangrejo de los cocoteros. Era gigantesco. Parecía una enorme langosta fuera del agua salvo por sus pinzas y su culo. Dani lo tocó con un paló y el animal se defendía bien con su enorme pinza que es capaz de abrir cocos con los que se alimenta. Era la primera vez que veíamos un ejemplar de esa especie y aunque sabíamos que eran muy ricos para comer, no era plan comerse uno. Además, según un letrero que habíamos visto cerca de donde habíamos visto el guarda, los rangers habían echado veneno para las ratas en la temporada anterior y eso podía haber afectado al resto de animales por lo que si habitualmente estaba prohibido tocar nada, se recomendaba ahora aún más no hacerlo porque era además un riesgo para la salud. Nos impresionó el tamaño del cangrejo porque tenía como unos 30 centímetros. Más adelante vimos otros cangrejos de coco pero estos eran más pequeños y menos impresionantes. Los más pequeños sin embargo, tenían un curioso color lila mientras que el primero tenía el color rojizo de una langosta. Recordamos entonces entre risas cuando en las Tuamotús, creyendo que los cangrejos de tierra eran cangrejos de cocos, nos comimos uno y resultó de un sabor algo extraño. No estaba mal del todo pero nada parecido a las bondades que nos habíamos imaginado cuando leíamos sobre el sabor de los cangrejos de coco.

   Caminando por aquel lado de la isla, una especie de zona inundable nos impidió avanzar por lo que desandamos el camino. Entonces, visitamos la antigua casa de Tom Neale, donde habitaban ahora los rangers. Estaba llena de banderas que habían dejado los navegantes y entre ellas, había una bandera española. En la antigua casa de Tom Neale, nos topamos con la mujer del primer ranger que era a su vez la encargada de inmigración. Esta mujer, que se llamaba Vaine (“mujer” en lengua maorí) nos resultó mucho más simpática y estuvimos charlando de varias cosas. Nos comentó que ella era de Rarotonga, la principal isla de las Islas Cook, donde vivía actualmente con su marido cuando no estaban en Suwarrow trabajando. Nos contó que se pasaban en esta última isla 8 meses. También nos contó que los de las Islas Cook tenían pasaporte de Nueva Zelanda y que podían, si querían, irse a vivir allí y trabajar. Al parecer, Islas Cook era independiente pero muchas competencias las ejercía Nueva Zelanda. En estos países, antiguamente colonizados, posteriormente descolonizados, a veces totalmente y a veces a medias, siempre era complicado saber cuál era la situación real salvo que indagaras algo, cosa que, subidos en un barco, siempre era complicado. Tras charlar con la señora paseamos por un corto sendero hasta el otro lado de la isla donde los rangers tiraban siempre los restos de la pesca. Se acumulaban, cuando lo hacían, muchísimos tiburones pero nosotros no vimos el espectáculo. De todas formas, no nos extrañaba que eso sucediera porque en el agua ya habíamos visto muchísimos escualos. Sólo tirar el ancla por ejemplo vinieron cinco a observar que era lo que pasaba. También curioseaban y se acercaban mucho cuando nos bañábamos en la popa del barco. Todos eran puntas negras, en teoría inofensivos si no se estaba en condiciones de pesca con arpón, pero de todas formas, no era relajado estar nadando con tantos animales de ese tipo rodeándote. Desde ese punto al que llegamos caminando, seguimos andando hasta que dimos con la zona inundable que nos había bloqueado anteriormente y desde allí, dimos la vuelta a la isla por el otro lado. La verdad era que el tamaño de la isla era muy pequeño. El canal de acceso a Suwarrow se veía a esa hora muy turbulento por lo que la corriente debía ser mayor que cuando nosotros entramos.

    Esa tarde, los integrantes de los otros dos barcos pasaron a despedirse ya que se iban al día siguiente. Nos comentaron que para ese día no había mucho viento, pero que luego subiría para luego volver a pararse. Nosotros pretendíamos quedarnos un día más pero pensándolo mejor, si nos íbamos al día siguiente, evitábamos pagar los 50 dólares y que el ranger se paseara por el barco echando un producto contra insectos que no sabíamos qué era. Así pues, aunque el plan meteorológico no era ideal, decidimos partir al día siguiente también.

    Sacamos la cadena sin dificultades pese a las tres defensas que habíamos atado a ella y saliendo por el canal, vimos a un velero que llegaba a la isla. Los pobres iban a ser los primeros afortunados de la temporada que pagarían la tasa de 50 dólares.

    El primer día no hizo nada de viento, así que tuvimos que avanzar a motor. Mal empezaban las 450 millas que teníamos por delante. Afortunadamente, al poco de empezar la noche empezó a soplar y pudimos apagar el motor. La contrapartida es que también empezó a llover a ratos.

    El segundo día nos tocó poner el motor 4 horas y el resto de tiempo, un viento cambiante nos hizo trabajar cambiando la posición de las velas. Al anochecer, unas nubes muy feas nos sugirieron bajar la mayor e ir sólo con la génova. Habíamos visto en esa travesía nubes de ese tipo pero estábamos cansados y decidimos poner sólo la génova que siempre es más manejable y afortunadamente, acertamos. Comenzó a llover torrencialmente y a soplar bastante viento. Durante buena parte de la noche se superaron los 30 nudos, por lo que yendo sólo con génova fuimos más cómodos.

    Al día siguiente el mar estaba algo embravecido, con olas de cierto tamaño y a partir de entonces, aunque no volvió a soplar tanto viento, la lluvia no dio descanso. En muchas ocasiones llovió torrencialmente, dejando el cielo de un gris muy oscuro y convirtiendo el color del mar en blanquecino por la gran cantidad de agua que caía, además de producirse un vapor tenebroso por el contraste de temperaturas.

    En varios de los atardeceres de esa travesía, observamos nubes densamente oscuras, que al acercarse adquirían por debajo aún un color más negro. No daba ninguna tranquilidad. Como había en general poco viento, estos impresionantes chubascos, aunque aceleraban el viento, lo hacían sólo a poco más de20 nudos.

    El último día fue el que más llovió. La imagen del mar ese día no la habíamos visto nunca hasta la fecha. Era tan fuerte la lluvia que parecía que el mar era aceite. Ese día no quedaba más que 30 millas para llegar a Pago-Pago, el puerto de Samoa Americana, pero tampoco esta vez nos iban a coincidir las horas y llegábamos, sí o sí, con las primeras horas de la noche. El puerto parecía fácil de entrar y estaba bien señalizado por lo que era relativamente seguro entrar de noche, pero aún así, nosotros no quisimos comprobarlo y más con la meteorología que hacía. Así pues, optamos por poner la mínima vela posible e intentar llegar de día. Tan lentos conseguimos ir que, con las primeras luces del día aún seguíamos avanzando hacia el puerto sin tener que hacer ningún bordo para perder tiempo. Cuando la luz del día iluminó un poco las cosas, ya estábamos cerquísima de Pago-Pago, así que pusimos motor y nos encaminamos a la entrada de la profunda bahía.

    Previamente llamamos por radio varias veces pero como no nos contestó nadie, nos encaminamos hacia el interior.

    En nuestra próxima entrada contaremos como fue nuestra estancia en la peculiar Samoa Americana.

    ¡Hasta pronto!

 

3 comentarios a “ATOLÓN DE SUWARROW (ISLAS COOK). Travesía de la Polinesia Francesa a Suwarrow, estancia en este atolón y travesía posterior a Samoa Americana. Del 1 al 16 de mayo de 2015.”

  • Heyyyuyuu!! Que pasa viajeros ?! Veo que la cosa está siendo de cine! Os felicito ! Nada, yo aquí apunto de embarcar el coche para ir Barcelona. El 20 empieza por fin mi viaje , quien sabe si coincidiremos en algún punto seco. Un abrazo pareja! 

  • Son muy de agradecer estas crónicas, nos hacen soñar siguiendo vuestra aventura, pero echamos de menos los antiguos vídeos caribeños, animaros y gravar algo en vídeo.
    Saludos Adolfo de Cefontes

  • Es curiosa la palabra empleada para denominar a la mujer, atendiendo a su raíz, tal vez tenga una procedencia fonética mucho más universal y en esa misma esté su posible origen físico; un  asunto nacido del grito más primitivo de una humanidad en albores.
    Toda una lección de navegación, en vuestras palabras y en las aproximaciones a esa grandes radas,  y detalles fantásticos en los que la experiencia acumulada conduce más allá de ese pacífico Pacífico que tras la calma suele resolver arreciando fuertes aguaceros.
    Algunos cangrejos son el coco y  ése, justamente, el principal.
    Saúde i Livertá  para otra singladura d:)´

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