Publicado por Piropo el 05-05-2014 19:42
Después de más de un año, por fin parecía que nos podíamos desenganchar de Ciudad de Panamá. En ella, y no por gusto, el Piropo había permanecido durante todo este tiempo.
El “desenganche” de todas formas, fue difícil hasta el último momento, y es que al mes que tuvimos que pasarnos haciendo reparaciones y que ya contamos en nuestra anterior entrada, se le unieron los trámites burocráticos del último día en Panamá. Para empezar, en inmigración, pese a que habíamos entrado en Panamá por vía aérea hacía menos de dos meses, nos obligaron a obtener una visa de entrada por vía acuática porque si no, no nos autorizaban a salir por vía acuática. Esta visa tenía una duración de un año por lo que nuestra anterior entrada por vía acuática no nos servía ahora. Así pues, nos tuvimos que gastar 100 dólares por persona por una visa que sólo iba a usarse un día. Después del sablazo de inmigración, vino capitanía. Allí, aún fue peor, no por el importe sino por las formas. Antes de llegar ya preveíamos que tendríamos algún problema porque el permiso de navegación para el barco que teníamos por un año, había expirado hacía dos meses. De todas formas, nos habían comentado que si teníamos algún problema, hablásemos con Miriam Laguna, la Administradora de la Capitanía del Puerto de Balboa Flamenco que por 40 dólares, solucionaba todos los problemas. Al parecer, la mujer ya era conocida. Nosotros nos somos partidarios de ese tipo de formas porque nos parece tan horrible o más el corrupto que el corruptor e, ingenuos de nosotros, creímos que nuestros problemas los íbamos a poder solucionar de forma legal. Así que, con esa intención, nos dirigimos a la capitanía. Allí nos atendió una chica muy agradable, sonriente y diligente que tras mirar los papeles, nos dijo que no habría ningún problema. Los problemas empezaron a surgir cuando los papeles llegaron para su firma a la responsable de la oficina, la muy honorable Miriam Laguna. Esta mujer, en cuanto vio que se nos había pasado en dos meses el permiso de navegación, vio la posibilidad de obtener su tajada del día. Nos llevó a su despachito y lo primero que nos dijo es que teníamos un problema muy grave por la caducidad del permiso y que le correspondía ponernos una multa importante. Entonces, nosotros volvimos a explicar que la estancia del barco en Panamá durante todo este tiempo no había sido voluntaria, que había sido debida a la enfermedad de Sandra y teníamos certificados médicos que lo podían atestiguar. Entonces ella, magnánima y comprensiva, dijo que nos iba a ayudar porque una hermana suya había pasado por lo mismo y lamentablemente, ella había fallecido. Nosotros llegamos incluso a conmovernos por ella pero en cuanto preparó los papeles, se descubrió su verdadera sensibilidad. Medio cerró la puerta y nos pasó un papelito en el que había apuntado la suma de 40 dólares, curiosamente el mismo precio que nos habían comentado que tenían sus favores. Se los pagamos aunque por las formas tan silenciosas ya intuimos que no era la tarifa habitual. Salidos ya del despacho de la “amable” y “gentil” señora, una administrativa nos preparó el resto de papeles y entre ellos, un recibo por los servicios de capitanía en el que sólo figuraba un importe de 12 dólares que debía ser el coste habitual del servicio. Nos despedimos de la “sentida” Miriam Laguna con malas caras y la dejamos allí con su mediocre vida dedicada a crear problemas a las personas, o como mínimo, no solucionárselos, para encontrar la justificación de extorsionar un poco y cobrar su mordida.
Teníamos unas ganas horribles de partir de Panamá. Entre los robos legales (Inmigración) e ilegales (Capitanía), más lo que en su día ya nos habían cobrado por la entrada del barco en el país, nos habíamos dejado una pequeña fortuna en ese pequeño estado y sólo en pagar papeles absurdos. La verdad es que creemos que una clara muestra de si un país está civilizado o no es la facilidad con la que se cumplimenta los papeles burocráticos y en Panamá, aún les queda bastante. Aunque claro, España no era mucho mejor si pensábamos en el sistema que la simpática Agencia Tributaria tiene establecido para los ciudadanos y las pequeñas empresas. Siempre tan “adecuados” para su formación y su tiempo disponible. En fin…
Sin embargo, el día no fue tan horrible y tuvo una parte muy agradable que fue la compra de frutas y verduras en el Mercado de Abastos. Allí, había una cantidad enorme de género a precios muy bajos y casi la totalidad de los comerciantes (excepto un pirado que se le vio a la legua) fueron todos muy honestos con los precios y además, especialmente simpáticos cuando les decíamos que éramos de España. Entonces se ponían a preguntarnos cosas de España y en alguna ocasión, como no, a hablar de fútbol.
El 3 de abril nos levantamos a las 5:30 y sobre las 6:30, subíamos por fin el ancla y dejábamos por popa Ciudad de Panamá. El viento fue nulo las tres primeras horas y por eso no nos quedó otra que poner el motor. Con él, nos llevamos el primer susto del día porque nos dio la impresión de que echaba más humo del habitual. Antes del parón panameño, el motor, casi no echaba humo y ahora en cambio, echaba un humo bastante visible de color blanco. Revisamos el filtro del agua y la circulación de la propia agua y parecía que todo funcionaba correctamente aunque el humo siguió saliendo. En cambio, el nuevo piloto automático parecía que funcionaba correctamente y además, de forma muy precisa. Mucho mejor incluso que el anterior. Sólo faltaría probarlo con viento y olas grandes.
Sólo salir, echamos el señuelo para ver si pescábamos algo. El sistema que pretendíamos usar a partir de ahora para la pesca estaría compuesto por un señuelo en el extremo (un pez o pulpo artificial con anzuelos colgando), un cable de acero, un quitavueltas, y un hilo fuerte de unos 30 metros que iría atado al barco mediante una goma para que amortiguase los posibles tirones de la potencial pesca. Y todo ello, enganchado a la cornamusa. No era un sistema muy sofisticado y quizá tendríamos problemas con una pesca grande pero ese día, tras una hora de estar en el agua, teníamos ya la comida del día. Un pequeño bonito se había tragado nuestro pez artificial mitad rojo y mitad blanco el cual es conocido como “Marlboro” por sus colores. No obstante la alegría por la pesca, la verdad es que siempre que pescábamos no teníamos un sentimiento totalmente positivo. Al contrario, nos daba muchísima pena el pez. Lo veíamos allí, cansado, intentando respirar, sufriendo… y aunque intentábamos hacerle el trago de la muerte lo más corto posible, no habíamos encontrado hasta la fecha un sistema que fuese fulminante. Ni siquiera el alcohol en las agallas que alguien nos comentó una vez nos parecía lo suficientemente efectivo. Lo máximo que podíamos hacer por el pez, creíamos nosotros, era aprovecharlo hasta la última espina y no tirar de él nada de nada. Más tarde no obstante, veríamos que unos pescadores profesionales usaban un palo muy robusto para golpear la cabeza del animal y matarlo inmediatamente. Lo tendremos que probar en el futuro para ver si así el pez, sufría menos.
A las tres horas de la partida el viento hizo acto de presencia con unos leves 8-9 nudos e izamos las velas. Pese a esta ligera brisa, como el mar estaba como un plato y la corriente debía ser a favor, hicimos nuestros buenos 5 nudos de velocidad. Qué maravilla. Sentir y oír sólo el chapoteo del mar en el casco y el viento en las velas. Cómo lo habíamos echado de menos durante todo este tiempo.
Más tarde, mientras seguíamos en la bañera del barco disfrutando de la navegación, empezamos a oír un ruido extraño. Ffffffssss. El ruido se iba repitiendo en intervalos de bastantes segundos. Enseguida descubrimos el motivo de ese ruido cuando vimos a una enorme ballena a unos centenares de metros del Piropo. Emergía y se sumergía periódicamente, tranquila, enorme, enseñándonos su relativamente pequeña aleta dorsal cada vez que se sumergía. Cada vez que emergía, respiraba, y al hacerlo, sacaba un fuerte chorro de agua. El mar, como un plato, permitía observar al mastodóntico animal con mucho detalle. Habíamos escuchado previamente que era muy impresionante observar a estos animales y efectivamente, damos fe de ello. Era verdaderamente emocionante. ¡Qué animal tan gigantesco! Estuvimos siguiéndolo con la mirada todo el tiempo que pudimos hasta que sólo fue un punto en el horizonte. Más tarde, consultamos un libro que nos informó que lo que habíamos visto era un rorcual común. Una especie de ballena que puede llegar a medir, ni más ni menos, que 25 metros de largo. ¡Dos veces y medio el Piropo!
El espectáculo faunístico no se quedó en la ballena y ese día también pudimos observar delfines y unas enormes mantas rayas que aleteaban parsimoniosamente por la superficie moviendo sus “alas” como si fueran pájaros. Sin duda, la primera travesía de reencuentro con el Piropo estaba resultando inigualable.
Poco a poco fuimos haciendo millas y en apenas seis horas, habíamos hecho las treinta que nos separaban del Archipiélago de las Perlas. Vimos entonces las islas que están más al norte del archipiélago: las pequeñas y desiertas Pachequilla y Pacheca. En ellas, había cientos e incluso miles de pájaros sobrevolándolas. Fragatas, pelícanos, cormoranes, gaviotas y bobos. Y a sotavento de las mismas, había un profundo olor a guano, el excremento de las aves marinas. Pensábamos entonces fondear a sotavento de Pacheca, tirando un poco al este, pero una vez allí no estuvimos totalmente seguros de que el fondo fuese de arena y decidimos no arriesgarnos de enrocar el ancla en un posible fondo poco favorable, por lo que continuamos navegando a la siguiente isla, Contadora.
Contadora era la isla que menos nos apetecía visitar del archipiélago ya que, aunque es pequeña, estaba bastante habitada. Tenía algunos pequeños negocios, un pequeño puesto de policía, un diminuto aeropuerto de avionetas y sobretodo, bastantes casas residenciales de la gente adinerada de la ciudad que venía en sus barcos a pasar el fin de semana.
Tras bordear la isla, llegamos a la playa Cacique, situada al sur de la isla sobre las 15.00 horas. Allí, la zona más próxima a la arena estaba sembrada de boyas y más allá, había un par de veleros que tenían toda la pinta de estar viajando como nosotros y es que los panameños, no son nada aficionados a los veleros. Echamos el ancla sin problemas a una distancia prudencial de las boyas y ahí pasamos la tarde, en la bañera del barco, escribiendo, leyendo y charlando. Se estaba muy bien. El fondeo estaba muy refugiado del escaso oleaje que había y soplaba una ligera brisa. Al anochecer, no tardamos en cenar e irnos a dormir.
Al día siguiente, desembarcamos pronto en la playa y dejamos la Poderosa amarrada a un árbol por si acaso la marea subía más de lo esperado. Desde allí, comenzamos nuestro paseo. La isla tenía una hilera de mansiones en primera línea que tenían accesos privados a la playa. Superada esta primera línea, la vegetación estaba más presente y vimos bastantes casas abandonadas. Más allá, estaba lo que podía llamarse el pueblo, con un puesto de policía, algún bar, el pequeño aeropuerto y algunos comercios.
En uno de estos comercios, un centro de buceo, preguntamos por un curso de “Open Water”, el nivel inicial del PADI (La Asociación profesional de instructores de buceo). El precio no era demasiado elevado para lo que habíamos visto en otros lugares, unos 500 dólares, pero al profesor no se le veía muy dispuesto a hacer un curso sólo a Sandra así que lo descartamos y además, tampoco preveíamos quedarnos en Las Perlas demasiado tiempo. Dani no iba a hacer ese curso porque es buceador de una estrella por FEDAS (la Federación Española de Actividades Subacuáticas) que es el equivalente más o menos al Open Water. El interés de sacarse ese curso por parte de Sandra era, aparte de la curiosidad de bucear con botellas en un lugar especial, tener ya una titulación que le permitiría bucear con botellas en cualquier lugar del mundo. En teoría, si no tienes ese curso o algo equivalente, en ningún sitio te dejan bucear con guía o alquilar botellas independientemente.
El instructor de buceo nos aclaró algo que nos estaba extrañando. Imaginábamos en un principio que Las Perlas tendrían unas aguas transparentes y por el contrario, estábamos viendo que sus aguas eran verdosas y bastante traslucidas. Por ejemplo, desde la borda del Piropo, no podíamos ver su quilla. El instructor nos comentó que eso se debía a una corriente más fría de lo habitual que venía del sur y que hacía que el plancton del fondo subiera a la superficie. Parece ser que era un fenómeno ocasional y que sólo aparecía en determinados meses pero, mala suerte, nos había tocado a nosotros.
Seguimos el paseo por la isla y visitamos Playa Galeón donde Sandra, intentando hacer unas fotos a un pájaro en una roca, se resbaló y se dio un buen golpe dejándole un buen moratón en la pierna que tardaría en desaparecer dos semanas. Desde allí, fuimos a Playa Larga donde nos bañamos y cogimos cocos de la base de un cocotero cercano.
El paseo terminó yendo a la punta contraria de la isla, la punta suroeste donde varias casas privadas, no nos dejaron llegar a la costa pese a que en Panamá, en teoría, toda la costa es pública hasta los 20 metros de distancia desde la pleamar en la costa del Pacífico. En la costa atlántica, la distancia es menor.
Regresamos al Piropo bastante tarde y comimos unos spaguettis boloñesa que Sandra preparó. La carne que en teoría lleva la boloñesa la sustituyó con soja texturizada que es utilizada por los vegetarianos como sustitutivo de la carne. La verdad que es muy práctica porque es un producto totalmente natural que viene seco y en sobres por lo que se puede conservar mucho tiempo sin necesidad de refrigeración. Su textura es bastante parecida a la carne y la sustituye muy bien porque aporta la misma proteína que ella. Lo único que le falta al parecer es la vitamina B12 pero esta vitamina se puede conseguir en otros productos animales como los huevos o la leche. Así, pues, habíamos descubierto un nuevo producto muy útil para el barco.
Pasamos lo poco que quedó de tarde en el Piropo viendo como poco a poco, iban llegando más y más motoras provenientes de Ciudad de Panamá. Se notaba que era viernes por la tarde. Al atardecer, llegó un megayate de esos gigantescos, con cinco plantas, y tuvimos la mala suerte de que aunque habían muchas boyas para que él pudiera cogerse, fue a enganchase precisamente a la que estaba más cerca de nuestro fondeo. Nosotros habíamos echado el ancla a una distancia considerable de dichas boyas pero no nos imaginábamos que fuera a sujetarse en aquellas boyitas casi un crucero de pasajeros. Así pues, en cuanto el megayate se enganchó a la boya, ya preveíamos que iríamos a pasar una noche bastante incómoda vigilando periódicamente no chocarnos con ese barco. Y no había alternativa de cambiar el fondeo en ese momento porque el viento estaba soplando un poco diferente a lo habitual, y nuestra ancla, debía estar entonces muy cerca de la popa del megayate si es que no estaba directamente debajo.
Por supuesto, la tranquilidad en la playa se quebró de inmediato con la presencia del megabarco ya que debía tener a bordo una central eléctrica para generar la enorme energía que debía consumir con sus miles de lucecitas, sus focos submarinos que iluminaban permanentemente no se sabe qué, y su pantalla gigantesca de plasma que tenían en el primer piso y que inevitablemente, sin quererlo, también podíamos ver y que estuvo toda la noche encendida sin interrupción. Aunque lo peor sin duda fueron los niños de los armadores. Sólo llegar el barco, les bajaron como una especie de lancha en forma de platillo volante que tenía muchísima potencia. Entonces los niños, que apenas tendrían ocho años, se dedicaron a pasearse por el fondeo a toda velocidad generando muchas olas incómodas. Nos “alegraba” especialmente cuando rodeaban al Piropo con esa lancha y nos generaban olas y olas de todas direcciones. Afortunadamente, como todos los niños algo malcriaditos, no duraron mucho con sus juguetes y cada cinco minutos, iban variando de artilugio: lancha-platillo volante, lancha-platillo volante con salchichón inflable arrastrando, motos acuáticas enormes y, afortunadamente para nosotros, mucha televisión. En este caso, bendita televisión ya que entonces, el resto de personas podíamos descansar en el fondeo. Lo que más nos alucinaba era que nadie en su barco le dijera a esos niños que quizá, sólo quizá, estuvieran molestando. O puede ser que seguramente nosotros ya nos estamos haciendo mayores y nos estuviéramos volviendo un poco cascarrabias.
La noche la pasamos levantándonos periódicamente para ver si el viento, la marea o la corriente, no nos había acercado demasiado al megayate y a la serie de artilugios flotantes que había dejado arrastrando por su popa.
Después de la poco tranquila noche, en cuanto amaneció y vimos que la posición del megabarco nos era un poco favorable para sacar el ancla, empezamos la maniobra de izado cuanto antes para irnos de allí. La maniobra la hicimos muy poco a poco y nos llevó tan cerca del barco, que tuvimos que interrumpir la maniobra para pedir a los marineros que habían de guardia que acercaran sus artefactos flotantes a su barco para evitar que chocáramos con ellos. Y en cuanto tuvimos el ancla arriba, nos largamos de Contadora que si bien nos había parecido una isla tranquila y agradable entre semana, el fin de semana ya era una cosa totalmente diferente.
Navegamos sólo con génova y viento a favor a la muy próxima isla llamada Chapera. Por el camino echamos el señuelo y en 15-20 minutos, ya teníamos pescado para comer. Sin duda, la buena fama de Las Perlas para la pesca tenía buenos fundamentos. Sandra lo limpió enseguida y lo puso a macerar con limón en la nevera para la comida.
Justo cuando llegamos delante del fondeo, situado en el canal que separa Chapera de la isla de Mogo Mogo, los dos veleros que habían se estaban yendo por lo que fondeamos en su lugar y nos quedamos solos. Disfrutamos entonces viendo como un grupo de calderones nadaban tranquilamente transitando por el canal. El lugar era muy bonito. Sólo le sobraba el color verdoso de las aguas que nos acompañaría en toda la estancia en Las Perlas pero por lo demás, el sitio era idílico. Nuestra guía náutica decía que en esa isla habían rodado la versión americana de “Supervivientes”, un concurso televisivo en el que llevaban a unos tipos a una isla para que emularan a Robinson Crusoe. El lugar en verdad, sí que parecía una isla idílica y desierta aunque… no por mucho tiempo. Era sábado y se notó. Enseguida empezaron a llegar bastantes motoras que venían de Contadora o directamente desde Ciudad de Panamá. Todas fondearon bastante apartadas de nosotros y permanecimos así todos tranquilamente en el lugar sin molestarnos hasta que aparecieron los más “chachis”. Llevaban una motora muy grande, gris, muy moderna por supuesto, de esas que son sólo casco y con cristales tintados y fondearon directamente en la playa. Como la tranquilidad no parecía gustarles demasiado inmediatamente pusieron la música a tope con unos altavoces que habrían instalado ellos y que tendrían sin exagerar, bastante más de metro y medio de grandes. Era una verdadera discoteca móvil. Era como los coches tuneados pero en versión lancha gigante. La música se escuchó entonces a buen volumen en toda la playa y también en buena parte de la isla. Justo donde se instalaron ellos con su sombrilla, en el trozo de playa que daba a la popa de su barco, se escuchaba la música estrepitosamente, a niveles desagradables. Era sorprendente. La mala educación de las personas llegaba a extremos insospechados. Allí donde creías que no se podía llegar, sí, se llega y se supera.
Intentamos no hacernos mala sangre y ver el tema como parte del paisanaje local. Decidimos entonces desembarcar en la playa a visitar la isla “disfrutando” además, del hilo musical que no sólo estaba demasiado elevado sino que además, el repertorio dio la vuelta varias veces repitiendo las mismas canciones, hecho difícilmente inevitable cuando se está 24 horas al día escuchando música.
Sólo llegar a la playa nos recibieron los dos perros yorksires de los susodichos individuos que por si no fuera poco, eran agresivos y no paraban de ladrarnos a un metro y a enseñarnos los dientes sin que sus dueños hicieran absolutamente nada. A Dani le estaban entrando unas ganas locas de emular el gol de Koeman en Wembley con los perritos pero inspiramos fuerte y continuamos el paseo para otro lado perseguidos por los perritos un buen rato.
En la isla no había mucho que ver y con tanta gente y de ese tipo, menos. Había otra playita cerca también muy bonita y algo parecido a un sendero que atravesaba la isla y por el que caminamos un buen rato seguidos todavía por el hilo musical omnipresente. Regresamos a la playa y fuimos al otro extremo y al regresar, pasamos al lado de nuestros “amigos”. Un tipo treintañero salía del agua bailando y con un cubata en la mano. Era el típico personaje de la noche que vive de esa forma todo el día y que no sabe que también existe la tarde e incluso la mañana. Nos saludó y nos preguntó de dónde éramos. Entonces, los perritos envalentonados por la proximidad de su dueño se acercaron a Dani e incluso le hincaron suavemente los dientes en su pierna. La pierna de Dani actuó inmediatamente como un resorte, como con vida propia, y le dio un patadón al chucho justo delante del amo. El tipo dijo “Esa patada… pero si no hacen nada”, y Dani aún tuvo que justificarse para no tener que explicar lo que estaba bien y lo que estaba mal. Nos separamos enseguida sin ningún interés de hacer amistad con los tipejines y nos volvimos al barco.
Al anochecer, uno por uno, se fueron todas las motoras panameñas y sólo se quedaron, tres veleros extranjeros si nos contábamos a nosotros. La brisa volvió a escucharse, los pájaros se animaron a piar y después de cenar, estuvimos un buen rato en la bañera mirando la luminosas estrellas que se veían en el cielo. La noche era muy tranquila y sólo se perturbaba por los ruidos que salían de tierra provenientes de los animales salvajes. El agua por su parte, estaba repleta de plancton de un verde fosforito muy luminoso que se encendía con cualquier agitación de las aguas. La cadena del ancla por ejemplo, parecía que tenía enganchada algo que se parecía a una gigantesca bola de pelos pero de un verde iluminado intenso. Era algo realmente curioso.
El domingo 6 de abril nos levantamos como siempre pronto y en cuanto nos asomamos afuera, vimos que estaba a punto de fondear en la playa un yate de grandes dimensiones y a lo lejos, vimos una comitiva de motoras que también se acercaban. Y como ya tuvimos suficiente muestra de paisanaje local el día anterior, decidimos irnos a la siguiente isla de inmediato. La verdad es que quizá, éramos algo antisociales.
Sólo subir el ancla echamos el señuelo para pescar y antes de que nos diera tiempo de abrir la genova, ya habíamos pescado un pez. Increíble. Lamentablemente, en nuestros libros no ponía el nombre común de ese concreto pez y sólo encontramos que era un Scomberomorus maculatus. Parece ser que en Panamá no era muy apreciado pero a nosotros nos encantó.
En cuanto recogimos al pescado, vimos que una persona a bordo de un auxiliar del megayate que habíamos visto fondeando en el fondeo del que proveníamos nos estaba como siguiéndonos y cada vez se acercaba más. Era Oscar, un simpático chico del Garraf que precisamente era el capitán de ese megayate. Nos comentó que nos había visto pasar y al ver que éramos españoles, nos vino a saludar aunque el pobre, tuvo que venir un poco lejos. Sujetamos su zodiac a la popa del velero y estuvimos charlando un rato así, él en su barca y nosotros en la bañera. Nos informó de varios sitios por Las Perlas interesantes para fondear y nos preguntó si íbamos a volver a Ciudad de Panamá para quedar. Se lamentó de no habernos conocido antes para ayudarnos en las reparaciones que habíamos tenido que hacer y nos dio sus datos por si finalmente, cambiábamos de planes y volvíamos a Panamá. Nos pareció muy amable y simpático.
En cuanto se marchó Oscar, abrimos la génova. No habíamos tenido tiempo hasta entonces. Apenas había 10 nudos de viento pero rápidamente llegamos a la isla de Espíritu Santo. Una diminuta isla deshabitada que estaba separada por un estrecho canal de Isla del Rey, la isla más grande de Las Perlas que sí que tenía algunos pequeños asentamientos poblados pero no por aquella zona.
El fondeo de Espíritu Santo estaba precisamente en el canal que separaba a las dos islas y en él, habían cuando llegamos, tres veleros más. Todos, de nacionalidad norteamericana. El lugar nos pareció espectacular y por eso, quizá habían llamado a la isla de una forma tan mística. Todo estaba rodeado de una frondosa vegetación y la isla Espíritu Santo, era una pequeña isla mezcla de pequeñas calas de roca con playas de arena blanquísima. Era una maravilla.
Sandra preparó el pescado que habíamos conseguido “a la catalana” con una receta que había encontrado en un libro. Medio frito, medio al horno, con salsita y patatas, parecía el resultado algo parecido a una zarzuela. Estuvo riquísimo y encima, aún sobró bastante para la noche.
Por la tarde, Dani desembarcó en Espíritu Santo para pelar los cocos que llevábamos desde Contadora y dejarlos como los encontraríamos en cualquier tienda en España. Podríamos haberlos pelado en el barco pero al pelarlos siempre se echaba muchas fibras y polvo y nos pareció más aseado hacerlo en las rocas. Sandra mientras tanto, se quedó a bordo cosiendo y reforzando la tela del bimini.
Al día siguiente, nos levantamos con el mar hecho un plato. Decidimos entonces irnos de excursión con La Poderosa. En concreto, nos propusimos introducirnos con nuestra auxiliar por uno de los ríos que había en la costa de la Isla del Rey.
Nos subimos a La Poderosa, cruzamos el pequeño canal que separaba la isla de Espíritu Santo de Isla del Rey y nos introdujimos por el río. Primero fuimos a motor y más tarde, ya a remos. El río apenas debía tener caudal porque estábamos en la estación seca y el agua por la que transitábamos debía ser en su mayor parte, agua salada debido a la marea alta. La verdad es que tuvimos algo de temor de que bajara la marea -de casi 5 metros- y nos dejara allí enganchados, en medio del barrizal y quizá, acompañados de algún cocodrilo de los que habitan en la zona. Cada vez el río se estrechaba más y más. Grandes árboles y manglares cubrían las orillas y los ruidos de las aves eran bastante intensos. El avance con los remos fue tranquilo y muy exótico porque de esta forma, podíamos escuchar con más detalles los sonidos que salían de la vegetación. Al final, el río se estrechó tanto y tenía tantos obstáculos de ramas caídas, que tuvimos que darnos la vuelta. Nos gustó mucho la experiencia pero es verdad que no vimos mucha fauna, en especial, ningún cocodrilo. Nos hubiera hecho mucha ilusión ver uno aunque eso sí, en la distancia.
Después de nuestra visita al río, paramos un rato en una playa de isla del Rey a dar un vistazo y recoger unos cocos. De allí, fuimos a la Isla Espíritu Santo donde desembarcamos. Rodeamos entonces la isla caminando por las rocas hasta una pequeña playa de arena blanquísima y muy fotogénica. Preciosa. Tenía la playa una frondosa vegetación en su fondo y rocas en sus extremos. Nos bañamos en sus aguas bastante cristalinas para como estaba el agua en las Perlas, y seguimos luego el paseo un poco más allá, hasta otra playa más larga y también muy bonita. De allí, ya desandamos el camino y regresamos a nuestro auxiliar el cual lo encontramos descansando muy metido en la tierra ya que la marea había bajado mucho.
Con el atardecer, empezaron los sonidos de la selva. ¡Cuánta naturaleza! Y entre ella, nos sobrevolaron varios loritos preciosos.
Nuestro siguiente fondeo fue Isla Cañas, una pequeña isla situada al lado de Isla del Rey. Al fondeo, situado al sur de Isla Cañas, llegamos arrastrándonos más que navegando. Al principio sólo hubo 7 u-8 nudos. Después, 4 nudos y aún así, seguimos navegando a vela porque el mar estaba como un plato. Íbamos lentos pero no importaba. Pero en cuanto el viento descendió a un nudo y el barco ya no avanzaba nada, decidimos poner motor. Al doblar la punta sureste de Isla Cañas vimos una tortuga enorme que se dejó ver un par de minutos mientras respiraba antes de desaparecer bajo el agua. Finalmente, llegamos al fondeo en el que estuvimos totalmente solos. Sin duda, los yates panameños no parecían llegar habitualmente más allá de la isla Chapera.
En esa travesía no conseguimos pescar. Quizá fuera que partimos un poco más tarde o que la velocidad no había sido la correcta. Ni idea.
El fondeo era bastante atractivo aunque la arena de la playa era marrón y negra cuando a nosotros nos gustaba un poco más la arena coralina que es de un blanco casi nuclear. La playa estaba rodeada por una selva muy tupida y tanto lo era, que cuando desembarcamos en la playa, no pudimos introducirnos en la maleza por ningún lado y tuvimos que permanecer en la arena. Varios árboles frutales se veían entre la vegetación y entre ellos, árboles de papaya, pero en ninguno pareció que hubieran frutos. Desde la arena y muy cerca de la orilla, vimos nadando a una enorme raya pastinaca. Vimos perfectamente sus evoluciones con su enorme cuerpo circular y plano y su larga cola en forma de aguja. Era sin duda, un espectáculo. También nos entretuvimos observando un pájaro parecido a un águila que desde una rama muy alta de un árbol, nos chillaba estrepitosamente como advirtiéndonos que nos alejáramos de su territorio.
La playa estaba totalmente desierta y lamentablemente, como es habitual en muchas playas desiertas, había una zona donde se acumulan los desperdicios que el mar depositaba. Plásticos de todo tipo se podían observar allí, chanclas, botellas, bidones, trozos de redes y cabos, boyas viejas, etc. Una pena. Pero lo que más pena nos dio fue lo que observamos estando ya en el Piropo. A lo lejos, en isla del Rey, se veían varios fuegos de considerable tamaño, estáticos y muy cerca unos de otros. No avanzaron en tamaño y estuvieron así toda la noche. Supusimos entonces que los habitantes de los pequeños poblados, se estaban dedicando a deforestar un poco la selva para tener más zona aprovechable para sus usos.
Cenamos esa noche, ente otras cosas, muchísima fruta. La gran cantidad que compramos en Panamá se estaba madurando casi toda a la vez y con nuestro afán de no tirar nada, era un poco angustiosa la situación. Lo peor sin duda era los plátanos ya que habíamos cobrado un racimo entero y enorme (sólo por 2 dólares) y aunque los compramos bastante verdes, en pocos días ya habían madurado y lo peor, todos a la vez. Tuvimos que comer los plátanos de todas formas, fritos, crudos, en compota, en bizcocho…
El día 9 hicimos la travesía que nos llevaría del sur de Isla Cañas al fondeo situado en la desembocadura del Río Cacique, ya en isla del Rey, bordeando en el camino, la Isla de San Telmo. Una isla deshabitada que está sólo ocupada por muchísimos pájaros.
Justo al bordear la Isla de San Telmo, nos topamos con un viento de 18 nudos que aunque no era de una intensidad elevada, era mucho más de lo que estaba soplando habitualmente en Panamá. Y lo más curioso era que no era un térmico más fuerte de lo habitual ya que dicha intensidad se iba a mantener varios días.
Llegamos al fondeo de Isla Cacique y fondeamos en 8 metros en pleamar, con lo que en bajamar se llegaría a 4 metros. Pese a que no estábamos a mucha profundidad, estábamos muy alejados de la orilla. El lugar era muy curioso ya que era una bahía muy cerrada y muy profunda, con relativamente altas paredes de rocas a los lados y en el fondo, estaba la playa de arena blanca. En uno de los extremos de la playa, desembocaba el Río Cacique y allí, había una cantidad enorme de pelícanos que se lanzaban en picado contra el agua buscando la comida del día. Esta bahía tan profunda proporcionaba al Piropo, un agradable abrigo.
Comimos y rápidamente, quisimos desembarcar en la playa. Avanzando con La Poderosa vimos al contraluz, lo que nos pareció la cabeza de un cocodrilo. La verdad es que estos animales nos estaban creando un poco de psicosis en Las Perlas. Todos los panameños nos decían que no había ningún problema, que nunca había habido ningún accidente y que los cocodrilos estaban en sus zonas, cercanas a aguas dulces y que, aún así, en cuanto aparecían los humanos, solían desaparecer. Todo esto nos parecía muy bien pero aún así, habíamos leído historias algo desagradables de algún navegante relacionadas con los cocodrilos y aunque se referían a otras partes del mundo, estábamos algo sugestionados. Encima, como el agua del mar estaba muy poco transparente, no conseguimos tomar un baño totalmente tranquilo desde el Piropo. En cambio, en las playas, con bastante más visibilidad, sí que nos bañábamos más tranquilamente. Pero esa tarde, estábamos seguros que habíamos visto un cocodrilo. Además, estando el Río Cacique tan cerca, proporcionando agua dulce, la cosa estaba clara. Sin embargo, no estábamos del todo seguros y decidimos desembarcar en la arena y acercarnos a la zona para explorar y ver si veíamos algún cocodrilo. Comenzamos nuestro paseo pero esta vez, con un remo cada uno. Así, si veíamos un cocodrilo corriendo hacia nosotros, teníamos algo que meterle en la boca y ganar algo de tiempo mientras salíamos corriendo (o eso nos imaginábamos nosotros). Así armados, poco a poco, fuimos acercándonos a las rocas donde habíamos visto la cabeza del cocodrilo. No se veía nada de nada. El agua además, justo al lado de la orilla, tenía tantos sedimentos que parecía como chocolate. Algo que no nos inspiraba mucha confianza. Nos acercamos un poco más a la zona donde habíamos visto la cabeza del cocodrilo y entonces lo vimos. Se movía y se sumergía periódicamente. Era un cuerpo negro y como una armadura. Pero no acabábamos de verlo bien y además, eran bastante extraños sus movimientos. Nos acercamos un poco más y empezamos a intuir que nuestros ojos y las ganas de ver a una animal de esa especie nos estaban jugando una mala pasada. Seguimos acercándonos y nuestras dudas comenzaban a aumentar todavía más. Pero nos preguntábamos que si no era un cocodrilo eso que veíamos, que podía ser que se le pareciera tanto. Al final lo descubrimos, era un extrañísimo tronco negro, con una forma muy parecida a la cabeza de un cocodrilo, que las olas hacían emerger y sumergirse en un peculiar vaivén nada periódico, ayudado por un agujero que se había formado en la arena. Si aún quedaba alguna duda, Dani fue a cogerlo y lo sacó del agua. Era un tronco. Vaya decepción. Además, nos sentíamos muy ridículos porque habíamos pasado un rato muy tenso y emocionante por un miserable tronco.
Tras la operación cocodrilo, nos fuimos a pasear por el otro extremo de la playa, por donde desembocaba el Río Cacique. La marea estaba entonces muy baja y el cauce del Río Cacique serpenteando la arena de la playa en su camino hacia el mar. El agua del río se veía bastante limpia y bajaba con cierto caudal. Más allá, el río se introducía en la isla haciendo una larguísima curva. Ya se estaba haciendo de noche pero el paseo no se interrumpió por eso, sino porque Dani se dio cuenta que había perdido el hombre al agua (el cable que permite encender el motor auxiliar y que sirve además para parar el motor inmediatamente si te caes al agua). Siempre lo llevaba colgado del bañador pero esta vez, se le había deshecho el nudo. Entonces, desandamos el camino previamente hecho siguiendo nuestras propias huellas con la esperanza de encontrarlo. Costó un poco pero al final apareció justo al lado de La Poderosa. Menos mal. Se podría haber encontrado un apaño para sustituirlo pero preferíamos tenerlo como siempre.
Desde el fondeo, vimos al oscurecer un par de veleros en el horizonte que por la hora que era y el rumbo que llevaban, no podían ir a otro lado que no fuera el continente sudamericano, seguramente Ecuador, o hacia Las Galápagos. El viento soplaba de buena dirección para irse hacia allá y sobretodo, con cierta intensidad y seguramente esos veleros, no habían querido desaprovechar la oportunidad de utilizarlo para llegar lo más al sur posible antes de encontrarse la encalmadas típicas de la zona ecuatorial. A nosotros, entonces, nos dio que pensar. Ya habíamos decidido no regresar a Ciudad de Panamá porque en el barco no había surgido ninguna reparación nueva que hacer y además, nos apetecía cuanto antes iniciar la travesía hasta Galápagos. Pero aún así, decidimos esperar un par de días más y visitar la isla de San José, el que sería nuestro último fondeo en Las Perlas.
Esa noche cenamos, entre otras cosas y como no, mucha fruta. Cada vez se maduraban más y más cosas.
El 10 de abril partimos del fondeo de Río Cacique rumbo a la próxima isla de San José. Pasamos cerca de Villa Esmeralda, un pequeño pueblo de pescadores con sus casitas de colores y sus barcas de pesca en la orilla. Continuamos navegando en dirección totalmente sur, para bordear el punto más meridional de Isla del Rey y casi el punto más sureño de todo el Archipiélago de las Perlas, la Punta Cocos.
Viendo la falta de pesca de los dos últimos días, habíamos decidido ese día cambiar nuestro señuelo blanco y rojo y estrenar un señuelo nuevo, un pececillo artificial de buen tamaño, plateado con alguna línea azul y muy real que habíamos comprado en Panamá. Esperábamos tener suerte con ese pescadito que era tan bonito y real.
Navegando cerca de Punta Cocos, localizamos un arrecife que había próximo a esa punta pero fijándonos con algo de detalle, el arrecife localizado no acababa de estar donde teóricamente debía estar por lo que empezamos a mirar extrañados con más detalle. Entonces, vimos que lo que creíamos era un arrecife a poca profundidad, era un enorme banco de peces que debían ser de considerable tamaño. El mar literalmente hervía en ese lugar y una bandada de pájaros muy nerviosos, lo sobrevolaba para ver si podían pescar algo ellos también. El presunto arrecife se nos aproximó de golpe y entonces vimos que uno de los peces del banco había picado en nuestro señuelo. La goma que tenía que amortiguar la picada de los peces y que era de cierto grosor, se estiró, se estiró y aún se estiró un poco más. Dani empezó a recoger la línea pero enseguida notó que habíamos pescado algo demasiado grande y que la línea se había roto. ¡Qué rabia! Recogimos todo y vimos que se había roto por un sitio que debía ser muy resistente, el extremo del cable de acero. Habíamos perdido el señuelo nuevo y la totalidad del cable de acero. Inmediatamente, el enorme banco de peces, revolucionado porque se creían que el señuelo era verdadero y que uno de sus compañeros había tenido éxito en la pesca, se lanzaron en tropel por la superficie del agua que estaba inmediatamente a la popa del Piropo. Entonces, pudimos apreciar qué tipos de peces eran y que tamaños tenían. Eran unos lutjánidos que ya habíamos visto buceando en arrecifes, de cola y aletas amarillas. Pero lo más sorprendente era su inmenso tamaño. Eran gigantescos. Se aproximarían a los 70 cm. Nos daba pena por nuestro señuelo nuevo tan bonito que habíamos perdido pero también, por el pez que se lo habría llevado porque imaginábamos que con todo eso colgando, no viviría mucho tiempo.
Hasta entonces habíamos tenido el viento de aleta, pero en cuanto pasamos la Punta Cocos y la rodemos, el viento nos vino totalmente de cara para ir al rumbo que necesitábamos para llegar a la Isla San José. Además, soplaba con cierta intensidad, a unos 22-23 nudos. Lógicamente, no podíamos ir a vela a rumbo directo por lo que nos tocó ir haciendo bordos y lo que iba a ser una travesía bastante corta (3 horas), casi se dobló en duración (5 horas). La parte positiva es que probamos al piloto automático en ceñida, con cierta intensidad y con algo de ola y funcionó perfectamente. Estábamos convirtiendo al Piropo en una máquina de precisión.
Ya habiendo hecho la última trasluchada que nos ponía en el bordo que debía llevarnos a nuestro destino, y bastante cerca de Isla del Rey, Sandra notó que la goma del nuevo señuelo que habíamos puesto, se había movido un poco. El señuelo en cuestión era un pulpito azul que habíamos comprado en La Gomera, en las Islas Canarias y con él que nunca habíamos pescado nada. Dani fue a recoger la línea pero no notó nada de peso. Falsa alarma. Y así estaba, recogiendo la línea, cuando vio algo gris que salía del agua y con una grandísima boca, se tragaba entero el pulpito que entonces estaba arrastrándose por la superficie del agua. Dani empezó a tirar. El pez era enorme pero aún así, no ofrecía mucha resistencia y a mano, poco a poco, pudo acercarlo gradualmente al Piropo. Finalmente, lo subió a bordo y pudimos contemplar las verdaderas dimensiones que tenía. Era enorme. Nunca habíamos pescado algo tan grande. Dudamos entonces, por el tamaño del animal, si echarlo de nuevo al agua mientras aún estuviera con vida porque no sabíamos qué hacer con tanta carne, pero cuando íbamos a echarlo al agua, vimos que por culpa del anzuelo tenía la boca bastante malherida y no estando seguros de que el pez sobreviviría en el agua, decidimos quedárnoslo porque si realmente algo nos daba pena, era matar un animal para luego no aprovecharlo. Así pues, decidimos que haríamos conservas con él.
Finalmente, después de la entretenida y larga travesía, llegamos a la Isla de San José, donde no había ningún barco en el fondeo. Esta isla, era la segunda más grande del archipiélago y era propiedad de un solo dueño. Había un hotel construido en algún punto de otra bahía y una pequeña pista de aterrizaje para los clientes del hotel. Pero por lo demás, estaba totalmente deshabitada pese a que era una isla de considerable tamaño.
Esa tarde, Sandra se pasó cuatro horas haciendo las conservas de pescado. La verdad es que era una faena laboriosa. Había que limpiar el pescado, filetearlo, trocearlo en cubitos y pasarlo por la plancha. Aparte, en otro recipiente, se freían un par de ajos y una vez fritos, se les añadía por cada dos partes de agua, una de vinagre. Se ponía entonces a hervir un rato con la piel y un poco de jugo de un limón, unas hojas de laurel y pimienta en grano. Por otro lado, se habían esterilizado los tarros de conserva hirviéndolos unos minutos. Entonces, se le añadía al escabeche preparado, el pescado frito y todo junto, se introducía caliente en los tarros de cristal hasta llenarlos casi por completo (quitando los ajos y la piel del limón). Se cerraban entonces los botes bastante bien apretados y se hervían en una olla a presión entre media hora y 45 minutos para asegurarse que las bacterias desaparecieran del todo. Durante este hervido, los botes debían protegerse entre sí y del fondo de la olla, poniendo paños de tela para que no se rompieran. Pasado el tiempo de ebullición, se sacaban los botes y se dejaban enfriar y en unos minutos, se escuchaba como se hacía el vacío por un ruido característico que hacen las tapas al contraerse. Y ya estaba listo. Mucha faena pero no se desperdicia nada del pescado y encima tenías comida preparada lista para consumirse sólo calentándola un poco. Además, dichas conservas podían aguantar varios meses. Otra cosa muy práctica para vivir en un barco. Existen claro, otras muchas recetas pero esta forma de hacer conservas, a nosotros nos había ido muy bien. El resultado de esa concreta pesca fueron cinco botes grandes de pescado que nos daría para comer y cenar cinco días además de la cena de ese día y la comida del día siguiente que no pusimos en tarros. No estaba nada mal.
Dani, mientras Sandra preparaba las conservas, se dedicó a hacer al barco los últimos preparativos para una travesía larga e instaló algunas cosas que quedaban pendientes de recolocar. Así pues, reinstaló la línea de vida, colocó sujeta en el balcón de popa una bombona de gas de las grandes y sujeto mejor la segunda ancla que ahora llevaríamos colgada también del balcón de popa.
La mañana del día siguiente la pasamos también en el barco con preparativos. Dani, ordenando mejor todo el material que teníamos en el cofre y reinstaló mejor el cabo del enrollador de la génova que se había quedado algo corto de vueltas y Sandra, mientras tanto, estuvo haciendo varias coladas.
Por la tarde, desembarcamos en la playa y dimos un larguísimo paseo. La isla tenía construidas por su interior unas carreteras de tierra para que el propietario y sus huéspedes se pasearan por ella y caminamos un pequeño trecho por una de ellas para contemplar mejor la vegetación interior. La carretera, al poco, ascendió y pudimos tener unas vistas bonitas de la bahía con el Piropo fondeado en ella. También se podía ver desde esa posición una enorme manta raya nadando por la superficie del mar muy cerca del Piropo. También vimos durante el paseo, varios simpáticos colibrís. Esos pájaros diminutos que aletean a tantísima velocidad y que en sus habituales movimientos de flor en flor parecen unas abejas grandes.
Después del paseo por el interior, regresamos y paseamos por la playa y las rocas y además de ver varias rayas pastinacas en la orilla de la playa, encontramos en las rocas, una ostra. La fauna observada del día se completó cuando nos sobrevolaron una pareja de guacamayos preciosos de unos vivos colores azules y amarillos.
Regresamos al Piropo y descargamos con el teléfono satélite, la meteorología para la travesía que pretendíamos iniciar al día siguiente. Nuestra amiga Blanca, seguía enviándonos al teléfono satélite, cada cuatro días, las meteo mediante mensajes cortos y gratuitos. Pero para planificar mejor la travesía, decidimos descargarnos un parte más concreto. Lo malo fue que a mitad descarga, la conexión se interrumpió con lo que tuvimos que volvernos a conectar y al final, la meteo nos costó casi 10 dólares en dos llamadas. Una barbaridad pero al menos, nos daba tranquilidad para la travesía. Y viendo que todo estaba correcto, decidimos continuar con nuestros planes: Al día siguiente, el 12 de abril, partiríamos para las Islas Galápagos. Teníamos muchísima ilusión de conocerlas.
En la siguiente entrada, os contaremos como nos fue la travesía a Las Galápagos.
Un abrazo.
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Oscar Gil dice:
Hola Pareja.
Os mando un cordial saludo y aprovecho para hacer una breve aportacion al blog para aquellos que vengan tras vuestra estela.
Por desgracia, en Panamá miran a los veleros como gitanos del mar y nunca nos respetan. Los navegantes autoctonos, aunque deberíamos llamarlos conductores de lanchas de contaminacion amplificada, no tienen niguna educación ambiental ni respeto por el vecino: la premisa es llegar a la isla bonita, meter el barco lo más pegado a la playa, poner en marcha la musica a toda pastilla y la BBQ a todo gas, todo ello aderezado con licor, licor y más licor.
Por suerte invaden solo los sabados y domingos de 11h a 17h.
Yo capitaneo un barco de esos porque no me queda mas remedio para ganarme la vida, e intento no entrar en ese tipo de comportamientos siempre que puedo disuadir a los propietarios. Pero no puedo evitar sentir verguenza ajena.
Cuando tengo mi tiempo libre me escapo con mi mujer en mi velero a esas mismas islas, pero siempre en dias laborales, y cuando no no me queda otra opcion que hacerlo en festivos, entonces huyo a las islas más al Sur, donde ellos no se atreven a llegar y por lo tanto son más vírgenes en flora y fauna. En ellas sobran limones, aguacates, mangos y muchas otras frutas con las que avituallarse antes de arrumbar a Galápagos, pero solo maduran cuando empiezan las lluvias, a partir de abril o mejor mayo.
Las corrientes frías que enturbian el agua traen como consecuencia positiva que los grandes pescados suben a la superficie en busca de agua mas calida y es el momento tambien de llenar la despensa antes de un viaje largo. Sin embargo, se pueden encontrar playas cristalinas en aquellos rincones donde las corrientes frías no aciertan a penetrar.
En definitiva, en cualquier epoca del año, Las Perlas tiene su encanto. Hay que aprovecharse de su naturaleza antes de que la huella humana la diezme.
Saludos y buena proa!
Alicia dice:
Me alegro de que todo haya vuelto a la normalidad y que disfrutéis de cada nuevo día con tanta intensidad , la pesca increíble y las conservas mas "que apañá que es mi niña" ser felices os lo merecéis, besos.
Ana dice:
Se os ve geniales, muchos besitos para los dos!!
iMystic dice:
La mala educación y la falta de respeto suele ser proporcional al tamaño del yate y es una epidemia que desgraciadamente se propaga y se da en lugares tan distantes como pueden ser Ibiza, Panama, o cualquier rincon con maleducados,. A parte de estos incidentes puntuales gracias por publicar que os echabamos de menos muchisimo. Os,deseamos lo mejor. iMystic.
Gregorio dice:
Bien, disfrutenlo y no olvidar a los pobres terricolas.