AVES DE BARLOVENTO Y AVES DE SOTAVENTO. Del 3 al 12 de noviembre de 2012.
Treinta y seis millas separaban Los Roques de nuestro siguiente destino, el archipiélago de Aves de Barlovento.
Salimos de la isla de Dos Mosquises, en los Roques, sobre las seis de la mañana. El sol no estaba suficientemente alto para que su luz iluminara los bajos que rodeaban Dos Mosquises pero no obstante, estábamos bastante tranquilos porque al hacer el mismo camino de salida que el que hicimos cuando entramos en Dos Mosquises, nos ayudaba el track que ya marcamos en el GPS días antes.
Respecto a la meteorología, el día estaba muy tranquilo, poco viento y muy soleado. Además, justo antes de salir, recibimos por el teléfono satélite un reciente parte meteorológico enviado en forma de mensaje por nuestra amiga Blanca. El único pero del día quizá fuese que el viento soplaba demasiado flojo. Este problema no nos afectó mientras nos mantuvimos un poco al resguardo de los Roques pero al poco, una incomodísima ola de fondo transversal meneó de lo lindo al Piropo durante toda la travesía provocando además, que en alguna ocasión, gualdrapearan las velas tanto por el movimiento de las olas como por la falta de viento. Otros dos veleros que viajaban juntos también eligieron ese día para hacer la travesía y como navegaban a relativa poca distancia por delante nuestro, vimos con un consuelo algo tonto que el meneo y los gualdrapeos no solo los estábamos sufriendo nosotros. Ellos quizá, aún los sufrían más porque navegaban sin la vela mayor. De esta forma, muy despacio y muy movidos, fuimos comiendo poco a poco millas hasta alcanzar el archipiélago de Aves de Barlovento.
El archipiélago de Aves de Barlovento se conforma de las siguientes islas y arrecifes. Por el sur, tiene una larga isla delgada que más o menos, va de este a oeste del archipiélago. Al este de esta isla, sale una larga barrera de arrecifes sumergidos de forma semicircular que alcanza, con casi total continuidad, el punto más al norte del archipiélago. Por último, el archipiélago se completa con unas pequeñas islas emergidas que se encuentran en la zona oeste del conjunto. Todo el archipiélago está deshabitado exceptuando las muchísimas aves que son las que dan nombre a las islas.
Nosotros íbamos a fondear en el norte de la isla situada al sur del archipiélago llamada, muy originalmente, Isla Sur y para ello, teníamos que rodearla entera por el sur para, tras bordear su punta oeste, fondear en las inmediaciones. Pero al acercarnos a la isla por el este, nos dieron un pequeño susto las exageradas rompientes que siempre se generan en las zonas de barlovento de las islas cuando la ola creada por el viento durante muchas millas chocan de golpe con una tierra emergida en medio de la nada. Pese a que seguíamos estando a bastante distancia de la costa y estábamos seguro de ello, las enormes rompientes que comenzaron a verse de golpe y de gran tamaño, nos dieron la impresión de que estábamos ya cerquísima. Inmediatamente cambiamos el rumbo por si acaso para comprobar que efectivamente, la costa aún estaba lejos. Aún así, observando la visión de la gran espuma generada por las enormes olas reventando contra las negros arrecifes, nos dio más tranquilidad mantener el pequeño rodeo que ya habíamos iniciado.
Debido a la falta de viento, la travesía había durado más de lo previsto y, debido al vaivén de las olas, también había sido más fatigosa de lo esperado. Así pues, en el primer fondeo posible tras bordear la punta oeste de Isla Sur, aunque no era nuestro plan inicial, tiramos el ancla detrás de otros dos veleros. Desde allí, ya visitaríamos el resto de la isla con el auxiliar.
La verdad es que nos imaginábamos que las islas estaban muy poco frecuentadas por veleros pero precisamente ese día, había siete veleros en todo el archipiélago. Éstos se fueron yendo a medida que pasaron los días hasta quedarnos solos justo nuestro último día de estancia.
El 4 de noviembre cambiamos la bandera náutica española que ondeábamos por popa y que no habíamos cambiado desde La Gomera. Lo que quedaba de la antigua daba bastante pena porque casi ya no se veía la corona azul y los colores se habían convertido casi en blanco. De esta forma, ya no se nos identificaba por lo que decidimos poner una nueva. Colocamos la segunda de las cuatro banderas que compramos al inicio de la travesía calculando que usaríamos una por año aunque creemos que, finalmente, nos quedaríamos cortos porque el sol del trópico no perdonaba.
Más tarde, nos subimos a La Poderosa con la intención de explorar un poco la isla. La parte norte de Isla Sur, tenía como unas cuatro bahías. La primera bahía, la que estábamos nosotros, tenía poca vegetación, pero a partir de entonces, en las siguientes dos bahías, la vegetación era tanta que el manglar se metía varios metros en el agua. Además, por el interior, había también árboles de buen tamaño. Era tal la densidad de árboles de todo tipo que era imposible desembarcar en ellas. Pero sin duda, lo más espectacular del lugar y por el que valía la pena visitar la isla eran los pájaros. Había cientos y cientos, quizá miles. Volaban sobre los árboles, sobre el agua y se posaban en cualquier parte. Quisimos acercarnos a los pájaros sin molestarlos y para ello apagamos el motor y fuimos a remos. Y en cuanto apagamos el motor el lugar aún cobró mayor espectacularidad. Aparecieron los típicos ruidos que siempre ponen en las películas en las que aparecen selvas. Los graznidos de las de aves eran casi ensordecedores. Craic, craic, craic… Nos quedamos flotando enganchados a un árbol caído un buen rato contemplando y escuchando lo maravilloso del lugar y viendo como los pájaros descansaban o planeaban sobre los árboles aprovechando las corrientes de aire y entonces, vimos las crías de los abundantes pájaros bobos. Unos polluelos de plumón blanco muy graciosos que permanecían en los nidos esperando a que les trajeran su comida. Parecían bolitas de algodón con pico y ojos negros. Había muchas crías diseminadas por los árboles. Estuvimos observando el lugar ayudándonos de los prismáticos que habíamos cogido para la ocasión y más tarde, nos acercamos un poco más si cabe a la costa ayudándonos de los remos metiéndonos en los pequeños recodos que el manglar creaba. Los pájaros, ni se inmutaban por nuestra presencia por lo que pudimos contemplarlos a muy poca distancia. Nos costaba comprender porque en especial en esa isla, había una población tan y tan inmensa de aves como no la habíamos visto antes. Seguramente, la ausencia de población humana y la abundancia de vegetación y pescado facilitaban la vida de estos pájaros. Para nosotros fue sin duda, una experiencia muy especial.
Más tarde, proseguimos nuestro recorrido. La siguiente bahía tenía también una gran presencia de aves pero quizá, más atenuada. Por último, llegamos a la última bahía que ya sin vegetación, no tenía aves. Sin embargo, esta bahía era bastante bonita porque era bastante profunda y su agua era de un color azul marino muy intenso mezclado con otras tonalidades de azules más claros igual de intensas. Desembarcamos en la orilla de esa bahía y dimos un corto paseo por la punta este de la isla llegando hasta donde rompía el mar contra la isla y el día anterior nos habíamos llevado un susto navegando por las inmediaciones. De regreso al Piropo, troleamos desde La Poderosa y aunque vimos y notamos un par de intentos de morder el anzuelo, no conseguimos pescar ningún pez.
Al día siguiente fuimos a bucear a un arrecife pero el lugar no nos impresionó mucho. Estaba bastante escaso tanto de coral como de peces aunque pudimos pescar unos lutjánidos apodus. Una vez que estábamos de regreso en el barco, pasó un momento Chris, un holandés que estaba fondeado en nuestra proa. Venía de recoger a un pájaro bobo que estaba totalmente moribundo y que no podía volar después de recibir el ataque de unos pájaros fragatas. Esos ataques los vimos muy usualmente. Los pájaros bobos venían con su pesca desde mar adentro y las fragatas mientras, estaban patrullando bordeando la costa y esperando a que llegaran sus víctimas. Las fragatas son unas aves mucho más grandes y rápidas que los bobos y son de color negro con unas alas de líneas rectas muy características. Una vez los pájaros bobos se acercaban a la costa y se dirigían a su nido, las fragatas les atacaban sin descanso. El pájaro bobo intentaba escaparse graznando fuertemente y dando giros aunque poco podían hacer porque las fragatas eran mucho más grandes y sobretodo, más rápidas. Las fragatas picoteaban a los bobos incluso cuando éstos, aturdidos, se estrellaban contra el mar. Y el ataque no acaba ahí sino que continuaba hasta que el pájaro bobo no soltaba el pez que llevaba en la boca. Un espectáculo bastante triste. Nosotros, ingenuos, creíamos en un principio que los ataques se limitaban a graznidos y meros sustos pero el pájaro que nos enseñó el holandés estaba realmente mal. Quizá tuviera las dos alas rotas. Pensamos que la naturaleza era bastante cruel y que los pájaros se parecían demasiado a los humanos.
El holandés nos invitó a ir por la tarde a su barco, el Elza, y hacia allí fuimos cuando llegó la hora acordada. Conocimos a su mujer, Elise; y pese al temor de una larga conversación en inglés, no nos fue tan mal y nos contaron muchas cosas interesantes. Ellos llevaban muchos años pasando largas temporadas en el barco que tenían amarrado normalmente en Curaçao y otras temporadas, las pasaban en Holanda. Nos dieron mucha información sobre Curaçao y sobre Bonaire, nuestros siguientes destinos, y nos contaron que en Aves habían muchos menos peces que los que habían sólo unos años antes. Al parecer, la sobrepesca estaba obteniendo unos resultados nefastos en el estado de la vida marina. También nos explicaron sus curiosas experiencias navegando tanto por el Orinoco como por EEUU a través de la Intracoastal Waterway, un canal de 1100 millas que va desde Miami (Florida) a Norfolk (Virginia), paralela a la costa y del que desconocíamos su existencia hasta que hacía poco lo leímos en un libro.
Mientras conversábamos, el pájaro bobo herido estaba cerca, en la cubierta. Seguía quieto aunque muy despierto, se dejaba tocar sin problemas pero no daba muestra alguna de recuperación. Daba mucha pena. Nos contaron que si al día siguiente no se recuperaba lo sacrificarían para que no sufriera. ¡Qué valor! Nosotros pensamos que de estar en su situación seguramente dejaríamos al pájaro en un árbol para ver si él, por su cuenta y por casualidad, se salvaba. Cada cual, sin duda, tenía ideas diferentes de lo que era lo mejor.
Al día siguiente por la mañana, una bocina nos despertó. Nos asomamos y vimos que el pobre pájaro bobo flotaba muerto sobre el agua y la bocina se debía a una especie de funeral, medio en broma medio en serio, que los holandeses le habían hecho al pájaro.
Tras el desayuno regresamos con La Poderosa a la zona donde había más aves. Queríamos repetir la experiencia de escucharlos porque seguramente, sería difícil en el futuro encontrar un sitio tan peculiar. Luego, tras un buen rato presenciando el espectáculo, continuamos navegando hasta que alcanzamos el largo arrecife que cubría el pequeño archipiélago de Aves de Barlovento de norte a sur. Queríamos explorar los fondos de ese largo arrecife y solo llegar nos tiramos al agua. La corriente era fortísima y difícilmente se podía avanzar. En la zona vimos alguna tortuga y muchos peces. Pescamos para comer ese día tres salmonetes, un merito y una mojarra. De regreso al Piropo con el auxiliar, tiramos de nuevo la línea. Llevábamos varios días echándola sin tener resultados positivos y queríamos saber si las modificaciones que le habíamos hecho mejoraban la cosa pero enseguida nos dimos cuenta que había sido una mala idea porque pescamos una palometa enorme. Si ya teníamos suficiente pescado para comer ese día, esa palometa iba a convertir la comida en atracón porque tirar no se iba a tirar nada. Esta última palometa era especialmente voraz no solo porque se tragó la cucharilla casi hasta el estómago sino también porque cuando la abrimos, descubrimos que tenía un pescado bastante grande en su interior bastante entero y muy asqueroso. Con la tripa llena, el animal aún había querido comer más. Sin duda, su avaricia le hizo romper el saco. Viendo este pescado convenimos que nos hacía sentir menos mal el pescar con la línea que con el arpón. Con la línea te convencías que si el pez había sido pescado era por su voracidad pero en cambio, cuando pescabas con el arpón, te daba especial pena porque veías a los peces vivos muy cerca, quietos, ingenuos, a veces mirándote y a veces escondiéndose. Una lástima pero teníamos que comer algo de proteínas.
Al día siguiente partimos de la Isla Sur. Nuestro destino era el archipiélago de Aves de Sotavento pero antes, quisimos acercarnos para, al menos, ver desde la distancia la Isla Oeste de Aves de Barlovento. El lugar parecía bonito y el fondeo, bastante amplio a diferencia de lo que uno se imaginaba mirando la carta. Aún así, decidimos continuar la navegación con el agradable viento de popa y, a unos cinco nudos de media, en dos horas estuvimos ya en el nuevo archipiélago de Aves. Entre ambos archipiélagos, entre Aves de Barlovento y Aves de Sotavento, sólo distaban diez millas.
Geográficamente, Aves de Sotavento se parecía mucho a Aves de Sotavento. Por el sur también tenía una larga y delgada isla que iba de este a oeste. En este caso no se llamaba Isla Sur sino Isla Larga o Isla Culebra tal y como le llamaban los guardacostas. También tenía un largo arrecife que con total continuidad iba desde el sur hasta la punta más al norte del archipiélago. Por último, también tenía unas islas emergidas al oeste aunque en el caso de Aves de Sotavento, las islas principales emergidas eran algunas más: Isla Palmeras, Curricai y Saki Saki.
En Aves de Sotavento, el primer fondeo lo queríamos hacer en Isla Larga y tras bordear la isla por el sur y llegar a la punta oeste, enseguida se pusieron en contacto por radio con nosotros el destacamento de guardacostas que hay en aquel lugar. Tras las preguntas de rigor nos dieron la bienvenida al archipiélago y nos comentaron que más tarde, pasarían por el barco a hacernos una inspección que hacen a todos los barcos que llegan al archipiélago.
La parte oeste de la isla era preciosa. Una larga playa de arena blanca estaba enfrente de unas aguas con poquísima profundidad con unos fondos de arena igualmente blancos. El azul turquesa era intensísimo. Pese a la belleza del lugar, no quisimos fondear delante del destacamento de guardacostas y preferimos llegar al fondeo de la Isla del Manglar. Para llegar allí no tuvimos ningún problema aunque tuvimos que estar bastante atentos porque la profundidad estaba entre tres y cuatro metros. El fondeo era solitario y bastante resguardado aunque el fondo de algas restaba un poco de belleza al sitio. A poca distancia estaba la pequeña isla totalmente cubierta de manglar que daba nombre al lugar. Sabíamos que esta isla tenía menos aves que el otro archipiélago pero nos sorprendió que allí no era que hubieran menos pájaros, es que no había ni uno. Todo se deterioraba.
Abrimos nuestra última verdura que nos quedaba aparte de las preceptivas patatas, ajos y cebollas; una enorme calabaza. Era increíble lo bien que aguantaba esta verdura. Poco a poco íbamos descubriendo verduras que se conservaban largo tiempo sin necesidad de refrigeración.
Al día siguiente por la mañana nos visitaron los guardacostas. No les pudimos ofrecer ni un café porque no nos quedaba. De todas formas, muy profesionales, no nos lo pidieron y se limitaron a rellenar un cuestionario sin entrar ni siquiera en el barco. Eran muy jovencitos y los pobres, aunque querían hacerlo bien, rellenaron el cuestionario con bastantes dudas, algo nerviosos e incluso dando la apariencia que no sabían muy bien lo que nos estaban preguntando. Les tuvimos que explicar que cuando nos pedían el número de identificación debían poner el número de pasaporte porque somos extranjeros y no teníamos su carnet de identidad. Suponíamos que les extrañaría ver extranjeros que hablaran castellano. Tras la preceptiva visita, subimos a La Poderosa para ir a dar una vuelta por las inmediaciones. La isla estaba llena de manglar que se adentraba varios metros en el agua y la costa quedaba invisible tras ese tipo de vegetación. El agua de alrededor tenía muchas tortugas que se sumergían a nuestro paso. En unos de los manglares, vimos una silla de plástico aplastada contra las raíces que la marea había traído de vete a saber dónde. Parecía bastante entera y Dani, algo basurillas, decidió cogerla para ver si quitándole las patas, podíamos hacer una asiento cómodo para la bañera. Al cogerla vimos que ya le faltaba una pata y el plástico, tan requemadísimo del sol, no iba a aguantar mucho. Pero bueno, algo hicimos y el asiento, muy cómodo, nos duraría alguna travesía mientras poco a poco, el plástico se iba resquebrajando a trozos.
Tras el reciclaje, continuamos la travesía y nos tiramos a bucear en un pequeño arrecife que, aunque pequeño, era muy bonito. Parecía una pequeña pecera con corales blandos, corales duros y helechos. Todo en muy buen estado, con colores muy vivos. El entorno coralino estaba muy habitado de peces. Sobretodo muchas crías aunque vimos varios peces ángel de buen tamaño. Tras pescar un gruñidor y un salmonete para comer y dejarlos en el barco, fuimos con La Poderosa a pasear por la zona oeste de la isla donde había muchas palmeras con cocos. Esta vez, sólo cogimos diez cocos porque aún nos quedaban un montón de nuestra cosecha de Dos Mosquises y pensamos que no era apropiado rellenar por entero al Piropo de cocos. Teníamos más que suficientes.
Al día siguiente cambiamos de fondeo. Desandamos el camino que habíamos hechos dos días antes y cuando ya estuvimos con buenas profundidades pusimos rumbo norte hacia Isla Curricai bordeando antes Isla Palmeras que también se veía bonita aunque algo menos que nuestro destino.
Curricai estaba cerca, a casi 5 millas y era una pequeña isla alargada de norte a sur. Muy cercana a ella las sondas eran de 80 metros pero rápidamente bajaba hasta conseguir profundidades fondeables bastante cerca de la costa. Tiramos el ancla finalmente en 2,6 metros tras dar con el barco una pequeña vuelta por la zona para asegurarnos que no había ningún bajo cercano. El fondeo quizá fuese el mejor que habíamos tenido en todo el viaje porque toda la cadena estaba sobre arena pero el barco en cambio, estaba justo donde empezaba el coral. De esta forma, sin dañar los corales con nuestra cadena, teníamos justo debajo del barco un impresionante buceo con muchos peces y corales fantásticos. Para conseguir la comida del día no había que irse muy lejos, sólo tirarse al agua y elegir lo que te apetecía comer ese día. Había un montón de meros aunque no demasiado grandes e incluso muchos de ellos tenían los colores que les identificaban como juveniles.
Al principio no teníamos pensado pescar porque ya estábamos un poco saturados de pescado pero viendo el panorama del fondo, nos entró apetito y pescamos dos ojos de vidrio que a Sandra le gustaban mucho.
Por la tarde estuvimos mucho rato chapoteando en la maravillosa y enorme piscina que teníamos en la popa de nuestra “casita” y por la noche, nos distrajimos identificando estrellas ya que el cielo estaba totalmente despejado.
Al día siguiente fuimos a dar un paseo por la isla. Dado el reducido tamaño de la misma dimos la vuelta completa en muy poco tiempo. Como era habitual, las zonas de barlovento siempre eran un poco más feas que las de sotavento porque las corrientes y las olas llevaban muchos desechos, naturales y artificiales. Vimos cerca de la playa dos mantas enormes que al principio, ilusionados, creíamos que estaban vivas hasta que vimos que las tripas estaban flotando a su alrededor. En la pequeña isla había los restos de un pequeño asentamiento de pescadores que estropeaba mucho el lugar porque más parecía un vertedero que otra cosa. Y por si fuera poco, cercano al lugar había un repulsivo olor a letrinas. Un asco. La verdad es que el paseo nos quitó un poco la visión de paraíso que teníamos de la isla.
Tras el rodeo a Curricai fuimos a bucear a un arrecife situado al este de la isla que estaba ubicado enfrente del asentamiento de pescadores y que no tenía ningún interés ya que estaba en bastante mal estado. Casi ni había peces. Así pues, volvimos al Piropo y a la pecera que tenía debajo. Al echarnos al agua de nuevo desde el barco, nos llevamos una sorpresa algo desagradable y es que como el viento había rolado un poquito, el Piropo estaba situado justo encima de una gran roca que distaba sólo medio metro de la quilla. Demasiado cerca. Menos mal que el mar estaba muy tranquilo y que no parecía que fuera a cambiar ya que estábamos muy resguardados por la isla. De todas formas, en los próximos fondeos, intentaríamos alejarnos un poco más de la costa.
Al día siguiente, volvimos a cambiar el fondeo y esta vez nos fuimos a Saki Saki, la isla más al norte del archipiélago. Fondeamos sin aproximarnos demasiado a la costa pero una incómoda ola nos convenció de levantar el fondeo de nuevo y aproximar el barco un poco más a la playa.
En esta isla pasamos ese día y el siguiente, nuestros dos últimos días en los archipiélagos de Aves. Era una isla muy bonita, con un interior con algún cactus, unas pocas palmeras y un pequeño faro. Su costa estaba totalmente cubierta por playa blanca y a diferencia de lo habitual, en esta isla también la costa de barlovento tenía arena y es que el anillo de arrecifes exterior del archipiélago estaba muy próximo a esa isla. En esta costa de barlovento, había un velero americano fondeado que, muy osado, tenía la popa casi sobre la arena. Podía bajarse del barco a la arena sin mojarse las rodillas. No nos imaginábamos hasta donde llegaría el barco cuando soplara mucho viento y se estirara el fondeo.
También paseamos rodeando la diminuta isla que está muy próxima a Saki Saki y en ella, vimos una especie de águila pescadora intentando pescar y muchos cangrejos enormes por todos lados.
De esta forma, terminó nuestra estancia en los archipiélagos de Aves. Al día siguiente navegaríamos hasta Bonaire, una pequeña isla perteneciente a Holanda donde encontraríamos de nuevo, después de mes y medio y para bien y para mal, algo de civilización. En nuestra siguiente entrada os contaremos nuestra estancia en la primera de las islas ABC.
Un abrazo a todos.
Eduardo Gago dice:
Boa tarde tenho acompanhado a vossa aventura. Parabéns já fiz a mesma aventura que vocês.
envidioso dice:
hola descubri esta pagina por casualidad y desde entonces estoy enganchado a ella, por curiosidad que experiencia en navegación teniais antes de empezar el viaje, lo digo por hacerme una idea de lo que necesito si algún día tengo el valor de imitaros