VENEZUELA (1ª PARTE): Travesía de La Blanquilla a Puerto de la Cruz y días de estancia en esta ciudad y Caracas. Del 26 de mayo al 24 de junio de 2012.
Después de más de seis meses fondeados sin que el Piropo hubiera tocado puerto, navegábamos ahora hacia una marina situada en Puerto de la Cruz, una ciudad al este de la Venezuela continental. Lejos quedaba la marina de La Gomera, último puerto donde habíamos recalado y del que habíamos partido el 16 de noviembre del 2011.
Pese al tiempo transcurrido, la verdad es que no echábamos nada de menos las pequeñas comodidades de la vida en el puerto como la conexión a la corriente eléctrica y al suministro de agua o el no tener que utilizar siempre el auxiliar para desembarcar en tierra. Esta falta de anhelo de esos pequeños placeres nos sorprendió un poco porque al iniciar el viaje pensamos que en algún momento echaríamos de menos el por ejemplo, poder ducharnos con agua dulce o agua caliente, pero ninguna añoranza había surgido y en cambio, nos habíamos acostumbrado perfectamente a utilizar únicamente el agua salada para bañarnos y aceptar la temperatura que para la ducha, había escogido el mar.
Salimos de La Blanquilla rumbo a Puerto de la Cruz sobre las nueve de la mañana con unas condiciones ideales para navegar a vela: sol y viento moderado.
Los 20 nudos que soplaban al principio se tornaron en 28 en lo que debía ser, quizá, la zona de aceleración de la isla y casi sin ola, navegábamos a buen ritmo con dos rizo en la mayor y la génova enrollada.
Al salir del resguardo de la isla la ola, contrariamente a lo que nos imaginábamos no creció y en cambio, el viento disminuyó a unos comodísimos 16 a 18 nudos y así se mantuvo todo el día. Así daba muchísimo gusto navegar y pasamos tranquilamente el día mientras el Piropo se acercaba poco apoco al continente sudamericano.
El único inconveniente de la navegación ese día es que debíamos navegar sin plotter ya que, como contamos en nuestra anterior entrada, el GPS de Fresita había dejado de funcionar días atrás. Así pues, ese día tendríamos que utilizar el viejo GPS que venía con el barco y que básicamente sólo daba la posición. Con esa posición, frecuentemente íbamos señalando nuestro avance en la carta electrónica e íbamos corrigiendo el rumbo a medida que veíamos un desvió en nuestra trayectoria. ¡Cómo echamos de menos a Fresita funcionando correctamente y señalándonos en todo momento la posición del Piropo en la carta!¡Y cómo nos acostumbramos a lo bueno cuando hace relativamente bien poco, los navegantes hubieran soñado por tener un GPS y navegar como nosotros lo estábamos haciendo ese día!
Esa falta de funcionamiento del GPS es el motivo de que no hayamos podido colgar la derrota de ese trayecto en la sección “Dónde estamos” de la página web y que en su lugar, sólo hayamos podido poner un itinerario aproximado creado manualmente. Sin embargo, el resto de los itinerarios que aparecen en esa sección siguen siendo por ahora, nuestras verdaderas derrotas.
Ese día, los delfines, como era habitual cuando navegábamos cercanos a la costa, nos vinieron a saludar por decenas. Algunos se quedaban en la lejanía dando saltos enormes en espiral mientras que otros se acercaban sin ninguna timidez a juguetear con la estela y la proa del Piropo.
La noche se acercaba y nosotros nos encaminábamos a una zona que nos habían advertido otros navegantes que era muy peligrosa por el riesgo de ataques de “piratas”. La zona en cuestión era la que separaba la isla de Margarita con la isla de Tortuga. Nos habían comentado que estadísticamente, habían más ataques a veleros en Venezuela que en Somalia pero pese a estas advertencias, nosotros, no estábamos demasiado preocupados porque de todos los ataques que se producían en Venezuela, los producidos en alta mar eran los menos con mucha diferencia. De todas formas, por precaución, apagamos las luces de navegación ya que al parecer, en esta zona los ataques se realizaban a través barcos menos preparados que los que se hacen en el Cuerno de África y por tanto, esperábamos que no tuvieran radar.
La noche no fue nada tranquila porque la zona estaba bastante llena de lo que debían ser pesqueros faenando y como nosotros íbamos sin luces, había que extremar aún más la vigilancia habitual.
Dormimos muy poco por turnos y seguimos avanzando a buen ritmo pero sin ningún contratiempo y antes del amanecer ya divisamos los faros que nos indicaban que estábamos acercándonos a Puerto de la Cruz. Enfrente nuestro estaban las Islas Chimanas y la Isla La Borracha, muy cercanas a nuestro destino y a través de las que tendríamos que pasar. Redujimos vela para esperar a que la luz diurna nos ayudara a orientarnos un poco mejor y justo cuando pasamos entre el Islote Morro Pelotas y la Isla La Borracha el viento cayó del todo y el poquísimo que soplaba nos venía de cara. Así pues, encendimos el motor y con él, recorrimos las apenas seis millas que nos quedaban por recorrer.
Sobrepasamos las pequeñas islas casi a la par con un gran petrolero que llevaba casi nuestra misma trayectoria y en ese preciso momento nos quedamos impresionados del cambio que se producía en las aguas ya que a partir de entonces las mismas, casi podrían calificarse como nauseabundas. Olían incluso a petróleo o aceite. Además habían muchos restos de plásticos que flotaban. Visualmente, la gran bahía no era tampoco muy atractiva porque había una gran refinería de petróleo y al resguardo de las islas, fondeados y esperando su turno, había más de una veintena de grandísimos petroleros. Se notaba que llegábamos a un país petrolero situado entre los tres primeros del mundo en reservas de crudo.
Un poco decepcionados por el ambiente, avanzamos hacia Bahía Redonda, la marina en la que nos resguardaríamos los próximos meses y donde nos amarramos en un confortable pantalán sin ningún contratiempo. El indicativo de horas del motor nos señalaba que desde el 4 de noviembre de 2011, desde Tenerife, habíamos utilizado el motor casi 120 horas. Una cantidad bastante irrisoria en nuestra opinión.
La Marina de Bahía Redonda es una marina muy recomendable porque es, de las que conocemos, la más barata de todo el Caribe (70 Bolívares el día, 5,333 euros) y sus instalaciones son muy confortables como su piscina (aunque no se use demasiado), sus limpios baños ¡con aire acondicionado!, internet en el barco vía wifi que funciona bastante mal, y una conexión eléctrica de 110 V que puedes pasar a 220 V si no conectas el cable de tierra cuando empalmas el enchufe al cable. Lo más gracioso de la marina aunque también sucede en el resto de marinas de la zona, que a sus anchas campan en las zonas de césped las iguanas. También es fácil ver en sus flores los diminutos y veloces colibrís. Una maravilla. También para la gente que le guste la vida social con otros navegantes, los miércoles organizan barbacoas donde la marina pone el carbón y las instalaciones y los asistentes un plato para compartir entre todos.
Esta marina está situada a la entrada del Complejo el Morro que es una zona donde tienen segundas residencias personas con bastante nivel adquisitivo. El complejo es una gigantesca urbanización creada con anchos canales, varias marinas, un par de centros comerciales y casas muy lujosas aunque bastante horribles para nuestro gusto ya que tienen una arquitectura muy hortera. Cada casa tiene un pequeño embarcadero donde amarran el barco que siempre suele ser una enorme motora. El velero es casi inexistente en Venezuela. El complejo de El Morro es de alto nivel pero en cambio, el estado de las agua quita cualquier atractivo por el lugar ya que están claramente muy sucias aparte de que, al parecer, las aguas naturalmente tienen una alta cantidad de algas de un color verde fosforito.
El motivo de que en Venezuela casi no exista el barco a vela es sobretodo el precio de los derivados del petróleo que son casi gratis ya que un litro de gasolina cuesta alrededor de 4 céntimos de euro. En muchas ocasiones, la propina que se lleva el empleado que sirve en la gasolinera es mayor que lo que gana el propietario de la estación. Eso sí, la venta de carburantes a extranjeros está prohibida. No obstante, sin buscarlos, siempre surgen los típicos “conseguidores” que por 0,833 euros el litro en el mejor de los casos, te traen en bidones toda la cantidad que necesites. En la marina muchos barcos debían usar este servicio porque en ocasiones, el trajín de bidones era evidente sobretodo cuando había que llenar los enormes depósitos de algunos veleros.
El precio del gas también era espectacular. Cuando salimos de Saint Martin intentamos llenar dos bombonas de camping gas azules de tres kilos porque teníamos entendido que en Venezuela no las podíamos llenar. No pudimos hacerlo entonces porque en la ciudad no tenían recambios pero menos mal porque lo que allí nos hubiera costado 17 euros por una botella, en Venezuela, nos costó el equivalente a 0,35 euros.
El cambio del dinero es algo también curioso en Venezuela. La moneda local, el Bolívar, tiene un cambio oficial por el que te dan 5,4 bolívares por un euro. Sin embargo, existe un gran interés por comprar divisas extranjeras y sin buscarlo, en cualquier parte del país te ofrecen cambio de moneda a un cambio muchísimo más ventajoso llegándose incluso a cambiar, cuando estuvimos allí, un euro por 13 Bolívares.
Nuestra primeros días de estancia en Puerto de la Cruz, hasta el 24 de junio de 2012, no los vamos a relatar porque nos imaginamos que tienen poco interés ya que nos dedicamos básicamente a realizar pequeñas tareas en el barco que en muchas ocasiones se eternizaban por el desconocimiento del lugar y porque siempre había que desplazarse a la ciudad para todo. Afortunadamente, desde la marina podías coger un “por puestos” que te llevaban directamente al centro. Este medio de transporte son simplemente coches que funcionan como autobuses. Tienen su propia línea aunque van dejando y cargando a la gente en cualquier parte. De la parada inicial no solían partir hasta que no estuvieran totalmente llenos pero dada la popularidad del transporte, eso no solía tardar mucho. Su precio era muy interesante ya que costaba 4 Bolívares (0,33 €) por trayecto. Lo más curioso de todo eran los propios vehículos que siempre eran coches americanos de los años 70, cuadrados, anchos y a los que no se les arreglaba nada que no fuera imprescindible para avanzar. Así pues, las ventanillas, las puertas, los indicadores, etc, no funcionaban. Por supuesto, no tenían aire acondicionado y casi cualquier acolchamiento de la carrocería, se había perdido con el paso de los años.
Las compras se eternizaban especialmente por una característica bastante generalizada y muy curiosa del venezolano del lugar y que lamentablemente, también tienen en otras partes del mundo. Esta característica, bienintencionada aunque bastante incómoda, es que no saben decir “no sé”. Siempre que se pregunta algo te contestan aunque en ocasiones no tengan ni idea. Cuando preguntas por algo siempre te dicen donde lo vas a encontrar y después de pegarte un buen pateo bajo el sol, en el lugar que te han indicado ni siquiera han oído hablar de lo que les pides. Al respecto, la situación más absurda se nos dio cuando fuimos con el auxiliar por primera vez al supermercado del centro comercial. Este supermercado estaba en la otra punta del Complejo el Morro y había que llegar a través de los canales. Por su ubicación al principio nos parecía que el establecimiento podía ser caro pero después, comparando, nos dimos cuenta que excepto ciertas frutas (no muchas), era más barato que el propio mercado local llegando en ocasiones a ser la mitad del precio que había en el mercado. Pues bien, saliendo de la marina hacia ese supermercado nos olvidamos de preguntar cómo se iba. La situación era sin duda un poco absurda pero creíamos que el lugar no sería demasiado grande y que preguntando a alguien por el canal llegaríamos a nuestro destino. ¡Craso error! A medida que avanzábamos lentamente por los canales empezamos a apreciar las verdaderas dimensiones del lugar. La gente que pasaba con lanchas nos miraba con curiosidad y se sorprendían de ver a dos “yanquis” con una diminuta barquita con un motor de dos caballos cuando en el lugar, el motor más pequeño de la auxiliar más pequeña tenía como mínimo 15 caballos. Les encantan los motores potentes sobretodo porque el consumo no es una circunstancia que les preocupe. Pues íbamos navegando cuando comenzamos a ver que el centro comercial no aparecía y que la cantidad de canales eran muchos. Entonces decidimos preguntar a unos obreros que estaban construyendo una casa que muy simpáticos, nos indicaron el itinerario. Al cabo de un rato volvimos a preguntar y comenzó a surgir la sorpresa porque nos daban informaciones contradictorias. Seguimos preguntando y cada uno decía una cosa. Llegó el caso que una persona nos indicó un canal que a los veinte metros no tenía salida. En fin, que descubrimos centímetro a centímetro, casi la totalidad de los canales del Complejo. El supermercado de Plaza Mayor que así se llamaba el lugar al que nos dirigíamos, estaba bastante lejos porque yendo directos sin equivocaciones tardábamos con La Poderosa 45 minutos, pero es que ese día tardamos unas dos horas y media.
Puerto de la Cruz es una ciudad bastante poco atractiva desde un punto de vista arquitectónico pero, aparte de la zona del Complejo el Morro, es una ciudad venezolana bastante prototípica. Caótica por la gran densidad de tráfico, muy animada de gente y con una población mayoritariamente joven. Era increíble la cantidad de embarazadas que se veían por la calle.
La sociedad está muy politizada incluso con debates en el autobús sobre las ventajas y desventajas de Chávez. También ayudaba que hemos estado durante los meses previos a unas elecciones. Hemos oído muchas críticas a su gestión (corrupción desmedida, beneficios especiales a los de su partido, expropiaciones sin indemnización, inseguridad, obligaciones a las empresas que impiden su viabilidad, etc) y muchas alabanzas (ayuda a los pobres, becas a estudiantes, pensiones a los jubilados, etc). Al respecto mucho no podemos opinar ya que los viajeros como nosotros, e incluso los propios ciudadanos de los países, al final sólo podemos ver un poco el envase del producto. Del contenido, lo poco que nos afecta… ¡que a veces es suficiente!
Uno de los grandes problemas de Venezuela es sin duda la inseguridad. Unos dicen que siempre ha existido y otros dicen que se ha agravado por no querer reprimirla. Pero existir, debe existir. Nosotros afortunadamente no hemos tenido problemas pero hemos tenido ciertas cautelas como no caminar solos a horas intempestivas, no ir a zonas que puedan ser problemáticas y no navegar con el velero por la costa continental Venezolana ni en las islas de Margarita hacia el este. Pero pese a que a nosotros no nos haya pasado nada, sería absurdo decir que el país es seguro porque hemos oído demasiadas historias. Una chica nos comentó que en una misma semana le habían atracado cinco veces, otro tenía una marca de bala de un tiro cuando le dijo al atracador, sólo, que su móvil era muy malo y que no valía la pena, a otro le secuestraron a un sobrino varios días, a otra una amiga, al antiguo director de la marina lo ametrallaron junto a su mujer en la puerta de la marina por denunciar a un barco sospechoso, a otros les secuestraron a punta de pistola cuando desembarcaron con el auxiliar en la playa para luego desvalijar tres veleros que habían juntos fondeados, y a un francés vecino nuestro de la marina, comprando en el mercado de la ciudad donde íbamos habitualmente y que siempre estaba llenísimo de gente, le hicieron perder el sentido de un golpe en la cabeza para desvalijarle delante de todos y sin que la gente hiciera nada para ayudarle. Lo peor del problema no es la inseguridad en sí, sino la situación de casi esquizofrenia que genera en la población y que es muy contagiosa con situaciones absurdas como cuando subidos en un autobús en un viaje nocturno casi todos los pasajeros se pusieron a gritar al conductor para que no dejara pasar un vehículo que le había pedido paso no fuera a ser que luego cruzara el coche en la carretera y nos atracara a todos. Y poco tiempo después, en ese mismo autobús, le pidieron al conductor al ver un coche parado en el arcén, que acelerara a toda velocidad. En caracas, casi el cien por cien de las personas con las que hablábamos nos decían que tuviéramos mucho cuidado y que no consultáramos mapas ya que nos identificarían aún más como extranjeros. La inseguridad hace que todo esté enrejado, las puertas, los aires acondicionados y las ventanas, independientemente del piso en el que estén y del posible acceso que se tenga a ellas. Las casas unifamiliares tienen siempre vallas electrificadas y también alambres de espino. En la marina, además de la valla electrificada, existen guardias todo el día y por la noche, estos mismos guardias llevan escopetas recortadas. Y casi todos los policías por la calle visten con chalecos antibalas. Vamos, un ambiente encantador.
Y continuando siendo desagradable y comentando las cosas negativas de Venezuela, contaremos una muy sorprendente y que nos sacaba un poco de quicio: muchas de las mujeres venezolanas que trabajaban atendiendo al público. Los hombres suelen ser muy habladores y simpáticos pero las mujeres, en cambio y bastante frecuentemente, no conocen la sonrisa, no conocen los saludos ni las despedidas, no conocen más allá de los monosílabos y la mayoría de las veces, mientras te hablan, ni siquiera te miran a los ojos ya que están ocupadas escribiendo en el móvil. También buscan cualquier excusa para escaquearse con unos escuetísimos, “estoy ocupada”, “no tenemos”, “no hay” sin añadir nada más y dejándote con cara de tonto allí parado. Lo peor es cuando llegas a un establecimiento, saludas, nadie contesta, y no sabes a quien dirigirte porque nadie pregunta “¿qué desea?”.
Por lo demás, aparte de las cosas negativas que hemos comentado, Venezuela tiene muchas más cosas positivas, la gente suele ser muy simpática, la comida es buena, y sobre todo, tiene unos espectaculares zonas naturales como descubrimos en nuestros viaje por el interior del país y que os contaremos en nuestras siguientes entradas.
Nuestra primeros días de estancia en Puerto de la Cruz se dedicó a visitar lo poco que tiene la ciudad y a realizar arreglos varios y a prepararnos ya para la siguiente temporada de navegación que nos habría de llevar, si todo va bien, por las islas Venezolanas del sur del Caribe, las islas ABC, Colombia, Panamá y…(¡El Pacífico!).
Las primeras semanas en la marina coincidimos con Johan y Silvia del Alea y con Julio y Maribel del Cibeles con los que habíamos coincidido días antes en La Blanquilla. Casi todos los días, sobre las cinco de la tarde, era la hora de ir a un bar que estaba muy cercano a la marina y en el que únicamente tenían cerveza por lo que Dani, al que no le gusta la cerveza, y Julio porque lo prefería, se acercaban a un colmado cercano y se compraban una malta que luego se tomaban en el bar.
Tanto los Alea como los Cibeles nos ayudaron y nos dieron ideas para ciertos arreglos y mejoras. Por una parte y sin pedírselo, Julio nos arregló definitivamente el problema de la escota de la mayor que había surgido en nuestra travesía desde Saint Martin. Johan por su parte, no enseñó a conseguir un voltaje de 220 V de las torres de suministro eléctrico de la marina además de orientarnos con todo lujo de detalles a adaptar una botella de gas venezolano a nuestras necesidades futuras de gas. Precisamente hablando con ellos nos enteramos que nuestras botellas de camping gas que creíamos que eran internacionales sólo servían en Europa y el Caribe pero a partir de ahora, sólo encontraríamos suministros de gas para el sistema americano. En Venezuela se podía adquirir por un precio de unos treinta euros al cambio, una botella de gas de fibra de vidrio que en otra parte podía llegar a valer 300 euros. El único inconveniente de estas botellas es que tenían un grifo con sistema venezolano que había que cambiar por el sistema americano. A nosotros eso de cambiar grifos a una botella de gas no sonaba un poco… explosivo, pero Johan nos aconsejó como hacerlo y cómo adaptar la canalización del barco para que pudiera conectar tanto las bombonas de camping gas como la bombona de boca americana que tendríamos ahora. Con todas ellas, unos 18 kilos de gas, esperábamos tener suficiente para las grandes escaseces de suministro que suponíamos íbamos a tener en el Pacífico.
Aparte de la adaptación del sistema de gas a la nueva botella con los consecuentes viajes buscando la bombona, la recarga, los tubos, los empalmes, los grifos, etc, empleamos los días intentando encontrar un sistema adecuado para estibar algunos bidones más de gasoil de los que ya teníamos. El Pacífico iba a ser largo y el cofre del Piropo aún daba de sí pero había un problema, tanto el cofre como el depósito de gasoil están en el mismo costado y si se cargaba mucho el cofre con bidones, la inclinación del barco empezaba a ser exagerada. De alguna forma teníamos que conseguir poner los grandes pesos en el lado de estribor del barco. La forma más evidente era estibar los bidones en cubierta enganchados a una tabla larga que a su vez estuviera sujeta a los candeleros. Esta forma era la que utilizaban la mayoría de barcos pero a nosotros nos asaltaban dudas de si nuestro barco sería adecuado tanto por su tamaño como por su relativa poca altura y sobretodo, porque desconocíamos la resistencia de los candeleros para tanto peso y los mismos no se podían reforzar sin desmontar parte de la carpintería interior. Así pues, finalmente decidimos montar una especie de estructura muy resistente a base de tablas de teka que iría colgada del balcón de popa por su parte de estribor. No cabrían muchos bidones, apenas cuatro más, pero sólo con cien litros adicionales, el económico motor del Piropo tendría para muchísimas millas más. Tras el montaje, la estructura de teka quizá no quedó muy estética pero resultó resistente ya que aguantaba sin movimientos el peso de Dani subido encima.
Al lado de esta sencilla estructura, estibamos la botella de gas venezolano en cuyo tubo montamos una llave de paso y al final del mismo, una conexión en forma de T cuyas salidas daban al circuito de gas del barco por un lado y a la bombona de camping gas por el otro. De esta forma, sin desmontar nada, podríamos elegir la bombona de la que queríamos el gas.
Además de estas mejoras, los días transcurrieron haciendo muchas tareas grandes y pequeñas. Pusimos la página web al día ordenando fotos y haciendo videos, limpiamos toda la ropa que teníamos porque había cogido humedad, estuvimos buscando por todos lados bidones de gasoil adecuados y económicos, arreglamos el origen de un oxido que surgía en proa debido a una casi imperceptible grieta que había salido a la luz de posición, instalamos un rollo para estibar mejor el cabo del hombre al agua, sellamos mejor los portillos, echamos vaselina a todas las gomas para su mejor mantenimiento, buscamos agua destilada para revisar los niveles del agua de las baterías, revisamos los ánodos del motor, arreglamos la funda de la mayor, etc.
Durante estos días conocimos en la marina a algunos vecinos, como Esteban, un simpático navegante argentino y Walter y sus hijos Daniel y Kevin, del velero Katouska, que ya habían dado una vuelta al mundo y nos dieron muchas informaciones interesantes. Pero sobretodo, conocimos a Bernabé Melero y su mujer Mary, del velero Voodoo, unos españoles que llevaban muchos años viviendo en Venezuela y que nos resultaron muy simpáticos. Siempre estaban dispuestos a ayudarnos y Bernabé, siempre nos llevaba de aquí para allá en su coche y fue el que nos proporcionó casi todo el material para realizar el soporte de los bidones de gasoil, tanto las tablas de teka como los tornillos, tuercas y arandelas de acero inoxidable que eran difíciles de encontrar de buena calidad en Venezuela. Bernabé veía casi inconcebible que viviéramos sin nevera y siempre que nos invitaba a cenar o a tomar algo en algún sitio, hecho que resultaba bastante frecuente, siempre se negaba a que pagáramos pese a nuestras protestas y comentaba con simpatía que lo que nos ahorrábamos, lo destináramos a la nevera.
Entre estos días que relatamos en esta entrada, hicimos una pequeña excursión para visitar la capital del país, Caracas.
El día 3 de junio nos levantamos a las cinco de la mañana para coger un taxi que nos llevaría a la estación de autobuses donde salía una compañía que a igual precio que las otras, al parecer eran más confortables. Lo más curioso de la mayoría de autobuses venezolanos de larga distancia es que siempre llevan cerradas las cortinas, hecho que para nosotros es bastante desagradable porque no te deja ver el paisaje. No obstante, siempre hacíamos un pequeño hueco entre ellas como vimos que hacían otros pasajeros. Cuando preguntas el motivo de tanta cortina todo el mundo dice que es por seguridad cosa que puede ser cierta porque en otro autobús nocturno el conductor nos comentó que cerráramos las cortinas porque en ocasiones, en uno de los barrios por los que pasábamos, tiraban piedras a los cristales.
Otra característica bastante generalizada de los autobuses era que la temperatura era gélida por lo fuerte que ponen el aire acondicionado. La gente lleva mantas y ropa de abrigo cuando por la noche puedes pasearte tranquilamente de manga corta. A nosotros nos habían advertido pero si no lo sabías, cogías una pulmonía fijo.
El paisaje que vimos por el pequeño hueco que dejaba la cortina nos sorprendió porque nos pareció que había bastante vegetación. Nos lo imaginábamos mucho más seco al estilo de La Blanquilla. Tras la parada preceptiva para comer unas arepas (pequeña torta de maíz asada con distintos rellenos) y reanudar el viaje, el autobús llegó a Caracas después de 5 horas de trayecto.
Las afueras de Caracas impactaban ya que las casas estaban construidas únicamente de ladrillos y se agolpaban unas sobre otras aprovechando cada pequeño hueco que había en la colina. Lo más sorprendente de todo era que pese a que era evidente que allí sólo podía vivir gente humilde, también esas casas estaban enrejadas de arriba abajo.
Una vez desembarcados del autobús, con las indicaciones muy amables de una pasajera que nos repitió cuatro veces los mismo, llegamos a la boca del metro (3 Bolívares-0,25 euros), y con él llegamos al barrio de Sabana Grande que era donde vimos que podríamos encontrar un hostal barato que no fuera de los dedicados a arrendar por horas.
El hostal nos costó un poco encontrarlo y por ello pedimos a otra señora que nos indicara. La señora al principio puso cara de pavor cuando nos dirigimos a ella pero luego se relajó y nos indicó muy amablemente y finalizó advirtiéndonos que tuviéramos mucho cuidado con los atracos. Sin duda, el miedo en la calle era evidente. Dejamos los trastos en el hostal que era bastante horrible y lleno de humedades pero bastante barato ya que la habitación valía 12,5 euros al cambio, y nos dispusimos a visitar la ciudad. Cogimos el metro de nuevo y nos dirigimos al centro de la ciudad que estaba muy animada.
Visitamos la Plaza Bolívar que es como se llaman a todas las plazas centrales de todos los pueblos y ciudades de Venezuela, la catedral que estaba cerrada y sin horario de acceso, la Asamblea Nacional que tampoco es visitable excepto un día cada quince días y luego ya fuimos a comer porque estábamos sedientos a pesar del clima menos caluroso de Caracas debido a su altura. Por la tarde caminamos por la pequeña zona colonial de la ciudad visitando el Museo Bolívariano que no es nada interesante salvo que seas un mitómano de las figuras históricas y en concreto, de Simón Bolívar. En dicho museo por ejemplo, podías contemplar las medias de Simón Bolívar y su maquinilla de afeitar. También describían con mucho detalle cómo era su personalidad y como organizó sus batallas contra los españoles mencionando bastante someramente, la imprescindible ayuda que recibieron de los ingleses. Más tarde, no pudimos entrar en la casa natal de Bolívar que estaba al lado porque ya estaba cerrada y con todos los museos cerrados (que por cierto, son todos gratis) y el casco antiguo visitado, regresamos a la Plaza Bolívar donde hacía un concierto una banda de música. El acto lo organizaba las juventudes del partido de Hugo Chávez y el ambiente estaba muy animado de familias que pasaban la tarde. Nos sentamos en un banco a contemplar el ambiente y nos distrajimos viendo como un par de policías se encargaban de quitar a las personas que, para escuchar el concierto, se les ocurría sentarse y profanar los dos primeros escaloncitos de la enorme estatua de Simón Bolívar que no estaban vallados de ninguna forma. Luego nos sorprendimos que los organizadores repartían lo que parecían unos cuantos sándwiches pero que en realidad eran unos cuantos trozos de pan de molde envueltos en papel de plata. Sentados en el banco se nos sentó un viejito al lado que se puso a charlar con nosotros. Le sorprendió mucho lo bien que hablábamos español pese a que le dijimos varias veces que veníamos de España y que en España se hablaba español como en Venezuela. Luego, nos contó las maravillas del gobierno de Venezuela, que daba pensión a los jubilados, que daban becas a los estudiantes sólo por estudiar, que daban dinero a las familias por tener hijos, etc. Tras la conversación y viendo que comenzaba a oscurecer, siguiendo los consejos de la gente decidimos irnos al hotel. En él dejamos las cosas de valor y salimos a cenar algo por el Boulevard de Sabana Grande que pese a que nos habían dicho que era peligroso, encontramos una calle animadísima de familias que te quitaban cualquier posible miedo.
Al día siguiente volvimos al centro ya que queríamos subir al presunto mirador de la Torre Oeste del que hablaba nuestra guía. La Torre Oeste, junto a la gemela Torre Este, ambas con 221 metros y construidas en 1979, habían sido durante más de 20 años los edificios más altos de Sudamérica y Centroamérica y seguían siendo los edificios más altos de Caracas con 61 pisos. La Torre Oeste parecía dedicada en apariencia exclusivamente a la innumerable burocracia de los estados modernos. Pero aquí, la burocracia llegaba a extremos superiores. Nos dirigimos primero al lugar que nos indicaba nuestra guía como adecuado para visitar el mirador, la oficina de seguridad, para comentar que queríamos visitarlo. Tras poner una cara rara nos explicaron que para ello había que rellenar en primer lugar una solicitud para lo que nos facilitaron un papel blanco y un bolígrafo. Tras rellenarlo, había que subir a que firmara la autorización la directora de todo el complejo que nos imaginábamos tendría alguna cosa más que hacer que firmarnos esa solicitud. Para llegar a ella había que pasar un control de seguridad con varias personas, dar nuestros datos, colgarse la etiquetita de rigor, esperar a algunos de los múltiples ascensores con un ascensorista cada uno y subir a la planta correspondiente, hablar con el que atendía la planta y que nos dirigió a la secretaria personal de la directora. Esta poca simpática mujer nos informó que la directora todavía no había llegado y que no sabía cuando iba a llegar y que intentáramos por la tarde. Le dijimos que nosotros por la tarde no podíamos volver y nos comentó que era imposible hacer nada ya que sólo la directora podía firmar la autorización. Bajamos entonces por el ascensor, pasamos el control de seguridad y en ese lugar nos dijeron que volviéramos a preguntar en la oficina de seguridad. Nuestro interés por la visita no era mucho pero llegados a ese punto queríamos comprobar hasta donde podíamos llegar. Allí, la administrativa que nos atendió antes, se puso en plan directora y nos dio su autorización, llamó a un guardia de seguridad que tras un montón de rato llamó a otro guardia de seguridad que fue el que finalmente nos acompañaría como una sombra por la curiosa visita. Finalmente, el presunto mirador no existía y lo único que había era un helipuerto con muchas antenas. El acceso a él no era muy sencillo y había que abrir varias puertas e incluso un techo corredizo. Pero al final, después de todo, llegamos arriba y admitimos que las gestiones habían valido muchísimo la pena porque las vistas de la ciudad eran impresionantes desde esa altura. Caracas se veía como una olla cuyos bordes estaban formados por las colinas repletas de barriadas de chabolas amontonadas en las empinadas laderas y construidas exclusivamente de ladrillo. El centro de la olla lo conformaban los altísimos edificios hechos en el apogeo económico del país. Y dado que el guardia de seguridad estaba por allí acompañándonos, aprovechamos y le hicimos muchas preguntas e incluso le pedimos que nos hiciera fotos.
Tras la visita, nos dirigimos al Museo de Arte Contemporáneo que al parecer era el museo más valioso del país y cuya entrada era gratuita. Algunas salas eran demasiado contemporáneas para nuestro conocimiento con videos e imágenes extrañas, pero tenía una sala dedicada a Picasso formada exclusivamente por muchos dibujos realizados a lápiz por el artista. Éramos los únicos visitantes del museo y estando precisamente en esa sala saltó una alarma. Un guardia vino a ver y muy simpático, nos empezó a contar que era la sala más vigilada del museo.
Y tras la visita al museo de arte contemporáneo y regresar al hotel a por nuestros trastos, finalizó nuestra visita por Caracas.
En nuestras siguientes entradas os contaremos el resto de visitas por Venezuela que nos han encantado.
Un saludo.
Ana Perez dice:
La mejor compañía muy formal, una buenísima elección si tienes inconvenientes con aire acondicionad. Son sinceros por qué no intentan cobrarte mucho de emergencias si no es algo urgente, y te explican bien las opciones alternativas que hay. Rápidos, eficaces y además de esto simpáticos y buena gente! Muy aconsejables
Emma dice:
Hola, voy siguiendo vuestro viaje cuando me entero, por casualidad, de que hay una actualización. ¿Por qué no incorporaís al blog la posibilidad de seguirlo por email o por Rss? Buenos vientos y buena proa