Sigue el viaje del velero Piropo, con sus tripulantes Dani y Sandra, en su pretendido deseo de dar la vuelta al mundo por los trópicos.

PETIT SAINT VINCENT y PETIT MARTINIQUE:Travesías de Union a Petit Saint Vincent, días de estancia en esta isla y visita a Petit Martinique. Del 6 al 10 de febrero de 2012.

Nos levantamos el día 6 de febrero de 2012 con la idea de navegar hasta la cercana isla de Petit Saint Vincent, la última Granadina que pertenece a San Vicente. A partir de allí, las dos islas granadinas que quedaban, Petit Martinique y Carriacou, pertenecían ya a Granada.

 

Hasta esa misma mañana, todavía habíamos tenido al barco canadiense encima de nuestra ancla por lo que teníamos previsto acercarnos a él después del desayuno para pedirle que se apartara. Afortunadamente, mientras desayunábamos, él decidió partir también por lo que nos ahorramos la visita. Así pues, sólo teníamos que recoger a La Poderosa e irnos.

 

Recogiendo la cadena sucedió un pequeño accidente que pudo ser muy grave. A veces, y en ocasiones con mucha frecuencia, la cadena no se desencaja bien del molinete y se enrolla de forma que los botones tienes que accionarlos al revés para colocarla de nuevo en su sitio. Subir para bajar y bajar para subir. Dani se despistó y al seguir apretando el mismo botón con la mano en la cadena, se le quedó esta atrapada entre la propia cadena y las muescas del molinete. La situación duró un instante porque decidió seguir apretando el botón para liberar la mano por el otro lado pero cuando su mano quedó totalmente liberada la imagen que ofrecía daba bastante pena. La mano estaba mojada, inflada, blanca, magullada, sangrante y muy insensible. Dani estaba convencido de que se había roto los cuatro dedos. Empezó a mover de uno en uno los dedos pero estos iban respondiendo. Sólo le quedaba el meñique que era el que más le dolía y estaba convencido de que ese sí estaba roto, pero no, también respondió aunque con mucho dolor. Dani ya había tenido varias experiencias rompiéndose dedos cuando era niño o adolescente y se sorprendió que esta vez aguantaran perfectamente mientras que otras veces se rompen casi con nada. Menos mal. Todo quedó en un susto. En parte la suerte jugó a favor porque la cadena estaba un poco en tensión pero no del todo. No sabíamos que hubiera pasado si en ese momento una racha de aire hubiera tirado más de lo normal del barco. Mientras Sandra, al timón, no se enteró de nada y simplemente pensaba que la operación de recogida del ancla estaba durando un poco más de lo normal. Al final, Dani le indicó que ya tenían el ancla totalmente subida y que ya nos podíamos dirigir hacia Petit Saint Vincent.

 

Emprendimos entonces la pequeña travesía. Navegábamos con viento entre través y ceñida de 15 a 20 nudos muy cómodo. Era un buen día, muy soleado. Vigilamos el arrecife de Grande de Coi saliendo de Union que estaba bien señalizado y al poco rato, tuvimos que hacer lo mismo con los arrecifes que bordean Petit Saint Vincent. Estos últimos arrecifes emergen en dos puntos formando las diminutas islas de Pinese y Mopion, la denominada isla sombrilla porque hay situado en ella una sobredimensionada sombrilla de paja que, sobre la diminuta y redonda isla de arena blanca, crea una imagen muy peculiar que se utiliza en muchas postales y guías que tratan sobre Las Granadinas.

 

Petit Saint Vincent es una isla privada que también se le denomina con la abreviación PSV. Está íntegramente ocupada por un hotel de lujo que al parecer, es el mejor de todas Las Granadinas. Sus bungalows son tan íntimos que los clientes se comunican con el personal con un sistema de banderas. ¡Cómo gustan esas chorraditas a la gente!

 

Nosotros habíamos decidido visitarla especialmente por otra chorradita, conocer la pequeña isla de Mopion que, aunque sólo tenía una sombrilla tal y como hemos comentado, nos apetecía verla ya que salía en cualquier imagen turística de Las Granadinas. De paso, la pequeña desviación hacia el este nos permitiría conocer la menos atrayente isla de Petit Martinique que se sitúa muy cerca de PSV al sur. Tan cerca, que fondeados en Petit Saint Vincent podíamos visitarla con el auxiliar.

 

Tras cruzar el relativamente estrecho paso que dejaban las pequeñas islas de Mopion y Pinese, alcanzamos la playa de Petit Saint Vincent donde dejamos caer el ancla en 4 metros de sonda aunque finalmente nos quedamos en 10 porque el fondo tenía mucho desnivel. Inmediatamente después, nos tiramos a bucear para ver cómo quedaba el ancla y la vimos perfectamente clavada en el fondo. No había nada alrededor, sólo arena.

 

Por la tarde, aprovechamos la estancia para que Sandra le cortara el pelo a Dani que ya empezaba a parecerse a Farruquito.

 

Al día siguiente nos subimos a La Poderosa con todos los trastos de buceo, aletas, tubo, gafas y trajes para dirigirnos a la parte Atlántica de la isla que, rodeada por arrecifes, estaba muy solitaria y creíamos que podríamos encontrar bonitos fondos para observar buceando. Tiramos el ancla sobre arena en un sitio donde veíamos arrecifes bastante cercanos y el ancla sujeto a La Poderosa perfectamente. Era la primera vez que la utilizábamos.

 

Los arrecifes estaban bien ya que contenían grandes cabezas de coral aisladas entre sí por un fondo arenoso lleno de grandes algas gruesas de las que se parecen a peinetas. Los peces no eran muy abundantes: algún cirujano, peces “cebra”, un pez globo, pequeñitos de colores… ninguno que no hubiéramos visto. Lo más bonito fue ver una tortuguita marina que en cuanto nos vio, salió pitando. La verdad es que Tobago Cays nos había hecho mucho daño porque ahora era difícil encontrar una zona tan exuberante de animales y corales. No obstante, aprovechamos también el buceo para coger una de las grandes caracolas rosadas de las que aquí se pescan indiscriminadamente formando enormes montañas en las costas. El nombre de estas caracolas es lambi aunque en Internet nos dio la impresión que también se llamaban botutos.

 

Pese a que el lugar de buceo estaba protegido por una barrera de arrecifes, había algo de oleaje y la corriente era bastante fuerte por lo que nos cansamos relativamente pronto. A la media horita ya estábamos subiendo a La Poderosa y como era pronto, decidimos seguir bordeando la isla con el auxiliar y acercarnos hasta Mopion que no estaba muy lejos. Teníamos previsto hacer esa visita al día siguiente pero como el buceo había durado menos de lo previsto, nos daba tiempo para llegar ese mismo día. Lo malo del cambio de plan es que no llevábamos mucha gasolina y temíamos que alargando la excursión nos lleváramos una sorpresa desagradable si nos quedábamos sin combustible ya que nos tocaría luego remar como locos contra la corriente.

 

A la habitual velocidad de tortuga de La Poderosa, poco a poco fuimos avanzando hacia Mopion. Mientras, veíamos la costa norte de la isla de Petit San Vincent que era muy bonita, con cocoteros y amplias playas de arena blanca. Entre la vegetación, se veían los pequeños bungalows del hotel. A medida que nos acercábamos a Mopion veíamos unos nubarrones oscuros que se acercaban por el horizonte. Los sevillanos con los que nos cruzamos en Union nos advirtieron que había un pronóstico de mal tiempo de un par de días y temíamos que en cualquier momento empezara a llover, pero esperábamos al menos que comenzara cuando ya estuviéramos en el barco y no subidos en La Poderosa en medio de la nada.

 

Llegamos a Mopion y afortunadamente, en ese momento no había nadie. Teníamos la diminuta isla para nosotros solos. La isla era como las típicas islas desiertas que dibujan los niños pero en vez de una palmera, había una sombrilla. En ella sólo emergía del agua una pequeña cantidad de arena blanca y nada más. Aunque la isla era muy curiosa, no permanecimos mucho allí porque las amenazantes nubes no nos daban mucha tranquilidad así que, hicimos unas cuantas fotos e iniciamos el camino de regreso.

 

El regreso fue mucho más lento porque la corriente y el viento nos venían de cara. Afortunadamente, el tiempo se mantuvo nublado y tuvimos gasolina suficiente para llegar sin tener que remar. Llegamos por fin al Piropo después de haber rodeado por completo la isla de Petit Saint Vincent y visitar la isla de Mopion.

 

Para comer nos zampamos el lambi. Abrirlo nos costó lo suyo porque evidentemente, nos faltaba bastante práctica, pero con paciencia lo conseguimos. En primer lugar hay que hacerle una hendidura a la concha en un punto concreto para cortar la parte que sujeta al animal del fondo de la concha. Nosotros sabíamos donde hacerle la hendidura porque observamos que en todas las montañas de lambis de las costas, todas las caracolas tenían el agujero en el mismo sitio. No obstante, la concha es tan y tan dura, que hacerle el agujerito con un destornillador y un martillo costó lo suyo. En segundo lugar, tras haberle hecho la hendidura, se saca el animal de la concha de igual forma como se comen en España los caracoles de mar con la única diferencia que este caracol, era muchísimo más grande. Estas operaciones se hacen con el lambi todavía crudo. Ya con el animal extraído, se puede cocinar al parecer de muy diversas formas pero nosotros lo hicimos de la única forma que no se debía, a la plancha. De sabor quedó muy bueno porque recordaba vagamente al calamar pero la textura no fue tan agradable porque estaba bastante duro. Aún así, nos lo comimos íntegramente y disfrutamos mucho con la experiencia. A la próxima lo cocinaríamos de otra forma para que quedara más blandito.

 

La tarde la pasamos íntegramente en la bañera y entreteniéndonos en los follones que se montaban al fondear ya que casi cada vez que venía a fondear un barco, pese a que había muchísimo espacio a un poco más de profundidad, siempre se situaban demasiado pegados a alguien. A una catamarán bastante grande otro catamarán le fondeo a tres metros de su proa (hay una foto más abajo). Se podían ver mutuamente ya no sólo el blanco de los ojos, sino incluso las venitas. Nos sorprendió que el de atrás no dijera absolutamente nada y que se le viera tan pancho. Pero la procesión debía ir por dentro porque al cabo de unas horas, estando dentro de la bañera, oímos unos gritos. Nos asomamos y vimos con sorpresa que ambos barcos estaba proa con proa a poquísima distancia. A punto de chocarse. El barco que había fondeado antes se estaba yendo y el otro, en vez de levantar el fondeo, había tirado simplemente hacia delante y la corriente le había movido de una forma que se había girado totalmente. La señora del barco que se iba estaba haciendo cortes de mangas al barco que se quedaba. Que maravilloso ambiente. El Caribe también es esto, fondeos que, lamentablemente bastante a menudo, estaban abarrotados de barcos.

 

A nosotros también nos tocó lo nuestro. Un danés vino a fondear encima de nuestra ancla y se quedó bastante cerca de nuestro barco. Al poco se nos acercó y nos preguntó que cuando nos íbamos, pregunta que siempre es muy difícil de contestar porque depende de muchísimas cosas. Como no lo sabíamos, le dijimos una de las posibilidades que teníamos en mente aunque no estábamos seguros: al día siguiente. De esta forma a ver si se animaba y se iba a otro sitio pero no, la idea no tuvo éxito porque entonces nos preguntó a qué hora.

 

En nuestro rato de cotilleo en la bañera, también vimos fondear a los franceses “del orinque”. Es decir, a los que habían dejado su boya de orinque golpeando nuestro auxiliar en Mayreau y que después nos volvimos a encontrar en Union. Acercándose en la distancia ya los reconocimos porque por encima de la capota antirrociones asomaba el característico pelo de la mujer. Dani la llamaba la del matojo rojo. De todas formas, eran muy simpáticos. Al poco de fondear, se nos acercaron con su auxiliar y nos preguntaron si se podía bucear en algún sitio. Les comentamos dónde habíamos ido nosotros pero al cabo de un rato volvieron y nos dijeron que la corriente era muy fuerte y que no se podía. Nosotros, al poco, también decidimos probar a bucear en un arrecife que había cercano para ver si encontrábamos alguna “lobster” para cenar. En el arrecife había una pequeña boya y en ella amarramos a La Poderosa, pero en cuento nos tiramos al agua vimos que la boya simplemente señalizaba una caja de las que sirven para pescar langostas y como no era cuestión de llevarnos arrastras el artilugio, decidimos tirar nuestra propia ancla un poco más allá. La corriente efectivamente era impresionante. La auxiliar parecía que estaba en marcha de la larga estela que se formaba en la popa debido a la corriente. Dani fue nadando con aletas para ver como había cogido el ancla y nadando a buen ritmo a duras penas consiguió ponerse en la vertical de la misma. Y todo lo que había avanzado con esfuerzo, lo perdía en un instante cuando se dejaba arrastrar por la corriente. Así era imposible bucear por lo que decidimos volvernos al Piropo. Un éxito de buceo aunque total, ya quedaba poco para que oscureciera.

 

Esa noche empezó a llover y casi no paró ni en esa noche, ni en todo el día siguiente. El día 8 de febrero pues, lo pasamos en el barco. Avisamos al danés que no nos íbamos para que estuviera un poco tranquilo ya que se le veía que nos vigilaba por si tenía que mover el barco y nos sabía mal. Y en un respiro que dejó la lluvia por la mañana, nos acercamos nadando a la playa de PSV pero como ya nos imaginábamos, había muy poco juego para pasear por allí ya que la mayor parte de la costa de la isla estaba reservada para los clientes del hotel. Regresamos pues al barco y al poco de subirnos, empezó de nuevo a diluviar y aprovechamos entonces para ducharnos con agua dulce.

 

Por la tarde, como no paró de llover, tuvimos que permanecer encerrados en el barco. Que drama. La pasamos leyendo, viendo un par de pelis y comiendo crepes de limón.

 

Al día siguiente, el tiempo seguía nublado y seguía amenazando lluvia pero decidimos arriesgarnos, coger el auxiliar y visitar la cercana isla de Petit Martinique. Antes no obstante, avisamos de nuevo al danés de que ese día tampoco nos íbamos.

 

Como ya hemos comentado al principio, Petit Martinique pertenece a Granada y nuestra excursión evidenciaba, afortunadamente para nosotros, la laxitud que existe en los controles fronterizos. Nuestra situación, en cuanto a papeleos se refiere, era bastante ilegal ya que por un lado en Petit Saint Vincent no podíamos estar porque ya habíamos hecho la salida del país y en Petit Martinique, no podíamos entrar porque no habíamos hecho la entrada del país y en esa isla no se podía formalizar. De todas formas, nuestra situación no debía ser para nada excepcional ya que estábamos seguros de que casi la totalidad de los barcos que habían fondeados en PSV debía estar en una situación irregular porque si te ibas hacia el sur, lo lógico era haber hecho la salida en Union, y si te ibas hacia el norte, lo normal hubiera sido haberlo hecho en Carriacou.

 

Pese a que las nubes acechaban, no llovió y dejamos atada a la Poderosa en un hueco que vimos en el pantalán. La bahía de Petit Martinique, denominada Albert Bay, estaba casi totalmente sembrada de boyas que ocupaban pequeños barcos locales de pesca. Sólo vimos un par de veleros en dicha bahía, uno en una boya y otro fondeado.

 

Una vez en tierra firme y habiendo pisado ya un nuevo Estado, caminamos por el pueblo y nos sorprendió lo patriotas que eran ya que habían banderas por todas partes. Quizá esa situación se habría incrementado recientemente porque hacía unos pocos días se había celebrado el día de la independencia, pero aparte de eso, el patriotismo debía estar presente todo el año porque muchas aceras y decoraciones urbanas, que no podían haberse hecho en un momento, estaban pintadas con los colores de su bandera: rojo, verde y amarillo.

 

El pueblo estaba lleno de niños. Esta es una característica agradable de todas las islas del Caribe en las que habíamos estado pero allí era especialmente llamativo por el numero, y sorprendente porque la isla era muy pequeña.

 

Al poco de estar en la isla nos tuvimos que resguardar porque comenzó a llover. Cuando ya lo vimos bastante despejado seguimos nuestra visita a la isla. Nuestra idea era caminar al principio por la costa oeste y observar esa parte de la isla y el canal que separa Petit Martinique con la isla de Carriacou. Sabíamos que ese camino en un momento se cortaría pero quisimos caminar todo el rato que pudiéramos por allí.

 

Nos sorprendió la cantidad exageradísima de pequeños cementerios que habían. Contamos unos siete en un pequeño recorrido. Parecía que existía una absoluta libertad para enterrar a los muertos donde se quisiera porque vimos tumbas incluso en los jardines de algunas casas. Al poco de caminar, de una casa salió un hombre y se nos acercó al vernos con un poco de pintas de guiris. Se nos puso a hablar y a medias entendimos que al parecer secaba plátanos para luego entregarlo a hospitales. Nos enseñó unos papeles que al parecer lo acreditaba y nos mostró igualmente un recorte de periódico en el que se le veía entregando algo en público. Por encima de la valla no señaló el diminuto secadero de plátanos por si aún teníamos alguna duda de sus palabras y por último, nos mostró una pequeña libreta donde la gente iba apuntando los donativos que entregaba. Observamos rápidamente las cantidades que habían apuntadas y escogimos no el importe más bajo, pero sí el inmediato superior. Al cambio, unos tres euros. El diminuto secadero de plátanos no nos parecía que necesitara muchos fondos para mantenerse. Y tras el breve paréntesis, continuamos nuestro camino.

 

En los campos aledaños al camino habían bastantes ovejas pastando con pequeños corderitos recién nacidos en ocasiones. Y en el propio camino, también habían muchas gallinas. La costa de la isla era muy diferente a las islas que habíamos visitado y sólo se veían rocas. Ninguna playa. Eso, unido al día gris que hacía, provocaba que la isla, aunque bastante original por la falta de turismo, pareciera poco atrayente para pasar allí una temporada.

 

El camino de repente se cortó y comenzamos a desandar el camino previamente realizado. En una de las casas que bordeaban el camino vimos que había un letrero que ofrecían rotis, una comida muy frecuente en estas islas formado por una masa de harina de trigo sin levadura cocinada a la que se da una forma redondeada y con la que se envuelve normalmente carne o pescado muy especiado y que recuerda mucho a la comida de la India. Nos decidimos a entrar pero como la puerta del jardín estaba cerrada y no nos atrevíamos a abrirla, llamamos con la voz desde el exterior y una señora nos indicó que abriéramos la puerta sin ningún problema. También nos comentó que no tenía rotis pero que podía ofrecernos sándwiches de pescado, pizza y… nada más. Pese a la poca variedad, entramos para, de paso, cotillear la casa ya que el “restaurant” no era más que el salón-comedor de la vivienda de la señora. En la estancia estaba la tele rodeada de sofás, la mesa del comedor donde nos sentamos a comer, y detrás de un mostrador llena de fotos de la familia, la cocina. La comida, que se quedó sólo en un aperitivo, consistió en un sándwich de pescado para Dani y un trozo de pizza para Sandra, de bebida un zumo natural de “royal apple” muy bueno y de postre, nos dio ella sin que se los pidiéramos, unos plátanos. La señora, que tenía rasgos indios, se fue animando y comenzó a hablarnos de la vida de sus hijos que aparecían en las fotos y que a diferencia de ella, eran negros. La comida no fue nada espectacular porque la señora no debía estar acostumbrada a tener muchos clientes y la habíamos pillado de improviso, pero el lugar era curiosísimo.

 

Tras el tentempié nos decidimos a subir a la colina de la isla pero aunque pedimos indicaciones a alguna persona que vimos, al final no encontramos el camino hasta la cumbre y la frondosa y pinchante vegetación, a pesar que lo intentamos, no nos permitió buscar caminos alternativos. De todas formas, conseguimos subir bastante y de allí, habían unas preciosas vistas de Petit Saint Vincent y del Piropo fondeado en su orilla. E incluso se veía bastante bien las Tobago Cays y la enorme barrera de coral que las envolvía.

 

De regreso al pueblo, cogimos el camino que bordeaba la isla por el norte y este y caminamos un ratito hasta que la carretera finalizó. Por allí la costa era si cabe menos atractiva porque el camino iba al borde del mar sólo dejando espacio a las rocas. De vuelta al pueblo vimos un lugar en el que podías usar un ordenador conectado a Internet pero dado el precio, sólo estuvimos quince minutos, lo justo para leer si alguien había dejado algún comentario en alguna entrada anterior que siempre agradecemos porque nos evidencia que a alguien le entretiene algo nuestros relatos, o al menos, nuestras fotos. Pero en su lugar, vimos que un simpático virus había llenado la página de comentarios automáticos sin sentido. Menuda alegría. Menos mal que el hermano de Dani lo solucionó al poco intentando que en el futuro, la situación no se volviera a repetir. De todas formas, siempre sorprende que unos se entretengan destruyendo cosas ajenas que no les afectan en absoluto. Después de la desagradable sorpresa, pasamos por el supermercado para comprar algo de pan y algo para la cena y nos subimos a La Poderosa para regresar sin problemas, y en un corto trayecto, al Piropo.

 

La verdad es que Petit Martinique no era nada espectacular pero precisamente por ello, parecía que era más original que el resto de islas ya que se dedicaba muy poco al turismo y mucho más a la pesca y a la construcción de pequeños barcos para esa actividad.

 

Al día siguiente nos fuimos de PSV rumbo a Carriacou. El danés seguía sobre nuestra ancla y le avisamos que nos íbamos. El no retiró la cadena y simplemente avanzó el barco hacia delante aunque muy poco y nosotros acabamos recogiendo la cadena pegadísimos a su costado. Menos mal que Sandra fue manteniendo suficientemente separado al Piropo del barco danés pero sin alejarse tanto que provocara que el molinete trabajara con esfuerzo. Finalmente, nada pasó y pudimos iniciar nuestra navegación hacia la siguiente isla: Carriacou.

 

En la siguiente entrada os contaremos cómo nos ha ido por allí.

 

Un abrazo.

 

 

 
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   

 

3 comentarios a “PETIT SAINT VINCENT y PETIT MARTINIQUE:Travesías de Union a Petit Saint Vincent, días de estancia en esta isla y visita a Petit Martinique. Del 6 al 10 de febrero de 2012.”

  • ¡¡ Uuff, que susto lo del accidente de la mano de Dani… !! 
    Una de las cosas que más envidia me da en vuestros relatos es el tempo con el que vivís, vuestro quehacer diario es de lo más estresante je je je .
    Bueno, poco a poco me voy poniendo al día con vuestro blog, ahora me voy a dormir, mañana leeré otro capítulo.
    Tengo un amigo que tiene un tío poeta, a ver si mañana tengo un raro y os pongo por aquí un poema que escribió hace unas semanas dedicado a las personas soñadoras.
    Saludos. 

  • Hola Sandra y Dani… ¿Por qué isla perdida estáis ahora? Acabamos de leer vuestro comentario a la visita de Petit Martinique mientras a nuestro alrededor hay una atmósfera de fiesta, con una desconcertante superposición de cohetes, bandas de música y rugir de multitudes. Es un poco surrealista vivir en el ruido y leer vuestra aventuras por islas solitarias, pero no nos importaría estar allí con vosotros. Seguid escribiendo, pues, aunque con retraso, leemos vuestras historias con ilusión. Qué bonito es también saber de desconocidos que os leen y os animan… aunque siempre hay cenizos por el mundo, ilusiona descubrir que hay un hueco para gente que se alegra por lo que sucede a los demás. Seguimos en contacto. Cuidaos mucho.

  • EEEeiii!! aqui uno que os lee!!, que lo sepais… voy entrando de vez en cuando para ver si actualizais y cuando lo haceis me alegro de saber por donde vais. Me gustan vuestros textos.
    Estuve mirando el Piropo cuando estaba en Masnou para comprarlo yo, pero me alegra no haberlo hecho y que este con vosotros en ese fantastico viaje.
    Desde Granollers os deseamos que disfruteis en vuestra singladura. Y que yo lo pueda leer!
    Saludos

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