UNION: Travesías de Mayreau a Union (Granadinas) y días de estancia en esta isla. Del 2 al 5 de febrero de 2012.
El día 2 de febrero de 2012 nos dirigimos a la siguiente isla de nuestro itinerario por las granadinas que empezaba a poderse considerar intensivo porque no dejábamos una isla por visitar. Ahora le tocaba a Union. Salimos pues de Mayreau para realizar otra típica travesía caribeña: escasa duración, viento moderado, unos 25 nudos, y un día luminoso con buena temperatura. Que más se podía pedir. El viento nos venía por el través de babor y casi llevábamos rumbo sur ya que Union, y concretamente Clifton, a donde nos dirigíamos, estaba situado casi en la misma longitud que Mayreau pero más al sur. En el canal entre Palm Island y Clifton el viento arreció y alcanzó rachas de treinta nudos aunque continuaba de través.
El fondeo de Clifton, la pequeñísima capital de la isla, estaba al oeste de la isla, muy abierto a los alisios y sólo separado del canal que separa Union de Palm Island por una pequeña barrera de arrecifes denominada Thompson Reef que era precisamente, la que refugiaba a los barcos del oleaje. Este arrecife lógicamente no refugiaba tan bien del viento como lo hacía del oleaje por lo que ya nos hacíamos la idea de que allí, no estaríamos tan confortables como habíamos estado en Mayreau.
Este fondeadero era bastante curioso ya que no sólo estaba el Thompson Reef sino que habían arrecifes por todos lados formando lo que podría considerarse una bahía de arrecifes. Y si no habían suficientes arrecifes, existía uno más, central. No obstante, todos estaban bastante bien señalizados y al contrario de lo que pudiera imaginarse, no había ningún problema al navegar por allí si se tenía un mínimo de cuidado.
Ya enfrente de Clifton, quisimos fondear por la izquierda de la bahía pero el lugar estaba tan abarrotado de barcos que optamos por dar media vuelta y probar por el lado derecho tras bordear el arrecife central. Allí también había gran cantidad de barcos pero cerca del extremo del arrecife había bastante espacio. Fondeamos detrás de un catamarán en 7 metros de sonda aunque una vez fondeados, con la alarma de garreo conectada, el molinete desconectado, la tapa de anclas cerradas y el motor del barco apagado, un catamarán situado a la izquierda que estaba fondeado justo en primera línea del arrecife se marchó y decidimos ponernos en su lugar para tener menos profundidad bajo la quilla. Volvimos a levantar el ancla y fondeamos en cuatro metros y medio. Al bajar el ancla Dani no vio la señal de los veinte metros y echó 35 metros. Las cinco veces que solemos echar se convirtieron en más de siete. De allí ya no nos podían mover. El problema de echar tanta cadena es que al poco, un barco canadiense, quiso pegarse aún más al arrecife y si bien ya se hubiera puesto encima de nuestra ancla si hubiéramos echado una cantidad de cadena normal, ahora estaba todavía mucho más encima. El tipo, una vez fondeado, se tiró a bucear a ver cómo había quedado su ancla y descubrió, dado lo cerca que se había quedado de nuestro barco, que nuestra ancla estaba casi en su proa. Se nos acercó y nos preguntó cuándo nos íbamos. Le dijimos lo que preveíamos y nos comentó que cuando nos fuéramos le avisáramos y se apartaría. Nosotros preferíamos no tener a nadie encima de nuestra cadena para poder irnos cuando quisiéramos pero…
Ya fondeados, observamos que un barco relativamente cercano tenía bandera española y le saludamos en la distancia. Ellos, cogieron el auxiliar y vinieron a saludarnos. Eran los del “Bellatrix Sevilla”, una pareja de sevillanos muy simpáticos. Estuvimos charlando brevemente porque ellos habían quedado para comer en otro barco con unos franceses de padres españoles y quedamos que ya nos veríamos en otro momento porque ellos aún iban a permanecer en el lugar unos días más.
Después de comer cogimos a La Poderosa y nos dirigimos a la orilla. La amarramos en el pantalán de Yatch Club donde nos cobraron 5 dólares EC (1,5 €) por la estancia, una cifra razonable, sobretodo porque te daban un ticket que luego podías canjearlo en el bar por una bebida. En el establecimiento de al lado había un pequeño estanque en el que tenían a varios tiburones nodrizas preciosos y que son inofensivos pero que daban mucha pena al verlos allí encerrados. Desde allí nos dirigimos al pequeño pueblo llamado Clifton Village que era la capital de la isla. En el diminuto mercado de frutas nos gastamos más de 20 € en 6 tomates, 6 patatas, 4 naranjas 7 limas y 4 plátanos. ¡Lo fresco era oro! Las naranjas valían 0,80 euros por unidad. Menuda diferencia con el precio de las naranjas en Valencia.
Paseando por la ciudad saludamos a la pareja francesa que en Mayreau, dejó su boya de orinque pegada al Piropo y nos comentaron que después de Mayreay habían ido a las Tobago Cays y sólo habían aguantado un día porque no les pareció nada agradable el fuerte viento que hacía. A nosotros en cambio, el lugar nos gustó tanto que nos compensó y mucho el soportar ese viento durante varios días.
Después de la charla con los franceses, pasamos también por dos pequeñas tiendas de comestibles y compramos leche, agua, azúcar, pan y galletas. Cosas imprescindibles que se nos estaban acabando. Así pues, volvimos al barco, ya oscureciendo, cargaditos.
Al día siguiente teníamos previsto dar la vuelta entera a la isla caminando. De camino a la orilla pasamos por el barco sevillano para saludar a sus dos tripulantes y aunque nos invitaron a pasar, tuvimos que rehusar la invitación porque ese día teníamos previsto caminar mucho y no sabíamos si nos daría tiempo. No obstante, les dijimos que a la vuelta, les visitaríamos.
Ya en tierra, antes de empezar a caminar nos acercamos a la oficina de información turística para obtener los típicos mapas que ya teníamos pero que siempre acababan destrozados con la humedad y el agua y pasamos también por una tienda para comprar una par de botellas de agua de litro y medio que nos costaron aproximadamente 1,30 euros cada una. -Menuda ganga.- pensamos irónicamente.
Nuestra idea era bordear toda la isla iniciando el camino en Clifton Village, pasando luego por Ashton Village y la costa sur de la isla para luego tomar un pequeño camino que nos llevaría a Chatham Bay, al oeste, y de allí caminar por toda la costa norte para volver finalmente a Clifton.
El planing comenzó bien y avanzamos por la zona sur tranquilamente viendo su curiosa costa totalmente rodeada de arrecifes y bastante cubierta de manglares. También vimos en la distancia Frigate Island y el tranquilo fondeo que hay a su abrigo, así como la marina que se intentó construir allí y que se dejó a medias.
Llegamos al pequeño pueblo de Ashton y continuamos caminando a la vez que saludábamos a cualquier persona con la que nos cruzábamos. Agradable costumbre que no sabíamos si era porque era domingo y todo estaba especialmente tranquilo o si se debía a que era una pequeña isla.
El camino continúo y vimos una antigua construcción que era una especie de aljibe que servía para almacenar agua de lluvia cuando allí existió una gran plantación de azúcar en tiempos de la esclavitud. Ahora nada quedaba excepto el aljibe.
De repente, la pequeña carretera comenzó a subir con un fuerte desnivel. Estábamos subiendo ya la pequeña sierra que bordeaba Chatam Bay, nuestra siguiente etapa. No obstante, de golpe, y sin que se llegara a ningún lado, la carretera se cortó. Estábamos rodeados de la típica vegetación de las granadinas, que era más seca que el de las islas vecinas más altas. Según el mapa turístico, desde allí debía comenzar un camino que nos llevaría a la bahía pero allí no había nada de nada. Quizá con cierta imaginación se podría intuir que salían varios senderos pero no sería correcto denominarlos así ya que la traza en la vegetación era muy sutil. Intentamos no obstante avanzar por alguno de ellos llegando en alguna ocasión bastante lejos pero lo que en un principio parecía que podía ser un sendero, acababa poco a poco difuminándose. Al final, siempre acabábamos andando monte a través con mucho riesgo de acabar perdidos. La ropa ya la teníamos rota con algún jirón de los pinchos existentes. Lo máximo que pudimos ver entre el bosque fue Chatham Bay desde las alturas pero muy difícilmente podríamos haber llegado allí yendo monte a través salvo que aceptáramos llegar al anochecer y semidesnudos y arañados por la punzante vegetación. Decidimos con resignación que al día siguiente volveríamos por el norte hasta Chatham Bay porque ese día no nos daba tiempo ya a desandar todo el camino hasta Ashton y tomar el otro camino que salía desde allí.
Comimos pan y queso que llevábamos preparado y regresamos hacia Clifton. Ya en el pueblo compramos agua, leche, pan y un poco de pollo para la cena y como se nos había roto una de las dos tazas que llevábamos para desayunar, compramos una “preciosa” que vimos de estilo muy British, con mariposas de colores brillantes, un reborde que parecía de nácar rosado y una letras de iguales colores brillantes que ponían “St. Vincent and the Granadines”. En resumen: un souvenir horterísimo pero que nos hizo gracia de lo hortero que era.
De camino al barco con el dingui y ya bastante tarde porque ya estaba oscureciendo, nos cruzamos en la distancia con los sevillanos que iban en sentido opuesto, hacia tierra. La visita pues se tendría que posponer aún un poco más. A los pobres parecía que les huíamos. Y justo al meternos en el barco, cayó una tromba enorme de agua. Nos libramos por poco.
Esa noche, nuestra muy habitual sesión de cine contó con un clásico: “El puente sobre el río Kwain”, más vista que el tebeo pero siempre entretenida. Al ritmo al que íbamos se nos iban a acabar las películas que teníamos muy pronto. Y lo peor de todo, nos tocaría tragarnos la película que habíamos dejado para el final “Ana Bolena”, una película de 1920, muda y en blanco y negro.
El día 4 de febrero era nuestro último día de estancia de legales en el país. Nuestro mes de estancia que nos habían permitido a nuestra llegada ya había transcurrido por lo que nos veíamos obligados a ir de nuevo a inmigración a hacer los papeleos necesarios para alargar el permiso por turismo. No obstante, como nos quedaba muy poco tiempo para salir del país decidimos no alargar la estancia y hacer directamente los papeleos de salida para ahorrarnos de esta forma una de las siempre aburridas visitas a inmigración. No nos preocupaba mucho estar unos días de inmigrantes ilegales ya que habíamos comprobado que no había ningún tipo de control sobre el tema.
Así pues, cogimos a La Poderosa para irnos hacia el diminuto aeropuerto de Clifton que era donde se encontraba la oficina de inmigración pero antes no obstante, pasamos por el “Bellatrix Sevilla” e invitamos a sus tripulantes a cenar esa noche en El Piropo.
Tras los papeleos de inmigración, nos dirigimos a visitar lo que nos había faltado el día anterior. Cogimos la pequeña carretera hacia el norte y tras bordear la laguna denominada Salt Pound, caminamos viendo toda la costa norte con la gran Richmond Bay. Tras un largo paseo el camino comenzó a ascender. Subíamos pues la sierra que bordeaba Chatham Bay, nuestro destino. Ya en el punto más alto del camino nos topamos una pareja de lugareños que nos preguntó si íbamos a Chatham Bay y nos invitó a que les siguiéramos por un sendero que al parecer era mucho más rápido que el camino por el que íbamos. Y era cierto, el camino descendía rápidamente a la bahía a través del bosque.
Chatham Bay era una bahía relativamente virgen rodeada de pequeñas montañas de unos 200 metros. Era un lugar muy agradable como fondeo pero nosotros no lo habíamos escogido porque estaba lejos de la posibilidad de aprovisionarnos y de cumplimentar los trámites de inmigración. De todas formas, ese día no quedaba resguardado totalmente del viento y al parecer, el tenedero no era ideal. Como muestra de eso había un catamarán que, esquilmado, estaba parcialmente destrozado sobre las rocas. La verdad es que siempre daba mucha impresión ver barcos naufragados, sobretodo si son yates pero ese daba una especial impresión porque se veía un catamarán muy moderno y quizá el naufragio había sido bastante reciente.
El chico que nos enseñó el sendero nos presentó a un amigo suyo que tenía un rudimentario bar de madera en la playa y que se ofreció a prepararnos una barbacoa de pescado sobre la arena. Es una de las cosas que siempre ofrecen a los extranjeros. La idea nos pareció mejor que comer el pan y el queso que llevábamos preparado pero cuando preguntamos cuánto nos costaría, los descartamos. Tampoco nos pedía una cantidad desproporcionadísima, 30 euros, pero teníamos que aguantar aún bastante tiempo de viaje.
Caminamos por la playa y paramos para comer, bañarnos y bucear un poco. Mientras comíamos, cuatro niños pasaron por delante de nosotros. Volvían de pescar muy contentos y llevaban con ellos un pequeño pez. Tras enseñárnoslo aceptaron sin ningún problema que les hiciéramos una foto. Y tras la comida, regresamos por el sendero que habíamos utilizado por la mañana. Más tarde, ya en el camino, optamos por tomar un camino diferente al de la mañana y cogimos uno que cruzaba la isla por el centro y que llegaba hasta Ashton. De allí, ya llegamos a Clifton.
Esa tarde la pasó Sandra preparando la cena con esmero para que todo quedara muy bien cuando nos visitaran los sevillanos. Preparó unas tostaditas de pimiento de piquillo como entrante, pollo al curry con arroz de plato principal y de postre, unos creppes de chocolate. Los sevillanos llegaron sobre las 19 horas y la cena fue muy agradable ya que nos contamos nuestras experiencias y nuestros planes futuros.
El día 5 de febrero teníamos previsto ir con La poderosa a los alrededores de Frigate Island para bucear y ver si podíamos hacernos con alguna “lobster”. Se nos había pegado esa forma de llamarlas de tanto que lo oíamos cuando nos lo ofrecían los lugareños cuando nos visitaban con sus barcas. Mientras desayunábamos, vimos como los sevillanos zarpaban. Se iban hacia el norte, hacia Tobago Cays.
Tras el desayuno, preparamos nuestra diminuta ancla que habíamos adquirido en Barbados para nuestra auxiliar y nos subimos a La Poderosa para dirigirnos hacia la parte este de Frigate Island. El recorrido era bastante largo para nuestro pequeño auxiliar, unos 3 kilómetros sólo de ida, y en algún momento nos teníamos que introducir en la barrera de arrecifes que protegía casi toda la costa sur. Fuimos bordeando esta barrera por el exterior pero no veíamos claro por donde introducirnos. Al final, vimos un hueco sin olas y hacia allá nos dirigimos. Pasamos cerca de las rocas y ya en las aguas más tranquilas, nos dimos cuenta que el lugar no era como nos lo esperábamos. Sandra iba metiendo la cabeza en el agua mientras avanzábamos a poca velocidad para ver si había algún lugar interesante para bucear pero observó que el fondo era exclusivamente arenoso y tenía bastantes algas por lo que pocos peces y corales podríamos ver. Los arrecifes además, era de unas piedras extrañas que tampoco contenían demasiado vida y encima, era muy difícil desembarcar en la costa ya que, o estaba rodeada de manglares, o estaba rodeada de rocas. Así que decidimos darnos media vuelta y volvernos hacia el barco. El viento seguía fuerte por lo que la vuelta fue mucho mas larga ya que teníamos las olas y el viento de cara. Avanzábamos muy poquito a poco pero llegamos al final sin problemas al barco. La excursión no había resultado como habíamos planeado pero al menos, nos habíamos paseado casi toda la mañana a través de la costa sur de la isla.
Tras la comida, nos pasamos toda la tarde en la bañera relajados y sobretodo, cotilleando las maniobras de la gente mientras fondeaba. Vimos de todo. Gente que maniobraba perfectamente y otros que no lo hacían tan bien. Un catamarán casi se la da con el barco que teníamos delante mientras la tripulación de éste permanecía con las defensas en la mano y la mirada horrorizada. La maniobra más curiosa sin embargo fue la de un barco de alquiler en la que una señora iba chillando en voz en grito, al más puro estilo sargento, al timonel y a los que estaban al molinete. En un primer momento fondearon pegadísimos a un barco que había más adelante. Luego, en una segunda intentona, fondearon pegadísimos a nosotros. Tanto, que sufríamos por la integridad de nuestro Piropito. Menos mal que la sargenta debió pensar lo mismo y enseguida levantó el fondeo y se fueron a un lugar en que la nube de barcos fondeados ya no nos permitía observar sus evoluciones. La sorpresa fue que más de una hora más tarde, volvió a aparecer ese barco por nuestra popa y fondearon a bastante más profundidad en un lugar especialmente apartado del resto de barcos. La sargenta pobre no chillaba tanto y se le veía más cansada. ¿Por qué no habrían fondeado allí desde el principio?
Y así acabó nuestra estancia en Unión. Al día siguiente teníamos previsto irnos hacia la siguiente Granadina, Petit Saint Vincent. Ya os contaremos como nos ha ido.
Un abrazo.
olga de creu alta dice:
Hola chicos, hace ya unos días que no os escribo, ya se sabe, trabajo, casa, family, etc. Ahora me he puesto y me he decidido. Sandra, que estás muy guapa y morenita. Se nota que te lo estás pasando bien. Vaya fotos más chulas y la langosta, vaya pinta más buena y encima bien fresquita. Bon profit! Por aquí todo bien, hicimos el carnaval en la guarde y lo pasamos bastante bien. Vino la Mireia con la Martina i la Jana disfrazadas. La Nora se quedó en casa por que aún es muy chiquitina, dice que pesa 2.5 kg. Están muy bien. Muchos besos de esta compi y a seguir pasándolo tan bien. Da recuerdos a Dani. Hasta la próxima.
Ramón Acuña dice:
Buenas tardes chicos:
Una delicia volver a tener noticias vuestras y navegar en vustra compañía desde vuestra página.
Estáis ahora en una zona en la seguramente coincidiréis con el Bahía de las Islas, así que os lo pasaréis bien con Kaia, ya que tanto vosotros, por lo que leo y él por lo que le conozco, sois unos perfectos anfitriones y sin duda os podrá poner en antecedentes de todos esos lugares que él ya ha recorrido.
Los del Cap's, que ya se han puesto en contacto con vosotros, se encuentran en estos momentos en aguas del pacífico, así que no podréis coincidir, al menos de momento.
En fin, continuar pasándolo tan bien y mantenernos informados para que nuestros dientes no menguen.
Un abrazo.
R. Acuña